INTRODUCCIÓN.
“...El maccarthysmo fue meramente una de las muchas variantes que puede revestir la ideología y la acción fascistas en una sociedad de capitalismo avanzado, dotada de unos mecanismos democráticos excesivamente vulnerables y manipulables por parte de los poderosos grupos de presión financieros, militares y ultraconservadores que existen en su seno.” (Román Gubern)[1].
Hace sesenta años, en Febrero de 1950, un casi desconocido senador por Wisconsin pronunció en Wheeling (Virginia Occidental) un discurso ante el Club de Mujeres Republicanas. Al tiempo que aireaba un papel, aseguró que en su mano tenía una lista de 205 comunistas que trabajaban en el Departamento de Estado. Y afirmó sin titubeos que esta institución rectora de la Política Exterior estadounidense estaba infestada de comunistas. Lo que a continuación ocurrió supuso un duro golpe para los comunistas americanos y todos sus compañeros de viaje progresistas. Había comenzado la “caza de brujas”, que realmente se trató de un pulso que libraron la América tradicional y la América “liberal” y que afectó a muchos estamentos de la sociedad y sobre todo de la administración norteamericana. La izquierda mundial con la habitual colaboración de sus acomplejados compañeros de la derecha “civilizada”, no ha dejado, desde entonces, de tergiversar este interesante episodio histórico. Durante 6 décadas no hemos dejado de ver, oír y leer una especie de versión oficial acerca de este episodio que se podría resumir en los siguientes puntos:
1- Las actuaciones del Comité de Actividades Antiamericanas eran fruto de una injustificada histeria colectiva anticomunista que al amparo de la Guerra Fría quería destruir los avances sociales y democráticos de la era Roosevelt.
2- Las personas citadas a declarar ante el Comité podían ser izquierdistas pero en ningún caso eran desleales a los EE.UU. de América.
3- Las sospechas del Comité de que existía una inquietante infiltración comunista en Hollywood eran absurdas e infundadas y ello lo demuestra el hecho de que nunca se produjeron películas pro-comunistas. Igualmente era ridículo pensar que podía haber funcionarios americanos trabajando para la URSS en el Departamento de Estado.
4- El Comité era un típico producto de los elementos fascistas que de una forma u otra sobreviven siempre de forma residual enquistados en las esferas de poder de las sociedades democráticas a la espera de aprovechar cualquier síntoma de crisis en éstas para actuar.
5- Las actuaciones del Comité eran manifiestamente anticonstitucionales.
6- El principal instigador de las investigaciones, el senador republicano por Wisconsin Joseph R. McCarthy era, además de un fascista más o menos enmascarado, un megalómano ávido de publicidad cuyo principal objetivo no era otro que satisfacer su desmedida ambición.
7- El senador McCarthy perdió toda su influencia cuando intentó investigar la infiltración comunista en las fuerzas armadas (sobre su trágico final casi nunca se entra en detalles).
8- La crueldad de este Comité, similar a la de una inquisición medieval, arruinó la vida de una larga lista de buenos americanos cuyo único delito consistía en ser progresistas.
Muchas de estas afirmaciones han sido siempre discutibles desde un punto de vista ideológico, pero después de la apertura de archivos en la extinta URSS y de las revelaciones de antiguos responsables del espionaje soviético se pueden hoy además rebatir desde un punto de vista histórico. Para ello conviene primero analizar qué intenciones se esconden detrás de esta prolongada labor de ocultación de la verdad repasando los orígenes del conflicto.
Los comunistas y sus compañeros de viaje, que creen ver el fantasma del fascismo aparecer acechante detrás de cualquier esquina, son en cambio tremendamente reacios a admitir la existencia de un peligro comunista que pueda suponer una amenaza para las libertades de las sociedades liberales. Para estos manipuladores de opiniones ajenas, el antifascismo es una actitud racional, incluso constituye un deber moral e intelectual. Esta “recta” actitud, particularmente exigible a los responsables de las administraciones públicas, a los profesionales de la información, a los formadores y a los intelectuales en general, obliga a permanecer vigilantes ante la aparición de cualquier síntoma que pudiera revelar algún rebrote de fascismo en cualquier esfera de la actividad humana. Mediante esta táctica, los demócratas de izquierda monopolizan el discurso intelectual en las democracias consiguiendo hacer creer que cualquier desviación de este discurso supone una amenaza fascista. Precisamente por aquellas fechas, 1952, y a modo de resumen de este discurso, Jean-Paul Sartre lanzaba su famosa proclama “¡Todo anticomunista es un perro!”.
