jueves, 16 de diciembre de 2010

POLONIA TRAICIONADA. Cómo Churchill y Roosevelt entregaron Polonia a Stalin (X).

El segundo frente y la rendición incondicional


El 19 de Agosto una fuerza de seis mil infantes de la Commonwealth, compuesta mayoritariamente por canadienses, fue prácticamente aniquilada cuando intentó desembarcar en la localidad de Dieppe, en la costa francesa del Canal de la Mancha, defendida por mil quinientos soldados alemanes. En nueve horas los canadienses perdieron casi tres mil hombres, unos mil muertos y cerca de dos mil prisioneros. Sumando las bajas británicas, el asalto a la playa de Dieppe le costó a los aliados casi tres mil setecientas bajas. Los maltrechos supervivientes fueron reembarcados camino de Inglaterra. Parecía evidente que a mediados de 1942 los aliados anglosajones aún no estaban en condiciones de afrontar un desembarco en Francia con mínimas posibilidades de éxito.

A finales de 1942 la guerra comenzó por fin a sonreír a las armas aliadas. La ofensiva alemana en Rusia se detuvo en Stalingrado y el avance de Rommel hacia el Canal de Suez no pasó de El Alamein. A principios de 1943 la Wehrmacht se batía en retirada en el Sur de la Unión Soviética y en el Norte de África. En Noviembre los angloamericanos desembarcaron con éxito en las colonias francesas de Marruecos y Argelia.

El 14 de Enero de 1943 los dos líderes del mundo anglosajón se reunieron públicamente en Casablanca. En esos momentos, la posición de las tropas alemanas en Stalingrado era crítica. Llevaban casi dos meses cercadas y librando combates desesperados contra fuerzas soviéticas abrumadoramente superiores en número. Y la Wehrmacht había perdido todo el territorio que había conquistado en su ofensiva de verano de 1942. Por primera vez desde hacía más de tres años, los ejércitos alemanes sufrían una derrota concluyente.

Mientras Roosevelt y Churchill conferenciaban en Casablanca, el 16 de Enero, aprovechando el enorme prestigio que el Ejército Rojo había alcanzado con la contraofensiva victoriosa en el Cáucaso, el gobierno soviético comunicó al embajador del gobierno polaco que todos los habitantes de la Polonia oriental que había sido anexionada por la URSS en 1939 serían considerados a partir de ese momento como ciudadanos soviéticos. La declaración tenía una enorme trascendencia para los polacos de Londres, pues poco después de la invasión soviética de Septiembre de 1939, alrededor de un millón y medio de polacos habían sido deportados forzosamente hacia Rusia[1]. El gobierno de Sikorski había intentado en vano desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la URSS averiguar el paradero de esos ciudadanos polacos, al igual que había intentado saber dónde estaban los veinte mil oficiales de los que nada se sabía desde la primavera de 1940. La declaración soviética era una forma de hacer saber al gobierno de Sikorski dos cosas: la primera, que dejasen de preguntar por los polacos deportados, porque, desde el momento en que eran considerados ciudadanos soviéticos, los polacos de Londres carecían de cualquier legitimidad para solicitar información acerca de ellos. La segunda, que la Unión Soviética consideraba recuperar los territorios arrebatados a Polonia en 1939.

Esta declaración oficial hizo sonar todas las alarmas entre los polacos del exilio. Tal y como temían, Stalin no pensaba devolver a Polonia el bocado que le había arrebatado en 1939 en connivencia con los nazis. El general Sikorski rechazó las pretensiones soviéticas y el 4 de Febrero, apelando a los principios contenidos en la Carta Atlántica, que también había firmado la URSS, se dirigió al Consejo de Ministros en Londres en los siguientes términos:

“Los principios de la Carta Atlántica y los términos del Tratado de Riga son los únicos válidos a la hora de determinar las fronteras orientales de Polonia.”[2]

Al finalizar la conferencia de Casablanca, los dirigentes anglosajones habían decidido que iba a resultar muy difícil lanzar el segundo frente en 1943 y optaron por continuar con una estrategia mediterránea. Después de acabar con las fuerzas del Eje en África, se continuaría la ofensiva a través de Sicilia. El desembarco en Francia quedaba, por tanto, nuevamente aplazado. Tanto Roosevelt como Churchill sabían lo que eso significaba para Stalin. Por lo tanto, debían ofrecerle algo que pudiese mitigar su más que presumible malestar ante el anuncio de la estrategia mediterránea. Los periodistas británicos Simon Berthon y Joanna Potts, escribieron al respecto:

