viernes, 12 de noviembre de 2010

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (VIII). Jorge Álvarez.

El nacimiento del Estado de Israel y la primera guerra árabe-israelí.

“Queremos la Tierra de Israel en su totalidad. Esa era la intención original”.
(Declaraciones de David Ben-Gurion el 13 de Mayo de 1947 ante la Agencia Judía en Estados Unidos)[1]

                                                                David Ben-Gurion

El caso del nacimiento del Estado de Israel es único en la historia de la humanidad. En 1947, cuando se aprobó en la ONU el plan de partición de Palestina en dos comunidades, una árabe y otra judía, lo que suponía la antesala del Estado de Israel, no existía ni una sola razón histórica o jurídica que legitimase tal decisión. Sólo el inmenso poder económico, mediático y político de los judíos de la diáspora explica tal atropello a todos los principios del Derecho Internacional. A ello hay que sumar la hábil explotación que supieron hacer los judíos de la mala conciencia que tenían muchas naciones europeas por los malos tratos sufridos por los hebreos durante la segunda guerra mundial.

Los voceros de los Estados Unidos y de Israel en Europa insisten en que los árabes que ahora reclaman un Estado Palestino son unos hipócritas porque ese estado ya lo tenían en el plan de partición de la ONU de 1947 y fueron ellos quienes lo rechazaron para después atacar a los judíos despiadadamente. Con este argumento intentan culpabilizar a los árabes, y en concreto a los palestinos, del inicio del conflicto y deslegitimar su causa.

Sin embargo, lo que arteramente callan es que se convirtió a los legítimos pobladores de un territorio, casi dos mil años habitando en él, en espectadores de una usurpación criminal. Tuvieron que resignarse a la inyección lenta pero incesante de colonos judíos para posteriormente contemplar cómo se les privaba de la mitad de su país para entregárselo a los allanadores.

También callan los amigos de Israel el hecho crucial de que la partición propuesta por la ONU, además de ilegítima, era injusta. ¿Por qué? Muy sencillo, los datos, a diferencia de las opiniones, son incuestionables. En vísperas de la partición la población árabe de Palestina casi doblaba a la judía; en concreto había casi 1.300.000 árabes y poco más de 600.000 judíos. El territorio de Palestina era de 26.323 kilómetros cuadrados. El plan de la ONU adjudicó a los palestinos 11.823 y a los judíos 14.500. No es pues de extrañar que los árabes se indignasen al ver cómo, siendo los judíos menos de la mitad que ellos, les otorgaban más territorio. Había numerosos ejemplos sangrantes. Safed, con un 87% de población árabe fue entregada a los judíos. Lo mismo ocurrió con Tiberiades con un 67% de árabes, o Haifa con un 53%, o Beisan con un 70%, o incluso Beersheba con un 99%. A los judíos esto no les preocupaba, pues tenían ya perfectamente diseñados sus planes de limpieza étnica, como la que ejecutaron en la aldea de Deir Yassin en Abril de 1948. En ningún momento tuvieron la más mínima intención de acatar el plan de partición de la ONU. En su estrategia, éste no era más que el primer paso para crear en todo el territorio de Palestina un Estado únicamente judío.

Pero volvamos al plan de partición de 1947. La votación en las naciones Unidas requería una mayoría de dos tercios para que el plan fuese aprobado. Los judíos contaban con el apoyo entusiasta e incondicional de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, así como el de muchas de sus naciones satélites. Había, sin embargo, que salvar el escollo de todas las naciones del bloque árabe que, como es lógico, iban a votar en contra de la partición. Los sionistas tanto de Israel como de los Estados Unidos habían echado las cuentas una y otra vez… y no les salían. Afortunadamente para ellos, la administración de Truman iba a sacarles del atolladero.

