lunes, 25 de abril de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XIX). Jorge Álvarez

La expulsión de los judíos de España (I)


Las conversiones masivas de este período de transición del siglo XIV al XV generaron en España un fenómeno nuevo y único en Europa, el de los marranos, falsos conversos o judaizantes. Es cierto que en todas partes y en ciertos momentos, algunos judíos habían optado por la conversión. Pero se trataba siempre de casos aislados. Sin embargo, la magnitud que las conversiones alcanzaron en España no se dio nunca en ningún otro lugar. De pronto, España se encontró con unos cien mil cristianos nuevos que, por efecto de su conversión, pasaban a ser súbditos de la corona castellana o aragonesa en igualdad de derechos con los cristianos viejos. Las restricciones que pesaban sobre los judíos a la hora de desempeñar ciertas profesiones y cargos públicos no se podían aplicar ya a los conversos. Y muchos de éstos prosperaron de nuevo económica y socialmente. Pero junto estos cristianos de nuevo cuño seguía existiendo una comunidad judía que se había mantenido aferrada a la fe mosaica y que no había elegido la vía del exilio. Los conversos en muchos casos mantenían abundantes e intensos contactos con ellos. Fue bastante habitual que dentro de una misma familia algunos miembros se hubiesen convertido y otros no. Y, a pesar de los reproches que los judíos podían hacer a sus familiares conversos, muchas veces los lazos afectivos se mantenían intactos.

            El problema de la sinceridad de muchas de estas conversiones masivas se hizo evidente enseguida[1]. Y, desde luego, no se trataba de una sospecha infundada. Muchos conversos seguían practicando la religión judía de forma clandestina desde el momento mismo de su falsa conversión. Otros, en cambio, tardaron un tiempo en regresar a estas prácticas y en muchos casos lo hicieron influenciados por familiares o amigos judíos a los que seguían tratando[2]. La cuestión se complicaba porque una persona que había sido bautizada ya no podía dar marcha atrás y si lo hacía, se convertía en un hereje y en toda la Europa del siglo XV la herejía era un crimen particularmente grave que se solía pagar con la vida. Las denuncias contra cristianos nuevos acusados de judaizar en la intimidad comenzaron a proliferar. La sociedad cristiana española se encontraba frente a un desafío grave. Para la mentalidad de la época la existencia de decenas de miles de ciudadanos bautizados que en secreto renegaban de la Fe en Cristo y practicaban ritos judíos era vista como una seria amenaza al orden público. Si el mal ejemplo cundía, la herejía se podía extender, la cohesión religiosa se podía quebrar y muchas almas se podían ver arrastradas a la condenación eterna. Y esto, sencillamente, no se podía tolerar. Es en este contexto en el que nace la Inquisición, concebida para defender la ortodoxia y castigar a los herejes, es decir a los falsos conversos o marranos. Conviene dejar muy claro, porque muchos autores judíos lo ocultan, que este tribunal sólo tenía jurisdicción sobre los cristianos. Los judíos que se habían mantenido fieles a su fe no podían ser detenidos por la Inquisición. Ésta actuaba contra los hebreos bautizados que judaizaban, lo que los convertía automáticamente en cristianos herejes. Son pues falsos esos relatos de persecuciones de judíos por la Inquisición y esas imágenes que más de una vez han salido de Hollywood mostrando a sádicos inquisidores torturando a venerables rabinos con saña[3].

            Para la monarquía española impedir que los judíos conversos regresasen a la fe mosaica, se convirtió en un asunto de estado y en un deber moral.          El famoso historiador judío Cecil Roth, defendiendo la “valentía” de los marranos que desafiaban a la Inquisición con sus prácticas judaicas ocultas, hizo sin embargo una descripción de lo que suponía el problema del cripto-judaísmo desde el punto de vista de las autoridades católicas españolas.

