viernes, 22 de octubre de 2010

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (VI). Jorge Álvarez.

EL RETORNO DEL EXILIO Y LA DERIVA XENÓFOBA
LA EDAD DORADA SADOQUITA

“Hemos pecado contra Dios tomando mujeres extranjeras de entre los pueblos de esta tierra, pero Israel no queda por esto sin esperanza. Hagamos pacto con nuestro Dios de echar a todas esas mujeres y a los nacidos de ellas, según el parecer de mi señor y de cuantos temen los mandamientos de nuestro Dios, y que se cumpla la Ley”.
(Esdras 10, 2-3)

“Con toda tu alma honra al señor
y reverencia a los sacerdotes.
Con todas tus fuerzas ama a tu Hacedor
y no abandones a sus ministros.
Teme al Señor y honra al sacerdote.
Y dale la porción que te está mandada.
(Eclesiástico 7, 31-34)


A principios del siglo VI a.C. Jerusalén fue tomada y con su Templo, destruida y saqueada. Este episodio pone fin a una etapa de la Historia judía, la del primer Templo. Las clases dirigentes judías fueron deportadas a Babilonia. ¿Cuántos judíos fueron llevados allí? Es absolutamente imposible saberlo. No existen fuentes históricas fiables que permitan determinar el número. Algunos autores sugieren que debieron ser unas pocas decenas de miles. En cualquier caso, lo realmente importante, es que los deportados fueron los dirigentes políticos, religiosos, culturales y económicos. Servidores de la corte, ministros, militares, escribas, sacerdotes, terratenientes… En Judá permaneció un número muy superior de judíos pertenecientes al pueblo llano. Los deportados constituían las élites dirigentes y el núcleo duro yahvista.

Contrariamente a lo que pudiera parecer lógico para la época, los babilonios no se comportaron cruelmente con los deportados. De hecho, cuando se les autorizó a volver, fueron más lo que optaron por permanecer en los valles inferiores del Tigris y del Éufrates en los que habían prosperado, que los que decidieron retornar a la añorada Jerusalén. El famoso novelista judío-americano Howard Fast escribe así sobre el exilio:

“Los cautivos judíos fueron, sin embargo, tratados con amabilidad y consideración. […] Una vez en Babilonia se construyeron casas para ellos y se les dieron parcelas de tierra para el cultivo. Se les concedieron frutales y viñas y se les permitió quedarse con el oro y las joyas que habían traído de Jerusalén.”[1]

Durante este benévolo exilio los deportados yahvistas, imbuidos del espíritu de la reforma de Josías, perseveraron en sus creencias, las radicalizaron y aguardaron pacientemente el día del retorno. Se habían llevado con ellos el “Libro de la Ley”, es decir, el texto yahvista compuesto por los sacerdotes liderados por Helcías bajo el reinado del ingenuo Josías y que había alcanzado enorme prestigio y autoridad en los años siguientes a su “providencial” hallazgo y otros textos históricos y proféticos compuestos después de la reforma.

El exilio de la minoría dirigente yahvista supuso una liberación para la mayoría de los israelitas, que nunca habían acabado de aceptar el credo fanático y excluyente de aquella. La mayoría del pueblo llano de Israel–Judá, permaneció en sus tierras. ¿Qué le ocurrió a esta población durante los setenta años de deportación de sus élites dirigentes? Como la Biblia la escribieron estos últimos, nada cuenta de lo que acaeció en su país en ese período. Pero, por las descripciones bíblicas que nos describen el panorama que hallaron los yahvistas al regresar a su añorado hogar, podemos hacer una reconstrucción bastante aproximada de lo que ocurrió en Samaria[2] durante el exilio de los judíos yahvistas en Babilonia.

Privados de los pelmazos levitas, profetas y sacerdotes, los israelitas de a pie, los samaritanos, vivieron en sus tierras practicando, como siempre habían hecho, sus cultos sincréticos, en parte yahvistas, pero no monoteístas. Aceptaron, como siempre habían hecho, dioses y prácticas religiosas de su entorno, y aceptaron, también como siempre habían hecho, los matrimonios con los habitantes de los pueblos vecinos, hermanos de raza. Y los judíos del pueblo llano que no habían sido deportados, permanecieron en la desolada Jerusalén y en sus alrededores. La dominación babilonia, permisiva con las creencias de los pueblos sometidos, era, a buen seguro, menos agobiante que el yahvismo puritano que habían padecido en los últimos años a manos de los exiliados, a los que no debieron echar de menos ni un instante.

