LA DOMINACIÓN ROMANA Y LA APARICIÓN DEL CRISTIANISMO
“Por aquel tiempo, el rey Herodes echó manos a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada. Viendo que esto era grato a los judíos, llegó a prender también a Pedro.” Hch 12, 1-3
Judea, como provincia romana hacia el año 37 a . de C., se hallaba regida por un rey, Herodes el Grande, hijo de Antípatro, reconocido y apoyado por los romanos. La dinastía fundada por este astuto personaje había desplazado a la Asmonea. Para la mayoría de los judíos esta dinastía carecía de legitimidad. Era de origen árabe-idumeo, no tenía vínculos sanguíneos ni con la Casa de David, ni con la de Sadoc, ni con la de los Macabeos-Asmoneos. Para los descendientes de éstos y para amplios sectores de la población, al menos al principio, los Antipátridas no eran más que unos advenedizos oportunistas cuya única fuente de legitimación era la fuerza de las legiones romanas.
Así pues, cuando llegamos a la época de Cristo, el judaísmo religioso se encontraba en una fase básicamente definida por dos corrientes que llevaban cerca de dos siglos enfrentadas. La de los fariseos y la de los saduceos. Sobre ellos y sus disputas religiosas se situaba una dinastía de origen extranjero y sobre ésta, el poder de Roma. Los fariseos, desplazados del culto del Templo, se centraban en el estudio de la ley, la Torá y en su aplicación concreta a la vida diaria del judío piadoso. Aceptaron y desarrollaron tradiciones orales de interpretación de la Torá que con el tiempo se concretarían en el Talmud. Por esta época comenzaron a aceptar la resurrección del alma, concepto hasta entonces ajeno por completo al judaísmo y que los saduceos nunca llegaron a admitir. Los fariseos centraron su teología en la salvación de aquellos que observasen los preceptos de la ley y respetasen sus prohibiciones. Se convirtieron así en rigurosos observantes de unas normas que afectaban a todas las facetas de la vida del judío; las comidas, la pureza, las oraciones, las limosnas y los sacrificios, las relaciones sexuales, el trabajo… Ninguna actividad cotidiana del judío debía practicarse ignorando una creciente lista de preceptos y prohibiciones que los rabinos fariseos iban extrayendo de la ley e interpretando según su conciencia. De esta obcecación farisea por el estudio de la Torá y su observancia obsesiva y rigurosa, nacieron los 613 preceptos, 248 positivos y 365 negativos que los judíos piadosos deben cumplir, aún hoy.
Desde el punto de vista político la Palestina de la época formaba parte del mundo romano. Los judíos no habitaban de forma mayoritaria en todo el territorio. Se concentraban principalmente en la zona central y montañosa de Judea y más al Norte, en Galilea. Esta región era otro territorio conquistado en la era asmonea y cuyos habitantes fueron obligados a convertirse al yahvismo por la fuerza[1]. Pero estos dos núcleos de población judía eran discontinuos, pues entre ellos se interponía Samaria, que comprendía más o menos el antiguo territorio del desaparecido reino de Israel. La llanura costera estaba salpicada de ciudades helenizadas y una de ellas, Cesarea, era la sede del procurador romano que gobernaba Palestina. Al Este del Jordán y del Mar Muerto se hallaba Perea, con importantes núcleos de población judía. La Palestina romana era una especie de satélite de la mucho más importante provincia de Siria, de rango senatorial y con un gobernador al frente, en este caso en Antioquia. El gobernador de Siria disponía de legiones a su mando, pero el procurador de Palestina, sólo contaba con tropas auxiliares. Los procuradores, además, no procedían de la clase senatorial, solían pertenecer a la más baja de los equites. Este esquema se completaba con los dirigentes locales descendientes de Herodes el Grande. El emperador Octavio Augusto había designado a Arquelao como etnarca de Judea, Samaria e Idumea y a su hermano Herodes Antipas le habían correspondido Galilea y Perea. Por la época de Cristo Herodes seguía en el poder, pero los romanos habían depuesto en el año 6 d. de C. a su hermano tras una revuelta e incorporado Judea al control directo del procurador de turno.