Harry S. Truman, demócrata sureño, había sido vicepresidente durante el último mandato de Franklin D. Roosevelt. Al morir éste en Abril de 1945 alcanzó la presidencia. Truman, a diferencia de Roosevelt, demócrata progresista de la costa Este, no contaba con el apoyo entusiasta de los judíos americanos, siempre hostiles al ala sureña del Partido Demócrata, a la que consideraban reaccionaria. 1948 era año electoral y Truman se sentía abandonado. Todas las encuestas, todas, daban presidente a su rival republicano Thomas Dewey[2]. Sin embargo, de la noche  a la mañana, los judíos y sus recursos económicos y mediáticos se pusieron al servicio de Truman. Y Truman, contra todo pronóstico, ganó. Pero, debía favores.[3]

El apoyo de los Estados Unidos al plan de partición de la ONU primero y su fulminante reconocimiento diplomático del Estado de Israel después, constituyen un esclarecedor ejemplo de cómo el lobby judío norteamericano es capaz de sacar partido de la debilidad de un candidato. No obstante, la batalla política que se libró en Washington en aquellos días en torno al asunto de Palestina fue bastante dura.

El debate sobre la partición tuvo lugar a un año de las elecciones presidenciales norteamericanas. Como ya vimos, Truman había accedido a la presidencia por la puerta de atrás, después del fallecimiento de Roosevelt. Quería presentarse a la reelección de 1948 pero su candidatura no concitaba entusiasmo ni entre los votantes ni tan siquiera entre los barones de su propio partido.

Cuando en el seno de la administración se comenzó a discutir cuál debería ser la postura del gobierno americano ante la propuesta de partición elaborada por el Comité Especial de Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP), las tensiones se hicieron evidentes. De un lado, todos los profesionales en asuntos exteriores del Departamento de Estado, con el Secretario de Estado George C. Marshall a la cabeza, estaban convencidos de que los Estados Unidos no deberían apoyar el descabellado plan de partición. Del otro lado, los asesores nombrados a dedo por el presidente recomendaban exactamente lo contrario.

La doctrina del Departamento de Estado, que había sido elaborada por Loy W. Henderson, a la sazón Director de la División de Asuntos Africanos y del Oriente Próximo, se fundamentaba en dos premisas básicas que resultarían proféticas. La primera era que el Estado Judío en Palestina sólo resultaría viable por medio de la violencia. Y la segunda, consecuencia de la primera, deducía que el Estado Judío resultante se vería permanentemente amenazado. En consecuencia, si los Estados Unidos apoyaban la partición que daría lugar a ese Estado, se verían comprometidos a largo plazo en un conflicto de duración imprevisible y se granjearían la hostilidad del mundo árabe… y de los principales países exportadores de petróleo. La conclusión de los expertos del Departamento de Estado no podía ser más certera. Guiándose exclusivamente por la defensa de los intereses estratégicos, políticos y económicos de su país recomendaban no apoyar el plan de la UNSCOP.

Sin embargo, los asesores de confianza del presidente Truman, fundamentalmente Clark Clifford y David Niles, anteponían los intereses personales a los nacionales. Clifford estaba seguro – y no le faltaba razón – de que su jefe iba a necesitar el voto y el dinero judío si quería aspirar a la reelección a la vuelta de un año. Niles, judío él mismo, era el portavoz oficioso del lobby sionista americano en la Casa Blanca y se ocupaba de transmitir machaconamente a Truman todos los argumentos favorables a Israel.[4]


A las tesis contrarias a los intereses judíos en Palestina que defendía el Departamento de Estado americano se unía el criterio de la potencia mandataria en Palestina. El gobierno laborista de Attlee y el secretario del Foreign Office, Ernest Bevin, también veían como una locura el plan de partición de la ONU.

A pesar de todo, las presiones del lobby judío americano ante Truman pudieron más que los criterios racionales de tipo diplomático y geoestratégico. Truman se sentía inseguro ante el inminente arranque de la carrera electoral. El Partido Demócrata estaba dividido. Ni los sectores más conservadores ni los más progresistas veían posible una victoria de Truman[5]. Y su candidatura no conseguía el respaldo económico necesario para competir en la dura y larga campaña que le habría de enfrentar al candidato republicano Thomas Dewey[6]. Si los judíos le daban la espalda, sus escasas posibilidades de ganar las elecciones se reducirían a la nada. Así pues, Truman, apoyando el plan de partición de 1947 y otorgando el reconocimiento diplomático a Israel en 1948, adoptó, por puro cálculo electoralista, dos decisiones decisivas que acarrearían a los intereses de su país y a la estabilidad en Oriente Próximo unas consecuencias desastrosas que hoy perduran.

