CONSIDERACIONES PREVIAS.
A la hora de considerar cuál fue el origen del pueblo judío, lo primero que debemos tener claro es que los llamados libros históricos de la Biblia y en particular el Éxodo, son relatos con nula o escasa base histórica o, en otros casos, con una base histórica manipulada deliberadamente por unos cronistas muy posteriores a los hechos relatados que intentaban moldear la historia para legitimar sus privilegios. Muchos de los nombres que aparecen en el relato bíblico y que suponen auténticos hitos en el nacimiento del pueblo judío pueden no haber existido nunca o haber vivido experiencias muy diferentes de las que la Biblia nos ha transmitido. Por otra parte, tampoco existen apenas referencias importantes de los primeros tiempos de los judíos en los testimonios de otros pueblos con los que se supone que convivieron. Los numerosísimos grabados y estelas que nos ha legado la civilización egipcia ignoran casi por completo la existencia de los hebreos, lo que anima a pensar que el relato del Éxodo o es pura invención o se parece muy poco a lo que realmente ocurrió. Lo que parece evidente es que los egipcios no se sintieron en absoluto impresionados por sus pintorescos vecinos a los que no mencionan casi ni de pasada.
Sin embargo, antes de profundizar en el relato histórico, es necesario efectuar algunas puntualizaciones imprescindibles acerca de la autenticidad del relato bíblico. Para los judíos creyentes, el Antiguo Testamento, su TANAK, es un relato histórico. Para las sectas protestantes de tipo calvinista, básicamente también. Para los católicos, en cambio, es un relato con una base histórica, pero escrito por individuos que, si bien estaban inspirados por Dios, escribían según sus conocimientos, sus circunstancias, su entorno cultural y sus limitaciones personales. Desde un punto de vista religioso, afrontar la lectura de la Biblia desde la perspectiva católica es, sin ningún lugar a dudas, lo más recomendable para la salud mental del lector. Un católico no tiene, a diferencia de un judío o de un calvinista, que creerse que Dios realmente envió un ángel a asesinar a los primogénitos de los egipcios.
Dicho esto, y aunque me considero católico (aunque desde luego, un católico manifiestamente mejorable), debo reconocer que personalmente, en la mayoría del Antiguo Testamento, veo muy poca inspiración divina y una interesadísima intervención humana.
Desde la segunda mitad del siglo XIX y en gran medida gracias a los estudios del teólogo y orientalista alemán Julius Wellhausen es comúnmente aceptado, también por la Iglesia católica, que en la formación del Pentateuco y de los Libros Históricos del Antiguo Testamento existen distintas fuentes[1]. En concreto se admiten generalmente:
· la fuente J ó Y (Yahvista, porque se refiere a Dios como Jehová o Yahvé[2]) fue elaborada en torno al siglo X a.C. por los hebreos de Judá,
· la fuente E (Elohista, se refiere a Dios como Elohim) fue compuesta hacia el siglo IX a.C. por los hebreos de Israel, las tribus del Norte
· la fuente D (Deuteronomista, por el Libro del Deuteronomio) redactada en el siglo VII a.C. por los sacerdotes durante la reforma de Josías
· la fuente P (Sacerdotal, del término alemán Priestercodex) redactada en los siglos VI y V a.C. durante y después del exilio babilónico por los sacerdotes siguiendo la línea deuteronomista.
Estas fuentes se pueden a su vez clasificar en dos categorías. La primera, las fuentes J y E, que son las más antiguas y que responden a tradiciones orales. La segunda, las fuentes más recientes, D y P, que son escritas. Éstas últimas, procedentes del Sur, del reino de Judá y profundamente yahvistas, recogieron las tradiciones de las dos primeras, las redactaron a su manera y según sus particulares intereses político-religiosos y añadieron diferentes textos fundamentalmente de tipo histórico y legal. J y E no eran monoteístas, como sugiere una lectura atenta de muchos pasajes del Éxodo o del Levítico. Pero la redacción efectuada por D y P sí lo era y con los añadidos y las correcciones que introdujo en el Pentateuco, todo el conjunto quedó impregnado de monoteísmo yahvista.
El Antiguo Testamento está pues escrito por una facción del pueblo de Israel, una facción que fue casi siempre minoritaria durante los primeros siglos del establecimiento en la Tierra Prometida y que, por una conjunción de acontecimientos, acabó imponiéndose sobre todos los israelitas en un largo y accidentadísimo proceso. Ésta es la facción yahvista, que también se podría denominar sacerdotal o profética. Los yahvistas fueron los portadores de una nueva religión que un misterioso grupo de predicadores llevó a una pequeña parte de una gran familia de nómadas semitas, los Bené-Israel. Cómo esta parte de la familia, los judíos, acabó imponiendo su fe, y finalmente su nombre a todos los miembros de los Bené-Israel, es algo que los redactores de la Biblia , pertenecientes al grupo yahvista triunfante, relataron desde su particular punto de vista, subjetivo y sectario, a partir de unas viejas tradiciones orales que ellos, por vez primera, pusieron por escrito. A partir de aquí, iremos viendo este proceso.
[1] El Canon bíblico católico incluye 46 libros en el Antiguo Testamento. El canon judío sólo reconoce 39, igual que el protestante.
[2] Las traducciones de la Biblia protestantes suelen utilizar la denominación Jehová y las católicas Yahvé. La discrepancia surge de la transcripción del nombre del antiguo hebreo, J H V H ó Y H V H. En el hebreo bíblico no se escribían las vocales. La denominación J H V H procede del latín. Pero según los propios judíos, la pronunciación más correcta sería Yahvé.
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