Pero por aquellas fechas se calcula que ya vivían fuera de Palestina tantos o más judíos que dentro. Las comunidades eran numerosas por las orillas del Mediterráneo y algunas de ellas muy pobladas. La idea generalmente difundida de que la Diáspora se origina con la guerra contra Roma del año 66 y como consecuencia de una orden de expulsión de Tito, es diametralmente falsa. A los judíos les suele encantar echarle a los demás la culpa de sus desgracias y de sus errores.
Por lo que respecta a las ocupaciones de los judíos, resulta muy interesante comprobar cómo la mayoría de la población judía residente en Palestina se dedicaba a la agricultura y cómo, en cambio, los judíos de la Diáspora se dedicaban de manera mayoritaria al comercio y las finanzas. Para los judíos, cultivar una tierra diferente a la de Eretz Israel resulta despreciable. Por esta razón los hebreos de la Diáspora nunca se dedicaron a la agricultura, incluso hoy en día. No hay nada de cierto en la historia que se suele divulgar habitualmente de que los judíos emigrados fuera de Israel se vieron obligados a dedicarse a la usura y al comercio porque los gobernantes cristianos, manejados por la Iglesia , les prohibían poseer tierras. Apenas existe constancia histórica de comunidades judías agrícolas de la Diáspora en el siglo I, cuando, como ya vimos, había ya más judíos establecidos fuera de Palestina que los que residían dentro. Y por esa época, la Iglesia no existía y los judíos podían adquirir tierras en la mayoría de los asentamientos. Sencillamente, los judíos no cultivan otro suelo que el de la tierra que Yahvé les otorgó porque no les da la gana. No sienten el más mínimo apego hacia las tierras de los gentiles, porque no merecen ser regadas con el sudor de su esfuerzo.
Durante más de medio siglo de dominación romana, más o menos desde el 6 hasta el 66, Palestina conoció una anormalmente larga etapa de paz, estabilidad y prosperidad. Las autoridades romanas, conscientes de todo cuanto había acontecido con los judíos en la etapa de dominación Seleúcida y del corrupto reino Asmoneo, habían aprendido que la particular naturaleza de la religión yahvista convertía al pueblo judío en un colectivo de potenciales psicópatas prestos a acuchillar a los vecinos y a acuchillarse entre ellos por casi cualquier cosa. Así pues, Roma, con una mezcla de autoridad y diplomacia, consiguió aplacar la pulsión de violencia sectaria tan inherente a los yahvistas durante una buena temporada.
Los romanos, como miembros de una civilización abrumadoramente superior en todos los aspectos, contemplaban las ridículas y obsesivas costumbres religiosas de los judíos con una mezcla de estupor y curiosidad, de la misma forma que antes les había ocurrido a los griegos. No obstante, conscientes de que cualquier chispa podía inflamar el espíritu fanático de estos sujetos, les otorgaron un amplio grado de autonomía y respetaron de forma escrupulosa sus extrañas costumbres y sus aún más pintorescos rituales. Es cierto que Roma cobraba tributos, y explotaba económicamente el territorio, pero esto no constituía ninguna novedad para los judíos, ya antes lo habían hecho los ocupantes babilonios, los seléucidas y los propios asmoneos.
El mayor símbolo del autogobierno judío era el sanedrín que se reunía en el monte del Templo. Esta institución, bien conocida por las referencias a ella que contienen los Evangelios, estaba compuesta por setenta miembros (o setenta y uno), pertenecientes a las clases dirigentes yahvistas. No sólo los saduceos estaban representados en el sanedrín, también los fariseos formaban parte de él. El sanedrín actuaba como órgano de gobierno en todo lo referente a los asuntos religiosos, y dado que la religión y sus numerosos preceptos impregnaban toda la actividad cotidiana del judío, sus atribuciones eran muy amplias. También ejercía como tribunal y, aunque los historiadores judíos lo niegan, tenía autoridad para dictar sentencias de muerte. Y de hecho, las dictaba y a menudo se cumplían. Lo cual tiene bastante importancia para comprender lo que aconteció con Jesucristo.