     “[Los Conversos] formaban en el organismo de la nación un extenso cuerpo extraño, imposible de asimilar y muy difícil de abandonar… Fue, sin embargo, notorio que [los Conversos] eran cristianos sólo de nombre, observando en público un mínimo de la nueva fe y en privado un máximo de la antigua… De la misma manera, hubo una gran masa de Conversos dentro de la grey de la Iglesia Cristiana, trabajando insidiosamente por su propia causa dentro de las diversas ramas del cuerpo político y eclesiástico, condenando en forma abierta muchas veces la doctrina de la Iglesia y contaminando con sus influencias la masa total de los creyentes. El bautismo apenas hizo poco más que convertir a una considerable porción de judíos, de infieles fuera de la Iglesia, a herejes dentro de la misma. Era lógico y aun justificado, que desde todos los púlpitos se oyeran apasionados sermones llamando la atención sobre la mala conducta de los nuevos cristianos [es decir, cripto-judíos] y apremiando a la toma de medidas para desenmascararlos.”[4]

           

            Esta era la situación a la que se enfrentaron los Reyes Católicos cuando en 1479 comenzaron el proceso de unificación de España y la transición de la era feudal y medieval a la del Estado unitario moderno.

            En 1480 el problema de los cripto-judíos amenazaba con romper la cohesión del reino. Cristianos viejos, cristianos nuevos de buena fe, cristianos nuevos de mala fe, es decir, judaizantes y finalmente judíos fieles a su credo mosaico, formaban un cóctel explosivo difícilmente asimilable para una época en la que la religión era algo más que una elección individual. Los Reyes Católicos entendieron que mientras los conversos mantuviesen libres contactos con los judíos, el problema del cripto-judaísmo se enquistaría en la sociedad española de forma endémica. Se hacía pues perentorio separar a los conversos de los judíos y, al mismo tiempo, establecer algún mecanismo de control para desenmascarar a quienes habiendo aceptado el bautismo, seguían practicando el judaísmo de forma clandestina.

            El año 1480 fue el de la adopción de dos medidas decisivas para los judíos de Sefarad. Por un lado, se decretó una segregación rigurosa de los judíos y por otro, se creó un tribunal especial para castigar a los cristianos que judaizaban.
           
            La segregación de los judíos, que esta vez sí se hizo efectiva, confinándolos en barrios separados de los que sólo podían salir de día, no tenía por objeto perjudicar a los hebreos por capricho, sino impedir que éstos pudiesen arrastrar a la herejía a sus hermanos de raza conversos. La medida estaba más destinada a proteger a los judíos conversos de una caída en la herejía que a perjudicar a los judíos que seguían fieles a su fe. Y, la medida complementaria para que esta separación tuviese efecto y los nuevos bautizados no sucumbiesen fácilmente a la tentación de judaizar de nuevo, fue la institución del tribunal de la Inquisición. Se trataba de cortar cualquier relación entre los conversos y los judíos y de frenar las sospechas que entre los cristianos viejos despertaban unos cristianos nuevos siempre en contacto con sus parientes, amigos y socios judíos. Unas sospechas, en general bien fundadas, que estaban envenenando la cohesión de los súbditos de la monarquía católica, creando recelos, acusaciones, envidias, traiciones y una evidente fractura social que, en el contexto de la formación de un reino unido que afrontaba grandes retos internos y externos, resultaban inadmisibles.

            Todas estas medidas, sin embargo, no conseguirían erradicar el problema del cripto-judaísmo. Doce años después, cuando se afronta la decisión de la expulsión de los judíos, contra lo que normalmente han interpretado los historiadores hebreos y sus admiradores, lo que se buscaba realmente era acabar con el problema de la influencia de los judíos en el colectivo de los conversos. En última instancia, las autoridades civiles y eclesiásticas buscaban la conversión definitiva de los judíos como solución al problema de los judaizantes. No querían tanto su marcha como su conversión, en la ingenua pero virtuosa convicción de que los cristianos nuevos de estirpe judía abandonarían toda tentación de volver a su antigua fe si sus hermanos también se convertían.

