La expulsión de los judíos de España III
Los historiadores judíos que describen lastimeramente el inmenso grado de postración en el que quedaron las comunidades judías hispanas después de las revueltas de 1391 y de las conversiones masivas de principios del siglo siguiente, aseguran también, que la expulsión de 1492 privó a España de la riqueza y la habilidad financiera y comercial de los hebreos condenándola a la ruina. Y, resulta evidente, que las dos cosas a la vez no pueden ser ciertas.
La realidad, como ya vimos, es que, después de 1414, con las conversiones masivas de las élites judías, el poder y la influencia económica y social de los hebreos peninsulares prácticamente desapareció. Mucho de este poder quedó en manos de los conversos. Los judíos que permanecieron fieles a su fe fueron los menos influyentes, los parias de las aljamas y después de la política segregacionista de 1480, se empobrecieron aún más. Y, como ya hemos visto, los pocos que en 1492 mantenían una alta posición social, prefirieron convertirse antes que marcharse. La realidad histórica es que la edad de oro del judaísmo español llegó a su fin con los tumultuosos sucesos de 1391, un siglo antes de la expulsión. Durante esos cien años, el poder y la influencia de los judíos en la sociedad española no hizo sino decrecer de forma progresiva. En 1492, muchos de los aproximadamente cincuenta mil judíos que abandonaron España eran, en todos los sentidos que puede tener el término, auténticos parias. La mayoría de ellos se dirigieren hacia Portugal y hacia territorios del mediterráneo controlados por los musulmanes. Los más adinerados se establecieron en los Países Bajos y, como ya veremos en su momento, de acuerdo con sus correligionarios próximos al sultán otomano y con los criptojudíos que permanecieron en la península Ibérica, emplearían gran parte de sus energías en vengarse de España y de los españoles durante los siglos siguientes.
Por ejemplo, el ya citado Pere Bonnín afirma, en referencia a los sucesos de 1391:
“Tras esta oleada de antisemitismo cristiano, el judaísmo español se quedó quebrantado, disperso y pobre.”[1]
Y en la misma obra, unas pocas páginas más adelante concluye:
“Pero si los Reyes Católicos consiguieron llenar temporalmente las arcas de palacio con el botín robado a los judíos, dejaron sus reinos en la ruina.”[2]
Naturalmente, no explica cómo la expulsión de unos judíos españoles “quebrantados, dispersos y pobres” pudo, por una parte llenar las arcas reales y por otra, acarrear tal ruina a España. Tampoco se aclara mucho Jacques Attali:
“Entonces el reino de España, con el descubrimiento de América y de su oro, cree llegada su hora de gloria. De hecho, privada de una gran parte de su elite cultural, comercial y administrativa, sólo conoce una vitalidad sin futuro, más allá del Siglo de Oro. La historia de España, más que ninguna otra, muestra hasta qué punto las comunidades judías son útiles para el desarrollo de un país.”[3]
La realidad es que la expulsión no ocasionó a España el más mínimo quebranto económico. No existe la más mínima documentación histórica que demuestre en qué sectores se empobreció la economía española después de 1492, qué zonas concretas fueron afectadas ni cuáles son las cifras de la cuantía de estas supuestas pérdidas. Sencillamente se trata de otra fábula típica de la historiografía judía que se repite de un historiador a otro y que todos copian alegremente. Pero no se sustenta en la más mínima aportación documental. Ninguno de los estudiosos que repiten esta patraña desde hace siglos ha aportado la más mínima prueba. España no se pudo ver privada de la supuesta especial habilidad de los hebreos para el manejo del dinero y el comercio, pues está sobradamente documentado incluso por fuentes judías contemporáneas, que los más conspicuos representantes de este sector del judaísmo hispano se quedaron en España bautizados como católicos después de 1492.
Los historiadores actuales de mayor prestigio, españoles y extranjeros, coinciden en que no hay nada de cierto en esta leyenda.
“Los aspectos económicos de 1492 son probablemente los peor comprendidos de todos. En su clásico estudio de 1918, R.B. Merriman afirmaba que “las consecuencias económicas fueron desastrosas”, sin seguir discutiendo la cuestión. Distinguidos estudiosos como Vicens Vives han sostenido que las expulsiones “eliminaron de la vida social a los únicos grupos que habrían podido recoger en Castilla el impulso del primer capitalismo; socavaron la prosperidad de muchos municipios y movilizaron una cantidad enorme de riquezas.” Se ha afirmado que “el efecto fue el de debilitar los fundamentos económicos de la monarquía española… La expulsión privó a la industria de trabajadores capacitados y de un capital muy necesario.” Aunque estas categóricas afirmaciones aparecen en obras escritas muchos años atrás, siguen siendo citadas y por este motivo son particularmente desafortunadas, puesto que todavía no se ha identificado ninguna ciudad en la que se acabara con la prosperidad, ninguna enorme riqueza ha sido documentada, los trabajadores capacitados jamás han sido descubiertos, y el capital judío invertido en la industria sigue sin ser hallado.”[4]
“Además, se ha exagerado mucho la importancia de los judíos en la vida económica y su papel como motor del capitalismo incipiente. En el momento de la expulsión esta importancia y este papel ya no eran lo que fueron, si es que en épocas anteriores existieron.”
