La política de Estados Unidos en el conflicto árabe-israelí después de Eisenhower.
Hasta 1946 el problema de Palestina apenas había ocupado al Departamento de Estado norteamericano. Como ya vimos, este espinoso asunto entra de golpe en su agenda con la aparición en escena de los refugiados judíos y de la propuesta de partición del mandato británico. Después de que Truman apoyase diplomáticamente a los sionistas, la cuestión de Palestina en los Estados Unidos pasó de nuevo a un segundo plano. A fin de cuentas los judíos habían ganado la guerra de 1948 con armamento suministrado por el bloque comunista y el Estado de Israel se había consolidado.
En 1952 llegó a la presidencia Eisenhower. Los republicanos nunca habían sido tan permeables a la influencia del lobby judío como los demócratas. Esto resultó evidente cuando tuvo lugar la crisis de Suez en 1956. Si un presidente demócrata hubiese estado en la Casa Blanca en aquellas fechas, la agresión de británicos, franceses e israelíes contra Egipto habría encontrado el apoyo incondicional que le faltó con Eisenhower.
El comienzo de la edad dorada de cooperación militar entre Estados Unidos e Israel comenzó realmente con su sucesor, el demócrata John F. Kennedy. Él fue el primer presidente católico de los Estados Unidos. Curiosamente, su padre Joseph P. Kennedy fue uno de los más conspicuos antisemitas de la política norteamericana. Por esas extrañas paradojas de la política yanqui, un individuo técnicamente de extrema derecha (según los cánones europeos), desarrolló una exitosa carrera política en el Partido Demócrata en la era más izquierdista de éste, la de Franklin D. Roosevelt. Pero los partidos políticos en los Estados Unidos se nutren permanentemente de contradicciones de este tipo. Un millonario de origen irlandés en la Nueva Inglaterra de los años treinta, tenía muchas más posibilidades de hacer carrera política en el Partido Demócrata, al que votaban mayoritariamente los inmigrantes recién llegados, entre ellos los irlandeses… y los judíos. El Partido Republicano era en cambio el de los americanos descendientes de ingleses que llevaban varias generaciones en los Estados Unidos. Los primeros eran inmigrantes, los segundos se consideraban descendientes de los colonos. Ello no significa que no hubiese excepciones a esta regla, pero era básicamente la regla en el primer tercio del siglo XX.
Fuera como fuese, la campaña electoral que hubo de librar John F. Kennedy no fue en ningún sentido un camino de rosas. De hecho, la lucha para la nominación en las primarias del Partido Demócrata fue bastante más dura que la campaña electoral presidencial contra Richard Nixon. En las primarias el joven e inexperto Kennedy hubo de lidiar con algunos de los dinosaurios más duros y curtidos del aparato demócrata, como Adlai Stevenson y Lyndon B. Johnson. Los ataques a Kennedy por parte de los equipos de estos dos pesos pesados de la política norteamericana entraron de lleno en el terreno de lo personal. Aunque hoy resulte difícil de creer, uno de los argumentos más peligrosos que se utilizaron desde dentro del propio Partido Demócrata contra Kennedy fue el de su condición de católico[1]. Y la cuestión tenía su importancia, pues los poderosos, influyentes y acaudalados círculos judíos norteamericanos siempre han considerado a los católicos como peligrosos antisemitas. Nadie dentro del Partido Demócrata ignoraba que ningún candidato podría ganar teniendo en su contra a los judíos. De manera que John Kennedy, era consciente de que, si quería ser presidente, el dinero de su padre nunca sería suficiente si el lobby judío lo catalogaba como hostil a sus intereses.
El 26 de Agosto de 1960, un mes después de haber ganado en la Convención Demócrata de Los Ángeles la nominación para la campaña presidencial, John Kennedy se dirigía a la Convención de los Sionistas de América con las siguientes palabras:
“Vale la pena recordar también que la causa de Israel está por encima de los cambios y opciones ordinarios de la vida pública americana.”
“Los ideales del Sionismo, en el último medio siglo, han sido repetidamente asumidos por Presidentes y Miembros del Congreso de los dos partidos. La amistad hacia Israel no es una cuestión de partido. Se trata de un compromiso nacional.”
En las reñidas elecciones de Noviembre, Kennedy ganó a Nixon con uno de los resultados más apretados de la historia electoral americana… pero consiguió el voto del ochenta y dos por ciento de los electores judío americanos[2]. Desde la victoria de Roosevelt en 1944 contra Thomas Dewey, ningún candidato demócrata (ni por supuesto republicano) había conseguido un porcentaje tan alto de voto judío. Sin embargo, Lyndon B. Johnson lo superaría en 1964 con un noventa por ciento[3], lo que explica el definitivo apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel en la guerra de agresión de los Seis Días en 1967.
