miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (XI). Jorge Álvarez.

Siria

                                                                 Michel Afleq             

La influencia del “nasserismo” caló con facilidad en Siria, pues en esta nación existía desde 1947 un partido político panarabista, antiimperialista y laico, el Baaz. Esta organización había sido fundada por intelectuales sirios, como Michel Afleq, que habían estudiado en universidades francesas durante los años treinta. Provisionalmente seducidos por el antiimperialismo comunista, rápidamente evolucionaron hacia posiciones nacionalistas. Cuando en 1948 los partidos comunistas árabes apoyaron el reconocimiento del Estado de Israel sólo porque la Unión Soviética así lo había dispuesto, muchos nacionalistas árabes abandonaron cualquier esperanza de que la emancipación llegase a través del comunismo.

El partido Baaz defendía los mismos principios que la revolución nasserista estaba aplicando con éxito en Egipto.

En Febrero de 1954 un golpe de Estado facilitó por primera vez la entrada de miembros del Baaz en el gobierno. De esta forma Siria pasó a alinearse con el emergente bloque de naciones árabes que hacían frente a la política imperialista en Oriente Medio. En definitiva, otra china en los zapatos del Foreign Office y del Departamento de Estado.
El Pacto de Bagdad

La reacción angloamericana ante la marea nacionalista que se extendía por el mundo árabe fue, en Febrero de 1955, el Pacto de Bagdad. Era una alianza política y militar  entre Gran Bretaña, que actuaba como testaferro del verdadero impulsor del pacto, los Estados Unidos y una serie de países prooccidentales de Oriente. La primera reunión de esta nueva organización celebrada en Bagdad en Noviembre de 1955 contó con la muy evidente participación, aunque como “observadores”, del embajador estadounidense en Irak y del almirante John H. Cassidy. Los países musulmanes signatarios fueron Irak, Turquía, Pakistán y el Irán del Sha, firmemente proamericano después del golpe que depuso a Mosadeg. Los anglosajones podían contar con ciertos regímenes adictos a su causa imperialista, pero, sin embargo, las masas de estas naciones eran mayoritariamente contrarias a la política internacional de sus dirigentes. Este foso que separaba a los ciudadanos de sus gobiernos se convirtió en un abismo con la firma de este pacto sumamente impopular. Nasser no perdió la ocasión de denunciar públicamente que esta maniobra auspiciada por los imperialistas anglosajones era un ataque a la soberanía árabe. Y su denuncia no cayó en saco roto. Los patriotas iraquíes comenzaron a organizarse y, al estilo egipcio, se comenzó a formar dentro del ejército de la monarquía hachemita el núcleo rebelde de los “Oficiales Libres”.

La crisis del Canal de Suez, 1956

Egipto, incapaz de afrontar con sus escasos recursos los colosales costos de la construcción de la gigantesca presa de Asuán, había solicitado un crédito al Banco Mundial, institución internacional creada, básicamente, para financiar este tipo de proyectos de desarrollo en países pobres[1]. A pesar de que en principio el proyecto les pareció razonable a los dirigentes del Banco y se comenzaron las negociaciones en Noviembre de 1955, por razones estrictamente políticas el secretario de estado norteamericano John Foster Dulles las interrumpió y rechazó la concesión del crédito el 19 de Julio de 1956. El gobierno americano no estaba dispuesto a que el Banco Mundial financiase un proyecto que, aunque beneficiaría a millones de egipcios pobres, contribuiría igualmente a reforzar al díscolo régimen nasserista.

Por su parte, Nasser tampoco estaba dispuesto a tirar la toalla y había previsto la eventualidad. De golpe sorprendió al mundo anunciando la inmediata nacionalización de la Compañía del Canal de Suez el 26 de Julio[2]. La explotación del Canal de Suez pagaría la construcción de la presa. Su ya enorme prestigio entre las masas árabes creció como la espuma. Su popularidad alcanzó cotas impensables que aún habría de superar en los meses siguientes. Era, sin lugar a dudas, el líder indiscutible para millones de árabes, de musulmanes no árabes e incluso para millones de personas de otras culturas que simpatizaban con la causa antiimperialista.

El primer ministro británico, sir Anthony Eden, en un ejercicio de originalidad oratoria, declaró que Nasser era el “Hitler del Nilo”. La conspiración para lavar la afrenta reunió a franceses, británicos e israelíes. Éstos últimos se iban a prestar a crear un “casus belli” invadiendo Egipto, lo cual permitiría a las fuerzas franco-británicas ocupar el Canal arrebatándoselo a los egipcios con el pretexto de asegurar el libre tránsito de barcos en una zona de guerra.

El 29 de Octubre los judíos invadieron la península del Sinaí en dirección hacia el Canal y dos días después paracaidistas británicos y franceses fueron lanzados sobre Suez. Los gobiernos títeres del Pacto de Bagdad se aprestaron a apoyar la agresión neocolonialista sin el menor rubor. Los egipcios, expulsados de nuevo del Canal, lo bloquearon hundiendo barcos.