“Todo lo que sabemos ahora demuestra que la España del siglo XVI no era precisamente una nación económicamente atrasada. Su pujanza, en el terreno demográfico y comercial, le venía de antes y la expansión se prolongó por lo menos hasta finales de la centuria. La expulsión de los judíos - no así la de los moriscos a principios del siglo XVII - se realizó en un momento de auge y prosperidad. En términos estrictamente demográficos y económicos, y prescindiendo de los aspectos humanos, la expulsión no supuso para España ningún deterioro sustancial.”[5]
Sin embargo, como suele ocurrir con tanta frecuencia, la leyenda se impone a la realidad histórica. Aunque el nivel académico tenga por superados muchos de estos tópicos, el nivel divulgativo no se da por enterado. Los periodistas, los novelistas, los cineastas, siguen anclados en la leyenda y continúan divulgándola a través de los medios de comunicación que más alcance tienen.[6] Y en estos medios editoriales y audiovisuales los judíos tienen una influencia decisiva y un control ampliamente extendido y sumamente eficaz. Además se da la paradójica circunstancia de que los progresistas que tanto abundan en los medios de comunicación y que tanto odian al sionismo, sin embargo, aceptan como ciertas todas estas leyendas negras porque les resultan útiles para desprestigiar a la Iglesia Católica , a la monarquía tradicional española y, en general, a una época de España que fue gloriosa en muchísimos aspectos pero que a ellos les resulta repugnante e indigesta. Y, frente a esta pinza, la verdad histórica tiene poco que hacer si los sectores conservadores, rehenes de sus complejos y la propia Iglesia Católica, callan.
Una prueba del tremendo poder de esta siniestra conjunción se dio con la paralización del proceso de beatificación de la reina Isabel la Católica. Este proceso se había iniciado en 1972, en pleno apogeo del Concilio Vaticano II, el concilio que estuvo a punto de acabar con la Iglesia. Y , naturalmente, no progresó demasiado. En 1992, con motivo del quinto centenario de la expulsión de los judíos, la pinza mediática judeo-progre arremetió contra el proceso. Todas las organizaciones judías del mundo hicieron causa común con los periodistas y políticos izquierdistas. Y para colmo, encontraron valiosos aliados en los sectores de la Iglesia más acérrimos defensores del Concilio Vaticano II. Éstos últimos tenían como principal vocero a un individuo perfecto para la ocasión; cardenal católico, judío converso y acérrimo entusiasta del concilio, el cardenal y arzobispo de París Jean Marie Lustiger. Este individuo mantenía además unas muy cordiales relaciones con el Papa Juan Pablo II, quien, a su vez, sentía una extraña debilidad por el judaísmo. Lo cierto es que, las campañas orquestadas por unos y otros consiguieron su propósito y, la reina Isabel la Católica sigue esperando que la causa de su beatificación deje de dormir el sueño de los justos apilada en algún montón de expedientes polvorientos del Vaticano. Como muestra de lo dicho, reproduzco la noticia que publicó al respecto el diario El País en 1991.
El episcopado francés cree perjudicial la beatificación de Isabel la Católica
El texto de los obispos franceses, en un tono muy comedido, tiene como objetivo "ampliar las investigaciones" que sobre la santidad de Isabel de Castilla realiza la Congregación para la Causa de los Santos, aunque reconoce que el avance de esta beatificación puede tener "consecuencias muy perjudiciales para la comisión para las relaciones judíos-católicos".Con motivo de la elaboración del documento, el comité episcopal para las relaciones con el judaísmo de Francia remitió a diversas personalidades un borrador en el que se pregunta: "¿Es posible distinguir entre la santidad personal de Isabel, que no tenemos ningún medio de juzgar, de un acto como el decreto de expulsión [de los judíos] que actualmente, tras el Vaticano II, sólo puede parecer intolerable?".
"La beatificación", razona el documento, "hará parecer a la reina Isabel no sólo como un modelo de santidad, sino que será recibida como una aprobación global y sin reserva del conjunto de actos que ella y su marido llevaron a cabo". Entre ellos, recuerda el texto, "la aprobación del decreto de expulsión de los judíos de España". La reina edificó en España la Inquisición -con oposición inicial del Papa- y, expulsó a más de 300.000 judíos y musulmanes.
