miércoles, 19 de enero de 2011

POLONIA TRAICIONADA. Cómo Churchill y Roosevelt entregaron Polonia a Stalin (XII). Jorge Álvarez

Katyn o la “inoportuna reaparición” de los polacos
que se habían fugado a Manchuria


El 13 de Abril de 1943 Radio Berlín anunció al mundo el hallazgo de unas gigantescas fosas comunes en el bosque de Katyn, en las proximidades de Smolensko. Según los alemanes las víctimas de la matanza eran miles de oficiales polacos y los autores de la misma los soviéticos.

De repente, los más de veinte mil oficiales del ejército polaco capturados por el Ejército Rojo en Septiembre de 1939 y trasladados a la URSS, de los que nada se sabía desde la primavera de 1940, habían aparecido asesinados a sangre fría de forma metódica y concienzuda.

Para el gobierno polaco la denuncia hecha por los alemanes señalando a los soviéticos tenía muchas posibilidades de ser cierta. Sikorski y Anders no pudieron reprimir su indignación. Ahora resonaba en sus oídos como una cruel burla lo que Stalin les había dicho en su visita a Moscú en 1941; los polacos desaparecidos debían haber huido a Manchuria. ¿Dónde iban a estar si no? Ahora, ya sabían dónde estaban.

Los alemanes invitaron a visitar su macabro hallazgo a un grupo de periodistas de países neutrales e incluso a algunos prisioneros de guerra aliados. Una comisión de expertos forenses de países ocupados y neutrales invitados por Alemania practicó autopsias y se procedió a una minuciosa investigación de documentos y objetos personales hallados en los cadáveres exhumados. Se encontraron cartas y diarios personales. Ninguno de ellos tenía fechas o entradas posteriores a Abril-Mayo de 1940, justo el momento en el que, igualmente las familias y allegados de los prisioneros habían dejado de recibir noticias de ellos. Dado que los nazis no ocuparon la zona de Smolensko hasta el verano de 1941, más de un año después, resultaba obvio que no podían haber sido ellos los autores del crimen.

Inmediatamente, el 15 de Abril, los soviéticos a través de la agencia Tass, negaron la acusación y culparon a los propios alemanes de ser los responsables. Churchill y Roosevelt, sin la más mínima prueba ni investigación, apoyaron la versión de los rusos. Pero no sólo hicieron eso. Hicieron algo mucho peor.

Ese mismo día Sikorski acudió a un almuerzo con el Primer Ministro en su residencia de Downing Street. Le acompañaba su ministro de Asuntos Exteriores, Conde Raczynski. El subsecretario del Foreign Office, Sir Alexander Cadogan, acudió en lugar de Eden. Los polacos hicieron saber a Churchill que las acusaciones alemanas no carecían de fundamento por cuanto hacía ya dos años que no se sabía nada de los veinte mil oficiales y líderes polacos que habían sido deportados a la URSS en 1939. Según las declaraciones de Raczynski Churchill contestó:

“Las revelaciones de los alemanes son probablemente ciertas. Los bolcheviques pueden ser muy crueles.”

Y añadió:

“Si están ya muertos, nada de lo que ustedes puedan hacer se los devolverá.”[1]

A pesar de la poca comprensión y el nulo apoyo que había recibido por parte del líder británico, el mismo día 15 el gobierno de Sikorski, que no podía dar carpetazo a un asunto de tal envergadura, envió a la Cruz Roja Internacional una solicitud para que este organismo enviara a Katyn una comisión independiente de expertos que no estuviera subordinada a la que habían organizado los alemanes. Y al día siguiente entregó este documento enviado a la Cruz Roja Internacional a la prensa.

Cuando Goebbels leyó la noticia, después de consultar con Hitler, al día siguiente hizo público un comunicado adhiriéndose a la solicitud de Sikorski para que la Cruz Roja Internacional enviara a Katyn a su propia comisión independiente, en la seguridad de que llegaría a la misma conclusión a la que ya habían llegado los expertos invitados por Alemania.

La noticia de que los nazis estaban de acuerdo con los polacos de Londres en involucrar a la Cruz Roja Internacional en el asunto de Katyn cayó como una bomba entre los aliados. Los anglosajones sabían que Stalin iba a montar en cólera, con la habitual congoja que esto les causaba y los polacos pensaron que Goebbels se la había jugado.

