lunes, 13 de diciembre de 2010

LOS ESTADOS UNIDOS Y EL COMUNISMO. HISTORIA DE UN COMPADREO (VII). Jorge Álvarez.

LA GUERRA: ÚNICA SALIDA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE LA CRISIS DE 1929

En Agosto de 1939 las absurdas fronteras que el Tratado de Versalles había trazado caprichosamente entre Alemania y el recién creado estado polaco habían provocado múltiples incidentes entre el Reich Alemán y Polonia. A finales de Agosto la intransigencia del gobierno de Varsovia que se sabía respaldado por Francia y Gran Bretaña condujo las negociaciones hasta una vía muerta. Polonia sabía que habría guerra y, envalentonada por unas promesas de ayuda aliada que franceses y británicos sabían que no le podían prestar, no la rehuyó.

El 1 de Septiembre las tropas alemanas atravesaban la frontera y atacaban al ejército polaco. Dos días después, Gran Bretaña y Francia le declaraban la guerra al Reich Alemán. Desde el primer momento Roosevelt se alineó moralmente con las potencias que habían convertido una guerra fronteriza en una Guerra Europea albergando la esperanza de poder convertir lo antes posible este alineamiento moral en una intervención material. Por aquellas fechas, todas las encuestas y sondeos de opinión realizados en los Estados Unidos reflejaban un claro rechazo de una abrumadora mayoría de americanos hacia la intervención de su país en la guerra europea. Naturalmente, Roosevelt estaba al corriente de ello pero este hecho no hacía cambiar su absoluta resolución de involucrar a los Estados Unidos en el conflicto en cuanto se presentase una ocasión mínimamente propicia. La obstinación del presidente en este asunto no sólo le empujaba a ignorar a la mayoría de compatriotas aislacionistas sino que le afirmaba en su convicción de que estos ciudadanos estaban manipulados por agitadores nazis y antisemitas. Al igual que despreciaba a los anticomunistas por considerarlos unos reaccionarios fanáticos, despreciaba ahora a todos los que intentaban que los Estados Unidos no fuesen llevados, al igual que en 1917, a los abismos de una guerra que consideraban ajena por completo a sus intereses estratégicos y comerciales. Para él, decidido desde siempre a encabezar cualquier cruzada contra los dictadores fascistas (no contra Stalin, a quien ya sabemos que consideraba un buen tipo), los americanos aislacionistas eran simple y llanamente unos traidores. Desgraciadamente para Roosevelt eran unos traidores que representaban cerca del 80% de la población[1] y contrariando los sentimientos de tanto “traidor” conseguir la reelección se presentaba complicado. Así pues, la estrategia de Roosevelt consistió abiertamente en conspirar secretamente contra la paz que su pueblo mayoritariamente anhelaba, hasta encontrar el momento oportuno para inclinar a los americanos en favor de la guerra. Intentaremos repasar brevemente este proceso mediante el cual un líder político sin escrúpulos, protegido por un minoritario, oscuro y poderoso círculo de intrigantes, empeñó seis años de esfuerzos lentos pero constantes, en empujar a una gran nación que era aislacionista hasta la médula, al epicentro de la mayor guerra que ha conocido la historia. Que este proceso entra de lleno en lo que se podría catalogar como conspiración se deduce claramente del secretismo con que se tomaban muchas de las decisiones belicistas en contraste con las falsas declaraciones y propósitos pacifistas que se publicitaban con los mayores medios.
 

                                                          El senador Gerald Nye

            El hecho de que una proporción altísima de americanos no quisiese intervenir en una nueva guerra en Europa se debía  a que al fuerte impulso aislacionista respecto a los asuntos europeos que siempre fue muy intenso entre ellos se añadía ahora la indignación que causó entre el público americano la publicación de las investigaciones de la comisión Nye en 1935[2]. Gerald Nye era un senador por Dakota del Norte que presidió una comisión especial del Senado encargada de investigar la intervención estadounidense en la Primera Guerra Mundial. Las conclusiones de esta investigación conmovieron e indignaron a la vez a la sociedad americana.  El informe de 1.400 páginas explicaba algo siniestro pero fácil de entender. Resumiendo sus extensas recopilaciones de datos y testimonios se puede afirmar que los investigadores denunciaban que la venta de armas a crédito a los aliados occidentales desde el inicio del conflicto había facilitado el deslizamiento de los Estados Unidos hacia la guerra. Los poderosos grupos industriales que fabricaban y comerciaban con armamento, así como los grandes bancos que facilitaban las operaciones, temieron que los frecuentes reveses militares de los aliados provocasen su derrota final con el inevitable impago de las cantidades astronómicas que les adeudaban por los plazos no vencidos de los créditos para la compra de armas. Si los alemanes ganaban, era evidente que los aliados derrotados no podrían pagar y esto suponía un riesgo tan grande que podía convertir el magnífico negocio inicial en una catástrofe multibillonaria. Según el informe, las siniestras implicaciones del comercio de armas y de la gran banca con la administración de Wilson, involucraron a los Estados Unidos en la Gran Guerra como último recurso para que el negocio no se fuese al traste[3]. No resulta difícil comprender la indignación que estas conclusiones causaban, sin ir más lejos, en los padres de muchos de los 50.000 jóvenes americanos muertos en las trincheras de Francia. Les habían animado a alistarse diciéndoles que iban a luchar para salvar la libertad y la democracia en Europa y ahora comprobaban que sus hijos habían sido reclutados en realidad para salvar las cuentas de resultados de una cuantas megacorporaciones industriales y financieras. La indignación fue tan intensa y caló tan hondo en el americano medio que hasta el mismo partido demócrata del presidente Roosevelt (y de Wilson) tuvo que aceptar el hecho de que manifestar abiertamente sus tendencias belicistas e intervencionistas era, en aquel momento concreto, un suicidio político. La convención demócrata de 1936 en Filadelfia se vio obligada a incluir en su programa esta declaración:

“Seguiremos llevando a cabo una verdadera neutralidad en las disputas con los demás;...para trabajar por la paz y erradicar el lucro de la guerra; para protegernos contra cualquier empeño que nos conduzca, debido a compromisos políticos, a la banca internacional o al comercio particular, a cualquier guerra que surja dondequiera.”[4]

              Que el propio partido demócrata incluyese en su programa una declaración de intenciones como esta, refleja hasta que punto las conclusiones de la Comisión Nye eran consideradas muy seriamente por la sociedad americana. Si los demócratas proclamaban su firme intención de no permitir que los Estados Unidos fuesen arrastrados a la guerra por los comerciantes o la banca, es lógico entender que implícitamente estaban admitiendo que eso había ocurrido en 1917 y que existía el peligro de que esos mismos grupos de presión volviesen a intentar algo semejante en el futuro. Este estado de ánimo arraigó tan firmemente entre los americanos que el Congreso, entre 1935 (año de la publicación del Informe Nye) y 1937 aprobó tres Leyes de Neutralidad. Estas leyes prohibían a los Estados Unidos, no sólo vender armas a países en guerra, sino también conceder créditos a los beligerantes. Para Roosevelt la situación era delicada. Tanto él como su partido habían ganado las elecciones de 1936 holgadamente pero aunque contaban con una amplia mayoría en las cámaras, a mediados de los años treinta, el sentimiento pro aislacionista del pueblo americano le obligaba a mantener públicamente una actitud favorable a la neutralidad respecto a los conflictos de Europa y Asia. Desde el momento en que se aprobó la tercera Ley de Neutralidad, Roosevelt se decidió a contraatacar.

[1] “...las encuestas indican que, hasta el ataque contra Pearl Harbor, alrededor del 80 por ciento de la población adulta deseaba que el país se mantuviera neutral...” (Paul Johnson, Estados Unidos, la historia, Javier Vergara Editor, 2001, p. 673).
[2] “Entre otras cosas, la Comisión Nye supuestamente probó que las conexiones entre la administración Wilson, los bancos y el comercio de armas llevaron a Estados Unidos a la primera guerra mundial y que, en gran medida, las mismas fuerzas...estaban conspirando nuevamente para crear guerras y obtener ganancias.” (Paul Johnson, op. cit., p. 675).
“En 1935, un comité especial del Senado...publicó un informe de 1.400 páginas en que culpaba a los fabricantes de armas de la entrada de los Estados Unidos en la guerra. Poco después,  el libro The Road to War,  de Walter Millis, que fue un gran éxito de ventas, popularizó la misma tesis entre una gran audiencia”. (Henry Kissinger, op. cit., p. 399).
“Se hace más difícil la idea de la intervención por las investigaciones hechas por la Comisión Nye, la cual culpa a los grandes banqueros y a los fabricantes de armas de la intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial para sus propios intereses económicos.” (Mario Hernández Sánchez-Barba, Historia de Estados Unidos de América. De la República burguesa al Poder presidencial, Marcial Pons, 1997, p. 337).
“Sin embargo, el resultado principal de la investigación del Comité Nye fue convencer a los estadounidenses de la necesidad de asegurarse de que nunca más serían arrastrados a la guerra, como había sucedido en 1917. Éste fue el objetivo de las Leyes de Neutralidad de 1935-1937, aprobadas todas por aplastantes mayorías en el Congreso”. (Maldwyn A. Jones, Historia de Estados Unidos, 1607-1992, Ed. Cátedra, 1996, p. 449).
“Además, la corriente pacifista era muy fuerte en el país americano. Había extraído mucha energía de las investigaciones sobre la influencia de los intereses de la industria del armamento en el ingreso de Estados unidos en la Primera Guerra Mundial;” (Ernst Nolte,  La guerra civil europea, 1917-1945, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 448).
[3] “Tras la entrada estadounidense en la guerra, la balanza comercial, ya favorable a los Estados Unidos, se multiplicó por cinco; los aliados liquidaron 2 mil millones de dólares en activos norteamericanos y privadamente tomaron prestados otros 2.500 millones para pagar sus compras. En contraste, Alemania sólo consiguió 45 millones de dólares en préstamos estadounidenses.” (Allan R. Millett y Peter Maslowski, Historia Militar de los Estados Unidos. Por la defensa común, Ed. San Martín, 1984, p. 366).
“La Primera Guerra Mundial produjo enormes beneficios para los bancos y familias que poseían al Banco de la Reserva Federal.” (Ricardo de la Cierva, op. cit., p. 271).  
El propio Ricardo de la Cierva enumera en la obra citada y unas líneas antes de la cita arriba indicada quiénes son “los mayores participantes iniciales en el sistema del Banco de la Reserva Federal”: Rothschild de Londres y Berlín, Lazard Brothers de París, Israel Sheiff de Italia, Kuhn Loeb Company de Alemania y Estados Unidos, Warburg de Hamburgo y Amsterdam, Lehman Brothers, Goldman y Sachs, Rockefeller de Nueva York. Según destaca el mismo de la Cierva, “muchas de estas familias, si no todas, son judías”.
[4] José Moya, Una empresa llamada Estados Unidos, Ediciones de la Torre, 1994, p. 537.

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