Propietarios agrícolas sí, campesinos no
Con las fortunas adquiridas de forma tan poco ejemplar los judíos de España adquirían enormes explotaciones agrarias en la frontera. Los judíos suelen negar u ocultar que a lo largo de la historia tuvieron derecho a adquirir tierras en diferentes momentos y lugares. La España de los siglos XII, XII y XIV fue uno de ellos. Sin embargo, los judíos rara vez cultivaban por sí mismos las tierras que adquirían. Jonathan Ray, experto en el judaísmo de la España medieval lo describe magistralmente:
“Los judíos pudientes que recibían tierra en zonas rurales en forma de concesiones regias o que las aceptaban como pago de un préstamo trataban a menudo esas posesiones como una forma de capital, conservándolas sólo un corto período de tiempo y vendiéndolas a continuación. Sin embargo, algunos judíos parecen haber estado directamente involucrados en la producción agrícola.”
De hecho, uno de los rasgos más llamativos de la propiedad de la tierra de los judíos en los nuevos territorios es que parece haber sido cualquier cosa menos un fenómeno excepcional. Los judíos de la Península Ibérica no sólo tenían la posibilidad de poseer tierras, sino que las modalidades de tierra que poseían, así como el estatus social y económico que alcanzaban con esas propiedades eran estrechamente análogos a los de otros grupos urbanos de la frontera.”
“La propiedad de tierras en manos de judíos en la frontera ibérica fue en suma una extensión de la singular relación social y legal de los judíos con la Corona , una relación que de modo general protegía a este grupo de la fiscalidad extraordinaria de la Iglesia y de las entidades municipales. Los monarcas peninsulares seguirían defendiendo el derecho de los judíos a poseer tierra ante la creciente oposición eclesiástica y municipal, al tiempo que controlarían rigurosamente la propiedad de los judíos, confiscándola, protegiéndola o redistribuyéndola según su criterio. Los judíos con conexiones con la corte regia siguieron siendo los mayores beneficiarios de este control por parte de los reyes, y las extensiones de tierra más grandes en manos de judíos en toda la frontera fueron concedidas en recompensa por sus servicios a los miembros más ricos y poderosos de esta minoría. Sin embargo, conforme la conquista dejó paso a la colonización, muchos colonos judíos vinieron a lograr la posesión de tierra urbana y rural por diversos medios, y la propiedad de la tierra se mantuvo como parte integral de la vida social y económica de los judíos a lo largo de todo este período y después del mismo.”[1]
Así pues, los judíos poseían tierras, enormes extensiones en muchos casos, adquiridas por concesión regia en agradecimiento a sus servicios o como prenda de préstamos impagados. Y este no era un fenómeno excepcional. Los judíos no tenían, como acostumbran a decir, prohibido el acceso a las tierras. Y, por supuesto, tampoco tenían prohibido el acceso a muchos otros oficios: comerciantes, tejedores, curtidores, médicos[2]… Hasta bien entrado el siglo XIII, cuando las disposiciones del Concilio de Letrán de 1215 se fueron imponiendo, los judíos vivían en Europa occidental infinitamente mejor que la inmensa mayoría de los cristianos. Mientras los campesinos y los modestos artesanos vivían humildemente y sometidos al poder arbitrario de la nobleza y la monarquía, los judíos vivían bajo su protección. Se habían convertido voluntaria y gustosamente en los agentes del poder para exprimir a los cristianos pobres[3]. Nada ni nadie había obligado a los judíos a dedicarse a recaudar impuestos y a prestar después a elevadísimo interés el dinero ganado con la recaudación, a los mismos desdichados a los que se lo habían cobrado. Mienten sistemática e intencionadamente los historiadores judíos y sus amigos cuando afirman, pues, que los hebreos fueron obligados por los cristianos al ejercicio de estas odiosas pero lucrativas prácticas. La mayoría de los judíos que adquirieron tierras no las explotaron, las arrendaron o especularon con ellas para obtener sustanciosas plusvalías. El trabajo agrícola estaba a su alcance, pero no les interesaba. Abner de Burgos, un prestigioso médico e intelectual judío que vivió en España a principios del siglo XIV y que acabó convirtiéndose al cristianismo de forma sincera, pues su conversión tuvo lugar mucho antes de los tumultuosos sucesos de finales de ese siglo que acarrearon decenas de miles de conversiones de conveniencia, escribió, hablando de la mentalidad judía que él bien conocía, lo siguiente:
“Nosotros nos encontramos a gusto cobrándoles los intereses con usura a los campesinos y demás gentes, que se fatigan y trabajan para nosotros… y en cuanto a que pagamos impuestos a sus reyes, no vemos en esto una gran pena como vosotros pensáis, pues también vosotros pagáis impuestos como nosotros, e incluso si tuviéramos un rey judío, habríamos de pagarlos; sólo que ahora es mejor para nosotros porque prestamos dinero a interés y os cobramos a vosotros, cristianos, mucho más de lo que pagamos de impuestos, lo cual no podríamos hacer si estuviéramos en nuestro país y con nuestro rey judío.”[4]
Tampoco fomentaron talleres ni industrias. Se dedicaron principalmente a los negocios especulativos que no generaban riqueza para el conjunto de la nación sino que la secaban.