Los historiadores y eruditos judíos, como hacen tan a menudo, utilizan un doble lenguaje a la hora de hablar del espinoso asunto del cristianismo y de su fundador. En su discurso público hacia el mundo exterior hablan de Cristo como un judío que, equivocadamente, se apartó de la ortodoxia yahvista, pero al que respetan como hombre piadoso y bienintencionado. Sin embargo, en su sagrado Talmud vierten todo tipo de improperios hacia Jesús, hacia la Virgen María y en general hacia los cristianos. Y sus rabinos enseñan a los niños a despreciar a Cristo y a los cristianos en las escuelas talmúdicas desde la más tierna infancia. El enorme poder mediático de estos sujetos ha conseguido que casi todos los cristianos se crean el primer discurso, que es el falaz y que ignoren el segundo, que es el sincero[2]*.
La doctrina oficial de la Iglesia durante siglos afirmó, desde el punto de vista histórico y sin ningún tipo de reparo, la responsabilidad de los judíos en la pasión y muerte de Cristo. Sin embargo, por uno de esos estúpidos complejos de corrección política emanados del lamentable Concilio Vaticano II, a partir de los años sesenta ha dado un giro total y ahora define a estos individuos tan hostiles y sectarios, como los hermanos mayores de los cristianos.
En concreto, los historiadores judíos y los gentiles filosemitas, achacan la responsabilidad de la muerte y pasión de Cristo a las autoridades romanas y aseguran que los relatos de los evangelistas en este punto son falsos. Sus argumentos son a la vez tendenciosos y fútiles. Los analizamos con cierto detenimiento.
Los Evangelios dicen que Jesús fue condenado durante la pascua judía, Pesaj, y que fue llevado ante el sanedrín de noche. Los judíos aducen que esto es imposible puesto que el sanedrín nunca se reunía en las festividades hebreas y tampoco de noche. En consecuencia, según ellos, los evangelistas mintieron. Por otra parte, le dan gran importancia a la famosa inscripción de INRI que fue colocada en la parte superior de la cruz. Según ellos demuestra que realmente fueron los romanos quienes ejecutaron a Cristo por haberse proclamado rey de los judíos desafiando así la autoridad del César. No deja de resultar paradójico que el relato de los Evangelios les parezca tan falso para un caso y tan fiable para el otro. También aseguran, como ya hemos comentado, que el sanedrín, en esa época, no podía condenar a muerte pues solo el procurador romano podía hacerlo. Y rematan la faena señalando que la crucifixión era un castigo típicamente romano.
Todo este razonamiento es, si se me permite la expresión, una trampa saducea. La historia de cuándo puede y no puede reunirse el sanedrín fue codificada en la Misná por los rabinos fariseos casi dos siglos después de estos hechos. Cuando Cristo fue condenado el sanedrín se regía por la Torá , según la doctrina saducea y no aplicaba los preceptos de un código entonces inexistente y que redactaron sus rivales los fariseos. Por otra parte, lo único que sabemos con certeza acerca de la competencia del sanedrín para condenar a muerte en aquella época, es que sí la tenía. Lo que es realmente dudoso es si la tuvo de forma permanente o discontinua, si la tuvo para unos casos sí y para otros no o si la tuvo pero bajo la supervisión de los romanos para cada caso… No existen datos históricos concretos que permitan precisar estos extremos pero sí los hay que confirman que el sanedrín ordenó ejecuciones y que éstas se produjeron[3]. En la obra ya citada de Historia del Pueblo Judío, Menahem Stern hace una descripción muy seria de este polémico asunto:
“No obstante, a veces, tenemos la impresión de que los judíos solían juzgar delitos de pena capital. Un estudio comparativo de las fuentes permite sacar las siguientes conclusiones; 1) en principio, la jurisdicción de lo criminal fue efectivamente transferida de las instituciones judías a la administración romana; 2) en los casos que se relacionaban directamente con la profanación del Templo el sanedrín tenía derecho a dictar sentencia de muerte, aunque incluso ahí había una cierta supervisión a cargo de representantes de la administración romana; 3) el grado de supervisión variaba de acuerdo con las circunstancias: con un gobernador como Pilatos era más estricto que con gobernadores menos agresivos, y en situaciones más favorables los judíos podían dar un interpretación más amplia a sus atribuciones residuales con respecto a la pena capital e incluir las infracciones religiosas relacionadas sólo indirectamente con el Templo; 4) a veces las autoridades romanas autorizaban voluntariamente al sanedrín y al sumo sacerdote a juzgar delitos de pena capital incluso en cuestiones que no tenían relación alguna con el Templo y el culto.”[4]
Resulta muy interesante el cuadro que este profesor israelí nos dibuja. El sanedrín dictaba sentencias de muerte, pero no siempre se cumplían porque los romanos podían vetarlas. Con procuradores laxos, el sanedrín podía ejecutar con más libertad. Con procuradores más estrictos, como Pilatos, la conveniencia de las ejecuciones era supervisada. La responsabilidad de los romanos se limitaba a impedir los excesos del sanedrín y a evitar que las ejecuciones pudiesen alterar el orden público. Y, como hemos visto, uno de los asuntos en los que el sanedrín intentaba siempre conservar el ius gladii era el de la profanación del templo. Y éste fue el motivo principal por el que Cristo fue asesinado. Por otra parte, sabemos por Flavio Josefo que el rey judío Alejandro Janeo, más de un siglo antes, había crucificado a ochocientos fariseos durante la guerra civil de Judea. Luego la crucifixión no era, evidentemente, un castigo exclusivamente romano.