El 19 Pravda publicó un repugnante artículo titulado “Colaboradores polacos de Hitler”. El artículo decía que el gobierno de Sikorski, un gobierno todavía aliado de la URSS, había actuado en connivencia con los nazis en el asunto de Katyn. Con la apelación a la intervención de la Cruz Roja Internacional estaba dando crédito a las mentiras de la propaganda alemana y acusando injustamente a la Unión Soviética, lo que entendían como un ataque alevoso.

Sikorski movió ficha rápidamente antes de que se le viniera el mundo encima y el día 20 envío a la Unión Soviética una solicitud para que también enviara una comisión de investigación a Katyn. Esta salida de los polacos demuestra hasta qué punto se hallaban desesperados, sabiendo que de un momento a otro no tardarían en ser acusados oficialmente por los soviéticos de cooperación con el enemigo nazi.

El día 21 ocurrió exactamente eso. La agencia Tass difundió un despacho en el que afirmaba que el artículo de Pravda reflejaba a la perfección la actitud del gobierno soviético.

El mismo día Stalin envió un comunicado a Roosevelt expresando su profundo malestar por la actitud de los polacos y anunciando la intención soviética de romper las relaciones con el gobierno de Sikorski. El mensaje de Stalin, por su frío cinismo, merece ser reproducido con cierta amplitud:

“El gobierno soviético considera que la reciente actitud del gobierno polaco hacia la Unión Soviética es absolutamente anormal y contraria a todas las reglas y normas que regulan las relaciones entre los países aliados.

La campaña de calumnias contra la Unión Soviética, iniciada por los fascistas alemanes en lo referente a los oficiales polacos que ellos mismos masacraron en la región de Smolensk, en territorio de ocupación alemana, ha sido retomada por el gobierno de Sikorski y amplificada en todos los sentidos por parte de la prensa oficial polaca. El gobierno de Sikorski, lejos de adoptar una postura contraria a la vil difamación fascista de la Unión Soviética, ni siquiera ha considerado oportuno solicitar al gobierno soviético información o explicaciones al respecto.

(…) Los gobiernos de Sikorski y Hitler han implicado en estas “investigaciones” a la Cruz Roja Internacional, que se ha visto obligada a participar en esa farsa de investigación, bajo el control último de Hitler.

(…) El hecho de que esta campaña contra la Unión Soviética se lanzase simultáneamente en la prensa alemana y polaca, y continúe en la misma línea, no deja lugar a dudas de que existe contacto y connivencia entre Hitler, el enemigo de los Aliados, y el gobierno de Sikorski en la organización de esta campaña.

(…) A la luz de estas circunstancias, el gobierno soviético ha llegado a la conclusión de la necesidad de romper relaciones con el gobierno polaco actual.

Considero necesario informarles de lo antedicho y confío en que el gobierno de Estados Unidos comprenda el carácter inevitable de esta medida que el gobierno soviético se ha visto obligada a tomar.”[2]

Alarmados por el cariz que estaba tomando el asunto, Roosevelt y Churchill concluyeron que era imprescindible hablar seriamente con el presidente Sikorski para hacerle “entrar en razón”. Fue el Primer Ministro el que se encargó de ello con la ayuda del Secretario del Foreign Office Anthony Eden. Sikorski fue seriamente amenazado por el gobierno británico. El día 24 Churchill, confesó a Stalin:

“Estoy valorando la posibilidad de silenciar aquellos de cuantos periódicos polacos se publican en este país que atacan al gobierno soviético…”[3]

Los polacos debían resignarse a aceptar el punto de vista soviético para no socavar el esfuerzo bélico aliado. En definitiva, debían arrojar la toalla y dejar de buscar la verdad en el espinoso asunto de Katyn. El día 25 Churchill comunicó a Roosevelt que Sikorski había accedido a retirar su apoyo a la investigación de la Cruz Roja Internacional. Y envió otro a Moscú para intentar calmar a Stalin:

“…como resultado de las fuertes presiones del señor Eden, Sikorski se ha comprometido a no insistir en su requerimiento a la Cruz Roja para efectuar la investigación y así se la ha hecho ya saber a las autoridades de este organismo en Berna.”[4]

 Al día siguiente, 26 de Abril, el presidente norteamericano escribía a Stalin un mensaje del que extraigo sus párrafos más significativos:

“Comprendo bien el problema, pero espero que en la situación actual encuentre medios alternativos para etiquetar su acción como una suspensión de conversaciones con el gobierno polaco en el exilio, en lugar de una completa ruptura de relaciones diplomáticas.