La preocupación del episcopado francés, expresada en el texto elaborado siguiendo los consejos de "los cardenales franceses y del presidente del comité para las relaciones con los judíos", contrasta con el apoyo que la beatificación encuentra entre otros obispos. En medios eclesiásticos, ello se atribuye a la sensibilidad sobre el asunto que muestra, entre otros, un judío converso: el cardenal arzobispo de París, Jean-Marie Lustiger, el cual ha mantenido contactos sobre la cuestión de la beatificación con el presidente del episcopado español, cardenal Ángel Suquía.
Esta polémica ha sido especialmente seguida por una orden de monjas católicas, la Congregación de Nuestra Señora de Sión, cuya superiora de Madrid, Ionel Mihalovici,[7] ha manifestado que la beatificación era "inoportuna, desde el punto de vista ecuménico". Ionel Mihalovici ha dicho que la figura de la reina Isabel "no puede servir de ejemplo a los cristianos de hoy", y que su orden con sede en Roma, ha intentado evitar este proceso.
Por otra parte, informa Efe, la Liga Antidifamación Judía de EE UU ha advertido que si el Vaticano canoniza a la reina Isabel "las relaciones entre católicos y judíos volverían a la Edad Media ".[8]
No deja de resultar curioso que San Luis, rey de Francia, el impulsor del debate contra el Talmud en París que culminó con la quema pública de ejemplares del libro sagrado hebreo, y que fue canonizado en el siglo XIII, de ninguna manera habría llegado a la santidad si su causa hubiese sido promovida hoy. De la misma forma que San Vicente Ferrer, canonizado en el siglo XV, nunca lo habría sido hoy en día. En la actualidad, ambas causas habrían tropezado con la hostilidad manifiesta de las organizaciones judías, de los medios de comunicación y de los sectores más vergonzantes de la Iglesia.
El documento de los obispos franceses, inspirado por el cardenal Lustiger, se basa en todos los argumentos antihistóricos y propagandísticos que tanto el judaísmo como el marxismo y la masonería han utilizado y utilizan sistemáticamente para atacar a la Iglesia Católica. La sola mención a la responsabilidad de la reina Isabel en la expulsión de más de trescientos mil judíos y musulmanes descalifica por completo el documento, porque, los judíos expulsados difícilmente fueron más de cincuenta mil y porque además, la expulsión de los musulmanes no tuvo lugar en 1492, sino durante el reinado de Felipe III en 1609. ¡Más de un siglo después de la muerte de Isabel la Católica ! Pero se trataba de evitar que el documento pareciese sólo preocupado por la suerte de los judíos, y para ese propósito resultaba conveniente adornarlo con referencias a los musulmanes, de forma que resultase aún más políticamente correcto. Y lo más indignante de este documento de los obispos franceses es la afirmación de que el establecimiento de la Inquisición en España fue poco menos que un capricho de la reina Isabel contrario a la voluntad del Papa. La realidad es que, tremendamente preocupado por la creciente agresividad de los turcos y por el peligro de la cristiandad, el Papa Sixto IV veía a España como un posible último bastión de la Cristiandad ante el peligro de la expansión otomana por el Mediterráneo. Consciente de que el problema de judíos y conversos podía minar la fortaleza interna de la España cristiana, envió en 1475 a la corte de Isabel y Fernando al nuncio Nicolao Franco con la misión de conseguir de los monarcas hispanos un compromiso firme para acabar con la amenaza de los falsos conversos. La solución que éste enviado papal proponía era la de crear un tribunal encargado de la vigilancia y represión de la herejía. Una bula papal de 1478 autorizaba a establecer este tribunal, que, por otra parte ya existía en Francia desde el siglo XIII.
[1] Pere Bonnín, op.cit., p. 139.
[2] Pere Bonnín, op.cit., p. 147.
[3] Jacques Attali, op.cit., p. 219.
[4] Henry Kamen, op. cit. p. 90.
[5] Joseph Pérez, op. cit. pp. 118 y 120.
[6] “Sobre la mayoría de estos temas, ahora los historiadores - españoles o no - están más o menos de acuerdo para rectificar las interpretaciones malévolas y con frecuencia inexactas de la leyenda negra, pero no han llegado a convencer a una parte de los periodistas, cineastas, artistas y gran público que siguen denunciando el genocidio de los indios de América o también la intolerancia de Felipe II.” Joseph Pérez, La leyenda negra, Gadir, 2009, p. 189.
[7] Sor Ionel Mihalovici Blumenfeld. Judía de origen rumano convertida al catolicismo. Directora del Centro de Estudios Judeo Cristiano de Madrid. En Noviembre de 2003 recibió en Jerusalén, seguramente en recompensa por estas actuaciones, el premio Samuel Toledano.
[8] Francesc Valls, Diario El País, 22 de Enero de 1991.
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