Mientras la libertad volvía a Israel, los exiliados, seguían cultivando obsesivamente el yahvismo. Dos profetas de la época del exilio resultaron determinantes para que esta minúscula comunidad de deportados siguiese practicando y radicalizando su particular y excluyente religión. El primer líder espiritual de la comunidad fue Ezequiel. Era un miembro del clan sacerdotal que siguió infundiendo yahvismo a los deportados. En sus peroratas megalómanas abogaba por la restauración de una teocracia directamente dirigida por un sacerdote de la casa de Sadoc, es decir, de su propia estirpe, con un Templo restaurado y con un culto bien orquestado por los sacerdotes sadoquitas[3]. Está considerado el precursor de lo que ya podríamos llamar técnicamente judaísmo. El segundo gran profeta del exilio es el “Segundo Isasías”, o Deuteroisaías, con el que de forma totalmente explícita se establece el monoteísmo, ya presente desde la reforma de Josías. También es el padre espiritual del racismo omnipresente en la religión judía. Las enseñanzas de estos dos sujetos y los libros religiosos que fueron compuestos en Babilonia y después incorporados al canon bíblico, conformaron la doctrina oficial que los judíos retornados del exilio babilónico impusieron a su regreso a Jerusalén. Los nueve rollos manuscritos que portaban a su regreso a la añorada Sión eran: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Samuel, Reyes, textos proféticos y salmos. Los sacerdotes y escribas deportados habían compuesto durante el cautiverio, siguiendo el espíritu deuteronomista de la reforma de Josías, el sustrato principal de lo que habría de convertirse en la TANAK judía y en el Antiguo testamento cristiano.

En el año 538 a.C. los persas invadieron Babilonia y acabaron con el imperio Caldeo. El rey Ciro permitió a los exiliados regresar a Jerusalén y les otorgó autoridad para restablecer allí la comunidad judía en torno a Jerusalén y al Templo. No sabemos el número de judíos que regresó del exilio[4]. Pero sí sabemos por fuentes históricas extrabíblicas que la mayoría de los exiliados había prosperado en Babilonia lo suficiente como para preferir la permanencia en su nuevo hogar que el regreso a la tan “añorada” Sion. Es pues fácil deducir que los exiliados que optaron por el regreso debían ser una extraña mezcla de los menos favorecidos con los más fanáticos yahvistas y los más aventureros. No obstante, los judíos pudientes que permanecieron en Babilonia, apoyaron económicamente la empresa de los que regresaban.[5]

El primer aluvión de exiliados, encabezado por Sesbasar y rápidamente reemplazado por Zorobabel, se encontró con la indiferencia de los judíos, y con la hostilidad de los samaritanos. Jerusalén seguía en ruinas, prueba palpable del poco aprecio que los que se quedaron sentían por el santuario yahvista. El antiguo reino de Judá, ya de por sí pequeño, se había reducido aún más por el establecimiento de samaritanos en sus tierras del norte y por el avance desde el Sur de los edomitas o idumeos. Prácticamente se limitaba a Jerusalén y a algunas aldeas circundantes. A pesar de todo, los recién llegados se propusieron reconstruir el Templo y las murallas. Tanto a Sesbasar como a Zorobabel se les supone descendientes del rey de Judá Joaquín y por tanto, descendientes de David. Además, durante el exilio babilónico, ambos debieron alcanzar cierta importancia como funcionarios públicos. Estas dos condiciones los hacían en principio idóneos para la misión de reconstruir la comunidad de Jerusalén. Sin embargo fracasaron. La auténtica restauración habría de llegar más de medio siglo después[6] de la mano de Nehemías y sobre todo de Esdras, considerado de alguna forma, el fundador del judaísmo “moderno”.
El relato bíblico es cronológicamente muy confuso en este período[7]. Casi todos los expertos están hoy de acuerdo en que la Biblia invierte el orden al relatar las misiones de Esdras y Nehemías. Casi con total seguridad, Nehemías precedió a Esdras y fue éste quien culminó la restauración de la autoridad yahvista en Jerusalén.

