En cuanto la industria americana se puso al servicio de la producción de guerra, de las fábricas comenzaron a salir en cantidades inimaginables todo tipo de bienes y equipos a un ritmo vertiginoso. Pero hasta que este material estuvo en condiciones de llegar a los teatros de operaciones transcurrieron unos meses en los que los japoneses infligieron a los aliados severísimas derrotas.
China se convirtió en un escenario más de la guerra mundial. A principios de 1941, las frecuentes provocaciones de los comunistas dieron como resultado una reanudación parcial de los enfrentamientos con los nacionalistas. Los progresistas consejeros de Roseevelt aprovecharon la oportunidad para que éste obligara a Chiang a dejar de hostigar a las bandas comunistas y a dedicar absolutamente todas sus energías a combatir a los japoneses.
Hasta el verano de 1941 las tropas rojas se iban manteniendo principalmente gracias a la ayuda de Stalin. La tregua con los nacionalistas les había permitido rehacer sus maltrechas fuerzas y ampliar su dominio por el norte de China. El ataque alemán a la URSS en Junio de ese año sumió a Mao en una profunda depresión. Con las fuerzas nazis avanzando hacia Moscú no hacía falta ser un lince para comprender que la ayuda soviética se había acabado. Al borde del colapso, los rusos no estaban ya en condiciones de ayudar a nadie.
Con la principal fuente de suministros interrumpida Mao temblaba ante la posibilidad de que las fuerzas nacionalistas de Chiang lanzaran una ofensiva sostenida contra sus posiciones. Sin embargo, eso no iba a suceder.
Roosevelt había creado una red al margen del Departamento de Estado para mantenerse informado de lo que ocurría en China. Esta red la integraron personas de su confianza que casualmente eran agentes comunistas infiltrados en diferentes esferas de la administración norteamericana. Uno de ellos, Lauchlin Currie, funcionario del Departamento del Tesoro y agente soviético, fue enviado especial de Roosevelt a China en Enero de 1941. Currie remitió al presidente un informe repleto de descalificaciones hacia Chiang y el Kuomintang y de elogios hacia Mao y los rojos. Otro miembro de la red de confianza con FDR era Edgar Snow, otro comunista americano que en 1937 había escrito un libro titulado “Estrella Roja sobre China” que era una vomitiva hagiografía sobre Mao y el PCCH.
Como resultado de estas maniobras, los progresistas de confianza de FDR consiguieron paralizar la concesión de un crédito a Chiang de 50 millones de dólares.
El Generalísimo, presionado por americanos y soviéticos, se vio obligado a negociar con estos últimos para no quedar aislado. La condición que le impusieron fue tajante: debía dejar de hostigar a los comunistas.
A partir de Diciembre de 1941, con los EEUU metidos oficialmente en la guerra, las presiones a Chiang para que dejara en paz a Mao arreciaron. Justo cuando los comunistas dejaron de recibir ayuda soviética y hubiesen podido ser fácilmente aniquilados por los nacionalistas, Roosevelt lo impidió. Chiang recibiría dinero y armas de los EEUU pero sólo podría emplearlas para combatir a los japoneses. Debía dejar a los rojos en paz.
Mao, por su parte, también recibió ayuda americana que debía emplear para la lucha contra Japón. Sin embargo, a diferencia de Chiang, Mao estaba resuelto a no arriesgar a sus exiguas fuerzas enfrentándose al muy superior ejército japonés. Mao tenía muy claro que su ejército rojo no era más que un instrumento para guerra la civil y la conquista del poder. Cualquier otra consideración era superflua.
Mientras las fuerzas de Chiang se enzarzaron en sangrientos combates contra los japoneses en los años siguientes, los rojos se abstuvieron de combatir y se dedicaron a aumentar sus efectivos y a entrenar a sus soldados para derrotar a los nacionalistas en cuanto los japoneses se marcharan. Sin embargo, los enviados especiales de Roosevelt le informaban de lo contrario. Chiang no hacía nada y Mao llevaba el peso de la lucha contra Japón. Y, Roosevelt, con su habitual desconfianza hacia los anticomunistas, se lo creía sin contrastarlo por ninguna de las muchas y alternativas fuentes de que disponía, sin ir más lejos las de los profesionales del Departamento de Estado.
En 1943, después de siete años de guerra desigual contra el ejército imperial japonés, la economía de China se colapsaba. El caos de la guerra devoraba cosechas, fábricas, talleres… la inflación alcanzó nieles alarmantes y enormes masas de chinos comenzaron a padecer hambre y privaciones. Los comunistas, en sus refugios, ajenos casi por completo a la lucha contra los japoneses, aprovechaban para denunciar la corrupción y la ineficacia del gobierno nacionalista y atraerse así la simpatía de los descontentos. Chiang necesitaba urgentemente una inyección de dinero para sanear la economía, ayudar a las masas campesinas y evitar que los comunistas utilizasen en su beneficio, como siempre han hecho, la crisis. El gobierno americano encargó al Departamento del Tesoro poner en marcha la concesión de un crédito de 200 millones de dólares a Chiang. El encargo llegó a un alto funcionario, Frank Coe, que había entrado en este Departamento de la mano de Jacob Viner, asistente de Harry Dexter White, quien a su vez era el brazo derecho del Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau. Frank Coe, como después se supo, era un agente al servicio del NKVD. En 1944, también se hallaba en China como agregado al Departamento del Tesoro y colaborando estrechamente con Coe otro agente soviético, Solomon Adler. El jefe directo de Coe y Adler, Harry Dexter White era, después del mismísimo Secretario Morgenthau, el hombre más influyente del Departamento del Tesoro y el coordinador de la política económica y monetaria del gobierno Roosevelt con la política exterior del Departamento de Estado. Su posición era, pues, clave. Al igual que sus subordinados directos Coe y Adler, White era también un agente soviético. De hecho, las altas esferas del Departamento del Tesoro en la era FDR, como probaron los archivos desclasificados del Proyecto Venona, estaban infiltradas por una red de agentes soviéticos dirigida por otro alto funcionario, Nathan G. Silvemaster. Esta red sería identificada y conocida como el “grupo Silvermaster”. Lauchlin Currie, enviado especial de FDR a China, como ya vimos, formaba parte de él.
Solomon Adler (primero por la derecha) y Frank Coe (segundo derecha), en amigable conversación con su adorado Mao. En el centro, Anna Louise Strong, escritora americana y también espía soviética y en el extremo izquierdo otro intelectual "progresista", Israel Epstein.
Al final, Frank Coe y Harry D. White desaconsejaron la concesión del crédito destinado a estabilizar la economía de la China de Chiang, sabiendo que esta medida sólo podría beneficiar a los comunistas. Roosevelt, como no podía ser de otra forma, convencido de la integridad de estos sujetos y de su solvencia como economistas, e influido por los informes negativos acerca de Chiang que desde China le había enviado Currie, rechazó la concesión del crédito.
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