 Grecia, Haití, Liberia y Filipinas[7] fueron presionadas, e incluso amenazadas para que votasen a favor de la partición en la asamblea de la ONU[8]. El gobierno americano amenazó abiertamente a Haití y Filipinas, presionó a Grecia y encomendó, bajo la amenaza de boicot a sus productos, al dueño de los neumáticos Firestone, Harvey Firestone, que convenciera al presidente de Liberia de que debía votar sí. La Firestone, era, de facto, la dueña de Liberia con sus cuatrocientas mil hectáreas de plantaciones de caucho.

Los judíos sabían además, desde 1945, gracias a una información privilegiada de la que carecían los árabes, que la Unión Soviética estaba también firmemente decidida a apoyar la creación del Estado Judío[9]. En la primavera de 1945 David Ben Gurion recibió en Tel Aviv a un alto funcionario de la administración de Franklin D. Roosevelt. Este personaje, que había estado presente en la conferencia de Yalta, relató a Ben Gurion que en el curso de una conversación privada entre Roosevelt, Stalin y Churchill, el líder soviético había advertido al premier británico que la única solución al conflicto de Palestina era la creación de un Estado Judío.

Ben Gurion supo desde entonces que nada podría detener las aspiraciones sionistas. Esta confidencia valía más que millones de dólares en ayuda o armas. Con las dos superpotencias de su lado, los judíos se sentían respaldados frente a los británicos y a los árabes. Tenían las manos libres… y actuaron en consecuencia.

En el invierno de 1948 Golda Meir fue enviada por Ben Gurion a los Estados Unidos a soltar discursos lacrimógenos ante acaudalados judíos yanquis. Se trataba de obtener 25 millones de dólares para comprar armas al país, que, por orden directa de Stalin, debía vendérselas, Checoslovaquia[10]. Su gira la organizó el rabino americano sionista Stephen Wise y fue acompañada en ella por el judío Henry Morgenthau, antiguo secretario del tesoro con Franklin D. Roosevelt y por una nutrida “élite” de financieros judeoamericanos. En grandes cenas de gala repletas de judíos vestidos con flamantes “smokings” Golda Meir recaudó el doble de lo previsto, más de 50 millones dólares. Para hacernos una idea, y según cuentan Dominique Lapierre y Larry Collins, muy prosionistas, esa cifra sobrepasaba todas las recaudaciones de venta de petróleo en 1947 del mayor productor del mundo, Arabia Saudí. Este dinero aparecería en Palestina, convertido en armas de todo tipo, justo cuando los judíos más lo necesitaban. En el verano de 1948.


Los británicos habían anunciado que abandonarían el avispero palestino el 15 de mayo de 1948. El 12 de Mayo tuvo lugar en Washington una reunión de urgencia entre el presidente Truman, Clark Clifford, David Niles y el Secretario de Estado George C. Marshall al frente de una delegación de directivos del Departamento de Estado. Truman, apoyando el punto de vista de sus dos asesores personales quería convencer a Marshall de la necesidad de reconocer diplomáticamente, en cuanto los sionistas lo proclamasen, al Estado de Israel. Marshall se opuso ferozmente expresando una vez más los criterios de los expertos de su departamento[11]. Fue en vano. La decisión estaba tomada, desde el momento en que Truman había sido literalmente comprado por el lobby judío americano[12].

El 14 de Mayo los judíos proclamaron unilateralmente el Estado de Israel en Tel Aviv y 11 minutos después los Estados Unidos reconocieron al estado sionista. Poco después llegó el reconocimiento de la Unión Soviética seguida de todos sus estados satélites. En Europa occidental, sólo la España de Franco se negó a reconocer al nuevo estado. Y no lo haría nunca, hasta el cambio de régimen a la muerte del Caudillo.