Tanto uno como otro fueron enviados por los monarcas persas para tratar de restablecer el orden en lo que había sido el reino de Judá y fue Esdras quien culminó la misión. Esdras, descrito en la Biblia como sacerdote y escriba, llegó a Jerusalén con poderes de ministro para asuntos judíos y acompañado de un séquito de sacerdotes y levitas. Portaba una gran cantidad de oro y objetos valiosos donados por la comunidad judía babilonia.

Lo que se encontró a su llegada le disgustó profundamente. No le sorprendió, pues no lo ignoraba, que los humildes habitantes de Jerusalén que habían permanecido allí durante el exilio no fueran fieles observantes del yahvismo, pero sí le alarmó comprobar cómo los judíos que habían regresado del exilio con la primera oleada de Sesbasar y Zorobabel, y sus descendientes, estaban también alejándose de la ortodoxia. Esdras era un fanático partidario de la Ley, es decir, de los textos escritos en Babilonia por la comunidad sacerdotal deportada, de la que él, como hemos visto, formaba parte.

Una lectura de los dos libros de Crónicas (o Paralipómenos), insertados entre el segundo libro de los Reyes y los dos de Esdras, nos permiten, sin lugar a la duda, entender la deriva deuteronomista-sacerdotal que se impuso finalmente como la ortodoxia de una religión que nunca fue mayoritariamente aceptada por el pueblo. Una religión autoritariamente impuesta por la oligarquía. En las Crónicas, una reescritura resumida de los libros históricos, la oligarquía exiliada vomitó todo su sectarismo racista, clasista y xenófobo con descaro. Y la misión de Esdras impuso esta visión sectaria.

Esdras, un individuo que inyectaba odio en todas sus acciones, en todas sus palabras y en todos sus gestos, es, sin lugar a dudas, el padre espiritual del judaísmo. Él impuso la Ley. El problema de esta Ley es que

·         era desconocida por la mayoría de los habitantes de Judá que no habían sido deportados, por la sencilla razón de que fue escrita  por los exiliados,
·         y había sido olvidada por los primeros exiliados retornados, que se habían mezclado, ingenuamente, con los no deportados y con los samaritanos.

Esdras estaba decidido a acabar con esta situación. Según la propia Biblia relata, imbuido del espíritu de Yahvé, decidió hacer aún más pequeño de lo que ya era al “pueblo elegido”[8]. Reunió a los varones de Jerusalén y les obligó a repudiar a sus mujeres no judías y a los hijos nacidos de ellas. Según la Biblia, los varones obedecieron convencidos de su iniquidad. Podemos imaginar que la realidad fue otra. Los hombres judíos que habían contraído matrimonio con mujeres gentiles y habían tenido hijos con ellas, no debieron renunciar a ellos dócilmente. Fue la imposición de Esdras, recordémoslo, un funcionario del rey Artajerjes, la que les obligó a ello.

El “pueblo elegido” era, ciertamente, un pueblo menguante. De las doce tribus distribuidas en los dos reinos, tras la conquista asiria del Reino del Norte, sólo quedaron las dos tribus del Reino del Sur, Benjamín y Judá. Y tras la conquista babilonia de Jerusalén y del Reino del Sur el “pueblo elegido” se redujo aún más. Unos pocos miles de oligarcas yahvistas deportados a babilonia se arrogaron el derecho de imponer el judaísmo a los que habían permanecido en la añorada Sión. La minoría de los exiliados y sus descendientes, por obra y gracia de Nehemías y Esdras, dos funcionarios de un rey extranjero, fueron elevados a la categoría de representantes únicos del “pueblo elegido”.

