EL “PUEBLO ELEGIDO” Y SUS ORÍGENES INCIERTOS
¿EXISTIÓ EL ÉXODO?
¿SE CONOCIERON MOISÉS Y JOSUÉ?
“Moisés, viendo que el pueblo estaba sin freno, pues se lo había quitado Aarón, haciéndole objeto de burla para sus adversarios, se puso a la entrada del campamento y gritó: “¡A mí los de Yahvé!” Y todos los hijos de Leví se reunieron en torno de él. Él les dijo: “Así habla Yahvé, Dios de Israel: Cíñase cada uno su espada sobre su muslo, pasad y repasad el campamento de la una a la otra puerta y mate cada uno a su hermano, a su amigo, a su deudo.” Hicieron los hijos de Leví lo que mandaba Moisés, y perecieron aquel día unos tres mil del pueblo. Moisés les dijo: “Hoy os habéis consagrado a Yahvé, haciéndole cada uno una oblación del hijo y del hermano; por ello recibiréis hoy bendición.” (Éxodo, 25-29)
Sabemos hoy que los antepasados de los judíos eran un pueblo semítico que vagaba de forma intermitente por las tierras altas de Canaán hace cinco mil años, en el período del Bronce. Estas sierras interiores comprendidas entre el litoral costero y el valle del Jordán vieron los primeros asentamientos de los primitivos hebreos. En el Canaán bíblico, la Tierra Prometida de la que “manaba la leche y la miel” vivían otros grupos semíticos que habían desarrollado una civilización superior y que ocupaban las fértiles llanuras costeras protegidos por las murallas de sus diferentes ciudades estado que salpicaban la zona. Para estos Cananeos, también semitas, los habitantes de las agrestes tierras altas no eran seguramente más que unos nómadas atrasados con los que frecuentemente comerciaban intercambiando sus productos elaborados por leche, pieles o carne de los rebaños. Es también muy probable que en momentos de crisis los futuros hebreos efectuasen incursiones de pillaje en los territorios más ricos de sus parientes cananeos, aunque nunca podían amenazar seriamente sus ciudades amuralladas. Los hebreos, a diferencia de los cananeos que habían superado la etapa de la organización tribal, estaban a buen seguro divididos en muchas tribus o clanes diferentes que si bien en ocasiones podían juntarse para afrontar algún desafío común, en otras, probablemente las más, peleaban entre ellas. Las tribus hebreas compartían antepasados comunes, idioma y con el tiempo, compartirían también una religión similar. Poco sabemos de la religión de estos pastores antes de que acogiesen el monoteísmo. Por entonces es casi seguro que adorarían a un buen número de dioses y diosas variopintos tal y como hacían sus sofisticados parientes cananeos. El proceso a partir del cual estas tribus desarrollaron una religión tan particular y tan diferente de las que en esas fechas existían en la zona es difícil de saber pero es muy probable que se parezca bastante poco al que relata la Biblia. Sí parece en cambio probable, que algún grupo o individuo carismático, en algún momento próximo al siglo XIV o XIII antes de Cristo liderara esta renovación religiosa. Este núcleo de yahvistas, tal vez liderados por algún profeta, el Moisés de la Biblia , sería pues el impulsor de una reforma que iniciaría una transición hacia la religión monoteísta que desembocaría, después de un proceso bastante más largo y complejo del que describe La Biblia , en la religión judía. Los relatos bíblicos sobre Abraham, Isaac y Jacob y la primera alianza de los patriarcas con Yahvé, seguramente no son más que una leyenda sobre los ascendientes comunes de las tribus hebreas destinada a dar cohesión social al grupo y facilitar la aceptación por todos de la nueva religión mosaica como algo propio. Toda la historia de los patriarcas no es más que un relato sin base histórica y que por tanto, no merece, en un libro de Historia, más atención que la que ya ha recibido.