En mi opinión, Sikorski no ha actuado en connivencia con la banda de Hitler, sino que ha cometido un error estúpido[5] al implicar a la Cruz Roja Internacional en el asunto. También tengo la impresión de que Churchill encontrará modos de aleccionar al gobierno polaco en Londres para que actúe con mayor sentido común en el futuro.

Casualmente, tengo varios millones de polacos en Estados Unidos, muchos de ellos en el ejército de tierra y en la marina. Sienten gran animadversión hacia los nazis, de modo que la noticia de una ruptura completa de relaciones diplomáticas entre usted y Sikorski no favorecería la situación.”

Para los anglosajones, el asunto de Katyn se había convertido en un engorroso problema.[6] La minoría polaca en los Estados Unidos preocupaba a Roosevelt y abandonar al gobierno polaco en el exilio ante las presiones de Stalin preocupaba a Churchill, pues no en vano, se suponía que los británicos habían entrado en la guerra para defender la integridad de Polonia. Sin embargo, los dos líderes anglosajones hacía ya mucho tiempo que habían decidido tragar con todo antes de enemistarse con Stalin. El cinismo y la falta de escrúpulos con los que actuaron en este asunto supera cualquier indignidad. Como reconoce el historiador británico Victor Rothwell:

“Un reciente estudio de las reacciones británicas ante las revelaciones de la masacre de Katyn resulta intrigante: entre la prensa y, en la medida en que pueda ser valorado, la gran masa del público, las noticias de la masacre produjeron “un concentrado ataque de Realpolitik” y de inmoralidad en los que muy pocos se sintieron interesados en algo más que ganar la guerra y mantener la alianza con Rusia intacta.”[7]

Prueba de ello es la siniestra observación que Churchill hizo a Eden el 28 de Abril:

“No tiene sentido seguir escarbando de forma morbosa en esas tumbas de Smolensk que tienen ya tres años.”

Por su parte, Stalin, aprovechó la crisis para romper las relaciones con el gobierno de Sikorski, al que odiaba y al que veía, por su tendencia católica y conservadora, como un obstáculo para el futuro régimen comunista que aspiraba a imponer en Polonia en cuanto el Ejército Rojo atravesase de nuevo sus fronteras.

Prueba palpable de que Stalin no tenía la más mínima intención de restablecer unas relaciones cordiales con los polacos de Londres fue el mensaje que envió a Roosevelt el día 29 en respuesta al que éste le había cursado el día 26:

“Desafortunadamente, no recibí su respuesta hasta el 27 de Abril. Debo decirle que el gobierno soviético se vio obligado a tomar la decisión de ruptura de relaciones con el gobierno polaco el 25 de Abril.

Dado que el gobierno polaco, durante casi dos semanas, no sólo no interrumpió, sino que intensificó, en la prensa y en la radio, una campaña hostil hacia la Unión Soviética y sólo ventajosa para Hitler, la opinión pública de la URSS se indignó mucho con esta conducta, hasta tal punto que para el gobierno soviético era imposible posponer la decisión.

(…) Yo también creo que el Primer Ministro Churchill encontrará algún modo de hacer entrar en razón al gobierno polaco y contribuirá en el futuro a que actúe de acuerdo con los dictados del sentido común.”[8]

Resulta difícil de imaginar que los líderes del mundo anglosajón se pudiesen dejar tomar el pelo de una forma tan grosera y con tanta reincidencia. Hasta en una nación democrática la decisión de romper las relaciones diplomáticas con otra nación puede ser perfectamente demorada unos días en espera de una solución diplomática menos drástica sin que la opinión pública intervenga para nada. Que Roosevelt se pudiese tragar, o aceptase aparentar que se tragaba, que la decisión de Stalin podía estar condicionada por la opinión pública de la URSS, la nación con menos libertad de expresión que existía sobre la Tierra en ese momento, sólo nos permite concluir que el presidente americano debía ser necesariamente un ingenuo, un ignorante o un sinvergüenza sin escrúpulos. Según el historiador Tim Tzouliadis:

“Si el gobierno estadounidense quería presentar el régimen de Stalin como digno del apoyo entusiasta del público, la supresión de la culpabilidad del NKVD en la matanza de Katyn se convertía en parte imprescindible del esfuerzo de guerra de los aliados. Habría que enterrar toda evidencia en contra – como se habían enterrado los informes sobre norteamericanos desaparecidos – bajo una montaña de material confidencial, que se dejaba que acumulara polvo en archivos secretos hasta que nadie pudiera recordar el porqué y todos los protagonistas hubieran desaparecido de la escena mucho tiempo atrás.”[9]

