domingo, 24 de octubre de 2010

POLONIA TRAICIONADA. Cómo Churchill y Roosevelt entregaron Polonia a Stalin (V). Jorge Álvarez.

Los protectores de Polonia la abandonan a su suerte

El 1 de Septiembre, ante la negativa del gobierno polaco a negociar, la Wehrmacht invadió Polonia. El día 17, cuando los polacos se hallaban acorralados y al borde del colapso, los soviéticos invadieron el este del país hasta una línea de demarcación previamente pactada con los nazis que, más o menos, seguía la línea Curzon.


Ni Gran Bretaña ni Francia, los teóricos adalides de la independencia de Polonia, declararon la guerra a la Unión Soviética. Aunque nunca lo habían revelado a la opinión pública, las garantías de Chamberlain al gobierno polaco tenían también un protocolo secreto; Gran Bretaña se comprometía a garantizar la independencia de Polonia si ésta era atacada… por Alemania. En caso de agresión de un tercer país, el Reino Unido no asumía obligación alguna respecto a Polonia.

La hipócrita actitud de los británicos (los franceses por entonces se limitaban a copiar todo lo que hacían éstos) hacia Polonia y su teórico compromiso moral por la libertad de las pequeñas naciones volvieron a quedar en evidencia muy pronto. En Noviembre, los soviéticos invadieron Finlandia y en vano esperaron los ilusos que creían en la honestidad de la política exterior británica un movimiento enérgico frente a Stalin y en favor de los agredidos finlandeses.

En Londres se volvían a equivocar. Desde Whitehall estaban seguros de que Finlandia no resistiría y de que sería borrada del mapa en cuestión de días. También habían estado seguros de que Polonia podía resistir más de seis meses al ejército nazi.

Mientras Polonia había sido derrotada no en seis meses, sino en cinco semanas, Finlandia iba a resistir los ataques del Ejército Rojo durante casi cuatro meses, ante la pasividad de los anglofranceses, para alcanzar finalmente una paz muy honrosa, en la que tuvo que ceder territorios fronterizos, pero que no supuso la aniquilación que muchos habían visto como inevitable.

La declaración de guerra británica a Alemania se produjo el día 3 de Septiembre. Según todos los historiadores, cuando la noticia llegó a la Wilhemstrasse y Ribbentrop se la comunicó al Führer, éste quedó profundamente confundido y abatido. Unas horas después llegaría la declaración de guerra francesa, que después de la inglesa se esperaba en cualquier momento. Hitler, que había ido consiguiendo éxitos diplomáticos brillantes sin provocar una guerra contra las potencias occidentales, ahora afrontaba su primer gran fracaso. No había conseguido solucionar su contencioso con Polonia sin comprometer a Gran Bretaña en una guerra, como era su propósito declarado. Su confianza en que el tratado germano soviético tendría un efecto disuasorio en Londres resultó equivocada.
El mundo se lanzaba a una monstruosa guerra porque Gran Bretaña había dado garantías a Polonia de que la defendería en caso de ataque alemán, en la confianza de que tal compromiso disuadiría a Berlín de hacerlo.

Y también porque, Alemania había respondido a estas garantías alcanzando un acuerdo con la Unión Soviética que le guardaba las espaldas y neutralizaba a la única potencia con tropas en la zona que podía interponerse en sus asuntos con Polonia, en la confianza de que esta maniobra diplomática disuadiría a Gran Bretaña de entrar en una guerra por Danzig sin el apoyo ruso.

Ni los alemanes se dejaron impresionar por las garantías de Londres a los polacos ni los británicos renunciaron a ejercer sus garantías una vez Polonia fue atacada. Se trataba de una cuestión de prestigio para Chamberlain, al que habían acusado de cobarde en la crisis de Checoslovaquia y no estaba dispuesto a que se pusiese de nuevo en tela de juicio su gallardía y su firmeza. Y, cualquiera que conociese mínimamente a Hitler, podía haber supuesto que, igualmente su orgullo le impediría dar marcha atrás.

De manera, que sin acabar de explicárselo muy bien, Europa volvía estar en guerra porque un triunvirato de dictadores militares polacos no había accedido a devolver a un dictador alemán una ciudad totalmente alemana, prefiriendo aceptar el riesgo de perderlo todo y porque unos dirigentes demócratas decidieron apoyar incondicionalmente a los dictadores polacos, a los que consideraban inofensivos, frente al dictador alemán, al que temían. Polonia fue derrotada de forma fulminante, repartida entre alemanes y soviéticos y, aunque formalmente volvió a existir en 1945, no recuperó realmente su libertad hasta 1989.

En Polonia, las declaraciones de guerra a Alemania por parte de Gran Bretaña y Francia fueron ingenuamente acogidas con exultantes manifestaciones de júbilo popular. Ante las embajadas de estas naciones en Varsovia se congregaron miles de polacos que portaban banderas inglesas, francesas y ramos de flores. Todos pensaban que sus aliados, una vez declarada la guerra, acudirían de inmediato en auxilio de Polonia… Pero no fue así.[1]

Tal y como los ingenuos y arrogantes dirigentes de Polonia debían haber supuesto, el ejército alemán arroyó al polaco sin apenas darle oportunidad y mientras esto sucedía, las fuerzas armadas de Gran Bretaña y Francia no movieron un dedo para, al menos, intentar alguna maniobra de diversión en el frente occidental que pudiese distraer a algunas unidades alemanas alejándolas de los frentes de Polonia. Los polacos fueron abandonados a su suerte por sus teóricos aliados. Pero no sería la única vez que los británicos traicionarían su infundada confianza.

Polonia, como estado, volvió a desaparecer en Octubre de 1939. Toda la costa báltica así como los territorios aledaños a Posen (Poznan) y Breslau (Wroclaw) volvieron a soberanía alemana. Una zona similar al Gran Ducado de Varsovia de la época napoleónica al que los alemanes denominaron Gobierno General, aunque no fue anexionada al Reich, quedó convertida en una especie de protectorado alemán. El Este del país quedó bajo control soviético y la frontera se trasladó hacia el Oeste, más o menos siguiendo la Línea Curzon.

Esta frontera tampoco estaba destinada a durar mucho, puesto que, como ya hemos visto, en los planes de Hitler, Alemania debía extenderse hacia los territorios soviéticos de Bielorrusia y Ucrania.

Cuando la derrota total de Polonia era ya evidente, el general Sikorski abandonó el país y se trasladó a París donde formó un gobierno polaco en el exilio, presidido por él y que fue reconocido oficialmente por los aliados. Con la caída de Francia en la primavera de 1940 Sikorski y su gobierno se trasladaron a Londres. En Mayo Winston Churchill había sustituido a Chamberlain como primer ministro.

Justo en esos momentos, en los sombríos bosques de Bielorrusia, unidades del NKVD soviético estaban asesinando con disparos en la nuca a más de 20.000 oficiales y líderes polacos que se habían rendido al Ejército Rojo en Septiembre.


[1] Richard Overy, Op Cit, p. 115.

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