Esta línea de pensamiento y de conducta es la que consiguió que las investigaciones del Comité de Actividades Antiamericanas para desenmascarar la infiltración de agentes comunistas en amplias esferas de la administración y de la sociedad pasasen a la Historia con el nombre de “caza de brujas”. La aceptación por los medios de comunicación mundiales de este término supuso el primer paso hacia la tendenciosa versión que se difundiría de este episodio histórico. De esta forma se comenzó a presentar al Comité como una banda de histéricos que procedían contra honestos ciudadanos del siglo XX con la misma irracionalidad con la que las fanáticas inquisiciones calvinistas del siglo XVII condenaban a la hoguera a desdichadas e indefensas mujeres acusadas de brujería. Sin embargo, hasta donde la experiencia nos demuestra, los comunistas, a diferencia de las brujas, existen y han sido precisamente fuentes ex soviéticas las que han confirmado que la infiltración comunista en las altas esferas mediáticas y de poder de los EE.UU. era una realidad que de hecho ya había puesto en peligro en más de una ocasión la seguridad nacional. Las evidencias de esto eran muchas, y muchos también los investigadores que valientemente se hacían eco de ellas[2] aunque sin conseguir la vastísima repercusión que conseguían sus colegas de la trinchera opuesta. A pesar de que varios ciudadanos norteamericanos que trabajaban como agentes soviéticos fueron desenmascarados, juzgados y condenados, los creadores de opinión siempre tan próximos a las posturas progresistas de los “liberals” de la costa Este, insistían en decir que sólo se trataba de casos aislados e incluso que algunas condenas se habían efectuado en total ausencia de pruebas materiales.
Repasando los hechos tal y como se produjeron, y no tal y como los han venido deformando sistemáticamente, parece bastante evidente que, lejos de lo que tradicionalmente se ha descrito como una reacción histérica, había motivos racionales y fundados más que suficientes para articular mecanismos de defensa contra la infiltración comunista que se había convertido en un mal endémico durante el larguísimo mandato de Franklin D. Roosevelt, el presidente que gobernó con el apoyo de los sectores más izquierdistas de los EE.UU. y que vulneró con más frecuencia que ningún otro inquilino de la Casa Blanca todas las normas éticas y legales que tradicionalmente limitaban los poderes presidenciales[3]. A ningún otro presidente se le habrían consentido tantas transgresiones de leyes y principios básicos del ordenamiento constitucional, pero él fue el niño mimado de los “liberals” y de sus tremendamente eficaces terminales mediáticas[4]. Él les hacía el trabajo sucio y ellos le cubrían empleando toda la artillería pesada de su descomunal poder propagandístico. Cuando algunos de estos agentes comunistas fueron desenmascarados y el Comité de Actividades Antiamericanas demostró a la indignada opinión pública que la infiltración alcanzaba a altos responsables de la administración reclutados en la era Roosevelt, toda la progresía americana se volcó en una auténtica cruzada anti-McCarthy que consiguió primero su destitución y finalmente su ejecución secreta al más puro estilo comunista-estalinista. Pero todo esto no es más que un anticipo y volveremos a tratar en profundidad este episodio después de haber examinado cómo se llegó a él.
[1] Román Gubern, La caza de brujas en Hollywood, Anagrama, 1987.
[2] En esta línea crítica con la versión oficial procomunista conviene destacar la obra de Fernando Alonso Barahona, McCarthy o la historia ignorada del cine, Criterio Libros, 2001.
[3] “Muchas de las acciones de F.D. Roosevelt estaban en los límites de la constitucionalidad. Ningún presidente contemporáneo podría recurrir a los métodos de Roosevelt y seguir en el cargo.” (Henry Kissinger , Diplomacia, Ediciones B, 1996, p. 408).
[4] “Dos días después, F.D. Roosevelt ganó con una avalancha de votos en Estados Unidos, en una elección en que el voto judío cambió su tradicional fidelidad a los republicanos (y los socialistas) y se volcó en una proporción del 85 al 90 por ciento a favor de los demócratas.” (Paul Johnson, La historia de los judíos, Javier Vergara Editor, 1991, p. 485).
Me interesa mucho la serie y, por tanto, el tratamiento que se le puede dar al problema de la infiltración Comunista el la administración USA de la postguerra mundial. Es conocida la trascendencia que las "filias" prosoviéticas de los asesores del inválido y débil Franklin D. tuvieron en el resultado de las conferencias protagonizadas por los líderes del "mundo libre" y en la organización de la situación post - bélica. Animo al autor a continuar desenmarañando la madeja
ResponderEliminar