martes, 19 de octubre de 2010

POLONIA TRAICIONADA. Cómo Churchill y Roosevelt entregaron Polonia a Stalin (IV). Jorge Álvarez.

Chamberlain y las garantías unilaterales

Pero por aquel entonces la cuestión se fue complicando aún más con la actuación de la diplomacia británica. El Primer Ministro, Chamberlain, que había transigido con la anexión de los Sudetes por Alemania en la conferencia de Munich, recibió un aluvión de críticas en el Reino Unido cuando Checoslovaquia se desmoronó y los nazis declararon la parte checa Protectorado de Bohemia y Moravia. Los halcones germanófobos, encabezados por Winston Churchill, ya habían acusado a Chamberlain de haber claudicado en Munich. Mientras la mayoría de la población británica lo aclamaba por haber sabido solucionar una crisis que parecía conducir a una nueva guerra europea, Churchill le había espetado la famosa sentencia:

“A usted se le ha dado a elegir entre la guerra y el deshonor, usted eligió el deshonor y tendrá la guerra.”

La propaganda, que sigue en general imponiéndose a la Historia cuando se habla de la época del Tercer Reich, suele repetir esta frase como prueba de que Churchill tenía razón y de que cualquier negociación o concesión hecha a Hitler no servía para nada pues, como los hechos demostraron, al final llegó la guerra.

Lo que sí es cierto es que Chamberlain pasó a la historia como un apaciguador cobarde y un claro exponente de la claudicación deshonrosa ante la fuerza bruta mientras Churchill quedó retratado como un ejemplo de la moralidad más elevada, al demostrar firmeza y dignidad frente a la irracionalidad y la brutalidad del totalitarismo nazi. Precisamente porque en Marzo de 1939 la presión de Churchill y de los belicistas estaba ya dejando en muy mal lugar al Primer Ministro, éste decidió dar un giro radical a su política exterior.

Gran Bretaña siempre había desplegado una diplomacia que le garantizase su predominio como gran potencia marítima y que le asegurase su Imperio y las rutas estratégicas que lo comunicaban con la metrópoli. Las líneas maestras de esta diplomacia pasaban por buscar un equilibrio de poder en el continente y reservarse el derecho para intervenir en los asuntos europeos siempre en el momento oportuno, siempre dependiendo exclusivamente de sus propios intereses y sólo si éstos se veían seriamente amenazados y siempre eligiendo el bando o coalición que mejor preservase sus intereses imperiales. Hasta la crisis de Munich, Chamberlain había seguido la línea clásica. Checoslovaquia era un país que nunca había existido, había sido creado en las conferencias de paz de París por gracia de los franceses para debilitar la posición geoestratégica de Alemania de cara al futuro, la reclamación alemana de los Sudetes tenía bases más que sólidas, la república checoslovaca no representaba absolutamente nada para Gran Bretaña, no estaba en ninguna posición estratégica que resultase útil para el Imperio, Alemania no iba a convertirse en una amenaza mayor de lo que ya podía ser con la anexión de los Sudetes… En definitiva, no existía, en el asunto de Checoslovaquia ni una sola razón de peso según los cánones de la diplomacia tradicional británica que aconsejase al Reino Unido entrar en guerra. Las críticas de Churchill y de los halcones a la actitud conciliadora de Chamberlain en la Conferencia de Munich realmente se basaban en argumentos tradicionalmente ajenos a la diplomacia británica y, en general, a las relaciones internacionales. Realmente, Churchill estaba introduciendo en el debate de política exterior un elemento extraño e infrecuente; la moral.

Los argumentos críticos de los halcones, supuestamente basados en principios éticos tales como la defensa de una democracia frente a una dictadura, de una pequeña y modesta república frente a un enorme y codicioso imperio, de un país pacífico frente a una potencia militarista, tenían la virtud de llegar a calar en la opinión pública, habitualmente muy receptiva a este tipo de razones que parecen ser siempre más legítimas que las de la raison d’etat y la  realpolitik.

