jueves, 9 de diciembre de 2010

SESENTA AÑOS DE LA "PÉRDIDA" DE CHINA (V y último). Jorge Álvarez

Mientras tanto, la guerra continuaba. Las mejores tropas de Chiang operaron con eficacia creciente contra los japoneses en el Sur de China y en Birmania, y cuando la guerra tocaba a su fin, allí se encontraban.


En la Conferencia de Yalta, en Febrero de 1945, con la guerra prácticamente ganada, FDR se empeñó en que Stalin, justo en el momento en que Alemania se rindiera, debía atacar a Japón por Manchuria. A cambio, la URSS recibiría compensaciones importantes. Stalin aceptó encantado la idea (y asombrado). Él era perfectamente consciente de que la guerra contra Japón los americanos la tenían también ya prácticamente ganada y le extrañaba la estupidez de invitar al reparto del botín a un país, la URSS, que no había hecho nada en el conflicto y cuya participación era realmente innecesaria.

La guerra en Europa acabó en Mayo de 1945 y Stalin sólo intervino en la guerra contra Japón seis días antes de la capitulación, cuando la primera bomba atómica ya había caído sobre Hiroshima. A cambio de tan poco, recibió Mongolia Exterior, las Islas Kuriles y dos puertos chinos en Manchuria.

Pero lo más trascendente para el conflicto civil chino fue que, a partir del momento de la entrada de las tropas soviéticas en Manchuria, se establecería un contacto directo entre éstas y los comunistas chinos.

Chiang, con los japoneses fuera de juego pensó que era el momento de ajustar cuentas con los comunistas en Manchuria, pero sus mejores tropas se hallaban, como vimos, en el Sur, en la otra punta de China. Era preciso que la marina norteamericana trasladase a estas tropas, que tan lealmente habían luchado contra los japoneses, para poder acabar con la amenaza comunista. El presidente Truman (Roosevelt había fallecido el 12 de Abril) seguía la misma política que su predecesor. Lejos de acceder a transportar a las tropas de Chiang al Norte, urgió a éste a un encuentro amistoso con Mao para zanjar las diferencias. En Septiembre de 1945, a regañadientes, Chiang conferenció con Mao en Chongquíng. En lugar de aplastar a los rojos con sus mejores tropas, Chiang, de nuevo, se veía forzado a negociar con Mao de igual a igual. Otra oportunidad se había escapado. Gracias, una vez más, a los americanos.

Cuando los soviéticos finalmente se retiraron de China en Mayo de 1946 Chiang decidió aplastar la subversión del PCCH de una vez por todas. Mao había conservado su ejército inédito durante la lucha contra la invasión japonesa, y curiosamente, cuando las hostilidades se reanudaron, las tropas de Mao no fueron rivales para los soldados de Chiang que habían combatido en el Sur y en Birmania y contaban con una disciplina y una experiencia de combate de la que carecían los rojos.

Mao quería a toda costa conservar Manchuria para mantener una base contigua al territorio soviético que le asegurase suministros. Sin embargo, en la primavera de 1946 los soldados del Kuomintang fueron expulsando a los rojos de todas las grandes poblaciones de Manchuria. El PCCH se aferraba a la última, Harbin, con desesperación. En Junio Mao decidió abandonar la ciudad, ante la incapacidad de mantenerla y lanzarse a una guerra de guerrillas. Él y su ejército estaban al borde del colapso.

El presidente Truman y el general Marshall

Truman envió a China urgentemente al general George C. Marshall con la misión de detener la guerra civil, forzar una tregua y alcanzar un compromiso para que se formase un gobierno de concentración nacional entre Chiang y Mao. Con su proverbial analfabetismo político, los dirigentes norteamericanos pensaban que el Kuomintang y el PCCH podían sentarse a una mesa a negociar tranquilamente como lo harían el partido Demócrata y el Republicano. Si bien Franklin D. Roosevelt, Harry S. Truman o el propio Marshall eran unos indocumentados con honores, los hombres que se habían colocado a su lado y en los escalones inmediatamente inferiores de la administración, comunistas convencidos, sabían aprovechar esta coyuntura perfectamente.

Marshall visitó a Mao en su base de Yanán en la primavera de 1946. El líder taimado comunista toreó a Marshall como quiso, se presentó como un moderado amante de la paz y de la libertad, le aseguró que sus ejército era poco más que minúsculas partidas de guerrilleros incontrolados y que deseaba cooperar para acabar con la guerra de forma negociada.

Como consecuencia de la increíble pantomima Marshall comunicó a Truman la buena disposición de los comunistas para alcanzar acuerdos y la estupenda impresión que le había causado Mao. A continuación se dirigió al cuartel general de Chiang, le prohibió seguir hostigando a los comunistas en Manchuria y le conminó a firmar una tregua de dos semanas que luego se amplió, también por voluntad americana a cuatro meses.

Justo en este momento, Junio de 1946, Mao había decidido abandonar Harbin, como vimos, dando por perdida Manchuria y tal vez la guerra. En cuanto Chiang aceptó resignadamente la tregua impuesta por Marshall (es decir, por Harry S. Truman), Mao cambió de opinión y ordenó conservar Harbin y todo el territorio posible del Norte de Manchuria en la frontera con la URSS.

Fue en este crucial momento cuando Chen Lifu, uno de sus hombres más fieles, aconsejó al Generalísimo Chiang Kai-Shek:

“Atacar y conceder una tregua, atacar y conceder otra tregua, no es bueno. Haz como ha hecho Franco en España, si quieres combatir el comunismo, hazlo hasta el final.”

Mao, efectivamente, recuperado del susto, decidió formar un ejército que pudiese derrotar en campo abierto al de Chiang. Aprovechó con astucia la brecha que comenzaba a abrirse entre Stalin y los anglosajones para que la URSS enviase urgentemente todo tipo de armas y asesores al ejército del PCCH. Los rojos consiguieron además, que los soviéticos les entregasen una ingente cantidad de armas japonesas (entre ellas 900 aviones y 700 carros) que habían capturado durante la ocupación de Manchuria y que miles de militares japoneses, incluyendo aviadores, entrenasen a su ejército.

En Junio de 1946, cuando los americanos detuvieron la ofensiva nacionalista y obligaron a Chiang a firmar la tregua, los rojos contaban con tan sólo un millón doscientos setenta mil hombres frente a los casi cuatro millones y medio del Kuomintang.

Cuando Marshall regresó a Washington en Enero de 1947, la correlación de fuerzas se había invertido y con la proximidad de la URSS a las bases comunistas de Manchuria, seguiría inclinándose del lado comunista. En Octubre de 1949 finalmente Mao proclamaba, desde lo alto de la Puerta de Tiananmén la República Popular de China. Tan sólo hacía poco más de dos años, nadie lo habría imaginado. Excepto los agentes soviéticos de la administración Franklin D. Roosevelt que trabajaron denodadamente desde sus altos cargos de responsabilidad política para que esta historia tuviese este final.

La traición a este milenario país asiático costó la vida a setenta millones de chinos, asesinados violentamente o por hambre en tiempos de paz por ese gran estadista que era Mao y al que con tan buenos ojos veían Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman.

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