“En la reunión se acordó que, una vez que África quedara libre de alemanes, el siguiente paso fuera Sicilia, la Operación Husky, y que el segundo frente de Francia se abriría posteriormente en una fecha todavía sin especificar. El único problema era cómo decírselo a Stalin.”[3]

El día 24 de Enero Roosevelt, sentado al lado de Churchill, declaró ante la prensa internacional que la guerra no podía tener otro final que la rendición incondicional del enemigo. Hasta ese momento, ninguno de los contendientes había declarado nada semejante. Después de más de tres años de guerra, de forma sorpresiva, los aliados anglosajones cerraban la puerta a cualquier paz negociada. Alemania, Japón e Italia, si querían poner fin a la guerra, debían rendirse sin condiciones y someterse a los designios de los vencedores de forma absoluta. La mayoría de los historiadores siempre se han mostrado muy críticos con esta declaración al considerar que sólo sirvió para aumentar la firme resolución de alemanes y japoneses de luchar hasta el final y que, por lo tanto, alargó la guerra y costó miles de vidas que de otra forma se podrían haber ahorrado dejando una puerta abierta a una paz de compromiso.

La realidad es que la única finalidad de esta estruendosa declaración que sorprendió al mundo fue la de apaciguar a Stalin. El presidente Roosevelt, de forma absolutamente irresponsable, había prometido personalmente a Molotov en su visita a Washington en mayo de 1942 la apertura del segundo frente en ese mismo año. Posteriormente no tuvo más remedio que admitir que era materialmente imposible ejecutar la operación en la fecha prometida. Después de comunicarle a Stalin que el segundo frente se abriría en 1943, las conclusiones de las reuniones de los altos jefes militares aliados en Casablanca descartaron también la posibilidad de lanzar el ataque en Francia antes de 1944. Literalmente angustiado por la reacción de Stalin ante el enésimo aplazamiento, Roosevelt, en un gesto muy característico de su personalidad, decidió sacarse un conejo de la chistera. De repente se le ocurrió que lo único que podía ofrecer al receloso líder soviético como prueba de su firme determinación de colaborar en la derrota de Hitler era una declaración de rendición incondicional. Y el 24 de Enero esta declaración sorprendió, no sólo al mundo, sino también a Winston Churchill, al que Roosevelt le había ocultado la jugada[4].

Uno de los hijos de Roosevelt, Elliott, que acompañó a su padre a todas la grandes conferencias de los aliados, incluida la de Casablanca, escribió:

“Mi padre, luego que los demás aprobaron su frase, se puso a discutir en otro sentido, acerca de su efecto.
-Por descontado, es la cosa apropiada para los rusos; no podían esperar nada mejor. Rendición incondicional – repitió, lamiéndose pensativamente los dientes, y añadió -: El tío José podía tal vez haberla inventado.”[5]
                                                                           
El historiador norteamericano David M. Kennedy es de la misma opinión:

“Roosevelt realizó una declaración adicional antes de partir de Marruecos, no como parte del comunicado conjunto oficial e impreso, sino oralmente, en una conferencia de prensa el 24 de Enero. En unas palabras aparentemente espontáneas pero casi seguro calculadas, el presidente solicitó nada menos que una “rendición incondicional” de Alemania, Italia y Japón.”
“En ese momento, Roosevelt, (…) no tenía muchos más medios para tranquilizar a su aliado soviético, que estaba soportando prolongados sufrimientos.”[6]