Cabe preguntarse si la introducción en el debate de política exterior de estos preclaros principios hubiese tenido la misma acogida en los medios de comunicación y en la opinión pública británica si en el centro de la polémica no hubiese figurado un régimen político como el de Hitler.

La realidad es que Chamberlain, acosado por los halcones moralistas y portador del estigma de contemporizador con la barbarie, decidió, como ya vimos, cambiar su estrategia en los asuntos europeos. Por esas fechas, el que fuera Secretario de Estado de Asuntos de los Dominios, Malcolm MacDonald, escribió:

“El primer ministro que antes fuera un fuerte partidario de la paz, definitivamente ha oscilado hacia el punto de vista favorable a la guerra.”

El 21 de Marzo Chamberlain, reunido con su homólogo francés Edouard Daladier, propuso un frente común entre Gran Bretaña, Francia y Rusia para garantizar la integridad de Polonia ante una eventual agresión alemana. Curiosamente, la iniciativa fue rechazada por los polacos, que se fiaban de los soviéticos menos que de los alemanes. A la propuesta de Chamberlain el mariscal Rydz-Smigly respondió:

“Con los alemanes nos arriesgamos a perder nuestra libertad, con los rusos perderemos nuestra alma.”

Lord Halifax entendió a la perfección la respuesta polaca:

“Hasta un conejo inteligente difícilmente aceptaría la protección de un animal diez veces mayor que él, que además tiene bien acreditados hábitos como los de la boa constrictor. [1]

Resultaba evidente que los polacos no querían ser protegidos por los rusos, porque los conocían bien. Pero tampoco querían ceder ni un milímetro con los alemanes. El problema es que en momentos de crisis tales como los de comienzos de la primavera de 1939, una nación como Polonia, no podía permitirse el lujo de rechazar las dos únicas opciones que le podían garantizar la subsistencia: convertirse en aliado de Alemania o de Rusia. Fuera de estas dos opciones, cualquier otra que se contemplase no sería realista. Porque ni Gran Bretaña ni Francia tenían la capacidad militar necesaria para ayudar a Polonia a tiempo si ésta era atacada repentinamente.

Ante la negativa de Polonia al plan de Chamberlain, lo normal es que éste hubiese intentado hacer entender a los polacos que si rechazaban el auxilio soviético ante un ataque alemán, Gran Bretaña y Francia, por su lejanía, difícilmente podrían acudir en su defensa a tiempo. Si el premier británico hubiese hablado con franqueza y realismo a sus protegidos polacos, tal vez éstos hubiesen aceptado una opción realista. Aceptar la protección de Francia, Gran Bretaña y la URSS o bien inclinarse por negociar con Hitler en base a las propuestas que les había presentado en Enero en Berchtesgaden.

Sin embargo, nada de esto ocurrió. El día 31 de Marzo, Chamberlain anunció en el Parlamento británico que el Gobierno de Su Majestad había dado a Polonia garantías de acudir en su ayuda si era atacada por el Reich alemán.

De golpe y porrazo, bajo la presión de quienes le acusaban de blando y contemporizador, Chamberlain había subvertido toda la tradición diplomática británica de siglos. Con el sorprendente compromiso de las garantías a Polonia, el Imperio Británico había vinculado su destino fatalmente a la voluntad de los dirigentes autocráticos de una nación recién creada, que carecían de tradición y de experiencia diplomática, repletos de efervescencia nacionalista y absolutamente alejados de los más elementales principios de realismo político. La que seguía siendo considerada por entonces mayor potencia mundial, había unido su destino, sin ninguna lógica ni contrapartida, al de un estado europeo novato que había nacido en una época convulsa gracias a una decisión política de terceros países, con fronteras no reconocidas con sus poderosos vecinos y militarmente imposibles de defender.