Sin embargo, el edicto de expulsión de 1492 sólo contribuyó a acrecentar el problema. Las conversiones masivas, pero calculadamente interesadas, se generalizaron una vez más, tal y como había ocurrido unas décadas antes. Tan sólo una minoría de judíos optó por el exilio, seguramente no más de cincuenta mil, según los estudios serios más recientes, cifra muy alejada de la que durante muchos años aportaron los historiadores judíos, aunque es bien sabido que a la hora de inflar cifras a favor se sus tesis, pocos pueblos son capaces de igualar a los hebreos[5]. Las narraciones clásicas de éstos acerca de la monarquía de Isabel y Fernando y del edicto de expulsión de 1492 rezuman frustración y resentimiento. Mientras resulta evidente que el período de los Reyes Católicos marca el inicio de la época más gloriosa de la historia de España, la mayoría de los historiadores judíos y de quienes odian tanto al catolicismo como ellos, han descrito esta época desde su punto de vista sectario.

“En 1474 subió al trono de Castilla Isabel, casada con Fernando de Aragón desde 1469. En la nueva pareja reinante el clero encontró el ánimo bien dispuesto para sus planes. España se sometida a la tiranía de un pacto cerrado entre la Iglesia y el Trono. El país de las tres religiones debía convertirse en un verdadero infierno para los infieles. Rápidamente se cernieron los negros nubarrones de los que debía salir la tormenta que caería sobre marranos y judíos.”[6]

El teólogo y diplomático israelí Pinchas Lapide, por ejemplo se permitió escribir en 1967 lo siguiente:

“Si comparamos a Torquemada con Hitler, los dos peores asesinos de nuestra historia, se ven, ante todo dos diferencias.

Hitler adoptó su absurdo mito de la raza superior y lo llevó a su conclusión lógica. De acuerdo con él, mató a todos los judíos y ex judíos que cayeron en sus manos, pero cometió sus asesinatos en secreto, porque sabía perfectamente que tal bestialidad asquearía hasta a sus propios conciudadanos.

Torquemada abrazó una religión de amor con objeto de predicar y practicar el odio y el asesinato. Sus lentas ejecuciones tuvieron lugar en público, bajo el disfraz ritual de la “fe”. No sólo estaba su ideología cristiana en evidente contradicción con tales actos, sino que, además, el éxito de sus esfuerzos era contrario al objetivo misionero que le movía: la conversión de los judíos; sólo conseguía añadir pasto a las llamas.

De los asesinos, Hitler, ciertamente, derramó más sangre, pero Torquemada era, además un embustero ante sí mismo y un hipócrita ante su propia religión.”[7]

Es difícil manifestar tanto despropósito en un texto tan breve. Y, al mismo tiempo, ser tan tramposo y tan sectario. La realidad histórica es que Torquemada no persiguió a los judíos, como ya vimos, sino a los cristianos bautizados que renegaban de su Fe. Que la mayoría de estos renegados fuesen judíos es algo anecdótico, pues la Inquisición procedería igual años después con los católicos que renegaban de su bautismo y abrazaban el protestantismo. No es culpa de Torquemada ni de los Reyes Católicos que decenas de miles de judíos cambiasen su fe para mantener y mejorar su posición social y económica, como tampoco lo es que, muchas de estas conversiones al cristianismo se efectuasen de mala fe. Los judíos conversos que seguían practicando el judaísmo en la clandestinidad sabían a lo que se arriesgaban, pues, al haberse bautizado quedaban automáticamente dentro de la jurisdicción de la Inquisición. Por otra parte, conviene no perder de vista que para los judíos, cualquier personaje que les haya causado algún perjuicio colectivo a lo largo de la Historia se convierte automáticamente en un monstruo despiadado. Lo cual no es baladí, porque, esta visión negativa de estos personajes, merced al fenomenal control que actualmente ejercen los hebreos sobre los más importantes medios de comunicación de masas, se impone en las conciencias de millones de personas crédulas y desinformadas. Torquemada es un buen ejemplo de ello. Por ejemplo, el escritor francés Jean Sevillia nos ofrece una descripción bastante distinta y mucho más fiable de Tomás de Torquemada.