La crisis amenazaba con generalizarse. La Unión Soviética amenazó a Francia, Gran Bretaña e Israel si no se retiraban y de esta forma, todo quedaba a la expectativa de la decisión que habrían de tomar los norteamericanos.

El presidente Eisenhower se enfrentó a un problema muy delicado. El poder del lobby judío americano siempre estaba dispuesto a conseguir de las administraciones el apoyo incondicional a los Israelíes. Sin embargo, en este caso, Israel había actuado con franceses y británicos sin contar con Washington. Los judíos americanos consideraban que sus hermanos israelíes se habían equivocado apoyando a las dos potencias europeas decadentes y neocolonialistas y que nada bueno podrían obtener actuando de espaldas a ellos, que representaban sus intereses ante la potencia hegemónica occidental, los estados Unidos.

Por su parte, los expertos del Departamento de Estado consideraban que un apoyo a esta clara violación de la soberanía egipcia equivaldría a legitimar la tradicional “diplomacia de la cañonera” que tanto habían utilizado los imperialistas europeos y que tanto habían criticado los estadounidenses y que, en consecuencia, sería perjudicial para la escasa credibilidad que los Estados Unidos mantenían en un menguante sector del mundo árabe. Así pues, en esta ocasión excepcional, la administración norteamericana condenó la acción unilateral de franceses y británicos a pesar de que sus amigos israelíes hubiesen participado activa y decisivamente en ella.

Si alguien salió ganando con esta crisis, además de Nasser, fueron los soviéticos. Justo a finales de Octubre de 1956 estaban a punto de perder el control de Hungría. El gobierno comunista de Imre Nagy se había colocado a favor de las demandas de los revolucionarios y había declarado su intención de sacar a Hungría del Pacto de Varsovia y convertirlo en un país neutral como Austria.

El astuto líder soviético Nikita Jruschov estaba enterado, gracias a sus agentes infiltrados en las altas esferas británicas, de los planes anglofranceses contra Egipto. Tres días después de que éstos y sus aliados judíos atacasen en el canal de Suez, el 4 de Noviembre el Ejército Rojo aplastó la revolución de los patriotas húngaros.

La agresión de dos grandes democracias occidentales al indefenso Egipto desarmó moralmente a los occidentales frente a la simultánea invasión soviética de Hungría. El hecho de que Eisenhower se hallase en esas fechas en la última semana de su campaña para la reelección presidencial contribuyó a mantener a los norteamericanos bastante ajenos a los acontecimientos.

Cuando reaccionaron, decidieron presionar a los británicos a abandonar su aventura neocolonial[3]. Dos meses después de la invasión, no quedaba un solo soldado invasor en suelo egipcio. La popularidad de Nasser alcanzó su punto culminante. Había desafiado a las dos grandes potencias coloniales que tanto habían humillado a los árabes y había salido triunfador. Las imágenes de los soldados franceses y británicos abandonando el Canal de nuevo en manos de Nasser enloquecieron literalmente de júbilo a millones de musulmanes en todo el planeta.

En este clima de exaltación del nacionalismo árabe, los baazistas sirios firmemente instalados ya en el poder se aproximaron al Egipto de Nasser marcando claramente las distancias con su vecino, el Irak de Feysal II y Nuri Al Said. Fruto de este acercamiento fue la unión de Siria y Egipto en la República Árabe Unida (RAU), constituida en Febrero de 1958 y a la que se uniría unas semanas después Yemen.

Inmediatamente, también en Febrero de ese año, las dos monarquías hachemitas de Jordania e Irak, a instancias de sus amos anglosajones crearon, con Nuri Al said como primer ministro, la Unión Árabe en un vano intento de neutralizar a la RAU. La idea era que el protectorado británico de Kuwait se incorporase lo antes posible a la Unión. Pero la supervivencia de ésta quedó abortada por los acontecimientos en Irak.


[1] La realidad es que tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional, instituciones salidas de los acuerdos de Bretton Woods (New Hampshire, Julio de 1944), fueron concebidos como instrumentos que asegurasen a los Estados Unidos el control de la economía globalizada que habría de surgir después de la Segunda Guerra Mundial. La política de concesión de créditos y ayudas quedó siempre condicionada a que los gobiernos adjudicatarios se plegasen a los modelos económicos, sociales y políticos favorables a Washington, es decir, a las grandes corporaciones multinacionales y financieras judeoamericanas. El caso de la presa de Asuán es emblemático. (N. del A.).

[2] Esta compañía, que explotaba en exclusiva el Canal, estaba formada por capital casi exclusivamente anglo-francés. (N. del A.).
[3] “Estados Unidos comenzó a ejercer una considerable presión, tanto en el ámbito público como en el privado, especialmente sobre Gran Bretaña, para que ésta pusiera fin a su invasión de Egipto, para lo cual llegó a amenazarla con acabar con la libra británica”. Tony Judt, Postguerra. Una Historia de Europa desde 1945, Taurus, 2006, p. 436.

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