El prestigioso historiador británico sir Basil Liddell Hart escribió acerca de Chamberlain y de su espectacular cambio de rumbo:

“Es imposible saber cuál fue la principal razón, el impulso fundamental, que le empujó a semejante decisión: si la presión de la pública indignación inglesa, si su coraje por haber sido burlado por Hitler, o su humillación al sentirse en ridículo a los ojos de sus compatriotas.”

“(las garantías) fueron un gesto poco meditado que puso el destino de Gran Bretaña en manos de los dirigentes polacos, hombres de muy dudoso e inestable juicio.”[2]

El español David Solar también dejó constancia de esta apreciación al comentar la actuación de la diplomacia polaca durante estas decisivas jornadas:

“La investigación deja en mal lugar a Josef Beck, sin duda un patriota, pero un hombre de escasa perspicacia.”[3]

Y el historiador inglés Richar Overy no dudó en aceptar que:

“La guerra fue casi inevitable sobre todo por la intransigente negativa de Polonia a hacer la más mínima concesión a su poderoso vecino alemán.”[4]

De esta forma, Gran Bretaña había dejado la nada nimia decisión de entrar en una nueva guerra europea contra el Reich alemán en manos de una pequeña y remota potencia del Este de Europa que acababa de recuperar su soberanía después de más de 120 años de inexistencia. Si Polonia aceptaba negociar con Hitler, los británicos se mantendrían al margen. Si Polonia, por el contrario, rechazaba todas las propuestas alemanas arriesgándose a un ataque, y si éste finalmente se producía, los británicos se lanzarían a la guerra.

No hacía falta ser demasiado perspicaz para deducir que un compromiso de esta magnitud tan sólo podría servir para que los polacos, al sentirse respaldados por una gran potencia, perseverasen en su actitud negativa a realizar cualquier concesión a Alemania. Y tampoco resultaba difícil adivinar que el Reich alemán habría de entender las garantías británicas a Polonia como una intromisión inadmisible en sus relaciones bilaterales con una nación de su esfera de influencia. Como una provocación. No resulta difícil adivinar cuál habría sido la reacción del Reino Unido si un tercer país se hubiese intentado entrometer en las negociaciones del gobierno británico con Michael Collins y los nacionalistas irlandeses en 1921, o con los dirigentes hachemíes de Siria y Jordania por esas mismas fechas, o con los palestinos del mandato…

Para el orgullo de Hitler, el cheque en blanco que suponían las garantías británicas al gobierno polaco resultaba inaceptable. Los alemanes no lo entendieron como un aviso para salvaguardar la paz, sino como un desafío. Y realmente lo era. Hitler, como era fácil haber previsto, interpretó la jugada como una intolerable amenaza. Gran Bretaña se erigía en el paladín de Polonia, se entrometía en una disputa fronteriza bilateral que no le incumbía y alentaba a los polacos a no hacer ningún tipo de concesión a Alemania.

Duff Cooper, que había sido Primer Lord del Almirantazgo hasta la crisis de los Sudetes y que había dimitido en desacuerdo con la política adoptada en Munich por Chamberlain, no pudo dejar de expresar su asombro:

“Nunca antes en nuestra historia habíamos dejado en las manos de una de las más pequeñas potencias la decisión de si Gran Bretaña va o no va a la guerra.”[5]

Y según Richard Overy, acerca de Nevile Henderson, embajador británico en Alemania por aquellas fechas:

“Henderson nunca ocultó el hecho de que consideraba un error la garantía polaca ya que reducía por completo el margen de maniobra británico.”[6]

El historiador británico Michael Bloch, en su biografía de Von Ribbentrop afirmó algo muy parecido acerca de la declaración unilateral de garantías a Polonia:

“Esta apresurada declaración no tenía precedentes, en cuanto autorizaba a un gobierno continental a comprometer a Gran Bretaña en la guerra.”[7]

Y Henry Kissinger, el que fuera máximo responsable de la diplomacia norteamericana en los años setenta del pasado siglo opinó de forma parecida muchos años después:

“El gabinete británico, espoleado por la indignación pública y convencido de que una retirada debilitaría aún más la posición de Inglaterra, se negó a sacrificar más países, dictara lo que dictase la geopolítica.”