De esta forma, la restauración del yahvismo se consolidó mediante la imposición  de la ley que los exiliados habían traído de Babilonia y que, como hemos visto, era en gran parte ajena a los judíos que habían permanecido en Judá durante el exilio. Éstos fueron tratados despectivamente por Nehemías y Esdras, que censaron a la población y sólo otorgaron el estatuto de judío a los “hijos del exilio”[9]. Ellos, los recién llegados, se situaron por encima de los demás y acapararon todos los altos cargos religiosos y políticos. Se convirtieron en la oligarquía yahvista de la ley y el Templo con todos los privilegios inherentes a esta posición y se enriquecieron a costa de los infelices que no habían compartido la experiencia del exilio. Impusieron prácticas desconocidas, como la rigurosa observancia del sábado o la tajante prohibición de los matrimonios mixtos.

            Los dos libros bíblicos de Crónicas recogen de forma elocuente el punto de vista del yahvismo sacerdotal cultivado por los exiliados. Están absolutamente convencidos de que su minúscula comunidad es la única ya que representa al “pueblo elegido”. Los relatos de Crónicas identifican de forma absoluta la ortodoxia con la monarquía davídica y sobre todo y cada vez más, con la clase sacerdotal sadoquita. De hecho, contradiciendo el relato de Reyes, afirma que todos los judíos fueron deportados a Babilonia. Lo importante es que para el cronista, esto es cierto, pues los que se quedaron dejaron de ser considerados judíos por los exiliados.[10]

            La tradición judía considera a Esdras el restaurador de la ley mosaica. Y ciertamente lo fue. A partir del retorno de los exiliados y de la imposición del yahvismo deuteronomista-sacerdotal por Nehemías y Esdras, los judíos se convierten en el pueblo del “libro”[11]. La ley, la Torah, está ya básicamente acabada y compilada y junto con el culto del templo dirigido por los sacerdotes y levitas[12], formará la base del judaísmo post exílico durante el período conocido como del Segundo Templo.

            Durante muchas décadas, Jerusalén permanecerá aislada, cerrada sobre sí misma, gobernada hereditariamente por los sacerdotes sadoquitas y su policía religiosa, los levitas, siempre presta a impedir cualquier tipo de contacto contaminante con los paganos. La cultura del gueto arranca de esta época. Y, trasladada a la diáspora, y dirigida por los rabinos, perdurará hoy. Los privilegiados descendientes de los exiliados en Babilonia recaudarán impuestos, estarán exentos de pagarlos ellos mismos, recibirán numerosas ofrendas para el Templo de Yahvé que administrarán en su propio beneficio y sólo se relacionarán de forma continua con la próspera comunidad judía de Babilonia[13]. Mientras tanto, a su alrededor, el mundo helénico empezará a irradiar su cultura por todo el Medio Oriente.

            La Biblia enmudece desde la época de Esdras – Nehemías hasta el comienzo del siglo II a.C. Durante casi dos siglos, Jerusalén parece desaparecer del mapa. Sin embargo seguía ahí. Anclada en la teocracia más absoluta, encerrada tras sus murallas, la ciudad del Templo intentaba permanecer al margen de la Historia.

            Y la Historia no sólo no se detenía, sino que estaba entrando en uno de los momentos más decisivos del mundo antiguo, el del triunfo y la expansión del helenismo de la mano de un caudillo de carisma y audacia singulares, Alejandro Magno.

            Mientras los judíos permanecían muy ocupados tras los muros de su ciudad santa decidiendo con quién podían o no podían contraer matrimonio, qué alimentos podían o no podían injerir y qué labores les estaban permitidas o prohibidas en el Sabbat, los ejércitos griegos de Alejandro se sumergían en los desiertos babilónicos derrotando enemigos y derribando imperios.