“Tomás de Torquemada, un dominico, confesor de los Reyes Católicos, es nombrado Inquisidor general de Castilla, León y Aragón en 1483. Nació en una gran familia de conversos: su tío, el cardenal Juan de Torquemada, fue el abogado de la integración de los judíos conversos en la sociedad castellana. Es un hombre de fe, íntegro, desinteresado. El dinero que recoge lo destina al mantenimiento de los conventos. Él mismo vive pobremente, como un asceta.”[8]

Pero, a la hora de escribir sus historias, los judíos, como el señor Lapide, suelen ignorar la realidad de las naciones y de las personalidades gentiles que se cruzaron en el camino del “pueblo elegido”. Torquemada, era un asesino, los Reyes Católicos, forjadores de la nación española, unos fanáticos oscurantistas que, además, arruinaron su reino al expulsar a los industriosos judíos, Vespasiano, uno de los mejores emperadores que tuvo Roma, un sádico sanguinario, San Luis de Francia, un antisemita compulsivo y corrupto, los cruzados, una horda de asesinos y saqueadores despiadados, Bogdan Khmelnitsky, el héroe nacional de Ucrania, el atamán cosaco que lideró la revuelta contra la opresión polaca, un genocida comparable a Hitler… Poco le importa al rabino Lapide que la “terrible” Inquisición española, en realidad, hubiese ejecutado a diez mil personas a lo largo de los más de tres siglos en los que se mantuvo activa, pocos más de los que fueron asesinados en Francia en un solo día, la Noche de San Bartolomé. Y muchos menos de los que fueron masacrados en Alemania durante las guerras de religión y de los católicos que asesinó cruelmente Oliver Cromwell en Irlanda en un solo año. Finalmente, este tipo de puntos de vista tan típicos del estomagante victimismo judío, suelen obviar el trato que los hebreos han dispensado a quienes consideran herejes en los momentos en que han tenido algo de poder. Cuando el señor Lapide se queja de la crueldad de las lentas ejecuciones de la Inquisición, olvida la barbarie de las más lentas y dolorosas ejecuciones por lapidación que sufrieron los primeros cristianos a manos del Sanedrín. Con la salvedad de que la Inquisición nunca intentó exterminar a los judíos, pues expulsó, no asesinó, a los que se mantuvieron fieles a la fe mosaica y sólo persiguió a los que efectuaron bautismos de conveniencia. En cambio, a mediados del Siglo I d. de C., los judíos, como ya vimos, intentaron exterminar a los primeros cristianos, y si no lo consiguieron, fue porque la autoridad romana se interponía entre éstos y las ansias asesinas de los sicarios del Sanedrín. Pero este tipo de reflexiones a los historiadores judíos y sus amigos les suelen parecer superfluas. Otro ejemplo de esta práctica común entre los historiadores judíos la encontramos en el libro ya mencionado de Howard Fast en el capítulo dedicado a la expulsión de 1492.

“Los marranos se vieron obligados a testificar contra otros marranos, y la Iglesia y la Corona fueron repartiéndose un patrimonio tras otro. Aquel proceso se inició en 1478; diez años más tarde, la fibra moral de España se había podrido hasta la raíz.

España, que un día fuera un país vigoroso, estimulante y dueño de un auténtico destino, se había transformado en un lugar de miedo, horror y silencio, un lugar sin par en ningún otro punto del planeta. […]

Ninguna villa de Castilla y Aragón quedó libre de aquel hedor a carne humana quemada. El arte, la ciencia y la cultura perecieron casi de la noche a la mañana…”[9]