Todo lo que da pie al relato veterotestamentario del Pentateuco es realmente la figura de Moisés. Es él y el grupo que él dirige, quien motiva la escritura de La Biblia. [1]Y es sin duda la reforma religiosa acaecida posiblemente en el siglo XIII a.C. y atribuida a Moisés lo que impulsó, varios siglos después a algunos de sus seguidores a recopilar y escribir, con las manipulaciones groseras que iremos viendo más adelante, la narración que hasta entonces se había ido transmitiendo oralmente y que con el tiempo se convertiría en el libro sagrado de millones de fieles de diferentes religiones.
Resulta difícil saber con certeza quién fue Moisés pues no existe ninguna referencia a él que no sea bíblica. Posiblemente haya alguna base auténtica en el relato bíblico, pero es también seguro que la mayor parte de éste carece por completo de solidez histórica. Si realmente llegó a existir, lo más probable es que el personaje en cuestión era originario de una cultura más desarrollada, la egipcia, en la que además, tal y como describe el Éxodo, pudo haber conseguido alcanzar alguna dignidad de cierta importancia. Fuera quien fuese el individuo, lo único que está claro es que concibió un credo religioso que alcanzó una aceptación bastante fuerte entre algunas de las tribus nómadas de la zona. En cualquier caso, lo más probable es que el sacerdote Moisés, por razones que se nos escapan, se convenció a sí mismo de la existencia de un Dios todopoderoso pero no único y trasladó esta creencia a un número incierto de individuos de alguna o algunas tribus de nómadas semitas[2]. Los estudios actuales parecen inclinarse por la idea de que Moisés no era el monoteísta que aparece retratado en la Biblia. Según esta teoría, lo que él predicó no fue la existencia de un único Dios, sino la de un dios superior en poder y dignidad a todos los demás dioses. La realidad es que, siglos después, las tribus hebreas establecidas por fin en Canaán, seguían practicando el politeísmo y junto a Yahvé como divinidad suprema, adoraban a otros dioses menores. Fue un lento proceso posterior el que condujo a estas tribus al monoteísmo, proceso en el que tres hechos juegan un papel determinante:
· la predicación de los profetas, que si bien no consigue acabar con el politeísmo sí parece frenar la tendencia al abandono del culto a Yahvé,
· la “oportuna” y misteriosa aparición del “Libro de la Ley ” en el transcurso de unas obras en el Templo de Jerusalén allá por el año 622 a .C., durante el reinado del joven rey Josías y que dio lugar a la reforma que lleva su nombre,
· la consolidación de esta reforma después del exilio babilónico.
Pero antes de llegar a analizar estos hechos, debemos retomar a los hebreos en su salida de Egipto.
El relato bíblico del Éxodo no tiene que ver prácticamente nada con la realidad de los hechos. Como veremos más adelante, este relato fue manipulado por la clase sacerdotal del Templo de Jerusalén cinco o seis siglos después de que tuviesen lugar los hechos que narra. El problema es que, como fuera de la Biblia no hay absolutamente ninguna otra fuente que hable de este episodio, es muy difícil saber cómo sucedió en realidad. Según el propio libro del Éxodo salieron de Egipto más de seiscientos mil hebreos varones en edad de empuñar armas. Si añadimos ancianos, niños y mujeres, fácilmente deberíamos aceptar que partieron de Egipto del orden de cuatro millones de hebreos a las órdenes de Moisés. Además, el mismo libro sagrado nos aclara que con ellos partieron numerosos rebaños. Es evidente que estas cifras son irreales. Más si pensamos que esta muchedumbre deambuló durante 40 años por un inhóspito secarral. Además, una súbita migración de tales características habría dejado numerosas huellas arqueológicas, que, sin embargo, no existen ¿Cuántos hebreos, si es que eran hebreos, pues, salieron de Egipto con Moisés? Imposible de saber, pero en buena lógica, de haber algo de cierto en esta tradición, se trataría de un número más bien insignificante.
Sin embargo, una lectura atenta del Pentateuco, sin perder de vista que fue escrito casi íntegramente durante el reinado de Josías en el siglo VII a. C., nos permite aventurar hipótesis bastante fiables acerca de cómo se desarrolló este hito fundamental de la historia judía que es el Éxodo.