Los árabes, tal y como habían anunciado, no pensaban ser espectadores del atropello. Se movilizaron para defenderse del expolio. A pesar de que la lucha estaba mucho más igualada de lo que la propaganda sionista ha proclamado en occidente[13], los ejércitos árabes contuvieron  a los judíos en casi todos los frentes. Y ocurrió, entonces, una vez más el “milagro” que habría de salvar a Israel. La ONU, el 9 de Junio, decretó una tregua que sólo podía beneficiar al estado sionista. Los judíos la aceptaron encantados y los árabes de mala gana. También se había decretado un embargo de armas a los contendientes. Para cuando se reanudaron los combates, el 9 de Julio, los árabes apenas habían repuesto sus pérdidas. Sus países eran pobres, sus medios más que limitados y nadie les vendía armas en cantidades significativas. Sin embargo, durante el mes de tregua, las armas adquiridas en Checoslovaquia gracias a Stalin y a los 50 millones de dólares recaudados en América por Golda Meir, que incluían artillería, blindados y aviones, llegaron a Israel burlando un bloqueo que para los judíos no fue nunca un problema[14]. Los combates de Julio sorprendieron al mundo y a los propios árabes. Los judíos pasaban a la ofensiva y parecían imparables[15]. Reconquistaron el territorio perdido en la primera fase de la lucha y lo ampliaron. El Estado Judío era ya una realidad.

Entonces llegó la segunda tregua de la ONU.  El mediador oficial de ésta, el conde Folke Bernadotte, elaboró un informe en el que aconsejaba a las Naciones Unidas que ordenarán a los judíos la restitución de sus tierras y hogares a los miles de palestinos que habían sido víctimas de la limpieza étnica y que buques al mando de la ONU controlaran los puertos para impedir que siguiesen llegando armas y emigrantes judíos. Como señala David Solar en su libro El laberinto de Palestina, este informe le costó la vida al conde Bernadotte. Terroristas judíos lo asesinaron cuando circulaba por las calles de Jerusalén en un convoy de vehículos identificados ostensiblemente con los emblemas de las Naciones Unidas[16]. A él y a su Jefe de Estado Mayor, coronel André Pierre Serot. Naturalmente, hubo una indignación bastante generalizada entre la opinión de la gente común, pero no afectó en nada a los gobiernos occidentales que mantuvieron sus simpatías hacia la causa judía.[17]

En Abril de 1949, en Rodas, los árabes tuvieron que reconocer la política de hechos consumados y firmar un armisticio humillante impuesto por el descarado apoyo de las grandes potencias a los israelíes. Sin el apoyo entusiasta de americanos y soviéticos, la injusticia del estado hebreo no se habría consumado. Una nueva humillación para la causa del nacionalismo árabe laico. Y, lamentablemente, no sería la última.


[1] Uri Ben-Eliezer, The Making of Israeli Militarism, Bloomington, Indiana University Press, 1998, p. 150. Citado en John J. Mearshimer y Stephen Waltt, El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, Taurus, 2007, p.158.
[2] “Al final Truman ganó por un margen relativamente amplio […] Fue una de las mayores sorpresas de la historia política estadounidense.” David Halberstam, La guerra olvidada. Historia de la Guerra de Corea. Crítica, 2009, p. 278.

[3] En una ocasión, John F. Kennedy, le contó a Gore Vidal cómo su compañero de partido Harry S. Truman, cuando se veía abandonado por todos en su carrera presidencial de 1948, recibió durante un viaje en tren a un judío americano que le entregó un maletín con dos millones de dólares en metálico para su campaña electoral. Según le dijo Kennedy, “ése fue el motivo de que nuestro reconocimiento del Estado de Israel se llevase a cabo tan aprisa.” La cita se puede encontrar en el prólogo de Gore Vidal a la obra de Israel Shahak, Historia judía, religión judía. El peso de tres mil años. A. Machado Libros, 2002.

[4]En Estados Unidos Truman estaba muy presionado por sus consejeros de la Casa Blanca, David Niles y Clark Clifford, y aparentemente se empezaba a inclinar hacia el compromiso.” (Amos Perlmutter, Israel. Espasa-Calpe, 1987, p. 130).

Clark Clifford se convirtió en asesor presidencial gracias a la intercesión de un poderoso valedor, el juez Samuel Rosenman, un judío que había pertenecido al círculo de confianza más próximo a Franklin. D. Roosevelt y que continuó con Harry S. Truman. Para ambos presidentes escribió importantes discursos. (N. del A.).

[5] El ala izquierda del Partido Demócrata presentó como candidato a la presidencia en 1948 a Henry Wallace, que había sido vicepresidente en el penúltimo mandato de Roosevelt y el ala derecha sureña presentó a Strom Thurmond. (N. del A.).

[6] “En aquel momento las apuestas por Truman habían caído tanto como si hubiera abandonado la carrera y los demócratas se hallaban sin dinero, cargados de deudas”. “La falta de dinero al comenzar la campaña de 1948 era más grave que las divisiones ideológicas en el partido”. David Halberstam, op. Cit. p. 274.

[7] “Aunque era un gran presidente, [Truman] no sabía nada sobre cuestiones internacionales, y le hizo un flaco favor a Estados Unidos y al mundo al presionar a Filipinas para que votara la partición y así creara el mayor cáncer de los últimos cincuenta años”. (W.F. Owen, uno de los principales ejecutivos de la ARAMCO).

“… Max W. Thornburg, vicepresidente de Texaco, una de las compañías madre de ARAMCO, lamentó que el gobierno de Truman hubiera instado a la ONU a “declarar los criterios raciales y religiosos como base de un estado político”. De un plumazo, sostenía Thornburg, el gobierno de Truman había borrado “el prestigio moral de los Estados Unidos” en los estados árabes y la “fe de los árabes en [los] ideales [de Estados Unidos].   Cave Brown, op. Cit., pp. 212-213.

[8] “Durante este descanso vital, cuatro naciones opuestas al reparto – Grecia, Haití, Liberia y Filipinas – iban a ser sometidas a un increíble aluvión de presiones y aun de amenazas. Estados Unidos, considerando que debía ser modificada la posición al menos de dos de estos países, aportó a los sionistas todo el concurso de su poder.”  Dominique Lapierre y Larry Collins, Oh, Jerusalén, Plaza y Janés, 1990, pp. 22, 23, 24.

“Una vez más, la conexión americana fue decisiva. La delegación [de la Agencia Judía] en Nueva York recibió en un principio instrucciones de trabajar “independientemente y sin limitación” para contribuir a garantizar el voto, pero el 27 de de Noviembre sus tácticas parecieron fracasar ya que los líderes judíos telegrafiaron a Truman para exigirle que se asegurara los votos de Grecia, Haití, China, Ecuador, Liberia, Honduras, Paraguay y Filipinas. A pesar de que con anterioridad Truman había declinado hacerlo, dio claras instrucciones para efectuar ahora esa presión. Las intervenciones cruciales tuvieron lugar en las capitales extranjeras: al presidente de Haití le informaron de que “por su propio bien” el país debería votar a favor de la partición; un grupo de senadores estadounidenses advirtió al presidente de Filipinas de los “efectos adversos” que tendría en las relaciones entre los dos países si su voto era contrario a la partición. La campaña de Truman obtuvo el resultado esperado cuando en la Asamblea General, el plan de partición fue aprobado por los dos tercios necesarios: 33 votos frente a 13, y 10 abstenciones.” (T.G. Fraser, El conflicto árabe-israelí, Alianza Editorial, 2008, p. 78).

[9] Dominique Lapierre y Larry Collins, op. Cit., pp.58 y 59.