También resulta paradójico que mientras los historiadores judíos que escriben para los gentiles se esfuercen en estas piruetas historiográficas falsas y contradictorias, los judíos piadosos se recreen en sus textos sagrados en el insulto a Jesús y a sus seguidores y en la reivindicación de su muerte. En el tratado talmúdico “sanedrín” se afirma que Jesús era un hechicero que seducía a Israel y lo llevaba a la perdición y que por esa razón fue colgado la víspera de Pascua. En este texto sagrado yahvista, recordemos, plenamente vigente en la actualidad para los judíos, hay una evidente justificación de la crucifixión de Cristo.
“La víspera de Pascua colgaron a Jesús y el heraldo estuvo ante él cuarenta días, diciendo: va a ser lapidado, porque practicó la brujería y la seducción y conducía a Israel por el mal camino. Todo el que pueda decir algo en su defensa, que venga y lo defienda. Pero no hubo nada que pudiera esgrimirse en defensa suya, y lo colgaron la víspera de Pascua.”[5]
Dejando de lado las evidentes diferencias entre el relato evangélico y el talmúdico, lo importante de éste es que reivindica para los judíos con orgullo la responsabilidad de la muerte de Jesús de Nazaret. Responsabilidad que, en cambio, intentan trasladar a los romanos cuando hablan o escriben para el público gentil.
La excepción sincera y valiente a esta tendencia la encontramos en el profesor Israel Shahak:
“Según el Talmud, Jesús fue justamente ejecutado por un tribunal rabínico por idolatría, por incitación a otros judíos a la idolatría y por desprecio a la autoridad rabínica. Todas las fuentes judías clásicas que mencionan su ejecución se muestran muy orgullosas de asumir la responsabilidad; en el relato talmúdico, a los romanos ni siquiera se los menciona.”[6]
A la vista de todo lo expuesto, podemos aventurar una recreación histórica de los acontecimientos que llevaron a la condena de Jesús.