            A la prematura muerte de Alejandro su imperio quedó dividido entre los diádocos, sus generales, que fundaron dinastías en diferentes lugares como Antígono en Macedonia, Seleuco en Siria, o Tolomeo en Egipto. Palestina, y con ella Judá, fueron territorios que, a caballo entre Egipto y Siria, se disputaron los monarcas Seléucidas y los Tolomeos. Estos últimos se hicieron con un control más efectivo de la zona y lo consolidaron totalmente después de la batalla de Ipsos en el 301 a.C. Durante un siglo los judíos vivieron como súbditos del imperio tolemaico. Parece ser que pocas cosas cambiaron. Judá y Jerusalén continuaron prácticamente igual que durante la dominación persa. La oligarquía sacerdotal yahvista siguió al frente, rindiendo vasallaje, en lugar de a los persas Aqueménidas, a los Tolomeos. Sus privilegios fueron mantenidos por éstos mientras no desafiasen su autoridad. Judá pagaba sus tributos a Alejandría, pero esta carga fiscal recaía principalmente sobre el pueblo llano. La casta sacerdotal, siguiendo la doctrina comenzada con Josías y rematada durante el exilio, había conseguido convencer a los judíos de que sus privilegios económicos eran expresión de la voluntad de Yahvé. La relación era un pacto de intereses. Los monarcas Tolomeos se contentaban con que Judá pagase sus tributos a Alejandría y con que hubiese orden y respeto a su autoridad y a cambio de esto permitían a la casta sacerdotal dirigir el territorio a su antojo.

“El sumo sacerdote , que según parece tenía responsabilidad personal en la recaudación del tributo a la corona, era a la vez cabeza espiritual de la comunidad y, cada vez más, príncipe secular. Las memorias del siglo siguiente documentan con claridad el desarrollo de una aristocracia sacerdotal. No sabemos a qué tributos estuvieron sometidos los judíos. Pero mientras los pagaron y mantuvieron el orden, los Tolomeos, al parecer, no intervinieron en absoluto en los asuntos internos de Judá. Y, por lo que sabemos, los judíos fueron súbditos sumisos y gozaron de relativa paz.”[14]

            Esta relación simbiótica funcionó hasta comienzos del siglo II a.C. En el año 198  el monarca Seléucida Antíoco III el Grande, derrotó a Tolomeo V Epífanes en la batalla de Panium (Banias) y Palestina, y con ella Judá, pasó a Siria.

            Los judíos, que no habían sido precisamente maltratados por los tolomeos, sin embargo, no tuvieron ningún reparo en acudir en ayuda del vencedor. Atacaron a la guarnición que Tolomeo V había dejado en Jerusalén ganándose así la simpatía de sus nuevos amos seléucidas. Al principio todo fue bien. Antíoco III mantuvo todos los privilegios de la oligarquía del Templo e incluso los amplió. Todos los funcionarios del culto seguirían gozando de la exención de impuestos. Durante los primeros años todo indicaba que Judá seguiría siendo esa teocracia yahvista tan olvidada como anacrónica que, en medio de un cambiante mundo que abrazaba con entusiasmo la muy superior cultura helénica, permanecía ajena a toda influencia pagana.

            Como hemos visto, la Biblia, como relato “histórico”, enmudece desde la misión de Esdras hasta la época de los Macabeos, es decir, unos dos siglos (como poco), de silencio, al principio bajo el dominio persa y a continuación bajo el de los tolomeos.  Como los judíos nunca fueron en la antigüedad un pueblo históricamente importante, si prescindimos de las fuentes pseudohistóricas de la Biblia, en general nos encontramos bastante perdidos para saber de ellos. Las fuentes extrabíblicas de la época de dominación tolomea son escasas y no siempre fiables[15]. Aún así durante este período debió tener lugar una lenta pero incesante penetración de la cultura helénica, porque cuando la Biblia vuelve a arrojar algo de luz con la historia de los macabeos, nos encontramos con una sociedad judía en la que algunos sectores que han sido parcialmente helenizados se hallan en pugna con otros más tradicionalistas que se oponen a esta influencia cultural, política y religiosa.

            Entre el final de la dominación persa y el comienzo del dominio seléucida, la helenización de Judá provocó un cambio en las estructuras socio religiosas que resultó paradójico. La oligarquía sadoquita que intentó mantener a Judá aislada de cualquier contaminación, acabó siendo ella misma contaminada, al tiempo que capas sociales más bajas mantenían la ortodoxia yahvista con celo creciente. El episodio de la revuelta macabea que analizaremos más adelante es consecuencia de este paradójico deslizamiento de lealtades que explicaremos con algo más de atención.