[10] Checoslovaquia, ya antes de la Segunda Guerra Mundial, poseía una excelente industria armamentística. La sección militar de Skoda fue, de hecho, ampliamente explotada por la Alemania Nazi, y de sus factorías salieron algunos ingenios bélicos que han pasado a la historia, como el panzer 38t que nutrió en gran medida las divisiones acorazadas durante los dos primeros años de la contienda o el vehículo acorazado Hetzer, uno de los cazacarros más temidos por las tripulaciones de los Sherman de los aliados. (N. del A.).

[11] “Clifford argumentó a favor del reconocimiento del nuevo estado judío de acuerdo con la resolución de la ONU del 29 de Noviembre de 1947. Marshall se opuso a los argumentos de Clifford y afirmó que estaban basados en consideraciones de política doméstica. Él dijo que si Truman seguía el consejo de Clifford y reconocía el estado judío, entonces él (Marshall) votaría contra Truman en las elecciones.” (Michael T. Benson, Harry S. Truman and the Founding of Israel, Westport, Connecticut, 1997. Extraído y traducido de www.trumanlibrary.org).

[12] “Durante los primeros años del sionismo, e incluso después de la fundación de Israel, la actividad del lobby a favor de Israel tendía a funcionar de un modo silencioso y entre bastidores, y dependía por lo común de los contactos personales entre los influyentes funcionarios del gobierno, en especial el propio presidente, y un reducido grupo de líderes judíos, asesores prosionistas o amigos judíos.
Por ejemplo, el apoyo que prestó Woodrow Wilson a la Declaración Balfour en 1917 fue debido en parte a la influencia de dos amigos suyos, el juez del Tribunal Supremo Louis D. Brandeis y el rabino Stephen Wise. Del mismo modo, la decisión tomada por Harry S. Truman para respaldar la creación de Israel y reconocer el nuevo Estado estuvo influida (aunque no determinada) por la intercesión de amigos y asesores judíos. (John J. Mearshimer y Stephen Walt, op. Cit., p. 198).

“Toda la administración estadounidense – Departamento de Estado, Departamento de Defensa, Alto Estado Mayor - excepto el presidente y algunos consejeros de la Casa Blanca, era pro árabe, antiimperialista y antisionista.” (Amos Perlmutter, op. Cit. P. 131).

“La política de los Estados Unidos en Palestina estaba modelada por el voto judío y por las subvenciones de varias grandes firmas judías.”(Clemente Atlee, A Prime Minister Remember. Ed. Heinemann, 1961, p. 181).


[13] Los judíos y sus voceros se han hartado de difundir relatos emotivos de la épica lucha de unos pocos judíos civiles y sin preparación militar, armados deficientemente y enfrentados a soberbios y gigantescos ejércitos árabes, de media docena de naciones, equipados con modernos aviones, carros de combate y artillería. La realidad es que a efectos prácticos, los árabes, que, en el mejor de los casos acababan de alcanzar una independencia precaria, no contaban con ejércitos dignos de tal nombre. Sólo la Legión Árabe jordana, creada, entrenada y dirigida por oficiales británicos era una fuerza militar considerable. Sobre el terreno, a la hora de la verdad, combatieron unos 25.000 judíos, que sí tenían experiencia militar, contra unos 35.000 árabes. Éstos últimos contaban con algunas decenas de viejos tanques que apenas sabían manejar y con algunas piezas de artillería para las que no disponían de vehículos apropiados para remolcarlas. Con una paridad bastante evidente, los judíos, en cambio, combatían con la desesperación que da el saber que la derrota es la muerte y con la ventaja del que libra una lucha meramente defensiva en líneas y centros fortificados. (N. del A.).

