lunes, 13 de junio de 2011

LOS ESTADOS UNIDOS Y EL COMUNISMO. HISTORIA DE UN COMPADREO (XIII). Jorge Álvarez

A la guerra por la puerta de atrás (III)


Cuatro días después del ataque sobre Pearl Harbor, el 11 de Septiembre de 1941, Alemania le declaró la guerra a los Estados Unidos. Roosevelt, por fin, había conseguido la guerra que tanto ansiaba desde hacía casi tres años. La pregunta obligada no puede ser más que la siguiente: ¿por qué Hitler le hizo un favor tan grande a Roosevelt? La perspectiva actual nos hace necesariamente pensar que si el Reich Alemán no hubiese dado este temerario paso, al presidente norteamericano le hubiese costado más convencer a su pueblo de que la entrada en guerra contra Japón debía acarrear el desencadenamiento de las hostilidades contra Alemania.



El reduccionismo típico de la historiografía de los vencedores siempre nos describe a un Führer desquiciado tomando decisiones equivocadas. Sin embargo, analizando la situación tal y como se encontraba a finales de 1941, es posible comprender que la decisión de declarar la guerra a los Estados Unidos no era tan descabellada, y desde luego, en aquellos momentos, era incluso difícil discernir si lo descabellado para el Tercer Reich no hubiese sido mantener el absurdo estado de guerra no declarada que Roosevelt había provocado en el Atlántico.

Vayamos por partes. Es un hecho, no una opinión, que la casi totalidad de los historiadores actuales antinazis reconocen que Roosevelt, como presidente de un país neutral, había vulnerado todos los principios del Derecho Internacional con sus medidas de apoyo a Francia y Gran Bretaña primero y a Gran Bretaña y la Unión Soviética después, ordenando a sus Fuerzas Navales a proteger los convoyes de suministros americanos a estas naciones llegando a obligar a sus unidades navales a intervenir contra los submarinos alemanes. Durante meses, como ya hemos visto, esta guerra de nervios en el Atlántico acaparó la atención mundial. Todo el mundo esperaba de un momento a otro un nuevo Maine, un nuevo Lusitania. Sin embargo, Hitler, con más de la mitad de su ejército tratando de acabar con la Rusia de Stalin y con casi la otra mitad teniendo que guarnecer frentes inactivos como los de Europa Occidental, o secundarios como el norteafricano, no deseaba que se repitiese la historia de 1918. Durante todos los meses de provocación norteamericana, el Cuartel general del Führer se hartó de ordenar a los comandantes de los U-boote que no respondiesen a los ataques de la Marina yanqui. Sin embargo, la frustración entre los marinos alemanes era creciente y la rabia de no poder responder a tanta provocación era también palpable en el gobierno alemán. Sólo la prudencia estratégica aconsejaba no responder a las provocaciones del coloso transatlántico.[1] Hitler consideraba con bastante buen juicio que Alemania podía, como de hecho estaba haciendo, derrotar a los soviéticos en el Este y contener a los británicos en el Oeste. La idea geoestratégica del Führer no contemplaba necesariamente la derrota de Gran Bretaña, sino un acuerdo a escala global para el respeto de las áreas de influencia de ambas potencias en el mundo. Si Alemania conseguía, como por entonces parecía más que probable, derrotar a la Unión Soviética, Gran Bretaña necesariamente debía llegar a un acuerdo con Alemania. Hitler sabía que los británicos, sitiados en sus islas después de haber perdido a sus aliados franceses, totalmente a la defensiva, cifraban todas sus esperanzas de victoria no en sus exhaustas fuerzas que hasta la fecha habían sido sistemáticamente derrotadas por los alemanes, sino a la intervención en la guerra de nuevos aliados que pudiesen invertir la correlación de fuerzas que por esas fechas eran favorables al Eje.

Cuando a comienzos del verano de 1941 los alemanes invadieron el “paraíso socialista” soviético, Churchill, el más fanático antibolchevique del conservadurismo inglés, corrió prestó a declarar ante la Cámara de los Comunes que la Unión Soviética podía contar con todo el apoyo británico. Roosevelt, como veremos más adelante, estaba detrás de esto. Para terror de ambos, cuatro meses después, la Wehrmacht tenía a tiro de sus cañones el Palacio de Invierno en Leningrado y las torres del Kremlin en Moscú. No sólo Hitler creía que La URSS estaba a punto de desmoronarse, el convencimiento en las cancillerías del mundo entero y así lo reflejó la prensa de la época, era que estaba totalmente derrotada. En ese momento, Diciembre de 1941, apareció Pearl Harbor. Las conclusiones a las que llegó Hitler, en ese contexto, no eran descabelladas. La Unión Soviética ya no representaba un peligro como potencial aliado de los británicos, y Estados Unidos, a diferencia de 1917, debía hacer frente a dos guerras en dos extremos del mundo, la que debían librar en Europa si querían auxiliar a Gran Bretaña y la que tenían que librar en Asia si querían vengar Pearl Harbor. No se trataba de que Hitler pensase que los americanos no podían afrontar esos dos desafíos, sino de que estaba convencido de que para cuando se hubiesen repuesto del golpe y hubiesen podido movilizar los recursos humanos y materiales necesarios, el Reich alemán habría derrotado a la Unión Soviética y dispondría de las inmensas riquezas naturales de ésta y habría podido disponer de gran parte de los descomunales contingentes de tropas que entonces aún ocupaba en los inacabables páramos del frente ruso para disuadir a los anglosajones de cualquier intento de invasión del Viejo Continente. Lo que Hitler ignoraba era que a Roosevelt, a pesar de su famoso, lacrimógeno y patético discurso del “día de la infamia”, vengar Pearl Harbor le traía en el fondo sin cuidado y había dispuesto ya, desde bastante antes del ataque japonés, las órdenes precisas al Estado Mayor para que en caso de guerra con las potencias del Eje, se otorgase prioridad absoluta al futuro Teatro de Operaciones Europeo (ETO) , es decir, a la destrucción de Alemania y al auxilio de la Unión Soviética.


[1]En el Atlántico la Marina norteamericana empezó a apoyar activamente a la británica. Destructores americanos seguían a los mercantes alemanes y comunicaban su posición a los ingleses. Buques de la Flota USA y baterías costeras protegían con su fuego a los mercantes británicos. Destructores y torpederos de los EE.UU. atacaban a los submarinos alemanes con cargas de profundidad. (...)  Los alemanes se abstuvieron de protestar contra todos estos actos”. (Wulf C. Schwarzwäller, El Tercer Reich. Roosevelt y la Guerra. Las relaciones germano-americanas hasta la entrada de los EE.UU. en la contienda. Noguer, 1974, p. 344).
“Lo que era más importante, el presidente Roosevelt respaldaba el esfuerzo bélico (británico) y sólo buscaba un pretexto adecuado para que los Estados Unidos se pusieran abiertamente del lado de Inglaterra”. (Peter Padfield, Himmler, el líder de las SS y la Gestapo, La Esfera de los Libros, 2003, p. 379).

1 comentario: