miércoles, 2 de marzo de 2011

LA BANDA DEL TESORO (V). Jorge Álvarez

Al servicio de Mao


Owen Lattimore (primero por la derecha), testificando como acusado en una audiencia del Comité de Investigación de Defensa Nacional del Senado. Abril de 1950.

Los agentes americanos al servicio del NKVD actuaron con una eficacia colosal en otro conflicto internacional, el que asolaba China desde hacía años.

Desde 1937 el gobierno nacionalista chino del Kuomintang libraba una guerra intermitente contra Japón. El gobierno de Roosevelt siempre había mostrado unas claras simpatías por los chinos y una indisimulada hostilidad hacia Japón, pero la legislación de neutralidad y el sentimiento aislacionista de la inmensa mayoría de los norteamericanos impedían al presidente ayudar de forma oficial y más activa a los chinos. A esta guerra contra Japón se superponía la guerra más larga que libraba igualmente el Kuomintang del Generalísimo Chiang Kai Shek contra las bandas comunistas de Mao.

Ya a principios de los años treinta el espionaje soviético había enviado a los Estados Unidos a un agente “ilegal”, Nahum Isákovich Eitingon, judío procedente de la zona bielorrusa de Gómel, en la que había ejercido durante la guerra civil como subjefe de la Cheka, encargada de reprimir sin remordimientos a todos los elementos hostiles o supuestamente desleales a la revolución. Posteriormente había servido como rezident en China. A principios de la década de 1930 era jefe de sección del Departamento de Extranjero del NKVD a las órdenes directas de Abraham Aronovich Slutski (judío de origen ucraniano que sería ejecutado en 1938 en pleno apogeo de las purgas). Ese mismo año Eitingon ocupó en España la rezidentura que había dejado vacante Alexander Orlov[1].

En 1931 Eitingon estaba en los Estados Unidos, donde estableció una red “ilegal” que debía ocuparse de que la diplomacia norteamericana no abandonase a China. Se trataba de conseguir que Japón se mantuviese enredado en China de forma que olvidase cualquier tentación de atacar a la Unión Soviética. Si los Estados Unidos apoyaban a los chinos, la contienda se alargaría y Japón permanecería “amarrado” al avispero chino. Los esfuerzos de Eitingon cristalizaron en la formación del grupo Amerasia que a mediados de los años treinta publicó una revista con el mismo nombre. La misión de este think tank era convencer a las élites dirigentes y mediáticas norteamericanas de que los Estados Unidos debían apoyar una alianza entre las fuerzas nacionalistas de Chiang y las comunistas de Mao para luchar contra Japón. Esta estrategia, además de mantener a Japón ocupado en China, impedía a las fuerzas nacionalistas del Kuomintang eliminar a las bandas comunistas de Mao, que por aquel entonces eran escasas, y estaban mal entrenadas y peor equipadas. Como veremos, esta política de conciliación entre nacionalistas y comunistas que la administración Roosevelt impuso al Generalísimo Chiang facilitó la victoria final de Mao.

Mucho antes de que Japón atacase Pearl Harbor, como ya vimos, los Estados Unidos se hallaban política y económicamente implicados en el conflicto chino-japonés mucho más de lo que la opinión pública norteamericana sospechaba. La administración Roosevelt se erigió en el paladín de China, pero muy influenciada por el punto de vista que favorecía a los soviéticos. No en vano, todos los expertos en los que Roosevelt confió para dirigir las relaciones entre China y Estados Unidos eran agentes del NKVD.

Las relaciones con China se basaban en ayuda, ayuda y más ayuda. El gigante asiático llevaba casi un siglo postrado ante el poder de los grandes imperios coloniales. La disolución del poder imperial centralizado había dado lugar a la fragmentación del país en cantones dominados por señores de la guerra y clanes de bandidos. El Kuomintang comenzó a restaurar el orden en el país en los años veinte, pero entonces, empujados por el éxito de la revolución bolchevique, los comunistas chinos se levantaron contra la autoridad de los nacionalistas. Los japoneses irrumpieron en Manchuria en 1931 y en 1937 ocuparon extensas partes del resto de China. El país estaba desolado, la inestabilidad política y las guerras impedían cualquier resurgir económico. El gobierno del Kuomintang necesitaba permanentemente apoyo económico exterior y Estados Unidos se convirtió en su principal proveedor. Pero había un problema. Roosevelt, que era un indocumentado profesional, despreciaba los consejos del Departamento de Estado y atendía solícitamente a cualquier recomendación de sus hombres de confianza. ¿Quiénes fueron los asesores directos del presidente para decidir qué política se debía seguir en China y quiénes los destinados a ponerla en práctica? Harry Dexter White, Lauchlin Currie, Owen Lattimore, Frank Coe y Solomon Adler. Ni uno más ni uno menos y los cinco eran agentes soviéticos. Un auténtico repóquer de espías para entregar China al comunismo… desde la Casa Blanca.