[14] “Burlando las disposiciones de la ONU, llegaron a Israel a lo largo de Junio y Julio de 1948: 62 carros de combate ligeros y medios; 70 cañones de 65 y 57 mm; 900 ametralladoras; 200 morteros; cuatro cañones antiaéreos; 15 millones de cartuchos de fusil; 110 toneladas de TNT; 62.000 granadas de cañón y mortero; un millar de coches todoterreno, camiones-oruga blindados, camiones de transporte, tractores para artillería, excavadoras, palas y vehículos para el parque de ingenieros, etc; material de transmisiones y un radar; una fábrica entera para hacer bazookas. Pero, sobre todo, recibieron 73 aviones, que otorgaron a los judíos el dominio del aire a partir del mes de agosto: 20 Messerschmidt BF-109, 5 Mustang P-51, 15 C-46, tres volantes B-17, cuatro bombarderos Boston A-20, siete Anson y cuatro Beaufighter y 15 aviones de transporte Constellation, DC-3 y DC-4.” (David Solar, El Laberinto de Palestina. Un siglo de conflicto Árabe-Israelí, Espasa Calpe, 1997, pp. 121, 122).  

[15] “El hecho es que en el primer acuerdo suscrito en Enero del ’48, Checoslovaquia vendió al Estado que estaba por crearse 50.000 fusiles, unas 6.000 ametralladoras y alrededor de 90 millones de balas. Pero lo que no era menos importante, fueron los 25 cazas Messerschmidt incluidos en el contrato. Para ello se envió una delegación de aviadores israelíes, entre los que figuraba Ezer Weizmann, que si bien habían sido pilotos de combate, no conocían esos aviones usados precisamente por el enemigo durante la pasada guerra mundial. Allí a prendieron a pilotearlos (sic), en la escuela de aviación checa. (…) No cabe duda de que este armamento fue esencial para decidir la lucha. (…) De cualquier modo, el propio Ben Gurion reconoció públicamente que esa asistencia fue vital en la lucha trabada contra los ejércitos árabes y las bandas armadas palestinas.” (Moshé Yanai, Cómo salvaron los comunistas a Israel, publicado en www.el reloj.com, Israel en Tiempo de Noticias, 10 de Mayo de 2006).

“Quizás el hecho más significativo fue la decisión del gobierno checo, que respondió a instrucciones de Stalin, de vender armas al nuevo estado. Se asignó un aeródromo entero a la tarea de cargar armas enviadas por avión a Tel Aviv.” (Paul Johnson, La historia de los judíos, Javier Vergara Editor 1991, p.528).

[16] Los sionistas no dudaron en efectuar una amplia y prolongada utilización del terrorismo para alcanzar su añorado Estado de Israel. Por un lado lo emplearon contra los británicos para acelerar su retirada de Palestina y al mismo tiempo contra los palestinos para aterrorizarlos y expulsarlos de sus hogares. En 1946 hicieron saltar por los aires un ala entera del Hotel rey David de Jerusalén asesinando a más de noventa personas, muchos de ellos funcionarios y militares británicos. En 1947 secuestraron y ahorcaron a dos sargentos británicos utilizando sus cuerpos abandonados para ocultar bombas trampa. Pero la peor parte se la llevó la población civil palestina con la puesta en práctica del infame Plan Dalet para la limpieza étnica de Palestina, aprobado por la directiva sionista en Febrero de 1948 y ejecutado metódicamente a partir de Abril, con los británicos aún en Palestina. Matanzas como las de Deir Yassin en Abril, Zaytun o Tantura en el mes de Mayo, o Dayameh en Octubre consiguieron aterrorizar a la población palestina y hacerla huir de sus hogares ancestrales, a los que nunca han podido, desde entonces, regresar. (N. del A.).

[17] Recientemente, en la primavera de 2006, los judíos tuvieron una grave crisis diplomática con el gobierno de Suecia. El país escandinavo suele apoyar con algo más de entusiasmo a los palestinos que otras democracias occidentales. Tal vez el hecho de que el malogrado conde Bernadotte fuese sueco siga teniendo algo que ver en ello. (N. del A.).

1 comentario:

  1. Saludos Don Jorge.
    Ramiro Semper (La Antorcha Negra) me ha recomendado su blog y me ha sugerido este artículo como contrapunto de otro que publiqué.
    Con su permiso, de usted, lo publico.

    Gracias, otro saludo

    ResponderEliminar