            Los sacerdotes sadoquitas, como ya vimos, se habían convertido gracias a la restauración post exílica en los detentadores del poder y la riqueza[16]. De entre ellos fue surgiendo un movimiento, el saduceo, más amplio, pues no se circunscribía sólo al ámbito  religioso sino también al político. Podríamos decir que la secta o partido saduceo era el brazo político de la casta sacerdotal sadoquita. Los saduceos no eran sólo la familia del sumo  sacerdote del Templo, eran también casi todos los miembros de la asamblea de ancianos y muchos altos funcionarios de la teocracia de Judá.

            El proceso de acaparamiento[17] de la mayor parte del poder y la riqueza efectuado por la casta sadoquita –saducea durante los dos siglos largos posteriores al exilio fue desposeyendo a otros antiguos beneficiarios del tinglado yahvista, los descendientes de familias sacerdotales de linajes diferentes al de Sadoc y los levitas. Poco a poco se fue creando una rivalidad entre unos y otros. Los sacerdotes de familias no sadoquitas se habían convertido en sacerdotes de segunda, privados del control del Templo y por consiguiente de las ofrendas que a él se entregaban por el mandato de Yahvé recogido en el “libro de la Ley”. Alejados pues de la administración del Templo y de sus inmensas riquezas, estos aristócratas venidos a menos acabaron también en gran medida alejándose de Jerusalén, instalándose en pueblos y aldeas y convirtiéndose en una especie de burguesía rural. Seguían siendo miembros de las clases dirigentes y se situaban en la escala social bastante por encima del pueblo llano. Comenzaron a criticar la corrupción de los saduceos, a marcar distancias con ellos también en el terreno teológico y, al estar alejados del Templo, se refugiaron en el estudio y la observancia rigurosas de las escrituras. En la época de la revuelta macabea se les conocía como asideos o hasideos[18], “piadosos”. Por la época en la que escribió Flavio Josefo ya se les conocía como fariseos[19]. Los levitas, por su parte, acabaron resignándose a un doble papel, por un lado  integraron la Guardia del Templo y armados con espadas y cubiertos con petos plateados se convirtieron en la policía religiosa de los saduceos. También se convirtieron en algo así como monaguillos de los sacerdotes auxiliándoles en los rituales del Templo.

            Después del exilio y por obra de Esdras, los sadoquitas y más adelante los saduceos, se perpetuaron como jefes políticos y religiosos siempre a la sombra de los imperios dominantes, los persas aqueménidas primero, los tolomeos, y finalmente los seléucidas. El ascenso social, político y económico fue conduciendo a este grupo hacia un inevitable cosmopolitismo que era consecuencia de su trato habitual con los gobiernos extranjeros de los que emanaba su poder vicario. Mientras intentaban mantener al pueblo aislado de cualquier contaminación pagana para preservar su ventajosa posición al frente del Templo y del gobierno de la comunidad, ellos, en cambio, iban poco a poco asumiendo costumbres, idioma, instituciones y hábitos de los paganos dominantes. De esta forma, por la época de la revuelta macabea, en gran medida se había producido ya ese desplazamiento de lealtades del que hablamos más arriba. Los guardianes de la pureza yahvista habían sido seducidos por el helenismo y los miembros de las clases populares, como consecuencia del aislamiento y del adoctrinamiento que habían padecido durante más de dos siglos, habían pasado a ser, liderados por los fariseos, los más devotos observantes de la Ley. Los más fanáticos y ortodoxos yahvistas. Con el tiempo, los saduceos se convirtieron en un partido que, perdida casi toda la fe religiosa de antaño, apenas tenía otra razón de ser que la defensa de su privilegiada posición económica, dependiente por completo del complejo y lucrativo tinglado en el que se había convertido la administración del Templo. Teniendo presente este escenario, es más fácil entender los acontecimientos que se desarrollarían en la época final del período del Segundo Templo, y que concluirían con la destrucción definitiva del mismo y con la desaparición de los saduceos de la Historia.