La vergonzosa actitud de los aliados anglosajones había convertido a los polacos, las víctimas de un gigantesco y repugnante crimen, en los villanos. Churchill exigió a Sikorski que su gobierno dejase de pedir explicaciones y ordenase a la prensa polaca que se editaba en Londres que hiciese lo mismo. Como señaló el historiador británico Laurence Rees,

 “…cuando apenas habían transcurrido doce días desde que los alemanes habían anunciado el hallazgo de los cadáveres en Katyn, los mandamases soviéticos se las habían compuesto para adquirir fortaleza de un hecho que podía haberlos debilitado hasta lo sumo.”[10]

En efecto, la debilidad de los angloamericanos acabó de convencer a Stalin de que a partir de aquel momento podría manejar la Gran Alianza como mejor conviniera a sus propósitos. La forma en la que Roosevelt y Churchill humillaron a sus aliados y protegidos polacos para apaciguarle a él, confirmó a Stalin que nada de lo que exigiese le sería negado en el futuro.

Durante el breve período de tiempo comprendido entre mediados de 1941 y principios de 1943 en el que las relaciones entre el gobierno de Sikorski y el de Stalin fueron correctas, los soviéticos liberaron de los campos de concentración a miles de soldados polacos y a algunos pocos oficiales que se habían salvado milagrosamente del exterminio. A través del neutral Irán, recalaron en la colonia británica de Palestina. Allí, el General Wladyslav Anders, Inspector General de las fuerzas polacas del exilio, se hizo cargo de la formación de una fuerza de combate que habría de intervenir en la lucha contra el Eje en el teatro de operaciones del Mediterráneo. Sería el II Cuerpo de Ejército Polaco que se integraría en el 8º Ejército Británico y que habría de combatir con gallardía y coraje en el frente italiano en los meses siguientes.

Stalin siguió presionando a los aliados occidentales, sobre todo a los británicos, para que forzasen un cambio radical en el gobierno polaco en el exilio. Los anglosajones, en concreto, intentaron convencer a Sikorski de que cesase al profesor Stalisnas Kot como ministro de Información del gobierno polaco.

En los últimos días de Abril, por “sugerencia” de Churchill, los más influyentes periódicos británicos – The Times, the Daily Telegraph, the Daily Mail, the News Chronicle, the Daily Express – lanzaron una campaña de artículos contra Sikorski en la que unánimemente le exigían que abordase una remodelación de su gobierno según las exigencias soviéticas.

El día 30, Eden exigió personalmente a Sikorski que se plegase a las demandas de Stalin, que expulsase de su gabinete a los miembros más hostiles a la Unión Soviética y que hiciese una declaración pública reconociendo que los alemanes habían sido realmente los responsables de la masacre de Katyn. El presidente del gobierno polaco se negó a aceptar las “recomendaciones” del secretario del Foreign Office.

El 3 de Mayo Sikorski, con motivo de la fiesta nacional de Polonia, declaró públicamente, para quien lo quisiera entender:

“Existen límites para el servilismo, que ningún ciudadano polaco traspasaría.”[11]

Y ese mismo día, Sikorski, ignorante de la política de apaciguamiento a Stalin que habían adoptado sus aliados, escribió un mensaje privado a Roosevelt, suplicando al presidente de la nación supuestamente defensora de la libertad, que, en el momento de mayor necesidad para Polonia, los Estados Unidos, a través de su líder supremo, tuviesen un gesto magnánimo de apoyo a la nación polaca. Una vez más, no obtuvo respuesta.

El 4 de Mayo Stalin “sugirió” a Churchill la conveniencia de sustituir a Sikorski (y a la práctica totalidad de su gobierno), por otro que resultase menos “anti soviético”. El Primer Ministro, lejos de hacer ver a Stalin que el líder de una democracia como la británica no debía entrometerse en los asuntos políticos de un gobierno aliado y amigo como el polaco, le envió un mensaje en el que le expresaba su coincidencia de punto de vista respecto a Sikorski.

“Yo opino como usted, que en ningún caso deberíamos mantener a Sikorski y a algunos más (de su gobierno).”[12]

El problema para Churchill – y para Roosevelt – era que estaba deseando deshacerse de Sikorski para complacer a Stalin, pero no tenía medios legítimos para hacerlo sin quedar en evidencia.