Ya hemos visto la importancia que tenía para la aristocracia yahvista el tinglado del Templo de Jerusalén y cómo el control del mismo había provocado terribles enfrentamientos durante siglos. Jesucristo llevaba tiempo predicando por las tierras de los judíos sin que las autoridades religiosas se preocupasen mucho por Él. Sin embargo, su llegada a Jerusalén en vísperas de la pascua creó gran expectación y una cierta tensión en las calles. Por la Historia sabemos que casi todos los estallidos de violencia en Judea se originaban en Jerusalén y casi siempre por cuestiones relacionadas con el templo. Los procuradores romanos ya habían comprobado que la efervescencia religiosa de la ciudad la convertía en un volcán que podía entrar en erupción en cualquier momento. La irrupción de Jesús en el templo expulsando enérgicamente a los mercaderes, prestamistas y cambistas selló su suerte. Él, obviamente lo sabía. Por eso había acudido a Jerusalén. La aristocracia yahvista se alarmó. ¿Quién era ese impertinente galileo recién llegado que osaba desafiar así el estatus de la casta dirigente? ¿Qué podía ocurrir si sus prédicas contra la corrupción de las autoridades calaban en el pueblo y si su ejemplo llegaba a cundir? Dice un viejo aforismo castellano que con las cosas de comer no se juega, y esto es exactamente lo que pensaron los miembros del sanedrín. Prendieron Cristo, le hicieron comparecer de noche ante ellos y le acusaron de blasfemo pero, conscientes de que esto pudiera no bastar para que los romanos autorizaran una ejecución, decidieron acusarle de conspirar para provocar un levantamiento contra Roma con la intención de proclamarse rey de los judíos. Los tres evangelios sinópticos, que no siempre coinciden en la narración de los hechos, en cambio no dejan lugar a dudas en lo referente a este episodio. Como ejemplo, podemos leer en Lucas lo que sigue:
“Entrando en el templo, comenzó a echar a los vendedores, diciéndoles: Escrito está: Y será mi casa casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones. Enseñaba cada día en el templo; pero los príncipes de los sacerdotes y los escribas, así como los primates del pueblo, buscaban perderle, y no sabían qué hacer porque el pueblo todo estaba pendiente de Él escuchándole.”[7]
Mateo y Marcos lo relatan de forma muy parecida. Los acontecimientos posteriores dejan bien claro que los romanos decidieron autorizar la ejecución, no por miedo a que Cristo promoviese un levantamiento, sino por miedo a que lo hiciese el sanedrín si la ejecución no se efectuaba.
Por si alguien pudiese aún albergar dudas acerca de la responsabilidad de las autoridades yahvistas, conviene recordar unos hechos que los historiadores judíos sistemáticamente olvidan. El sanedrín no se conformó con la muerte de Jesús y en los años siguientes continuó asesinando a sus seguidores como demuestran las ejecuciones de Esteban, y las de los dos Santiagos[8], en las que no intervinieron en absoluto las autoridades romanas. Conviene repasar las circunstancias concretas de estos hechos puesto que los historiadores judíos que niegan la responsabilidad del sanedrín en la muerte de Cristo siempre pasan por alto estas otras muertes. Como si no hubiesen existido. Un ejemplo extraído de entre muchos otros posibles es el somero y mendaz relato que el erudito judeo-francés Jacques Attali ofrece en su obra ya mencionada:
“Las sectas se multiplican. La espera del Mesías se hace cada vez más ferviente. Entre muchos otros, Joshúa, Jesús de Nazaret, rabí, predica el amor al prójimo y la vanidad de las riquezas. Retomando lo que se dice en la Torá , del sermón de la montaña al “Shabat hecho para el hombre”, de la apología de la no violencia al precepto de “amar al prójimo como a sí mismo”, deja entender que recibe su autoridad de Dios, echa a los comerciantes del atrio del Templo, cuya próxima destrucción anuncia. Las autoridades romanas y el Sanedrín quieren hacerlo callar, como a todos aquellos que hablan alto. Jesús de Nazaret es ejecutado por los romanos un día de Pascua, Su muerte pasa más o menos inadvertida hasta que sus compañeros anuncian su resurrección, tres días más tarde.”[9]
Este pasaje es absolutamente típico del doble lenguaje de los judíos. Por un lado insiste en que las enseñanzas de Jesús no son más que repeticiones de preceptos de la ley judía, de la Torá , tratando de restarles originalidad y de que el lector poco avezado se crea que eso de “amar al prójimo como uno mismo” está en las bases del judaísmo. La realidad es que Jesús universalizó ese precepto, que para los judíos sólo regía – y sigue rigiendo – entre ellos, lo que resulta un “detalle” fundamental para comprender hasta qué punto Cristo funda una nueva religión que se aparta de la Alianza exclusiva de Yahvé con un único pueblo para extenderla a toda la humanidad. Algo que a los integrantes del “pueblo elegido” ni les gustó entonces ni les gusta hoy. También resulta pintoresca la idea que desliza de que tanto el sanedrín como los romanos querían hacer callar a Jesús, pero fueron estos últimos quienes lo ejecutaron. Y finalmente, deja caer como quien no quiere la cosa, que su muerte pasó inadvertida y que si finalmente su predicación se convirtió en una nueva religión fue porque sus seguidores hicieron correr el bulo de que había resucitado. Y, a partir de ahí, ni una sola palabra acerca de las persecuciones posteriores de cristianos a manos de los judíos. Párrafos de este tipo, se encuentran en casi la totalidad de los ensayos sobre Historia escritos por profesores judíos. En la ya citada obra de Howard Fast, Los Judíos, Historia de un Pueblo, podemos leer otra joya similar:
“La responsabilidad malévola, expuesta en el evangelio* y utilizada a lo largo de los siglos, que afirma que los judíos mataron a Jesús, es tan pueril y enfermiza como cualquier otro aspecto de la filosofía antisemítica.”