[1] Howard Fast, Los judíos: Historia de un Pueblo, Ed. La llave, 2000, p. 80.
[2] Por Samaria, los judíos que redactaron la Biblia, se referían básicamente al territorio del  Reino de Israel, el Reino del Norte, y más aún después de que éste desapareciese tras la conquista asiria en el año 722 a.C. Los habitantes de Samaria, antiguos israelitas mezclados con otros pueblos que los asirios habían trasladado allí, y que profesaban un culto a Yahvé excesivamente relajado para los judíos, permanecieron en su tierra. Son éstos los samaritanos a los que tantas referencias despectivas hacen los judíos en sus textos sagrados. En tiempos de Nehemías, viéndose totalmente rechazados por el sectarismo yahvista de los judíos retornados del exilio, establecieron su propio santuario a Yahvé en el monte Garizim. No reconocieron el Templo de Jerusalén como lugar de culto ni la autoridad de los sacerdotes sadoquitas. Sus únicos textos sagrados eran los libros del Pentateuco, y rechazaban los libros históricos por su negativo punto de vista del reino de Israel o reino del Norte, del que se consideraban descendientes. Los judíos los consideraban peor que paganos; herejes.
[3] La casta sacerdotal sadoquita tiene su origen en la imposición, presuntamente divina, de que el sumo sacerdocio del Templo debía recaer sobre un descendiente de Sadoc. Según el relato de Reyes, éste ungió a Salomón como rey del Israel unido y sus descendientes le sustituyeron al frente de la institución sacerdotal. Resulta evidente que la aristocracia sadoquita manipuló el texto bíblico y forzó su interpretación  para legitimar su posición y perpetuarla hereditariamente. Antes del exilio los levitas eran considerados sacerdotes, durante el exilio, en cambio, se desplazó la dignidad del sacerdocio hacia los descendientes de Sadoc, pues estos eran el clan mayoritario y más influyente entre la comunidad deportada, motivo por el que impusieron su punto de vista. La restauración de Zorobabel, Nehemías y Esdras confirmó este cambio y dio inicio al período sadoquita. A partir de ese momento, los levitas, degradados a actuar como meros asistentes de los sacerdotes sadoquitas, verán disminuir su poder e influencia.
[4] Howard Fast en la obra ya citada cifra los judíos retornados en 400.000 y en otros tantos los que permanecieron en Babilonia, pero no explica de qué fuentes extrae estas cifras, que personalmente considero elevadísimas. En cambio Jacques Attali, en su historia económica del pueblo judío recorta estas cifras hasta la cuarta parte, pero tampoco aclara de dónde saca este dato. (N. del A.).
[5] El episodio recuerda notablemente a la época del sionismo moderno. Las comunidades judías que se establecían en Palestina contaban con el colosal apoyo financiero de los judíos de la diáspora, sobre todo de los norteamericanos, que no estaban dispuestos de ninguna manera a abandonar sus acomodadas e incluso opulentas posiciones y limpiaban su conciencia efectuando sustanciosos donativos a los colonos sionistas.
[6] No sabemos con certeza las fechas de la misión de Esdras (ni de la de Nehemías). Algunos autores la sitúan hacia el 450 mientras otros la retrasan medio siglo, situándola en torno al 398 a. C. La Biblia da una pista (Esdras 7, 7) al relacionar la misión de Esdras con el reinado en Persia de Artajerjes. Sin embargo es una pista poco fiable, pues hubo hasta cuatro monarcas aqueménidas con el nombre de Artajerjes. La controversia, por eliminación, se limita al Artajerjes I o al II. Si Esdras fue a Jerusalén el año séptimo del primer Artajerjes, la fecha de su misión sería la de 458, si se tratase del segundo, sería la de 398 a.C. En cualquier caso, lo importante de Esdras es lo que hizo, no cuándo lo hizo. (N. del A.).
[7] La Biblia recoge el retorno del exilio básicamente en los libros de Crónicas (o Paralipómenos), Esdras y Nehemías. La tradición atribuye su escritura al propio Esdras y, aunque no hay pruebas fiables de que así sea, tampoco es descartable.
[8] Nehemías le había facilitado el trabajo realizando un censo de los habitantes de Jerusalén. Este censo separaba a la “élite” de los exiliados babilonios y sus descendientes de los judíos humildes que nunca habían salido de Jerusalén.