“Gran Bretaña, creyendo que el tiempo se le agotaba, tomó una decisión y anunció el mismo tipo de garantía continental de los tiempos de paz que había venido rechazando constantemente desde el Tratado de Versalles. Chamberlain, preocupado por los informes de un inminente ataque alemán a Polonia, no hizo siquiera una pausa para negociar una alianza bilateral con Polonia sino que redactó de su puño y letra una garantía unilateral a Polonia, el 30 de Marzo de 1939, y al día siguiente la presentó al Parlamento.”

“…Y, poco después, siguiendo el mismo razonamiento, se extendieron garantías unilaterales a Grecia y Rumanía.

Impulsada por la indignación moral y la confusión estratégica, Gran Bretaña dio así garantías a favor de estos países, cuando en la inmediata posguerra, los primeros ministros ingleses habían insistido en que no se podrían defender y no se defenderían.”[8]

La extraña decisión de poner el destino del Imperio Británico en la voluntad del triunvirato dirigente polaco fue, además, adoptada en base a simples rumores sin fundamento alguno acerca de un inminente ataque alemán y sin una información debidamente contrastada de sus implicaciones reales. Según Liddell Hart, cuando el gabinete de Su Majestad aceptó las garantías a Polonia propuestas por el atribulado Chamberlain, no había sido informado de la realidad militar. Poco después de haberse lanzado al vacío, el gabinete se enfrentó consternado al informe elaborado por la Junta de Estados Mayores que advertía de forma concluyente de que las fuerzas armadas británicas no tenían capacidad militar para brindar ningún tipo de apoyo a Polonia si ésta era atacada por el ejército alemán.

El gobierno de Chamberlain se abstuvo de hacer público este informe que revelaba hasta qué punto, la decisión de dar garantías a Polonia había sido una decisión, cuando menos, precipitada. Y, desde luego, tampoco le reveló a los polacos el contenido del mismo. Si el gobierno polaco hubiese sabido que en caso de ataque alemán el ejército británico carecía de capacidad para acudir en su auxilio, ¿habría mantenido su postura intransigente a las ofertas de negociación alemanas? ¿Por qué los británicos no fueron sinceros con los polacos diciéndoles que la garantía que les habían ofrecido públicamente no era más que un farol y que si los nazis no se lo tragaban Polonia quedaría abandonada a su suerte?

¿Tal vez Gran Bretaña quería la guerra tanto o más de lo que habitualmente se ha dicho que la quería Alemania?

El 6 de Abril Francia se sumó a las garantías de guerra británicas a Polonia. A primera vista podría parecer que los franceses sí podrían aportar alguna ayuda a Polonia si finalmente los alemanes se lanzaban contra ella. A diferencia de Gran Bretaña, que contaba con una fuerte marina y una aceptable fuerza aérea pero con un ejército de tierra bastante mejorable, Francia pasaba, según todos los analistas y expertos de la época, por ser la más impresionante potencia militar terrestre con cerca de 90 divisiones y casi 2.500 blindados. Y a diferencia del Reino Unido, los franceses no tenían que trasladar a sus fuerzas a través del Canal. Sin embargo, tampoco Francia tenía una capacidad para prestar a Polonia una ayuda significativa de forma inmediata en caso de que fuese atacada. En ningún caso el ejército galo estaría en condiciones de actuar de forma eficaz contra Alemania hasta dos semanas después de que se produjese el ataque a Polonia, en el mejor de los casos. El problema era que los franceses no tenían ninguna intención seria de atacar a Alemania, a la que temían. Pero tampoco se lo dijeron a los polacos. Henry Kissinger, escribió:

“La estrategia que Francia había adoptado era en realidad defensiva y no ofensiva, y obligaría a Polonia a soportar toda la furia del ataque alemán. Los dirigentes occidentales habrían debido saber que esta tarea estaba muy por encima de la capacidad de Polonia.”[9]

Espoleados por las garantías de las dos primeras potencias europeas la intransigencia de los polacos fue a más al tiempo que la paciencia de los alemanes iba a menos.