Según este judío neoyorquino que tuvo el “honor” de recibir el Premio Stalin de la Paz en 1953, resulta que a finales del siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos España, que había sido “un país vigoroso y estimulante”, a causa de las persecuciones de la Inquisición contra los marranos y de la posterior expulsión de los judíos, entró en un período de decadencia total. Y en un horrible ambiente de terror, la cultura desapareció “de la noche a la mañana”. Si no fuese porque este libro editado en Nueva York en 1968 y debido a la injustificada fama de su autor, vendió un montón de ejemplares, la cosa sería para partirse de risa. ¡Cómo iba España a haber sido un país vigoroso y estimulante si antes de los reyes católicos no existía! Es exactamente al contrario, España se convirtió en una nación vigorosa y estimulante a partir de los Reyes Católicos. Qué tipo de intelectual puede afirmar que una nación entra en decadencia justo en el momento en el que, de acuerdo con la evidencia histórica más absoluta, realmente comienza su época de mayor esplendor y vitalidad. A partir del siglo XVI España se convierte en la mayor potencia que ha contemplado la humanidad. Ni tan siquiera la Gran Bretaña de la época victoriana rige un imperio tan vasto como el que gobernó Felipe II. Pero, los judíos, como queda demostrado, se empeñan en afirmar que lo que es malo para ellos, necesariamente es malo para todos. En la España de finales del Siglo XV, según todos los estudios historiográficos serios, el ambiente que se vive es de esperanza y optimismo. Se ha culminado la Reconquista, los reinos cristianos peninsulares se van uniendo, se descubre el Nuevo Mundo, la autoridad regia se impone por doquier acabando con la inseguridad, el bandidaje y los abusos… Los plebeyos de castilla y Aragón hacía tiempo que no conocían una época de estabilidad y orden como la que les dio la monarquía de Isabel y Fernando. Si algo no existía por aquel entonces en España era miedo. Es más, los españoles de las clases más populares eran quienes con más ahínco habían reclamado a las autoridades mano dura para con los marranos. Que la Inquisición sembrase el miedo entre los criptojudíos no significa para nada, más bien al contrario, que este miedo fuese compartido por la mayoría de la población. Y, en fin, la mamarrachada de que todos los pueblos y villas de España olían a carne a quemada, raya en el esperpento. Pero, así cuentan los judíos la historia. Y así llega a millones de incautas personas que se tragan toda esta sarta de burdas patrañas sin pestañear. Por ejemplo, Howard Fast podía permitirse el lujo de escribir estas falacias porque sabía que el público americano, mayoritariamente protestante y muy imbuido de prejuicios antiespañoles sería presa fácil para aceptar como ciertas estas falsificaciones. La Leyenda Negra nunca muere del todo y siempre hay quienes se aprovechan de ella.

Otro testimonio parecido al de Fast se debe al periodista judío español (o más bien antiespañol) Pere Bonnín:

“Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los voceros del odio no consiguieron que la población aborreciera de modo genérico a los conversos, como no habían conseguido generalizar el odio al judío. Este odio era generado, azuzado y manipulado por las clases dirigentes, por los llamados “poderes fácticos”: la monarquía, la aristocracia (el ejército) y la Iglesia Católica. Eran las mismas fuerzas que, en el siglo XX, alimentaron y manipularon el “odio a los rojos” durante y después de la guerra civil.”[10]

Mucho más próxima a la realidad es la descripción de la Inquisición que hace el historiador e hispanista británico John Lynch:

“Dando su bendición a la persecución de los conversos, Fernando e Isabel consiguieron apoyo entre las masas populares y el clero, incrementando, al mismo tiempo, el poder del Estado. La Inquisición era en cierto sentido “popular”. Expresaba los prejuicios de la mayoría de los españoles respecto de la religión y la raza, y su resentimiento antes los prósperos conversos. Se convirtió en parte del paisaje institucional, en un organismo familiar y tranquilizador, un organismo que comprendía el conjunto de intereses regionales y elites locales, y que sabía cómo sobrevivir entre ellos. Reclutó un amplio cuerpo de funcionarios no retribuidos, los familiares y, de este modo, se asoció con los representantes de una amplia sección de la sociedad provincial, muchos de ello  procedentes de sectores no privilegiados, especialmente labradores, que pudieron así realzar su posición y prestigio.”[11]

Resulta evidente el carácter popular de la Inquisición. Es más, si había algún sector de la sociedad española dispuesto a proteger a los judíos, como de costumbre, ese sector era la nobleza.