“No hay fundamento aparente para que ciertos autores cristianos proclamen que los judíos maltrataron o rechazaron a los primeros cristianos”[10]
Pero sigamos con lo que aconteció en Judea después de la ejecución de Jesucristo, aunque ni a Jacques Attali, ni a Howard Fast ni, a los historiadores hebreos en general les merezca la más mínima atención.
Esteban, un cristiano de cultura helénica, como Pablo de Tarso, es considerado el protomártir de la Iglesia. Sus predicaciones cristianas provocaron que fuese llevado ante el sanedrín, acusado de blasfemia y lapidado a las afueras de Jerusalén. Esta ejecución no está datada con exactitud pero la presencia entre la turba asesina de Pablo de Tarso nos permite asegurar que debió acontecer en torno al año 35 pues la conversión de éste al cristianismo tuvo lugar en el 36. Esta ejecución fue el principio de una sañuda persecución de seguidores de Cristo a manos de los yahvistas. César Vidal, historiador rabiosamente favorable a los judíos, describe a la perfección de qué se trataba:
“A partir de ahí (Hch 8, 1 ss.) se desencadenaría una persecución contra los judeo-cristianos de la que no estuvo ausente una violencia a la que no cabe atribuir otra finalidad que el puro y simple exterminio de un movimiento que estaba demostrando una capacidad de resistencia considerablemente mayor de lo esperado.”[11]
Muchos primeros cristianos corrieron la misma suerte que San Esteban. San Pablo, antes de su conversión, se dirigía a Siria con un mandamiento del sumo sacerdote para detener a los cristianos y llevarlos al patíbulo en Jerusalén. Muchos se exiliaron, particularmente los judeo-cristianos de cultura helenística. Sí sabemos que Santiago el Mayor fue asesinado en el 44 por las autoridades judías[12] y que lo mismo le ocurrió a Santiago el Menor hacia el año 62. Si el martirio del primero aparece recogido en los Hechos de los Apóstoles[13], el del segundo lo conocemos por la obra de Flavio Josefo Antigüedades Judías. Como parece lógico que San Lucas habría relatado este suceso en los Hechos de los Apóstoles de haberlo conocido, resulta fácil suponer que los escribió antes del 62.
Flavio Josefo explica las circunstancias de la condena y ejecución de Santiago el Menor, que era a la sazón, la cabeza de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 62 el procurador Festo falleció. El sanedrín aprovechó el vacío de poder que se produjo hasta la llegada del nuevo procurador para asesinar a Santiago, que era entonces la cabeza de la comunidad cristiana de Jerusalén.
“Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.”[14]
De todo lo expuesto resulta evidente que los judíos no sólo instigaron a los romanos a ejecutar la condena que ellos habían pronunciado contra Cristo, sino que, siempre que pudieron, de espaldas a los romanos, acogiéndose a sus prerrogativas para asuntos religiosos o con cualquier otro subterfugio, aprovecharon la más mínima oportunidad para exterminar a los seguidores de Jesucristo.
Si este exterminio finalmente no se consumó, se debió, paradójicamente a la autoridad de Roma[15]. Los judíos no podían desencadenar una matanza abierta y masiva sin que los romanos interviniesen. En definitiva, el sanedrín asesinó a todos los cristianos que pudo, pero no a todos los que quiso. La presencia romana en Judea evitó el exterminio de la incipiente comunidad de seguidores de Cristo.