[1] En noviembre de 1943, un oficial de enlace norteamericano de origen polaco, el coronel Henry Szymanski, que se hallaba en Teherán, el lugar por el que habían salido de Rusia los polacos de Anders camino de Oriente Medio, elaboró un informe al que adjuntó estremecedoras fotografías de niños polacos que habían llegado a Irán procedentes de los campos de internamiento soviéticos. Según Szymanski la mitad de esos niños habían fallecido de desnutrición y falta de atenciones médicas elementales en los campos rusos y aseguraba que la mitad restante que había conseguido llegar a Irán también moriría a menos que fuesen evacuados a una zona en la que pudiesen recibir ayuda americana. Los hospitales iraníes estaban repletos de niños y adultos polacos “a los que más les valdrá no haber sobrevivido a su odisea.” En el informe también destacaba que un millón setecientos mil polacos habían sido deportados a la Unión Soviética y que tan sólo cuatrocientos mil habían salido de allí. “Lo que les ocurrió al millón trescientos mil restante, que simplemente desapareció, quedaba revelado en los ojos de los niños que volvieron.” Cuando el informe y las fotos del coronel Szymanski llegaron a Washington, fueron clasificados como secreto y archivados. Como relata Tim Tzouliadis: “Y así, sus revelaciones quedaron convenientemente ocultas de la mirada pública por las exigencias morales de alianza soviético-estadounidense.” (Tim Tzouliadis, Los olvidados. Una tragedia americana  en la Rusia de Stalin, Debate, 2010, pp. 224-225).
[2] David Irving, Accident. The death of General Sikorski, Focal Point Publications, 2000, p. 18.
[3] Simon Berthon y Joanna Potts, Amos de la Guerra, 1939-1945. El corazón del conflicto, Destino, 2007, p. 238.
[4] La declaración de la rendición incondicional siempre ha sido polémica porque incluso los protagonistas de la misma y los testigos más próximos, han ofrecido en los años siguientes versiones distintas acerca de de su paternidad y su gestación. El mismo Churchill en sus memorias reconoce que cuando Roosevelt pronunció ante la prensa la expresión rendición incondicional, quedó “bastante sorprendido”. Según el propio Primer Ministro, la polémica expresión no figuraba en el comunicado que ambos líderes habían pactado para entregar en la rueda de prensa. Sin embargo, Elliott Roosevelt, en su libro “Así lo quería mi padre”, asegura que el día anterior al encuentro con la prensa, el presidente Roosevelt le propuso a Churchill incluir en la declaración final del día siguiente la fórmula de la rendición incondicional y que éste accedió a incluirla. Da la sensación de que el hijo de Roosevelt intenta implicar a Churchill en la metedura de pata de su extravagante padre. Y también de que Churchill intenta desmarcarse, pero no del todo, para no dejar en mal lugar a Roosevelt, quien ya había fallecido cuando él escribió sus famosas memorias y que además, en los Estados Unidos era (y es), venerado casi como un hombre santo. Churchill aseguró ante el Parlamento en 1949 que la idea de la fórmula de la rendición incondicional, que ya por entonces se consideraba muy desafortunada, la había escuchado por primera vez de boca de Roosevelt en la conferencia de prensa de Casablanca. Sin embargo, luego, en sus memorias escritas diez años después, hace un turbio y muy poco creíble intento de hacerse de alguna forma lejanamente copartícipe de la declaración, al mencionar que unos días antes, en un informe al gabinete de guerra, él mismo había mencionado la posibilidad de la fórmula de la  rendición incondicional. Pero también admite que en las sesiones de la conferencia de Casablanca no se habló para nada del asunto hasta que brotó misteriosamente de los labios de Roosevelt ante la prensa. Churchill, acaba de liar el asunto citando un párrafo de un libro en el que Roosevelt confesó a su asesor y confidente Harry Hopkins que la expresión rendición incondicional realmente se le escapó de forma involuntaria, fruto de una distracción. “Nos costó tanto que se reunieran estos dos generales franceses que se me ocurrió pensar que fue tan difícil como concertar un encuentro entre Grant y Lee; de pronto comenzó la conferencia de prensa, sin que Winston y yo tuviéramos tiempo de prepararnos, y recordé de repente que a Grant lo llamaban “Rendición Incondicional” y, sin darme cuenta, lo dije.” De ser cierto esto, además de acreditar la frivolidad ya conocida de Franklin D. Roosevelt, estaríamos ante una tercera versión de la gestación y paternidad de la fórmula. La versión de Elliott Roosevelt que asegura que la expresión se pactó meditadamente el día anterior, no se compadece en nada con la del lapsus linguae de su padre, pero tampoco tiene nada que ver con el hecho de que días antes se hubiese incluido la expresión en un informe al gabinete de guerra británico.
[5]Elliott Roosevelt, Así lo quería mi padre. En la guerra y en la paz,  M. Aguilar, 1946, p. 181.
[6] David M. Kennedy, Entre el miedo y la libertad. Los Estados Unidos: de la Gran Depresión al fin de la segunda guerra mundial, Edhasa, 2005, p. 693.

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