Los británicos y los franceses pronto cayeron en la cuenta de que sus garantías a Polonia no eran más que un brindis al sol, a menos que la Unión Soviética entrase en la jugada. A pesar de que los polacos habían manifestado de forma pública y oficial que no querían ser protegidos por los bolcheviques, Gran Bretaña y Francia intentaron un acercamiento a Moscú para atraer a Stalin al cerco diplomático contra el Tercer Reich. El problema con el que los diplomáticos anglofranceses se encontraron, es que los soviéticos, naturalmente, no iban a conceder garantías unilaterales a Polonia. Si se tenían que arriesgar a una guerra contra Alemania para defender a los polacos, no lo iban a hacer gratis. Dejemos una vez más Kissinger explicarlo:

“Por otra parte, si Gran Bretaña se concentraba en un pacto soviético, era seguro que Stalin exigiría su parte por ayudar a los polacos trasladando la frontera soviética hacia el Oeste, hacia la línea Curzon.”[10]

En 1939, el fantasma de la Línea Curzon había vuelto a aparecer. Los soviéticos nunca habían aceptado las fronteras del Tratado de Riga más que como una imposición. Ahora la diplomacia británica se hallaba de nuevo ante la realidad que había intentado no ver. Polonia era débil, sus fronteras no eran reconocidas por sus poderosos vecinos y Gran Bretaña, si quería evitar que Alemania se llevase un bocado polaco por el Oeste, tendría que acceder a que Rusia se llevase su bocado por el Este.

Como no podía ser de otra manera, la demencial política exterior de Chamberlain, que acudía a implorar ayuda a Moscú, sin poder ofrecer nada de interés a cambio, sólo sirvió para que Stalin percibiese la debilidad y la desesperación de Gran Bretaña y para que se diese cuenta de que el gobierno de Su Majestad intentaba comprometer a la URSS en una alianza que podía llevarla a una guerra contra el Reich en la que los británicos, desde la seguridad de sus islas, asistirían al choque de los ejércitos ruso y alemán.

Stalin sacó una clara conclusión de lo que estaba pasando, mucho más lógica y realista que la de los aliados occidentales. Las garantías británicas y francesas habían reforzado la intransigencia de los polacos frente a las propuestas de negociación de Hitler y harían la guerra inevitable. Por lo tanto la suerte de Polonia estaba echada. Los británicos, conscientes de que no tenían capacidad militar para cumplir su compromiso público con Polonia, intentaban liar a la Unión Soviética a espaldas de los polacos y sin poder ofrecerle nada realmente interesante a cambio. Resultaba evidente para Stalin que Chamberlain le estaba tomando por tonto. Pretendía convencerle de que debía luchar por Polonia, pero no era capaz de plantearle ninguna ventaja práctica que pudiera obtener la URSS al aceptar tal compromiso. La conclusión parecía clara, Chamberlain se había metido en un lío, no sabía cómo salir de él y había tenido la ocurrencia de intentar convencer a los bolcheviques de que luchasen por Polonia… para salvaguardar el prestigio británico. Según los negociadores ingleses intentaban explicar a los soviéticos la jugada, más cuenta se iba dando Stalin de que con quien había que negociar era con los alemanes. Los únicos que podían ofrecerle algo y, además, a cambio de no hacer nada.

El 28 de Abril de 1939 Hitler insistió en atraer a los polacos a una negociación acerca del corredor y Danzig. Pero fue en vano.

