viernes, 8 de octubre de 2010

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (III). Jorge Álvarez.

Termina la Primera Guerra Mundial. Empieza el Conflicto de Oriente Medio.

El 11 de Noviembre de 1.918 finalizaba oficialmente la Primera Guerra Mundial. Los turcos habían capitulado unas semanas antes. Como no podía ser de otra manera, de forma inmediata, todos los grupos étnicos y religiosos de la zona exigieron a los aliados el cumplimiento de sus promesas. Para embrollar aún más la situación, los célebres catorce puntos del presidente Wilson para administrar la paz, contemplaban el derecho a la autodeterminación de los pueblos sometidos por las potencias derrotadas.

El gobierno británico se encontraba en un callejón sin salida. El shariff Hussein se había autoproclamado Rey de los Árabes, su hijo Feisal, que había ocupado Damasco con un ejército de beduinos, reclamaba la independencia de la Gran Siria como un reino árabe regido, como es lógico, por él mismo y que comprendería Palestina, Siria, Líbano y parte de Turquía. El otro vástago de Hussein, Abdullah, aspiraba a reinar en Irak a cambio de otorgar a Gran Bretaña la exclusiva de la explotación del petróleo iraquí. Los griegos, apoyados por Gran Bretaña, exigieron territorios a Turquía en Anatolia. Los kurdos, apuntándose al derecho a la autodeterminación predicado tan alegremente por Wilson, exigían la creación de un estado kurdo independiente de Turquía y de Irak, y a ser posible que incluyese la región petrolífera de Mosul. Los armenios, como es lógico, no iban a ser menos y los judíos ya estaban preparándose para sentar los cimientos del futuro Estado de Israel. Para rematar la jugada, los árabes wahabíes del Nejd, vecinos y rivales de Hussein y liderados por el monarca Ibn Saud, empezaban a preocuparse por las pretensiones hegemónicas del hachemita y a desafiar su poder sobre el Hedjaz. Con este panorama a la vista y con todos los representantes de estos pueblos aporreando la puerta del Foreign Office a diario para hacer a los británicos cumplir sus promesas, los franceses, temerosos de que sus antiguos aliados sucumbieran a la tentación de ceder, dejaron bien claro al Primer Ministro Lloyd George, que debía cumplir lo pactado en los acuerdos Sykes – Picot; es decir, Siria, incluyendo el Líbano, era para Francia.
 

En pocos meses, ocurrió lo que tenía que pasar. Los árabes de Feisal se enzarzaron con los turcos para engrandecer su Gran Siria a costa de los derrotados, pero éstos no estaban dispuestos a que les quitasen el poco territorio que les quedaba y se defendieron. Los griegos aprovecharon igualmente para atacar a los turcos, igual que los armenios. Los kurdos lo mismo se las veían con los turcos que con los árabes de Abdullah. Los franceses, a su vez, la emprendieron con los árabes de Feisal, lo cual, dicho sea de paso, le vino muy bien a los turcos y muy mal a los griegos. Los árabes de Palestina empezaron a chocar con los judíos y viceversa, y a su vez tanto unos como otros empezaron a sacudir a los británicos cada vez que intentaban ponerse en medio. Cuando los turcos se acercaron al Sur del Cáucaso en persecución de los armenios, acabaron enzarzándose con los rusos bolcheviques. Los cristianos maronitas del Líbano, protegidos de los franceses, empezaron a sacudirse con sus compatriotas musulmanes. El Emir Ibn Saud, aprovechando la confusión, decidió ajustar cuentas con su viejo rival Hussein atacando el Hedjaz. En definitiva, la Diplomacia británica en Oriente Medio, unida al wilsoniano principio de autodeterminación,  había conseguido en tan sólo dos años, que una zona que llevaba siglos en paz bajo el decadente Imperio Otomano, se convirtiese de golpe en el manicomio más letal del planeta.

Llegados a este punto, conviene recordar un hecho muy importante y actualmente bastante ignorado; se trata de la Comisión King-Crane. Esta comisión de encuesta interaliada, es decir, promovida por americanos, franceses y británicos y encomendada a dos norteamericanos de los que toma el nombre, se crea para evaluar sobre el terreno, la situación real de los territorios exotomanos de Oriente Medio y conocer la opinión de los pueblos afectados por el conflicto.