Owen Lattimore, aunque nacido en los Estados Unidos, se había criado en China, donde sus padres trabajaban como profesores de inglés. Con el tiempo viajó repetidamente a China y se convirtió en un especialista sobre la historia y las costumbres del país. En algún momento a mediados de los años treinta mantuvo contactos en Estados Unidos con un agente de la Comintern de origen húngaro, Louis Gibarti, (su nombre auténtico era Sándor Dobos), especialista en crear grupos de opinión favorables a la Unión Soviética entre los intelectuales y artistas de occidente, dentro de la organización destinada a este fin que dirigía Willy Münzenberg.  Gibarti también había viajado por extremo oriente y había mantenido contactos con personajes como Ho Chi Min o Nehru. Tal vez por esta razón fuera la persona ideal para implicar a otro “experto orientalista” como Lattimore en el espionaje soviético. Y no cabe duda de que lo consiguió. Desde finales de los años treinta Lattimore colaboró con el Institute of Pacific Relations, organización partícipe del proyecto Amerasia. En el verano de 1941, por recomendación de Lauchlin Currie, el presidente Roosevelt envió a China a Lattimore como consejero del gobierno americano ante el Generalísismo Chiang Kai Shek.

Frank Coe, como ya mencionamos, ocupó durante toda la guerra altos cargos en diferentes organismos del Departamento del Tesoro y era una pieza clave del “grupo Silvermaster”. A principios de los años cuarenta era un alto ejecutivo de la Junta de Economía de Guerra (Board of Economic Warfare) y en 1944 dirigía la División de Política Monetaria (Division of Monetary Research).

Solomon Adler, fue enviado a China como representante del Departamento del Tesoro ante el gobierno de Chaing Kai Shek. Adler, que en consecuencia a la importancia de su misión, tenía acceso a numerosas reuniones del más alto nivel con el Generalísimo Chiang y sus principales colaboradores civiles y militares, compartía su casa con Chi Chao-Ting, un agente secreto de Mao, al que, naturalmente, pasaba toda la información que obtenía en sus contactos con los nacionalistas.

De esta forma, todos los principales hombres de confianza a los que Roosevelt había encargado dirigir en su nombre las relaciones con China, realmente las dirigían en nombre de la Unión Soviética y al servicio de la causa comunista. Los agentes de Mao, por diferentes cauces, recibían constante información de cuanto despachaban los enviados de Roosevelt con los líderes nacionalistas. Pero además, Adler, enviaba a su jefe directo, Frank Coe, todo tipo de informes negativos acerca del gobierno nacionalista con la intención de desalentar a Roosevelt a enviar más ayuda a Chiang e impedir que el Partido Comunista Chino fuese aplastado.

Esta curiosa partida de asesores también se dedicó durante toda la guerra a aconsejar al presidente Roosevelt que la única política efectiva en China era conseguir una alianza entre comunistas y nacionalistas para que luchasen juntos contra los japoneses y que toda la ayuda americana que se enviase a China debía condicionarse a que Chiang aceptase esta política. La ayuda americana no debía bajo ningún concepto ser empleada para luchar contra las bandas del Partido Comunista Chino de Mao.

En 1944 los informes negativos hacia el gobierno nacionalista que los funcionarios del Tesoro, Adler, Coe y White pasaron a su jefe Morgenthau, consiguieron que éste aconsejase a Roosevelt denegar la concesión de un crédito vital a Chiang, de 200 millones en oro, para estabilizar su moneda y frenar la hiperinflación que azotaba la economía china. Esta medida sólo podía favorecer los intereses de Mao, como efectivamente ocurrió.



[1] Alexander Orlov, judío bielorruso  de nombre real Leiba Lazarevich, fue el máximo responsable del NKVD en España durante la guerra civil. Su nombre está documentalmente asociado a las matanzas de Paracuellos, a la operación de envío del oro del banco de España a Moscú o al secuestro, tortura y asesinato de Andrés Nin. En 1938, informado de las purgas y temiendo por su vida, desertó, huyó a Canadá con su mujer y su hija y posteriormente se estableció en los Estados Unidos.

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