“…bajo el regio patrocinio los judíos explotaron por duplicado a los cristianos. Por duplicado, porque les tomaban con creces los tributos que recaudaban para el erario y porque, para levantar sus propias cargas tributarias sin merma de sus fortunas, aumentaban ellos los intereses usurarios o las ganancias comerciales que obtenían de las masas adoradoras del Crucificado. Y esas masas, doblemente apremiadas por los hebreos recaudadores y por los hebreos prestamistas y comerciantes, les regalaban con una saña creciente, gritaban al rey sus agravios y, en cuanto flaqueaba la regia autoridad, entraban a saco en las juderías y hasta se daban el placer de ensangrentarlas.”[5]
Fue este panorama de explotación e injusticia el que a lo largo de los siglos provocó estallidos de ira antisemita entre las empobrecidas y desesperadas masas de campesinos cristianos. Y mientras los plebeyos, apoyados por el bajo clero de las órdenes mendicantes que compartía con ellos la pobreza y la marginación, se revelaban contra los usureros hebreos, los reyes, la nobleza y la alta jerarquía eclesiástica los protegían. Y este panorama se mantuvo intacto hasta bien entrado el siglo XIX en el Este de Europa.
[1] Jonathan Ray, op. cit. p. 74, 91 y 92.
[2] La exitosa dedicación de los judíos a la medicina durante la Edad Media es bien conocida. Los médicos judíos tenían justa fama y tanto los cristianos poderosos, reyes, nobles y obispos, como los altos dignatarios musulmanes, reclamaban sus servicios. Los historiadores judíos se muestran particularmente orgullosos de esta faceta del judaísmo medieval y citan abundantes ejemplos de prestigiosos judíos que actuaron como médicos para reyes, sultanes y obispos. Lo que nunca cuentan es por qué los hebreos tenían esta extraña habilidad que en cambio no se daba entre los gentiles. La razón es una consecuencia más del desprecio del judaísmo hacia los no judíos. En la Europa Medieval los cristianos respetaban escrupulosamente los cuerpos de los difuntos y la profanación de cadáveres era algo particularmente aborrecible, se tratase de cristianos o de paganos. Los judíos siempre han considerado especialmente sagrados los cadáveres, pero exclusivamente los de sus correligionarios. La religión judía contempla, en cambio, con absoluto desprecio los cadáveres de los gentiles, asimilables a los de los animales. De esta forma, los judíos fueron los únicos que se dedicaron a diseccionar cadáveres. Si se trataba de judíos que vivían en el mundo islámico, se las ingeniaban para practicar con cadáveres de musulmanes y lo mismo ocurría con los judíos que vivían entre cristianos. Los judíos, además, utilizaron sus conocimientos médicos para medrar. Nunca atendieron a los gentiles pobres, que no podían pagar sus elevadísimos honorarios, pero sí se dedicaron con entusiasmo a curar a los gentiles ricos y poderosos, no sólo por qué pagaban muy bien, sino porque, además, esta práctica les facilitaba establecer los contactos necesarios con la oligarquía cristiana o musulmana y de estos contactos en muchas ocasiones salían los suculentos negocios y los tratos de favor hacia la comunidad hebrea local.
[3] “Pero lo cierto es que durante los años en que la Europa occidental sufrió hambre de forma efectiva, en los siglos X y XI, no aparece nada que lo sugiera o lo refleje en las fuentes judías de la zona correspondientes a aquel período. Los judíos de las ciudades llevaban una vida a nivel aristocrático, propio de comerciantes internacionales y distinguidos financieros locales.” H.H. Ben -Sasson, op.cit., p. 475.
[4] Citado en Ytzhak Baer, op. cit., p. 394.
[5] Claudio Sánchez-Albornoz, op. cit., p. 900.
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