El trabajo de King y Crane, comenzó en Junio de 1.919. Durante más de dos meses, estos dos norteamericanos viajaron por la zona y se entrevistaron con representantes de las comunidades locales y con multitud de ciudadanos anónimos. Las conclusiones fueron rotundas. Comprobaron que existía ya un antisionismo unánime entre los árabes, fuesen musulmanes o cristianos, que la mayoría de éstos no deseaban que Palestina fuese desgajada de Siria y ellos mismos afirmaban que no existían razones étnicas, culturales ni religiosas que aconsejasen fraccionar Siria[1]. La comisión llega a la conclusión de que resulta más lógico y más estable para la zona mantener la unidad de Siria con Palestina y Líbano bajo la autoridad de Feysal. Además, éste era el deseo mayoritario de las masas árabes que ellos habían podido palpar "in situ". Los comisionados presentaron el resultado de sus encuestas y las conclusiones a las que habían llegado a la delegación americana en París a finales de Agosto. Para entonces, ninguno de los aliados estaba ya dispuesto a renunciar a sus privilegios en el reparto de los despojos del Imperio Otomano. En la Conferencia de San Remo en la primavera de 1920, británicos y franceses fijaron sus respectivas áreas de influencia en Oriente Medio de espaldas a los árabes.[2] Las recomendaciones de la Comisión King-Crane caerán pues en saco roto.

En Septiembre, y de acuerdo con lo establecido en el Pacto Sykes-Picot, los británicos se retiraron de los territorios sirios que habían ocupado a los turcos con la inestimable ayuda de los árabes Hachemitas, abandonando a Feysal en manos de los franceses.

Apenas un mes después de hacerse cargo de Siria, los franceses deciden unilateralmente separar al Líbano de Siria para crear un pequeño Estado sumiso a los intereses franceses y hecho a la medida de la minoría cristiano maronita. Feysal, con razón, se sintió traicionado por los británicos. Éstos le comunicaron que no tenían más remedio que cumplir los compromisos adquiridos con Francia y se limitaron a recomendar a Feysal que negociara con sus nuevos amos. Para entonces, quedó claro para los árabes que las promesas de independencia que los británicos les habían hecho cuatro años antes a cambio de su ayuda en la guerra contra los turcos, habían sido una tomadura de pelo. Después de varias negociaciones fracasadas por la intransigencia francesa, los nacionalistas árabes partidarios de Feysal se enfrentaron con las tropas francesas desplegadas en Siria. Como no podía ser de otra forma, el moderno ejército francés derrotó a las tropas nacionalistas árabes de Feysal sin mayores problemas. Tan sólo un año después de la entrega de Siria y Líbano a los franceses, en Agosto de 1.920, el efímero reino árabe de Damasco había dejado de existir y su rey, Feysal, tomaba el camino del exilio hacia Egipto.

