jueves, 5 de mayo de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XX). Jorge Álvarez

La expulsión de los judíos de España II



Para los judíos la expulsión de España en 1492 constituyó todo un trauma colectivo. Una vez más, al igual que había ocurrido a finales del siglo XIV y principios del XV, las conversiones masivas de las élites de la comunidad judía supusieron un choque emocional difícil de digerir. La destrucción de las comunidades más prósperas que habían conocido desde hacía siglos en la diáspora supuso para el judaísmo una auténtica catástrofe. Las expulsiones de Inglaterra y Francia no afectaron más que a unos pocos miles de judíos, casi todos ellos ricos comerciantes y usureros que se recolocaron rápidamente en otros lugares, como España. Sin embargo, el paraíso de Sefarad que albergaba a cientos de miles de hebreos desde hacía siglos, parecía el refugio seguro para cualquier judío errante. De repente, este refugio secular se había esfumado. El historiador británico Paul Johnson, conservador y buen amigo de los judíos, resume con claridad lo que supuso 1492.

“Un indicio de la desmoralización de la comunidad judía, y también del apego que de todos modos los judíos sentían por España, el país donde anteriormente habían gozado de más comodidad y seguridad, es el hecho de que un número muy elevado, incluyendo al rabino principal y la mayoría de las familias importantes, prefiriese abrazar el bautismo.”[1]

            España, pues, pagó con una imagen de intolerancia e intransigencia, no el hecho de haber expulsado a los judíos, sino de haber privado a los judíos de su paraíso terrenal. Mientras que otros países, comarcas y ciudades de toda Europa los habían expulsado antes y los habrían de expulsar después, para la judería mundial, la expulsión de España se convirtió en una afrenta que nunca fueron capaces de asimilar y que nunca habrían de perdonar. Y, el hecho de que decenas de miles de hebreos, la mayoría los más carismáticos de las aljamas, rabinos incluidos, optasen por abjurar de su fe para abrazar el cristianismo, añadió aún más inquina entre el judaísmo hacia España. Los estudios más recientes dan fe de este hecho hasta ahora bastante silenciado por los historiadores judíos.

“Los comentaristas judíos de la época fueron explícitos al condenar el gran número de conversiones que tuvieron lugar. Los que se convirtieron confiaban sin duda alguna en que esta época de prueba pasaría, como había sucedido con todas las demás en la historia de Israel. Extrañamente, la mayoría de los estudiosos ha preferido no prestar atención a la realidad de la conversión. Las declaraciones realizadas por contemporáneos tales como el rabino Ardutiel de que “la mayoría de los judíos y de sus grandes hombres se convirtieron”, y por el rabino Ya’abes de que “la mayor parte [de la elite culta] se convirtió”, y por el rabino Capsali de que miles y miles de judíos se convirtieron” han sido habitualmente relegadas a notas a pie de página o descartadas como exageraciones histéricas. Sin embargo, como los estudiosos modernos están comenzando a darse cuenta, la escala de conversiones fue impresionante.”[2]

“De hecho se produjeron en aquellos meses muchas conversiones, especialmente - dice Baer - entre los ricos y los intelectuales, “los corroídos por la cultura seglar”, o sea las elites sociales de la comunidad hebrea. Isaac Abravanel fue el únido financiero de importancia que quiso seguir la suerte de sus correligionarios. La inmensa mayoría de los rabinos se convirtió, según una fuente judía contemporánea; “fuéronse los que tenían poco caudal y los otros estuviéronse”, escribe el cronista de Jerez.”[3]

           
            Dos hechos resultan incuestionables, a la luz de los estudios más recientes basados en documentación de la época. Que, entre los judíos de España que no se habían convertido ya en la gran oleada anterior de principios de siglo, el alcance de las conversiones fue mayúsculo y que, entre los más ricos y prestigiosos de ellos, fue casi total. Los grandes rabinos y los financieros y comerciantes más acaudalados de las aljamas se convirtieron en bloque. La apostasía de las élites desmoralizó a miles de judíos comunes que optaron por seguir el ejemplo. Se produjo una auténtica reacción en cadena. Muchas aljamas literalmente desaparecieron, no por la expulsión, sino por  la conversión de todos sus habitantes.