Esta parte de la Historia tiene su importancia, porque los judíos siempre se han quejado de la intolerancia de los cristianos cuando éstos se convirtieron en la religión mayoritaria del Imperio. Con su victimismo habitual siempre han intentado que los cristianos de espíritu débil o memoria frágil, se compadeciesen de ellos. Pero no conviene olvidar que, si en el siglo I no hubiese existido un poder por encima del sanedrín, éste habría exterminado físicamente y con saña a todos los seguidores de ese hechicero hereje y blasfemo que para ellos fue y sigue siendo Jesús de Nazaret.
[1] Los judíos de Judea se consideraban los auténticos depositarios del yahvismo. Consideraban a los conversos idumeos como advenedizos, a los samaritanos como herejes y a los galileos como judíos de aluvión. En los Evangelios tenemos abundantes referencias del trato despectivo que los yahvistas de Judea daban a Jesús y a sus apóstoles por ser “galileos”.
[2] En distintos pasajes del Talmud se habla de la virgen María como una prostituta que prestaba sus servicios a los romanos, de Cristo como un hechicero malvado que llevaba a los judíos a la perdición y como un pecador que ha terminado en el infierno entre excrementos en ebullición. Las fuentes talmúdicas en concreto son: Sanhedrín 43a, Sanhedrín 67a, Sanhedrín 107b, Sotá 47a, Shabbat 104b. El contenido de estos pasajes talmúdicos resumido por Yehuda Ribco, erudito profesor judío es el siguiente:
“En un breve resumen: su madre que se llamaba Miriam, era peluquera de lejano parentesco con la familia Jasmonea, (en el poder en aquel momento, pues el verdadero Jesús nació aproximadamente 100 años antes del supuesto nacimiento del Jesús adorado como falso dios), y estaba casada con un hombre al que apodaban Stada (Tosefta Julín 2:24; Avodá Zará 17a; Orígenes, Contra Celso 1.28). Era adúltera, en particular con un romano que se llamaba Pantera, con quien concibió a su pequeño bastardo Jesús (Sanedrín 67a); Ieshu ben Pantera tuvo diferentes acciones perversas e inmorales, por las cuales terminó expulsado de las academias sin haber avanzado mucho en sus estudios (Sotá 47a, Avodá Zará17a). En una estadía en Egipto (Sanedrín 107b) aprendió las oscuras artes de magos y brujos, por lo que podía hacer trucos y actos aparentemente milagrosos, tal como los brujos de antaño sabían. En sus andanzas se relacionó con gobernantes y funcionarios, pero se rebeló y fue ejecutado un día antes de la Pascua (Sanedrín 43a); y tuvo varios discípulos, algunos de los cuales fueron a su vez ejecutados (Sanedrín 43a).” Yehuda Ribco, www.serjudío.com
*Resulta fácil comprobar la ligereza con la que los judíos mienten sistemáticamente cuando hablan de Cristo. Este “erudito” del judaísmo que imparte lecciones en internet repite la vieja tradición talmúdica de que Jesucristo nació realmente 100 años antes de lo que los cristianos creemos. Con ello pretende, básicamente, desautorizar a los Evangelios. A continuación el propio Talmud asegura que la Virgen María practicaba el adulterio con un romano del que incluso da el nombre, Pantera. Pero si Jesús nació 100 años antes de lo que los cristianos pensamos, es decir en el año 100 antes de Cristo, resulta imposible la historia de adulterio de la Virgen con un romano por la sencilla razón de que los primeros romanos a las órdenes de Pompeyo no aparecieron por Palestina hasta el año 60.
[3] Como veremos más adelante, varios destacados dirigentes de la primera comunidad cristiana de Jerusalén y un número indeterminado de cristianos anónimos fueron ejecutados por el sanedrín después de la muerte de Cristo. Sabemos que los romanos no intervinieron en estas ejecuciones. Por lo tanto resulta obvio que, al menos en algunos casos o circunstancias concretas, el sanedrín sí podía condenar a muerte. O bien podía hacerlo a espaldas de los romanos. No existen, sin embargo, documentos históricos que aclaren suficientemente estos extremos.
[4] Menahem Stern, Op Cit, Vol.I, p. 295.
[5] Talmud, tratado Sanh 43ª, baraita.
[6] Israel Shahak, Historia judía, religión judía. El peso de tres mil años. Mínimo Tránsito, 2002, p. 238.
