LA BANDA DEL TESORO
Franklin D. Roosevelt y Henry Morgenthau
La llegada de Franklin D. Roosevelt a la Casa Blanca en 1933 abrió de par en par las puertas de la administración norteamericana a una legión de entusiastas defensores del New Deal “rooseveltiano”. Casi todos ellos compartían un perfil que se podría resumir como sigue: relativamente jóvenes, educados en instituciones elitistas de la Costa Este y de ideología “liberal” (en el sentido americano, es decir, progresista). No obstante, este colectivo poseía otra seña particular que en los ensayos y manuales de historia suele ser pasada por alto: en su seno se daba una desproporcionada presencia de judíos.
Entre esta generación de funcionarios del New Deal que se fue incorporando a puestos de suma relevancia en los diferentes Departamentos y Agencias de la Administración Federal, se produjo otro fenómeno al que tampoco se ha prestado la atención que merece (fuera de pequeños círculos de investigación muy poco accesibles para el gran público y mucho menos aún en España). Aprovechando el ambiente propicio del New Deal y la filosofía progresista que imperaba en Washington, entre las decenas de estas nuevas incorporaciones a la administración se coló una descomunal cantidad de espías soviéticos.
Cuando en 1950 el senador McCarthy pronunció su famoso discurso denunciando la infiltración de comunistas en el Departamento de Estado, sólo estaba descubriendo la punta del iceberg de la que seguramente es la mayor traición que haya conocido un país en la Historia Moderna.
Los poderosos medios de comunicación progresistas, con Hollywood a la cabeza, rechazaron las denuncias de McCarthy. En ocasiones las ridiculizaron presentándolas como fruto de una paranoia anticomunista irracional. Con su típica habilidad para la propaganda, los izquierdistas consiguieron que las investigaciones del Comité de Actividades Antiamericanas destinadas a desenmascarar a los comunistas infiltrados pasasen a la historia como la caza de brujas. Sin embargo, cuando en 1995 el gobierno norteamericano decidió desclasificar casi tres mil documentos del Proyecto Venona, se hizo evidente que la realidad de la infiltración comunista era innegable y que su magnitud superaba con creces las denuncias que los sectores conservadores habían lanzado en la década de 1950. El Proyecto Venona se había puesto en marcha en plena guerra mundial, en 1943. Un grupo de técnicos criptógrafos reunidos en Arlington Hall, cerca de Washington, se dedicó en cuerpo y alma a descifrar documentos interceptados entre la embajada y los consulados soviéticos en los Estados Unidos y Moscú. Más de ciento treinta personas, la mayoría de ellas de nacionalidad norteamericana, aparecen en estos documentos con nombres en clave. Muchas de estas personas, debidamente identificadas, ocuparon cargos de alta responsabilidad en la administración federal durante la guerra mundial y al comienzo de la posguerra.
Aunque existen unos cuantos ensayos interesantes en inglés[1] acerca de la época dorada para el espionaje soviético en los Estados Unidos que supuso el larguísimo mandato de Roosevelt y sobre los documentos desclasificados de Venona, este trascendental episodio es bastante desconocido en España.
La responsabilidad de Franklin D. Roosevelt en este oscuro episodio de la historia norteamericana resulta evidente, aunque en la práctica, el poder de los grandes medios haya impuesto el silencio al respecto y en general a los historiadores les haya interesado muy poco investigar en esa línea[2]. Pero resulta evidente que sin un cierto grado de complicidad por parte del presidente, la infiltración comunista jamás habría alcanzado unas proporciones tan altas.
Franklin D. Roosevelt, sin el apoyo político y económico de Bernard Baruch su mentor político, difícilmente habría conseguido llegar a la Casa Blanca. Baruch había amasado una inmensa fortuna con la especulación financiera. A comienzos del siglo XX ya era uno de los más acaudalados y reputados inversores de Wall Street. También se convirtió en uno de los más influyentes líderes de la comunidad judía norteamericana, por cuyos intereses nunca de dejó de velar. Fue uno de los más poderosos consejeros del presidente Woodrow Wilson al que acompañó como consejero a las negociaciones de Paz de París en 1919. Baruch fue el progenitor de la criatura wilsoniana denominada Liga de Naciones. En las elecciones de 1932, Baruch (y con él la comunidad judía americana) se volcó en apoyo del candidato demócrata a la presidencia, Franklin D. Roosevelt. Desde la derrota de James Cox con Franklin D. Roosevelt en el “ticket” como vicepresidente, a manos del republicano Warren Harding en 1919, tres presidentes republicanos se sucedieron en la Casa Blanca. La década de 1920 se caracterizó por un conservadurismo puritano - la famosa Ley Seca es buena prueba de ello - y aislacionista. La crisis de 1929 acabó con la década republicana y el presidente Herbert Hoover perdió la reelección frente a Roosevelt.