Una de estas hipótesis es que Moisés liderara un clan de sacerdotes que, o bien fue expulsado de Egipto por predicar contra la religión oficial, o bien decidió exiliarse por voluntad propia, para predicar una nueva religión entre gentes más receptivas que los egipcios. Este pequeño grupo, unos pocos miles, más probablemente unos pocos centenares, comandados por Moisés y su hermano Aarón, se adentró en el Sinaí. Podemos suponer con bastante certeza que estos predicadores errantes eran los levitas de la Biblia. Este grupo, en algún momento difícil de precisar, se encontraría con alguna de las tribus que se había establecido en las tierras altas de Palestina. Se trataría de las tribus cuyos asentamientos se hallaban más al Sur, y que según la tradición bíblica serían Judá y probablemente Simeón. Y fueron estas tribus las que acogieron a los levitas, las que recibieron su mensaje, las que sellaron la Alianza con el todopoderoso Yahvé y las que recibieron la Ley de manos de Moisés. La tribu de Judá, la principal entre las tribus hebreas en cuanto a número, se constituiría con el paso del tiempo en el núcleo duro de la nueva religión, el yahvismo.
Por entonces, las restantes tribus hebreas, las del Norte, las que formaban la confederación israelita, ya hacía tiempo que habían conseguido establecerse en Canaán, probablemente lideradas por la tribu de Efraim y supuestamente acaudilladas por Josué. Los hebreos, como ya vimos, se hallaban pues asentados en las tierras altas. Sin embargo, los últimos hallazgos arqueológicos permiten asegurar que, por las fechas en las que se debió producir el éxodo, en estas sierras interiores de Palestina ya había asentamientos de dos comunidades similares pero diferenciadas, la del Norte y la del Sur. La muy posterior redacción de las tradiciones orales de la conquista de Canaán por los sacerdotes del Templo unificó a ambos grupos, los israelitas de Josué y los yahvistas de Moisés en el Éxodo y en la conquista de Canaán. Sin embargo, por la época en la que la Biblia nos narra la conquista de la Tierra Prometida por todos los israelitas unidos bajo la fe de Moisés y el liderazgo de Josué, los yahvistas desempeñaban un papel insignificante entre los israelitas. En el Libro de los Jueces, aparece un pasaje revelador, El Cántico Triunfal de Débora[3], seguramente uno de los más antiguos de la Biblia , que sugiere una realidad muy distinta. En este himno triunfal, que canta una gran victoria israelita sobre los cananeos, se mencionan con orgullo las seis tribus que intervinieron en los combates pero también se mencionan críticamente las cuatro tribus que permanecieron ajenas[4]. Diez en total. Lo curioso es que las tribus de Judá y Simeón (y Leví) no aparecen en el Cántico Triunfal, no son ni tan siquiera mencionadas, ni para elogiar su bravura ni para reprocharles su ausencia. Es bastante evidente que estas dos (o tres, con los levitas) tribus, las de la tradición yahvista, a pesar de lo que los sacerdotes redactores intentan hacer creer, no formaban parte de esa supuesta confederación israelita por aquel entonces.
La otra hipótesis sugiere que Moisés nunca existió y que se trata, por tanto, de un héroe legendario a la manera de Aquiles o Ulises. No obstante, para que bajo el reinado de Josías en el siglo VII se pudiese compilar esta leyenda, parece lógico pensar que debía tener algún origen remotamente histórico. Ya vimos que en el Pentateuco se admite la existencia de antiguas tradiciones orales como “J” y “E”. Una explicación del origen de una salida de un pueblo semítico de Egipto hacia Palestina se podría encontrar en la expulsión de los hicsos. Los estudios actuales han identificado a los faraones de la XV dinastía con la dominación en Egipto de los hicsos. Y de igual manera se ha comprobado que éstos eran semitas cananeos que se establecieron en Egipto en un proceso migratorio. Los hicsos llegaron a gobernar cerca de un siglo, aproximadamente entre 1670 y 1570 a . de C. En esta fecha los faraones intrusos y sus seguidores fueron expulsados por la fuerza y hubieron de efectuar el camino de vuelta a Canaán, su tierra de origen. Es por tanto posible que entre los cananeos se fraguase a partir del siglo XVI a. de C. algún tipo de leyenda sobre la dominación y la expulsión de Egipto de un numeroso grupo de sus antepasados que había llegado a reinar sobre el país del Nilo. De aquí podrían proceder los relatos verbales que luego se compilarían por escrito bajo el reinado de Josías en el siglo VII a de C. Y no resulta extraño que los relatores de estas leyendas creasen personajes míticos, caudillos religiosos o guerreros como Moisés y Josué para dotar a estas historias de mayor dramatismo y hacerlas más inteligibles para los pastores nómadas que se juntaban a escucharlas junto a las hogueras.