[9] “La preocupación principal de Esdras, tal como se desprende de los fragmentos de sus propias memorias y del relato oficial del Libro, fue la de separar a la comunidad de los repatriados de los que no habían padecido la experiencia del exilio. Esdras llama constantemente a la comunidad a la que se dirige bené hagolá o cahal agolá (“hijos del exilio” o “congregación del exilio”). A los adversarios los llama “las gentes de la tierra” (el plural de am haares), expresión cuyo significado debe interpretarse como “gentiles”. Hayim Tadmor, Historia del Pueblo Judío, Alianza Editorial, 1991, tomo I, p. 209. Esta obra está editada en su versión original por la Universidad Hebrea y escrita por varios prestigiosos historiadores israelíes.
[10] “El libro del Cronista puede considerarse un buen representante de las ideas de la clase dominante de Jerusalén.” Paolo Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo Templo, Editorial Trotta, 2004, p. 183.
El trato sufrido por los judíos humildes que no fueron deportados, a manos de los que regresaron del exilio babilónico imbuidos de fanatismo excluyente,  recuerda muchísimo al trato que los sionistas que regresaron a Palestina en el siglo XX les dieron a los habitantes legítimos de esa tierra. Los sionistas, igual que los yahvistas, se creen poseedores de un permanente derecho al retorno que prevalece sobre cualquier derecho de cualquier otro habitante de lo que consideran su “tierra prometida”, la que Yahvé les otorgó sólo a ellos.
[11] “Fue Esdrás el Escriba quien edificó esta nueva sociedad basada en los preceptos de la Torá. Él mantuvo celosamente apartado el “germen sagrado”, impidiendo que se entremezclara con los gentiles y participara en sus prácticas idólatras. Él restauró el Santo Templo y restableció la vida nacional judía en suelo de Israel.” Yitzhak Baer, Historia de los judíos en la España cristiana, Riopiedras, 1998, p. 6.
[12] “En el año -458 el gran rey envió al sacerdote y escriba judío Ezra (Esdras) desde babilonia a Jerusalén, para poner en marcha la reforma. Ezra inmediatamente trató de establecer un sistema político teocrático, en el que todo el poder, tanto civil como religioso, estuviera en manos de los sacerdotes del templo.” Jesús Mosterín, Los judíos. Historia del pensamiento, Alianza Editorial, 2006, p. 60.
[13] “La élite de la Judea helenística la formaban los sacerdotes, uno de los cuales, el sumo sacerdote, era el jefe conocido de la nación. De ellos salían una parte de los miembros del consejo de ancianos y la mayoría de los altos funcionarios. Para los extranjeros Judea era un país gobernado por sacerdotes que gozaban de muchos privilegios, de los cuales no pocos correspondían al campo económico.” Menahem Stern, Historia del Pueblo Judío, Alianza Editorial, 1991, Vol.I, p. 232.
[14] John Bright, La Historia de Israel, Desclée de Brouwer, 2003, p. 532.
[15] En sus excelentes Antigüedades Judías, Flavio Josefo no parece estar al nivel del resto de la obra cuando aborda este período. Maneja fuentes noveladas que en muchos aspectos no resultan del todo fiables. Aún así, ayudan a comprender los acontecimientos y constituyen prácticamente la única obra que nos ha llegado que aborda esta época de la historia judía.
[16] “Por aquel entonces apenas había una familia aristocrática judía que no hubiese emparentado con la casa de Sadoc. Y por esto dicha familia consideraba el tesoro del Templo – y claro está, toda Judea – como su propiedad privada.” Howard Fast, op. cit., p. 104.
[17] “Bajo Juan Hircano, los saduceos lograron impedir que quienes no eran sacerdotes sirviesen en el Sanedrín, asamblea legislativa que se reunía en Jerusalén y tomaba decisiones en asuntos religiosos.” Isaac Asimov, La tierra de Canaán, Alianza Editorial, 2007, p. 260.
[18] I Macabeos 2, 42.
[19] El nombre de “fariseos” deriva del hebreo perushim, que viene a significar “segregados”, o “excluidos”.

3 comentarios:

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  2. Vaya increible el blog veo que podemos sernos de ayuda mutuamente.

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  3. Supongo que habeis leído lo que dijo el poderoso rabino Josef Ovadia hace justo una semana:

    http://www.tribunadeeuropa.com/?p=4256

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