Stalin y Eden. El comienzo del segundo abandono
Apenas dos semanas después de la visita de Sikorski, el 16 de Diciembre, el secretario del Foreign Office Anthony Eden, acudió a Moscú para entrevistarse con Stalin. Casi a medias entre la visita de los polacos el día 3 y la de Eden el 16, se produjo el ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada en guerra de los Estados Unidos. El famoso espía soviético Richard Sorge desde Japón ya había informado a finales de Noviembre de que el Imperio Japonés no tenía intención de atacar a la Unión Soviética, sino que iba a desplegar una ofensiva hacia el Sur contra las potencias coloniales occidentales. El día 5 de Diciembre el Ejército Rojo, reforzado por las divisiones que se habían mantenido esperando un ataque nipón por Manchuria, lanzó un contraataque desesperado que detuvo la ofensiva alemana a las mismas puertas de Moscú.
Cuando Eden se entrevistó con Stalin, a diferencia de cuando se entrevistó con Sikorski, no habían transcurrido más que dos semanas y la situación militar de la Unión Soviética, aunque seguía siendo crítica, ya no era desesperada. Y Stalin no era ese tipo de personas que dejan pasar una oportunidad así como así. El primer asunto que Stalin puso sobre el tapete en el encuentro con Eden fue el de las fronteras orientales de Polonia para después de la victoria en la guerra contra Hitler.
La audacia y la sicología de Stalin resultan bastante sorprendentes y este primer encuentro con una alto dignatario de ese mundo capitalista al que siempre había despreciado y al que ahora tenía como amigo, dice mucho acerca de cómo siempre estuvo muy por delante de sus aliados anglosajones en todos los movimientos de la partida que se estaba jugando. Incluso en un momento en el que los ejércitos nazis, aunque momentáneamente detenidos, ocupaban la parte más rica y próspera de la URSS, Stalin apostó por exigir en lugar de rogar. Él siempre iba un paso por delante de los dirigentes anglosajones a la hora de negociar la conducción de la guerra y los beneficios de la esperada victoria. Mientras Roosevelt y Churchill se aferraban al nuevo orden mundial que debía surgir de la estrambótica Carta Atlántica después de la guerra, sin conquistas territoriales y sin imposición de sistemas políticos por la fuerza de las armas, Stalin, mucho más realista y práctico, aspiraba desde el primer momento a sacar tajada de la guerra, incluso en un momento en el que parecía difícil ganarla. Según la correlación de fuerzas se iba inclinando a su favor, el nivel de las exigencias de Stalin iba subiendo y el de sus concesiones a los aliados anglosajones, bajando.
Eden se encontró con que Stalin, antes de hablar de la conducción de las operaciones militares, de la apertura de un segundo frente en Europa occidental, de la urgente necesidad que tenía su nación de suministros aliados… dejó muy claro que las fronteras orientales de Polonia con la Unión Soviética nunca volverían a ser las del Tratado de Riga, sino las de la Línea Curzon. Y que Lituania, Letonia y Estonia también deberían quedar incorporadas a la URSS.
Stalin estaba advirtiendo a sus aliados anglosajones mediante estas declaraciones a Eden que no pensaba renunciar a ninguna de las adquisiciones territoriales que había obtenido gracias al Pacto Germano Soviético y al protocolo secreto por el que la URSS se había repartido el Este de Europa con los nazis. En el transcurso de las tres reuniones que Eden mantuvo esos días en Moscú con Stalin, éste no dejó de exigirle que los aliados deberían garantizarle a Rusia las fronteras que tenía exactamente antes del ataque alemán. A su vez, Eden insistió en que él no tenía poderes para garantizarle lo que pedía y que, además, la política oficial de su gobierno y del norteamericano en aquel momento, se atenía al principio de que las cuestiones territoriales sólo deberían plantearse al final de la guerra o, en todo caso, cuando su resultado se previese claramente favorable a las armas aliadas, pero nunca antes.
En cualquier caso, la estrategia de Stalin funcionó a la perfección con Anthony Eden. El Secretario del Foreign Office quedó muy impresionado por la suma importancia que Stalin otorgaba a solucionar cuanto antes el asunto de las fronteras occidentales de la URSS. Al regresar a Londres ya en Enero de 1942 le dijo a Churchill que para Stalin el asunto de la garantía de las fronteras rusas de 1941 era prioritario y que toda la confianza que éste pudiese depositar en los aliados anglosajones de cara al futuro, dependería de que británicos y estadounidenses aceptaran dichas fronteras.
En aquel momento Churchill reaccionó con indignación. Gran Bretaña no había reconocido las fronteras soviéticas de 1941 porque habían sido fruto de una confabulación con los nazis. Y tampoco las iba a reconocer ahora cuando acababa de firmar con los norteamericanos la Carta Atlántica que rechazaba expresamente el reconocimiento de adquisiciones territoriales de ese tipo. Sin embargo, este arranque de mínima dignidad le iba a durar muy poco.
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