Con Johnson el compromiso de los Estados Unidos con Israel se consolidó y las ventas de armas las concesiones de créditos en condiciones increíblemente ventajosas al estado judío comenzaron a formar parte de la política exterior americana de forma rutinaria, hasta hoy. La administración de Johnson llegó a estar tan comprometida con la causa del estado de Israel que durante la Guerra de los Seis Días estuvo al borde de provocar una guerra nuclear para proteger a los judíos. En 1993, Robert McNamara, el que fuera secretario de Defensa con Johnson, confesó al historiador norteamericano Robert Dallek en el transcurso de una entrevista oral, que durante la ofensiva israelí contra Egipto, los Estados Unidos habían enviado un grupo de combate naval formado por un portaaviones y sus buques de escolta desde Gibraltar hasta el Mediterráneo oriental con la misión explícita de proteger al estado de Israel si éste se veía en peligro ante un ataque sirio. McNamara reconoció que el premier soviético Aleksei Kosiguin, alarmado ante la presencia de las unidades navales americanas en la zona del conflicto llamó alarmado a Washington a través de una “línea caliente” que se había instalado durante la crisis de los misiles de 1963 y preguntó si acaso los Estados Unidos estaban buscando una guerra, porque en tal caso, la iban a encontrar.[4]
Así pues, en la Guerra de los Seis Días el estado de Israel actuó sabiendo que, en caso de que la situación militar se le volviese adversa, los norteamericanos estaban resueltos a impedir la victoria árabe. Su triunfo, en estas circunstancias, estaba asegurado y explica la facilidad con la que concentraron en los primeros días su esfuerzo bélico únicamente contra Egipto, con la seguridad de que tenían cubiertas las espaldas ante un posible ataque sirio.
La victoria de Nixon en 1968, un candidato republicano muy poco querido por los votantes judíos[5], podía suponer un cambio de rumbo en la política de Washington respecto a Israel y los árabes.
Y al principio del mandato esa fue la impresión. El 9 de Diciembre de 1969 William Rogers, Secretario de Estado, anunció un plan de paz para Oriente Medio, el Plan Rogers. Este plan de paz sería la primera vez en la que los Estados Unidos darían su apoyo a un arreglo al conflicto basado en la resolución 242 de las Naciones Unidas. Israel debía retirarse de los territorios recién ocupados en la Guerra de los Seis Días y aceptar una solución justa al problema de los refugiados palestinos. Egipto y Jordania se mostraron de acuerdo con el Plan Rogers. Incluso la Unión Soviética lo aceptó como una base para las negociaciones pero Israel, que por un momento pareció estar dispuesto a considerarlo, lo rechazó definitivamente y el lobby judío norteamericano, en consecuencia, se opuso igualmente al plan con todas sus fuerzas. Dentro de la propia administración Nixon el Plan Rogers encontró también la firme oposición del consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger, judío de origen alemán que aspiraba a sustituir a Rogers en la Secretaría de Estado, cosa que finalmente consiguió en 1971. En cualquier caso, a mediados de ese año, el Plan Rogers estaba ya muerto.
[1] Cuando el senador Joseph R. McCarthy fue recusado por el Senado en 1954, el único senador del Partido Demócrata que no votó contra McCarthy fue John F. Kennedy, que se ausentó de la sesión alegando motivos de salud. Conviene no olvidar que el lobby judío odiaba profundamente a McCarthy, el más furibundo y honesto exponente del anticomunismo americano. Las investigaciones del senador por Wisconsin para desenmascarar la infiltración comunista en las altas esferas de la administración federal estaban descubriendo ante los atónitos ojos de millones de ingenuos norteamericanos la descomunal cantidad de judíos que formaban parte de este aparato de espionaje al servicio de una potencia extranjera y hostil.
[2] El masivo apoyo del lobby judío a Kennedy también se explica porque su rival republicano, Richard Nixon, despertaba un visceral rechazo entre los hebreos norteamericanos. Nixon había adquirido a finales de la década de los cuarenta un papel protagonista en el Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC) que desenmascaró a algunos comunistas que se habían infiltrado en las altas esferas de la administración del New Deal de Roosevelt, que para la comunidad judía estadounidense había supuesto una época dorada. Nixon se había convertido en uno de los rostros más representativos de la llamada “caza de brujas”, después del senador McCarthy.
[3] Johnson también se beneficio del masivo apoyo judío porque su rival en 1964 fue el republicano Barry Goldwater. Aunque este polémico senador por Arizona era judío por parte de padre, había sido educado en la religión de su madre, cristiana episcopaliana (anglicana) y políticamente era un ultraconservador ferozmente anticomunista y enemigo acérrimo de las políticas rooseveltianas del New Deal. Los votantes judíos, mayoritariamente de tendencia progresista, literalmente lo odiaban.
[4] La entrevista completa, en la que se habla de muchos otros asuntos de política internacional y de defensa de la época de Kennedy y Johnson, se puede consultar en la siguiente dirección de internet: http://www.lbjlib.utexas.edu/johnson/archives.hom/oralhistory.hom/McNamaraR/McNamara-SP1.PDF
[5] En 1968 sólo un 17 por ciento del electorado judío votó por Nixon.
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