El profesor Israel Shahak nació en 1933 en Polonia en el seno de una familia judía ortodoxa. Sobrevivió al internamiento en el campo de concentración nazi de Bergen Belsen y emigró en 1948 al Estado de Israel. Falleció en 2001.
[7] Lc 19, 45-48
El negocio de la venta de animales para el sacrificio era uno de los muchos privilegios de la casta aristocrática del templo. La Torá y posteriormente el Talmud prohibían sacrificar animales defectuosos a Yahvé. (En los primeros capítulos del Levítico – Vaikra para los judíos - se insiste en que los animales para el sacrificio sean “inmaculados” y el precepto positivo número 61 lo confirma). Los judíos que querían ofrendar animales en el templo podían llevarlos de sus granjas, pero los funcionarios del templo debían examinarlos para asegurarse de que no eran defectuosos, y por lo tanto desagradables a Yahvé. Cualquier pretexto servía para rechazar el animal por defectuoso. Pero entonces, al desdichado judío cuyo animal había sido rechazado, se le ofrecía la oportunidad de comprar a un precio elevadísimo alguno de los que, casualmente, vendían a la entrada unos mercaderes que a su vez pagaban a la aristocracia del templo por este derecho. Como la Torá también prohíbe el culto a las imágenes, las monedas acuñadas con efigies de personas estaban prohibidas, así que había que cambiarlas. Por eso, también muy oportunamente, unos cambistas, cobrando una sustanciosa comisión, se ocupaban del cambio. Todo estaba organizado de una manera muy lucrativa. Y Cristo, arrasó este tinglado con santa indignación y con las consecuencias que ya sabemos.
[8] Como hubo dos Santiagos entre los primeros discípulos de Cristo, se suele hablar de Santiago el Mayor o Santiago el de Zebedeo para el que se convirtió en Santo Patrón de España y que fue asesinado en el 44 y de Santiago el Menor o Santiago el de Alfeo para el que dirigió la comunidad cristiana jerosolimitana hasta su martirio hacia el año 60.
[10] Howard Fast, op. cit., pp. 134 y 146. *Debemos entender que se refiere a los Evangelios. Pues hasta el señor Fast debe saber que sólo canónicos hay cuatro.
[11] César Vidal Manzanares, El judeo-cristianismo palestino en el siglo I. De Pentecostés a Jamnia. Trotta, 1995, p. 134.
[12] Hubo en Palestina una breve vuelta a la monarquía tutelada por Roma. En el año 41 Claudio fue nombrado emperador a la muerte de Calígula. Agripa, un nieto de Herodes el Grande residente en Roma era un partidario de Claudio y éste decidió recompensarle nombrándole rey de Judea. Pero este paréntesis fue breve, pues tres años después, en el 44, Agripa murió y Judea volvió a quedar bajo el control directo de los procuradores romanos. Bajo el breve mandato de Agripa fue ejecutado Santiago el Mayor.
[13] Hch 12, 2.
[14] Flavio Josefo, Antigüedades judías.
[15] Otro ejemplo de cómo las autoridades romanas sirvieron de freno para la pulsión asesina de los judíos lo tenemos en Hechos 18, 12-7. Los judíos de Corinto llevaron a San Pablo ante el gobernador romano Gallio para que lo condenase a muerte por hereje. San Pablo salvó la vida porque Gallio entendió que se trataba de una disputa teológica que no afectaba al orden público. Los judíos de Corinto, al ser una minoría, no tenían la capacidad de presionar a Gallio que tuvieron los judíos de Jerusalén con Pilatos. Y otro más en Hechos 21, 27-32, cuando los romanos impidieron de nuevo que una turba de judíos “piadosos” linchara a San Pablo, esta vez en Jerusalén. En esta ocasión, los romanos, ante la enorme presión que los judíos ejercían en Jerusalén, estuvieron a punto de entregarles al apóstol para evitar una revuelta. Sólo la condición de San Pablo de ciudadano romano evitó el fatal desenlace. Fue enviado a Cesárea, ante el procurador romano y allí la comunidad judía no tenía la fuerza necesaria para poner a los romanos en la tesitura de tener que ceder a sus presiones bajo la amenaza de un levantamiento.
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