“Además es un hecho comprobado que muchos magnates protegían a los conversos y a los judíos, los cuales se sentían más seguros en los lugares de señorío. Recuérdese lo que ocurrió cuando la Inquisición se instaló en Sevilla: muchos conversos fueron a refugiarse en los territorios del duque de Medinasidonia, del conde de Niebla y otros poderosos. El edicto de 1492 prevé precisamente el caso de que algunos judíos traten de escapar a la orden de expulsión poniéndose bajo la protección de los señores; los señores que les den ayuda incurren en pena de confiscación de bienes, vasallos, fortalezas, heredamientos, mercedes. Esta mención, por si sola, nos enseña que los reyes Católicos sospechaban de una posible intervención de los nobles a favor de los judíos.”[12] 

Realmente, los Reyes Católicos se decidieron a crear el tribunal por las presiones del pueblo que no paraba de clamar contra los falsos conversos y por los consejos del nuncio del papa Sixto IV, Nicolao Franco. Se estaba produciendo, como ya vimos, un auténtico cisma en la sociedad y la primera medida para evitarlo fue la instauración de una institución que verificase caso por caso las denuncias contra los cristianos nuevos judaizantes. Cuando se comprobó que esto no era suficiente, por el nocivo efecto que los judíos fieles a su fe ejercían sobre sus parientes y amigos conversos, se decidió cortar por lo sano: conversión o expulsión.


[1] “Las numerosas conversiones de judíos que se produjeron a partir del año 1391 crearon muchos problemas a la Iglesia y a la sociedad cristianas, y asimismo a los judíos españoles fieles a su credo.” H.H. Ben-Sasson, op. cit.,p. 727.
[2] “Las familias se dividieron; la esposa de Pablo, obispo de Burgos, siguió siendo una fiel judía. Las relaciones en el interior de las familias fraccionadas adquirían en ocasiones rasgos tensos y delicados; de hecho, los lazos establecidos a través de muchas generaciones no eran quebrados por el eventual anuncio de una conversión”. H.H. Ben-Sasson, op.cit., p. 689.
[3] Un ejemplo ya clásico de este falseamiento de la historia lo hizo el famoso director de cine Mel Brooks, judío neoyorquino de origen ruso nacido como Melvin Kaminsky, en su película de sketches supuestamente cómicos titulada “La loca historia del mundo”. Cuando escribí estas líneas, era posible verla en el siguiente enlace http://www.youtube.com/watch?v=X5McSEU48Y8.  El ejemplo no resulta baladí, porque este tipo de productos de comunicación made in Hollywood llegan a millones de personas de todo el mundo y son el vehículo perfecto para deslizar todo tipo de intoxicaciones. No obstante, muchos ensayos presuntamente académicos escritos por judíos o filojudíos también incurren en esta falsificación.
[4] Texto de la obra Historia de los Marranos, de Cecil Roth. Citado en la obra del historiador norteamericano Philip W. Powell, Árbol de odio, Iris de Paz, 1991, p. 74. Philip W. Powell fue catedrático de Historia en la Universidad de California, Santa Bárbara. Existe una reedición de esta obra titulada La Leyenda Negra. Un invento contra España, Áltera, 2008.
[5] Por ejemplo, Werner Keller habla de cien mil expulsados. Jacques Attali, en cambio, da una cifra de ciento cuarenta y cinco mil, muy parecida a la de ciento cincuenta mil de H.H. Ben-Sasson y de Paul Johnson. En la obra Los judíos de España, debida a varios autores, en un capítulo, el catedrático Haim Beinart de la Universidad Hebrea de Jerusalén afirma que los expulsados fueron doscientos mil y unas páginas antes, en otro capítulo, Henry Kamen dice que fueron cuarenta mil  en la misma línea que Joseph Pérez, que habla de menos de cincuenta mil, en consonancia, según él mismo señala, con “los trabajos más recientes basados en fuentes fidedignas”. Resulta fácil percibir la facilidad con la que los historiadores judíos inflan las cifras y los no judíos las matizan. Tal vez algún día se pueda hablar con la misma libertad de la cifra de víctimas del holocausto.
[6] Werner Keller, op.cit.,p. 312.
[7] Pinchas E. Lapide, Los tres últimos Papas y los judíos, Taurus, 1969, p. 80.
[8] Jean Sevillia, op.cit.,p. 82.
[9] Howard Fast, op.cit.,p. 204.
[10] Pere Bonnín, op.cit., p. 150.
[11] John Lynch, Los judíos de España, Crítica, 1992, p. 149.
En la misma línea:
“Es importante no llamarse a engaño: los abundantes documentos conservados nos permiten constatar que la Inquisición contaba con un alto respaldo popular y abundancia de denuncias.” Luis Suárez, op. cit., p. 422.
[12] Joseph Pérez, op.cit.,p. 122.