            El gran error de las autoridades españolas fue creer que el problema judío era esencialmente un problema religioso. Las conversiones masivas de los hebreos que optaron por el bautismo antes que abandonar su acomodada situación económica y social en España, sólo sirvieron para crear un colectivo de falsos cristianos que se habían bautizado únicamente por motivos económicos, un colectivo numeroso y socialmente poderoso que, liberado de cualquier restricción se enquistaba en la sociedad cristiana para aprovecharse de su ingenuidad. Los judíos deberían haber sido expulsados de España mucho antes de 1492 y sin haberles ofrecido nunca la opción de la conversión. La nefasta influencia en nuestra sociedad y las maquinaciones antiespañolas de muchos cripto-judíos aparentemente conversos que mantuvieron abiertos sus contactos con los judíos exiliados en países enemigos de España constituyen un capítulo de la historia del judaísmo que sistemáticamente se ha querido ocultar y del que nos ocuparemos más adelante. Claudio Sánchez-Albornoz lo reflejó con valentía:

“Creo por todo ello - y no he de callar mi opinión aun a riesgo de escandalizar a muchos y de incurrir en la excomunión mayor de otros - que la expulsión de los judíos hispanos fue tardía. Realizada un siglo y medio antes de 1492, habría cambiado la psiquis de los españoles y la faz económica de España. El giro decisivo de la historia de Inglaterra coincidió con la expulsión de los hebreos: forzó a los ingleses a reemplazarlos en sus empresas económicas y, al liberarse de su terrible ventosa, favoreció el libre y creciente despegue de su riqueza industrial y mercantil.[…] De haber sido expulsados de la Península cuando lo fueron al sur y al norte del Canal de la Mancha, habrían, además, vuelto a España cuando lo hubieran deseado, porque no se habrían suscitado contra ellos los tremendo rencores de los últimos tiempos de su vida entre nosotros.”[4]

            Los historiadores judíos, a los que se unieron más recientemente los “progresistas”, hicieron causa común para convencer a la opinión pública mundial de la monstruosidad sin límites que supuso la expulsión de los judíos de España en 1492. A ambos colectivos les unía y les une el odio visceral hacia la Iglesia Católica y hacia unos monarcas que pasaron a la Historia como católicos. De este resentimiento nacieron una sarta de estúpidas mentiras sin el más mínimo fundamento histórico que se han venido repitiendo hasta nuestros días y que han calado, no sólo en el extranjero, sino también en gran medida entre los propios españoles. Y también de este resentimiento judaico nació una leyenda lacrimógena que se creó para ocultar una verdad incómoda. Vayamos por partes.

            La lista de mentiras se puede condensar así:

·         La expulsión de los judíos fue el primer gran acto de antisemitismo y puso el primer peldaño que habría de conducir al holocausto.
·         La expulsión buscaba expoliar las riquezas de los judíos.
·         La expulsión provocó la ruina económica y la decadencia de España al privarla de un colectivo emprendedor y hábil en el comercio y las finanzas.

La leyenda lacrimógena se puede resumir así:

·         Los judíos expulsados guardaron siempre en sus corazones un irrenunciable amor hacia España, conservando emotivamente su lengua, las llaves de sus propiedades y el permanente deseo de retornar a ellas.

La realidad, hoy absolutamente documentada, es que la decisión de expulsar a los judíos realmente no buscaba tanto este efecto como el de la conversión[5]. La preocupación de las autoridades católicas españolas era evitar que los judíos convertidos a la Fe de Cristo pudiesen recaer en la fe mosaica. La separación radical de los judíos fieles a su credo de los cristianos, viejos o nuevos, perseguía este fin. Evitar la recaída y las sospechas de deslealtad hacia los conversos, que tanto mal causaban a la cohesión social, eran la obsesión totalmente bienintencionada que movía a los Reyes Católicos. No se buscaba dinero, ni pureza racial. Los Reyes Católicos no eran antisemitas. El hecho de que buscasen la conversión de los judíos demuestra que para ellos el factor étnico no significaba nada. Si un judío se convertía sinceramente al catolicismo, era recibido con los brazos abiertos. Para ellos el problema era exclusivamente religioso.

La tan cacareada afirmación de que la expulsión supuso un irreparable quebranto económico para España al privarla de una élite financiera y comercial irremplazable es una leyenda que no se sostiene en el más mínimo fundamento histórico.


[1] Paul Johnson, op.cit.,p. 235.
[2] Henry Kamen, op. cit., p.86.
[3] .” Joseph Pérez, op.cit.,p. 112.

[4] Claudio Sánchez-Albornoz, op. cit., p.972.
[5] “El decreto de “expulsión” de marzo de 1492 no fue, al igual que el posterior decreto de 1502 dirigido contra los musulmanes de Castilla, un decreto de expulsión: su fin no era el de expulsar sino el convertir. […] El motivo era simplemente el de privar a los judaizantes conversos de una posibilidad activa de elección religiosa, y la decisión fue tomada únicamente como último recurso tras el fracaso de una política de separación de los judíos confinándolos en guetos o expulsándolos de áreas seleccionadas, practicada intermitentemente durante diez años.” Henry Kamen, op. cit. p. 95.
“En resumen, el objetivo que se perseguía era el de lograr una integración: que los judíos dejaran de ser judíos. En el lapso entre la publicación del decreto y la salida, se produjeron intentos de persuasión tanto individuales como colectivos, de modo que parece bastante claro que los reyes deseaban obtener el mayor número posible de bautismos.” Luis Suárez, op.cit.,p. 425.

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