Los británicos, por su parte, segregaron un trozo de su mandato de Palestina al que llamaron Transjordania. Controlaban igualmente Egipto e Irak. En estas tres posesiones dirigían la política exterior y explotaban los principales recursos de cada lugar. Así, Egipto y Palestina les permitían controlar las dos orillas del canal de Suez, considerado por Gran Bretaña de vital importancia para asegurar sus comunicaciones con la India y sus colonias en el Lejano Oriente, como Hong Kong, Malasia y Singapur. Irak, en cambio, les interesaba sobremanera por el petróleo de Basora y Mosul. Para la explotación de esta zona, habían alcanzado un acuerdo de reparto con los franceses. Los británicos se quedaron con los activos de la Turkish Petroleum Company tras la derrota otomana y fundaron la Irak Petroleum Company. El 23’75 por ciento que los alemanes poseían en la extinta compañía turca fue a parar a los franceses, otro 20 por ciento se destinaba nominalmente a Irak, pero realmente iba a parar a la casta dirigente sumisa al poder imperial británico a modo de suculento soborno y el resto de la compañía quedaba así mayoritariamente bajo control británico. En estos tres territorios, el gobierno de su majestad desplegaba abundantes tropas (la mayoría de estas unidades eran regimientos coloniales de tropas de la India o el Nepal con oficiales británicos)  que tenían como única misión impedir que las masas árabes se rebelasen contra la usurpación y el engaño que habían sufrido. La familia Hachemí, seguía siendo la niña mimada del Foreign Office. La diplomacia británica necesitaba árabes de prestigio que se prestasen a convertirse en títeres a su servicio, dando así una apariencia de legitimidad a lo que no era más que una ocupación militar y colonial total de estos vastos territorios. En Irak, los británicos colocaron a Abdullah, el hermano de Feysal, pero cuando éste fue expulsado de Siria por los franceses, Gran Bretaña convenció a Abdullah de que cediera el trono de Irak a Feysal y a cambio lo colocaron en el trono del territorio que acababan de segregar de Palestina, Transjordania. Los dos hermanos Hachemitas debían contentarse con ser los jefes de unas naciones ocupadas a las que los británicos habían usurpado de facto la soberanía. Mientras tanto, la voracidad de las potencias vencedoras de la Gran Guerra sólo había afectado ligeramente a la península arábiga. Los británicos, que aún ignoraban que ese inmenso e inhóspito desierto albergaba unas fantásticas reservas petrolíferas, se limitaron a controlar desde los emiratos costeros las orillas del Mar Rojo y la salida de éste al Océano Índico, en su vieja obsesión por controlar la ruta marítima de la India. El gigantesco secarral interior lo dejaron más o menos como estaba. La parte occidental que incluía los Lugares Santos del Islam llamada Hedjaz, en manos del monarca Hachemita Hussein, el padre de Feysal y Abdullah, y la parte oriental, llamada Nejd, en manos de Ibn Saud. Esta dinastía saudí gobernante de los desiertos del oriente de Arabia profesaba una variedad del Islam fundamentalista y puritana, el wahabismo. Los hachemitas en cambio, más acostumbrados al comercio y al intercambio que suponía la protección de los Lugares Santos a los que llegaban cada año decenas de miles de peregrinos, profesaban un Islam más relajado. Lo que importa es que estas dos familias, la hachemí o hachemita y la saudí, ciertamente no se podían ni ver. En 1.924, Hussein, aprovechando la abolición del califato otomano por los turcos partidarios de Attaturk, decidió dejar de ser tan sólo el Shariff , protector de los Santos Lugares, y proclamarse Califa. Esto era más de lo que los saudíes estaban dispuestos a soportar y las hostilidades entre ambos clanes se recrudecieron. El resultado fue la unificación de Arabia en 1930, a excepción de los enclaves costeros controlados por los británicos, bajo la monarquía saudí encarnada en Ibn Saud. El hecho de que este monarca desconfiase de los británicos que tanto habían ayudado a sus enemigos hachemitas, iba a ser muy bien aprovechado durante los años cuarenta por los estadounidenses.


[1] Durante la dominación otomana era común referirse a Palestina como la Siria del Sur. No deja de resultar paradójico que los sionistas fuesen los más firmes defensores de la denominación “Palestina”. Para sus propósitos una Palestina desgajada de Siria era más débil y facilitaría la creación en ella del estado judío. Los primeros dirigentes árabes de la zona denunciaron que Palestina era un invento anglo-judío. No sólo los patriotas sirios, el que fuera primer presidente de la OLP, Ahmed Chukeiri, declaraba en 1956 que resultaba  “público y notorio que Palestina no es más que Siria del Sur”. Los sionistas y sus amigos suelen referirse a estos hechos para deslegitimar el derecho a la existencia de la nación palestina. Sin embargo, el hecho demuestra claramente cómo las democracias imperialistas crearon fronteras arbitrarias y caprichosas según sus intereses y de espaldas a la población árabe y cómo Israel fue el principal beneficiario de este desaguisado. (N. del A.).

[2] Los franceses reclamaban a los británicos participar en la explotación de los yacimientos petrolíferos de Mosul pero éstos se negaban. En San Remo se fijó el porcentaje francés en un 25%. La opinión pública francesa consideró que Gran Bretaña se reservaba la parte del león de los recursos petroleros de Oriente Medio y a ellos, sus aliados de la Gran Guerra, sólo les dejaba las migajas. Por su parte, el Gobierno de su Majestad, consideraba que Francia, que apenas había participado en Oriente Próximo en la campaña contra Turquía durante la Guerra, estaba más que suficientemente retribuida con el 25%. Sobre este asunto, es interesante la obra citada de Nadine Picaudou. (N. del A.).

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