Casi a la vez, Alemania y la Unión Soviética comenzaron a ponderar la posibilidad de intentar un acercamiento. Para Hitler, llegar a un acuerdo con Stalin que le dejase las manos libres en Polonia sin miedo a tener que luchar antes de tiempo contra la Unión Soviética, resultaba prioritario y equivalía a devolverle a franceses y británicos la bofetada de sus garantías a Polonia. Stalin ya había llegado a la conclusión de que los alemanes eran los únicos que podían ofrecerle algo sustancioso. Y, mientras los británicos apenas le ofrecían nada de interés a cambio de entrar en guerra contra Alemania, ésta le iba a ofrecer mucho a cambio de no hacer prácticamente nada.

Chamberlain había condenado irremisiblemente a Polonia para salvar su prestigio político y el de su gabinete ante la opinión pública. Polonia no quiso devolver a Alemania una ciudad alemana, ni acceder a la construcción de una carretera y una vía férrea que atravesase el corredor. Ni Danzig era tan importante para Polonia, pues ya estaba construyendo justo al lado la ciudad portuaria de Gdansk, ni suponía ninguna afrenta a su soberanía acceder a la construcción de unas vías terrestres que pudiesen unir las dos partes de Alemania que habían quedado separadas por los acuerdos de Versalles. Hitler estaba realmente ofreciendo a Polonia el reconocimiento de unas fronteras que habían sido inasumibles por los gobiernos alemanes anteriores a cambio de algo que para los polacos representaba muy poco. Danzig jamás había sido una población polaca.

Gracias a las garantías de Chamberlain los dirigentes polacos eligieron ir a la guerra en lugar de efectuar unas concesiones nimias y con su decisión arrastraron al Imperio Británico y a Francia a convertir una guerra fronteriza en el Este de Europa, una zona de disputas territoriales crónicas, en el casus belli para una nueva guerra europea que enseguida se tornaría mundial.

El 11 de Agosto de 1939 Hitler le confesó al Alto Comisionado de la Sociedad de Naciones en Danzig:

“Todo lo que emprendo va dirigido contra Rusia. Si Occidente es demasiado estúpido o demasiado ciego para no comprenderlo, me veré obligado a llegar a un entendimiento con los rusos, a aplastar a Occidente y luego, tras su derrota, a volverme contra la Unión Soviética con todas mis fuerzas unidas.”[11]

El 24 de Agosto Molotov y Von Ribbentrop firmaban el acuerdo germano soviético. El Tratado de no agresión, como es sabido, tenía un protocolo secreto por el que Alemania y la URSS se repartían el control de enormes territorios en el Este de Europa. Hitler prácticamente le concedió a Stalin cuanto solicitó, pues tenía muy claro que en el momento oportuno se lo iba a arrebatar para construir en esos territorios su proyectado imperio colonial continental, a prueba de bloqueos navales anglosajones.


[1] Patrick J. Buchanan, Churchill, Hitler and the unnecessary war. How Britain Lost Its Empire and the West Lost the World, 2008, Crown Publishers, p. 253.
[2] Basil Liddell Hart, Historia de la Segunda Guerra Mundial, 2005, Caralt, p. 26.
[3] David Solar, 1939, La venganza de Hitler, La esfera de los libros, 2009, p.245.
[4] Richard Overy, Op. Cit., p. 15.
[5] Patrick Buchanan, op. cit., p.256.
[6] Richard Overy, Op. Cit., p. 68.
[7] Michael Bloch, Ribbentrop, Javier Vergara Editor, 1994, p. 229.
[8] Henry Kissinger, Diplomacia, Ediciones B, 1996, p. 359.
[9] Henry Kissinger, op.cit., p. 360.
[10] Henry Kissinger, op.cit., p. 359.
[11] Henry Kissinger, op.cit., p. 363.

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