2 comentarios:

  1. Efectivamente, la Inquisición no persiguió a gente de otras religiones, sino a los que decían ser católicos pero en realidad eran judíos o musulmanes. Luego apareció el protestantismo, contra el que se hubo de actuar para asegurar la unidad de la sociedad española.
    Y si nos ponemos a hablar del número de ejecuciones de la Inquisición, en Alemania hubo muchas más que en España, porque aquí tan solo se persiguió a los colectivos que he mencionado, mientras que en el centro de Europa se llevaban a cabo las "cazas de brujas".

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  2. Excelente post. No cabe duda que sabes lo que hablas y además haces referencia a lo que citas. De todo lo correcto que escribiste solo quiero rescatar lo siguiente, aunque todo el post es excelente:
    1. La Inquisición no tenia poder para actuar sobre los no cristianos (Católicos). Por lo tanto los judíos no eran perseguidos por la Inquisición por practicar el judaísmo. Este punto debe quedar claramente establecido pues la leyenda Negra sobre la Inquisición ha hecho creer a la gente que el simple hecho de ser judío era motivo suficiente para ser torturado o quemado vivo. Ese no es el caso. La inmensa mayoría de las personas se imagina a los inquisidores como monstruos sedientos de sangre al acecho de la presa por el simple hecho de ser judío. Falacia total.
    2. Como mencionaste la Inquisición tenía jurisdicción solamente sobre los cristianos. O sea solo perseguía a los herejes. Poder convertirte en un hereje del cristianismo se necesitaba ser cristiano... Sí eras judío y practicabas la religión judía no podrías ser hereje. Tampoco serías tocado por la Inquisición. Pero si un judío se convertía al cristianismo automáticamente quedaba a merced de la Inquisición. Ahora bien, solamente el cristiano hereje, fuese judío o no, iba a ser procesado por la Inquisición. El problema es que esos judíos conversos seguían practicando su religión en secreto, se habían convertido al cristianismo solo por acceder a puestos solo asequibles a cristianos y como tales gozaban de todos los privilegios pero también de todos sus deberes y restricciones religiosas. Otros se convirtieron para infiltrar las instituciones eclesiásticas y del Estado y minarlos desde dentro. Por eso los persiguió la Inquisición, no a todos los judíos, solo a los marranos o judíos conversos.
    3. Tampoco podemos dejar del lado al hombre y su contexto histórico: Hablamos de más de 500 años en el pasado y la religión era un asunto que se tomaba muy en serio. Aún hoy el ser hereje en el Islam conlleva la pena de muerte. Muchísimos judíos son fanáticos practicantes de su religión y aún hoy sienten un odio encarnizado contra los cristinos. Es más su libro sagrado, el Talmud, está lleno de odio contra cristianos y otros no judíos.
    Por ejemplo dice que los no judíos somos animales en forma humana hechos por Dios con la única misión de servirles a ellos día y noche sin descanso. Algo parecido afirma el rabino Ovadia Yosef. El Rabino Yitzak Ginsburg, afirmo en el semanario Jewish Week que un judío podía tomar los órganos de un no judío inocente si con estos órganos se salvara su vida, pues la vida de un judío es infinitamente superior que la vida de un no judío.
    Otros rabinos dicen que el mandato de la Tora, No matarás solo se aplica a no quitar la vida a otro judío, pero que no aplica a los no judíos, por lo tanto si un judío mata un no judío no hay pecado.
    Vemos pues que el fanatismo judío de nuestros días es sangriento, lleno de odio y supremacismo racial... y eso que estamos en una época de ecumenismo... ¿Cómo sería el pensamiento de un judío de hace 500 años? Ahora póngase en los zapatos de un católico de hace 500 años... Para ellos el castigo de la inquisición no era inhumano, era necesario para la purea de la fe.

    Pero el punto aquí es la Inquisición nunca persiguió al judío que practicaba su religión en público, persiguió al judío converso, cristiano en apariencia, pero que practicaba plenamente su religión judía a escondidas.

    Excelente post, sigue adelante!!!

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