En definitiva, sea cual sea la hipótesis más próxima a la realidad, lo que no admite ninguna duda desde un punto de vista histórico y arqueológico es que la historia del Éxodo y de la conquista de Canaán tal cual las relata la Biblia son pura ficción. Los primeros israelitas no fueron invasores extranjeros. Por las fechas en las que se supone que ocurrieron estos hechos no hay una sola evidencia arqueológica que confirme un peregrinaje a través del Sinaí ni una posterior conquista procedente de Egipto. En cambio sí sabemos que por entonces, el final del Bronce Reciente y el comienzo de la 1ª Edad del Hierro, en las tierras altas de Canaán, en las agrestes sierras del interior, ya existían los asentamientos de los primitivos reinos de Israel, al Norte y de Judá al Sur, que el del Norte estaba más poblado y más evolucionado y que las relaciones entre ambas comunidades eran escasas y que la rivalidad entre ellas superaba con creces a la cooperación[5].
La historia de los judíos es la de una permanente rivalidad, muchas veces sangrienta, entre las tribus del Norte y las del Sur. Éstas, con Judá a la cabeza, eran las que habían adoptado la religión yahvista y la ley mosaica. Las tribus del Norte adoraban a diferentes divinidades cananeas en altares de sacrificios dispuestos en lugares altos salpicados por su territorio. Y los levitas, aliados de Judá, con su irrenunciable vocación proselitista, se infiltraron entre estas tribus de vecinos idólatras para convertirlos a la fe verdadera.
[1] Los judíos atribuyen a Moisés la escritura, en hebreo, del entero Pentateuco al igual que las sectas calvinistas y creacionistas, sobre todo en Estados Unidos. Poco les importa que en la época en la que se supone que vivió Moisés, no existiese la escritura en hebreo. La Iglesia católica y otras confesiones protestantes (luteranos, episcopalianos) no tienen problemas en admitir que el Pentateuco está compuesto por distintas fuentes y en consecuencia por varios autores, aunque consideran a Moisés el impulsor espiritual del mismo.
[2] No sabemos con exactitud cual fue la época de Moisés. Los ortodoxos que quieren creer la historicidad del Pentateuco la sitúan en el siglo XIII a.C. Pero según muchos otros expertos bien pudo haber ocurrido en el siglo XIV. Si esta última hipótesis es cierta, y es muy probable que lo sea, podemos deducir que Moisés y sus fieles bien pudieron ser seguidores egipcios y exiliados del recién proscrito culto de Atón. O si se produjo antes, altos dignatarios de la dinastía de los hicsos, violentamente expulsados en el siglo XVI.
[3] Jueces 5, 14-18
[4] Se mencionan, por este orden, Efraím, Benjamín, Maquir (Manasés), Zabulón, Isacar, Rubén, Galad, Dan, Aser y Neftalí.
[5] (Israel Filkenstein y Neil Asher Silberman, La Biblia desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados. Siglo XXI de España Editores, 2007).
Filkenstein es director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y Silberman es profesor de Historia en el Ename Center for Public Archaeology and Heritage Presentation de Bélgica. Esta obra es, desde mi punto de vista, absolutamente definitiva para comprender los orígenes históricos del pueblo judío.
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