Cuando a finales de julio
de 1944 los aliados anglosajones consiguieron romper el frente de Normandía y
destruyeron a una parte considerable de las fuerzas alemanas del noroeste de
Francia, pudieron comprobar con una mezcla de asombro y alivio, que detrás de
aquel dispositivo defensivo tan tenaz que la Wehrmacht había montado en el bocage normando, no había nada. Detrás
de la primera línea defensiva no había otra segunda línea, como ocurría en
Italia, ni había reservas. El frente alemán en el noroeste de Europa, a
mediados de agosto, después de la batalla de la bolsa de Falaise, simplemente
se desintegró. En menos de dos semanas el ejército anglocanadiense de
Montgomery estaba en Bélgica y las
fuerzas de Patton en Metz, al lado de la frontera alemana.