A la guerra por la puerta de atrás (II)
Saburo Kurusu y Adolf Hitler después de la firma del Pacto Tripartito
La deriva de Japón hacia un entendimiento con Alemania y hacia un enfrentamiento con los anglosajones no fue, como hemos visto, tan caprichosa como a menudo nos quieren hacer creer. Japón se encontraba en un callejón sin salida al que las potencias coloniales occidentales le habían empujado por su avaricia y su incomprensión. Cuando Japón firmó en Berlín el 25 de Noviembre de 1936 el Pacto Anti Komintern, Roosevelt estaba ya convencido de que Estados Unidos tarde o temprano chocaría con Japón.
La firma del Pacto Tripartito el 27 de Septiembre de 1940 por el que Japón se alineó junto a Italia y Alemania decidió aún más si cabe al presidente americano a acabar con el poder japonés en Asia.
Cuando casi toda la prensa internacional, obsesionada con lo ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, seguía con apasionado interés el duelo de nervios que se había provocado en el Atlántico con los U-Boote alemanes, convencida de que el incidente que el gobierno americano buscaba acabaría por llegar en cualquier momento, el presidente Roosevelt hacía ya semanas que había perdido la esperanza de que sus provocaciones creasen el ansiado casus belli en el Atlántico y había vuelto su mirada hacia el Extremo Oriente. Japón, aunque desconocía las verdaderas intenciones de Roosevelt, desconfiaba de los cada vez más frecuentes encuentros que a diferentes niveles, incluido el militar, sostenían británicos y norteamericanos. Temían, como es lógico, que estas dos potencias, con sus colosales recursos y sus poderosas flotas, pudiesen llegar a estrangularles económicamente. A pesar de todo ignoraban hasta que punto Roosevelt estaba firmemente decidido a empujarles a la guerra y decididamente resuelto a no ceder ni un milímetro en las negociaciones que, siempre a instancias de Japón, se sucedían con la vana esperanza de evitar la crisis. Cada propuesta de Japón para que la potencias pudiesen alcanzar un statu quo en Asia aceptable para todas ellas era rechazada por la diplomacia norteamericana que se limitaba a tratar de imponer a Japón unas condiciones inadmisibles revestidas de ultimátum. La intransigencia norteamericana iba produciendo exactamente los efectos previstos.[1] Cada desplante a los diplomáticos japoneses provocaba ante el emperador el desprestigio de las palomas y el fortalecimiento de los halcones. Japón temía que si no adoptaba medidas drásticas que le asegurasen ciertos suministros, quedaría a merced de cualquier iniciativa bélica de los angloamericanos.
En 1940, aprovechando la invasión alemana de Francia, los japoneses consiguieron permiso de la débil autoridad de Vichy para que sus fuerzas pudiesen utilizar bases en la Indochina Francesa. Después de que la situación con los estados Unidos empeorase, Japón ocupó de una manera casi total la colonia francesa. Roosevelt no dejó pasar la ocasión para acusar a Japón de agresor una vez más y aplicarle severísimas sanciones económicas que, al afectar además al petróleo, equivalían a una declaración de guerra encubierta[2]. Los fracasos en la negociaciones con los Estados Unidos provocaron una crisis de Gobierno en Octubre de 941. El nuevo gabinete nombrado por el Emperador situó como titular de Exteriores a un claro adversario del Pacto Tripartito, Shigenori Togo. Apenas tomó posesión de su cargo recibió permiso para intentar una vez más un acercamiento a los Estados Unidos que pudiese alejar los terribles presagios de guerra que planeaban sobre el ambiente. Las nuevas propuestas japonesas accedían ahora a exigencias americanas que antes habían considerado inaceptables. Por ejemplo, a evacuar la Indochina Francesa y a demorar los preparativos bélicos que ya habían iniciado abiertamente y de común acuerdo norteamericanos y británicos en Marzo. Como no podía ser de otra manera, Roosevelt ni tan siquiera tuvo en consideración estas propuestas. Las rechazó abiertamente con prepotencia y arrogancia. Los japoneses nunca supieron que estaban intentando negociar para evitar una guerra con un hombre que secretamente la deseaba más que nada en el mundo y que además los estaba provocando perversamente para obligarles a descargar el primer golpe[3].
Cuando Japón atacó por sorpresa la base aeronaval de Pearl Harbor el 7 de Diciembre de 1941, no hizo realmente otra cosa que morder el anzuelo que Roosevelt le había tendido. En las semanas previas al ataque, el presidente y su camarilla de confidentes sabían perfectamente que Japón iba a lanzar una ofensiva contra el poder militar norteamericano en el Extremo Oriente. ¿Sabía Roosevelt que el ataque japonés se iba a producir en Pearl Harbor? Hay quien piensa que sí. La realidad es que en el fondo, que lo supiese o no, es bastante irrelevante. No hay pruebas concluyentes de que así fuese. Sin embargo, lo que realmente importa, y está perfectamente probado, es que Roosevelt y su gabinete hicieron todo lo posible para empujar a Japón a dar el primer paso, que deseaban fanáticamente involucrar a los Estados Unidos en la guerra, que a finales de 1941 sabían perfectamente que un ataque japonés contra alguna o algunas bases americanas en el Pacífico era inminente y que ocultaron deliberadamente a la opinión pública de los Estados Unidos los resultados de sus negociaciones con Japón y el estado prebélico en que ambas naciones se encontraban. Roosevelt y su camarilla, desde Noviembre de 1941, sabían que sus provocaciones a Japón habían surtido efecto. Esperaban expectantes el golpe, y lo único que es posible que no supiesen a ciencia cierta es el lugar exacto en que éste se produciría. En general consideraban que Pearl Harbor, en el archipiélago de las Hawai, estaba demasiado lejos para que una flota japonesa pudiese atacar sin ser detectada antes. El hecho de que los portaviones norteamericanos hubiesen zarpado de la base poco antes del ataque sólo prueba que Roosevelt esperaba el acto hostil en el momento exacto. Sin embargo, aunque consideraba remota la posibilidad de que el objetivo fuese la base hawaiana, decidió poner a salvo las unidades principales de la flota del Pacífico. Cuando el Domingo 7 de Diciembre de 1941 Japón bombardeó Pearl Harbor sin previa declaración de guerra (exactamente igual que hizo Reagan en 1986 cuando bombardeó Trípoli, con la diferencia de que ésta es una población y Pearl Harbor, una base militar), Roosevelt brincó de alegría y la muerte de más de 2.000 americanos aquel día le trajo sin cuidado.