Inmediatamente Baruch se convirtió en uno de los principales, si no el principal, cerebro pensante del nuevo y flamante presidente. De la mano de Baruch aterrizaron en la Casa Blanca unos cuantos individuos llamados a ocupar cargos no siempre oficiales, pero siempre en el círculo más próximo, de mayor confianza y por lo tanto de máxima influencia, en el entorno del presidente Roosevelt. Personajes como Samuel Rosenman, Henry Morgenthau, Jacob Viner, Felix Frankfurter, Louis Brandeis, Adolf A. Berle, Mordecai Ezequiel… A su vez, muchos de éstos recomendaron para ocupar altos puestos de responsabilidad en altas esferas de diferentes Departamentos y Agencias del Gobierno a individuos como Alger Hiss, Harry Dexter White, Nathan G. Silvermaster, Solomon Adler, Lauchlin Currie, Frank Coe… que eran agentes del NKVD soviético y que a su vez reclutaron para escalones más bajos de sus Departamentos y Agencias a otros espías soviéticos[3].
Por ejemplo, Felix Frankfurter, que había tenido de alumno a Alger Hiss en Harvard, lo introdujo en la administración nada más llegar Roosevelt a la Casa Blanca. Jacob Viner hizo lo propio con Harry Dexter White, que de forma fulminante se convertiría en la mano derecha del mismísimo Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau. Y éste, a su vez, fichó para su Departamento a Lauchlin Currie quien reclutó para la Junta de Economía de Guerra a Nathan G. Silvermaster y quien recomendó a Roosevelt que enviase a China como asesor del Generalísimo Chiang a Owen Lattimore. Por su parte, Silvermaster organizaría desde dentro del Departamento del Tesoro una formidable red de espías que Venona denominó como “grupo Silvermaster” y que incluía a funcionarios tan importantes como Solomon Adler, Norman Chandler, Sonia Steinman, Frank Coe o el mismísimo Harry Dexter White que a su vez reclutó a William H. Taylor.
[1] Para el gran público, incluso en los Estados Unidos, el episodio de la infiltración soviética durante la época de Roosevelt, sigue siendo algo desconocido. Los grandes medios de comunicación han ignorado las revelaciones de Venona y a nivel divulgativo para consumo de masas, sigue imponiéndose la versión de que las denuncias fueron consecuencia de la histeria de los sectores ultraconservadores y que carecían de la menor consistencia.
[2] “En Junio de 1993, hablé con un antiguo colega, que había prestado servicios como rezident en Nueva York y Londres.
“Mi viejo amigo, que tiene ahora ochenta y tres años, cree que Hiss fue elegido por Hopkins y Roosevelt para establecer contactos confidenciales con diplomáticos y agentes soviéticos, porque sabían que tenía relaciones con ellos y era de tendencias prosoviéticas.
Este funcionario retirado recuerda que en el despacho de Roosevelt había una fuente de información controlada por un agente soviético. Era asesor del presidente en asuntos de espionaje y se hallaba enfrentado a William Donovan y a J. Edgar Hoover, jefes de la OSS y del FBI, respectivamente. Mi amigo cree firmemente que Roosevelt y Hopkins también estaban mal dispuestos hacia ambas instituciones norteamericanas. Los archivos de la GRU reflejan que el entonces presidente organizó su propia red oficiosa de espionaje durante la guerra, la cual utilizó para realizar misiones delicadas. Mi amigo está convencido asimismo de que Hiss, Hopkins y Harriman formaban parte de su grupo de confianza.” Pavel Sudoplatov y Anatoli Sudoplatov, con la colaboración de Jerrold L. Schecter y Leona P. Schecter, Operaciones especiales. Memorias de un maestro de espías soviético, Plaza y Janés, 1994, pp. 288-290.
Esta obra es el resultado de la entrevista que dos periodistas americanos hicieron a Pavel Sudoplatov, uno de los máximos dirigentes de las operaciones secretas en el extranjero efectuadas por los servicios de inteligencia soviéticos.
[3] Para los desinformados que suelen ser propensos a pensar que este tipo de afirmaciones pertenecen a la categoría de las conspiraciones paranoicas, puede resultar curioso acudir a un medio tan accesible como Wikipedia. Tecleando, por ejemplo, el nombre de los famosos “espías atómicos” Julius y Ethel Rosenberg, al final de la página se puede encontrar una lista de espías soviéticos en los Estados Unidos. La lista es muy incompleta, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. En total 53 nombres. La Wikipedia desde luego no revela el dato, desde mi punto de vista cuando menos curioso, de que 26 de los 53 espías son judíos. Teniendo en cuenta que los judíos no representan ni el 2 por ciento de la población norteamericana, debería mover a la reflexión el hecho de que supongan más del 50 por ciento de los espías soviéticos. Igualmente resulta significativo que 31 de los 53 espías de esta lista hubiesen comenzado a actuar durante el mandato de Roosevelt.
Hablan de ti, Jorge.
ResponderEliminarhttp://layijadeneurabia.com/2011/01/18/asi-se-jdieron-los-estados-unidos/
Y además lo hacen bien.
Un abrazo
Fray Fanatic