[1] David Irving, Op. Cit., p. 24.
[2] Susan Butler, Op. Cit., p. 166.
[3] Laurence Ress, Op. Cit. , p. 219.
[4] David Irving, Op. Cit., p. 28.
[5] La redacción del mensaje de Roosevelt incluía la palabra “estúpido”. Sin embargo, fue borrada justo antes de darle curso.
[6] Ya a las pocas semanas del descubrimiento de las fosas por los alemanes, el 24 de Mayo, el embajador británico ante el gobierno polaco en el exilio, sir Owen O’Malley, redactó un informe muy documentado, en el que afirmaba que no cabía la más mínima duda de la responsabilidad soviética en la matanza de Katyn. Con una sinceridad ácida y digna de mejor causa, reconocía que el gobierno británico “se había visto obligado a “distorsionar, en apariencia, el funcionamiento cabal de nuestro juicio intelectual y moral: compelido a conceder una importancia indebida a la falta de tacto o la impulsividad de los polacos, a impedir que expongan al público su situación sin ambages y a disuadir al público y la prensa de tratar de investigar a fondo tan repugnante historia... De hecho, hemos tenido que usar, por fuerza, el buen nombre de Inglaterra del mismo modo que emplearon los asesinos coníferas jóvenes para ocultar la carnicería… Ahora corremos el peligro de caer … bajo la maldición de San Pablo contra los que pueden ver la crueldad y no se encienden.”

Churchill envió el informe a Roosevelt quien, en palabras de Laurence Rees, “lo acogió, como hizo con tantos otros escritos que juzgó “de escasa utilidad”, con total desdén. Nunca se supo de ningún comentario suyo al respecto, y este hecho constituye, de suyo, una declaración harto elocuente.”
El informe de O’Malley nunca sería publicado de forma oficial.

No obstante, Roosevelt también tuvo su propia fuente de información que le confirmó, para su disgusto, la culpabilidad incontestable de los soviéticos. Fue el oficial de la marina George Earle, amigo personal de la familia del presidente y enviado especial de éste a los Balcanes el encargado de investigar la autoría de la matanza. Como no podía ser de otra forma, las conclusiones del informe que Earle presentó a Roosevelt en 1944 no dejaban lugar a dudas: los soviéticos habían cometido los asesinatos. El presidente lo rechazó y, sin más argumentos que lo que él quería creer, afirmó que estaba equivocado y que los nazis habían sido los culpables. Cuando más tarde Earle pidió permiso a Roosevelt para publicar su informe, éste se lo prohibió terminantemente por escrito e inmediatamente ordenó su traslado a la Samoa americana. La carta de Roosevelt (que reproduce Laurence Rees en su obra ya citada), a su antiguo amigo y colaborador no pudo ser más dura:

“He recibido con preocupación noticia de tus intenciones de publicar la opinión poco favorable que te merece unos de nuestros aliados, en un momento en que una información así, procedente de un antiguo enviado mío, podría hacer un daño irreparable a nuestra campaña bélica… Poner al alcance del público información obtenida en posiciones así sin la autorización pertinente constituiría una traición formidable… Te prohíbo expresamente publicar ninguna información ni opinión relativa a nuestros aliados adquirida mientras te encontrabas al servicio del gobierno o del Ejército de los Estados Unidos.”

Resulta evidente que Roosevelt por nada del mundo quería que el público norteamericano se enterase de qué clase de aliados tenían los Estados Unidos en esa guerra que él les aseguraba que se libraba por la libertad de los pueblos.

Algo muy parecido ocurrió con Van Vliet. Este coronel del Ejército norteamericano fue unos de los prisioneros aliados que los nazis llevaron a Katyn en Abril como observadores. A su regreso a los Estados Unidos en 1945 presentó un informe a la inteligencia militar con sus impresiones obtenidas como observador privilegiado sobre el terreno. Como no podía ser de otra manera, también se mostraba convencido de que habían sido los soviéticos los perpetradores de la masacre. El informe fue igualmente censurado por orden expresa del general Clayton Bissell.
[7] Victor Rothwell, Anthony Eden: a political biography, 1931-1957, Manchester University Press, 1992, p. 68.
[8] Susan Butler, Op. Cit., p. 170.
[9] Tim Tzouliadis, Op. Cit., p. 264.
[10] Laurence Ress, Op. Cit. , p. 220.
[11] David Irving, Op. Cit., p. 34.
[12] David Irving, Op. Cit., p. 35.

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