Las víctimas americanas de Pearl Harbor fueron uno de los muchos cebos que el presidente de los Estados Unidos había tendido a lo largo del océano Pacífico en espera de que el imperio japonés mordiese el anzuelo.
[1] Hasta finales de noviembre de 1941, es decir, hasta la misma víspera del ataque japonés contra Pearl Harbor, se prolongaron las conversaciones entre los dos países, fracasando siempre por la dura actitud de Roosevelt. A las proposiciones modificadas de los japoneses seguían implacables contraofertas norteamericanas. Roosevelt no estaba dispuesto a ningún compromiso. El que se estableciese cierto predominio japonés en el espacio del Pacífico y Asia oriental era algo que no admitía negociaciones. Mientras tanto, en Tokio iba creciendo el convencimiento unánime de que Washington no buscaba en modo alguno una solución pacífica, sino que, por el contrario, trataba de neutralizar a Japón como gran potencia mediante una implacable guerra comercial. En estas condiciones era obvio que Japón terminaría por luchar: de eso se estaba seguro en Washington, y así se preveía con minuciosidad. “La única pregunta –anotaría el ministro de la Guerra norteamericano, tras una reunión del Gobierno el 25 de noviembre de 1941- era cómo tendríamos que actuar para que Japón efectuara el primer disparo.” (Christian Zentner, El Tercer Reich, Noguer, 1974, p. 361).
[2] “Le bastaba (a Roosevelt) con esperar a que se produjera el ataque, inevitable a causa del embargo de petróleo. Ciertamente, a partir de Noviembre de 1941, Roosevelt había decidido llevar las discusiones al punto de ruptura y preparaba la guerra.” (Jean-Jacques Antier, Pearl Harbor, drama en el Pacífico, Salvat Editores, 2001, p. 392).
“En 1941 fue ocupada Indochina, y el 28 de Julio, Estados Unidos aplicó sanciones totales, incluso por referencia al petróleo. En la práctica, ese paso determinó la culminación del conflicto. Desde ese momento Japón comenzó a reducir sus existencias de petróleo en la proporción de 28.000 toneladas diarias, y su única posibilidad de reabastecerse era apoderarse de las Indias Orientales holandesas... ¿Estados Unidos habría podido aplicar una eficaz política de “apaciguamiento” con Japón? ¿Lo deseaba?... A diferencia de lo que sucedía del lado japonés, donde los militares empujaban a la guerra a los civiles, los norteamericanos intentaron contener al gobierno de Roosevelt... Su estrecho colaborador, el secretario de Interior Harold Ickes, le escribió al día siguiente de la invasión (alemana) a Rusia: “El embargo del petróleo a Japón sería el gesto más popular en todo el país que usted podría realizar, y del cual podría derivar una situación tal que sería no sólo posible sino fácil entrar eficazmente en la guerra. Y si entramos indirectamente en el conflicto, evitaríamos la crítica de que lo hacemos como aliados de Rusia comunista”. (Paul Johnson, op. cit. P. 397.) (El subrayado es mío).
“El gobierno de los Estados Unidos manifestó claramente que no le interesaba seriamente la continuación de las negociaciones... Fue en estas condiciones que la nota de Hull (Secretario de Estado) recibió los últimos retoques. Contenía sólo dos o tres puntos aceptables para los japoneses. La mayor parte de las proposiciones americanas tendían a un completo subyugamiento del Imperio Insular... Durante un Consejo de Ministros celebrado el 22 de Noviembre en el que participaron Roosevelt, Hull, Stimson, Knox, Marshall y Stark, se habló de las medidas de defensa a adoptar contra un ataque japonés que entonces parecía inminente. “El problema que se plantea es cómo inducir al Japón a dar el primer paso”, comentó Stimson al final de la reunión.” (Helmut Gunther Dahms, op. Cit., p. 171).
“Sobre esta base, Roosevelt hizo todo lo posible por involucrar a Estados Unidos en la Guerra contra Hitler y también contra Japón, y no titubeó en recurrir a burdas mentiras, como la afirmación de haber visto mapas y documentos secretos del gobierno alemán en donde se exponían planes para dividir a Sudamérica y destruir todas las religiones, la hinduista inclusive.” (Ernst Nolte, op. cit., p. 449).
[3] “De hecho (los japoneses), mientras se preparaban para la guerra, realizaron un último esfuerzo serio para llegar a un acuerdo con los norteamericanos en las tres primeras semanas de noviembre”. (Michael Bloch, Ribbentrop, Javier Vergara Editor, 1994, p. 355).
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