jueves, 23 de junio de 2011

JUNIO DE 1941 – JUNIO DE 2011. 70 ANIVERSARIO DE LA OPERACIÓN BARBARROJA. CONSIDERACIONES POLÍTICAS Y ESTRATÉGICAS (I). Jorge Álvarez



Hace ahora setenta años, el 22 de Junio de 1941, comenzó la campaña militar de mayor envergadura de la Historia. Y también la más cruel. Ese día, tres millones y medio de soldados alemanes apoyados por otro millón de hombres de naciones aliadas del III Reich, se lanzaron al asalto de la Unión Soviética repartidos en tres grandes Grupos de Ejércitos. El Norte, que avanzaría hacia Leningrado a través de las repúblicas bálticas, El Centro, el más poderoso de ellos, que atravesaría Bielorrusia en dirección a Moscú y el Sur, que avanzaría por Ucrania.
Con machacona frecuencia se dice que el ataque a la Unión Soviética fue el mayor error de Hitler y que supuso el principio de su derrota. Se afirma habitualmente que los dirigentes alemanes perdieron la Primera Guerra Mundial por tener que luchar en dos frentes y que Hitler incurrió en el mismo error atacando a la Unión Soviética.

¿Por qué atacó Hitler a la URSS? ¿Por qué rompió el Pacto de No Agresión que había suscrito con Stalin hacía casi dos años y que incluía acuerdos de cooperación económica que los soviéticos seguían respetando? ¿Fue de verdad un error el ataque? ¿Tenía Hitler más opciones?

Vayamos por partes. Es sabido que Hitler, desde mucho antes de llegar al poder, estaba convencido de que si Alemania quería ser una gran potencia, no tenía más opción que expandirse hacia el Este anexionándose los territorios más occidentales de la Unión Soviética. Naturalmente, si Alemania se resignaba a ser una potencia de segundo nivel, subordinada al poderío francés y anglosajón, esta aventura no sería necesaria. Pero Hitler sólo concebía a Alemania como una gran potencia, al mismo nivel de las más grandes. Y, al igual que éstas, necesitaría su “espacio vital”.

Hitler estaba convencido, y con razón, de que la causa de la derrota alemana en 1918 no había sido la lucha en dos frentes, sino el asfixiante bloqueo naval que los aliados, con sus gigantescas flotas, habían impuesto al Reich. La prueba de la importancia de este bloqueo es que, a instancias de los franceses y de Churchill, a la sazón Primer Lord del Almirantazgo, no se levantó una vez firmado el armisticio y finalizadas las hostilidades, sino que se mantuvo durante ocho meses como método de presión para que Alemania aceptase las draconianas condiciones de paz de Versalles. Ochocientos mil civiles alemanes murieron de hambre como consecuencia de este bloqueo salvaje e ilegal, muchos de ellos después de que las armas hubiesen callado. Como podemos imaginar, si el bloqueo provocó tantas muertes por inanición, es lógico suponer que fueron muchos millones los alemanes que pasaron hambre. Como consecuencia de este brutal desabastecimiento, el frente interior de Alemania se acabó desmoronando. Las huelgas en las fábricas y los motines de soldados proliferaban por toda Alemania, y los dirigentes del Reich pidieron un armisticio. Sin embargo, las fuerzas armadas alemanas, en el momento de la derrota, ocupaban suelo extranjero. En el Este, Ucrania y extensas zonas de Bielorrusia seguían en poder de los soldados del Káiser y en el Oeste, las trincheras alemanas continuaban en territorio belga y francés.

Las colonias alemanas de ultramar quedaron aisladas de la metrópoli desde el principio de la guerra a causa del bloqueo naval aliado y, en consecuencia, su aportación al esfuerzo bélico de Alemania fue nulo. En cambio, tanto Francia como Gran Bretaña pudieron aplicar al máximo el potencial material y humano de sus colonias a su esfuerzo de guerra.

Hitler, a la vista de esta experiencia reciente, consideraba que Alemania, si quería poder competir en igualdad con las grandes potencias mundiales,  necesitaría un imperio colonial, al igual que sus rivales. Y este imperio debería estar a salvo de la superioridad naval británica. Alemania no debería padecer nunca más un bloqueo como el de la Gran Guerra. En la mente de Hitler – y en la de muchos expertos en geoestrategia – Alemania tenía que expandirse hacia el Este, en concreto hacia los territorios más occidentales de la Unión Soviética. Estas colonias garantizarían un suministro de alimentos y materias primas que, al no discurrir por vía marítima, no podría ser interceptado por las potencias enemigas. Hitler estaba literalmente obsesionado con que Alemania nunca más volviese a ser reducida por hambre.

Todos los pasos que Hitler fue dando desde que llegó al poder sólo se comprenden contemplados desde este punto de vista. Casi todos los movimientos que el Führer efectuó en política exterior estaban encaminados a fortalecer la situación geoestratégica de Alemania de cara al desafío que  él había decidido afrontar, la destrucción del imperio bolchevique y la conquista del “espacio vital” que él consideraba imprescindible para fraguar una gran Alemania.

Los estados del Este de Europa situados en el camino entre Alemania y la Unión Soviética debían escoger entre convertirse en aliados del Reich y subordinados al mismo (una relación similar a la de Estados Unidos con la mayoría de las repúblicas centroamericanas) o ser destruidos. Alemania necesitaba la connivencia de muchas de estas naciones fronterizas con la URSS porque su territorio sería la plataforma de lanzamiento de la invasión de la Unión Soviética y porque a través de él debían transitar las unidades alemanas camino del frente de batalla y los refuerzos que se hiciesen necesarios en las semanas siguientes. Y, Alemania, en cualquier caso, no podía pretender penetrar en territorio soviético dejando a sus espaldas naciones hostiles que en cualquier momento pudiesen sabotear su esfuerzo bélico.

Muchas de estas naciones, Hungría, Rumania, Bulgaria accederían sin problemas a entrar en la órbita alemana. Y Hitler no ignoraba que la mayor hostilidad a sus planes la encontraría entre los checos, los polacos y los serbios. Los checos, los habitantes eslavos de Bohemia y Moravia, eran tradicionalmente antialemanes. Al acabar la primera Guerra Mundial Francia había decidido crear en el corazón del antiguo Imperio Austro-húngaro un estado que debilitase la situación geoestratégica de Alemania y que fuese hostil a ella. Nació así la artificial república de Checoeslovaquia. Los aliados victoriosos de la Gran Guerra se aseguraron de que el control del poder en esta nueva nación quedase firmemente en manos de los checos. Los antialemanes por excelencia. Los franceses armaron y entrenaron al ejército checo y firmaron una alianza militar con ellos.


El territorio de la recién nacida república checoeslovaca penetraba en Alemania como una flecha en dirección a la frontera con Francia. Entre el borde más oriental de la frontera francesa y el más occidental de la frontera checa, apenas había poco más de 300 kilómetros. En caso de una nueva guerra contra Alemania, un ataque coordinado entre los franceses y sus aliados checos, podía partir en dos a Alemania. Y Hitler no pensaba lanzarse a su aventura contra la URSS dejando en su retaguardia a los checos aliados de Francia en disposición de ejecutar cualquier maniobra hostil contra Alemania si los franceses finalmente decidían acudir en auxilio de los soviéticos.

Polonia, por su parte, era la nación del Este con la más extensa frontera con la URSS. Cualquier ataque a ésta desde Alemania necesitaba imperiosamente el territorio polaco como plataforma de ataque y lugar de tránsito de refuerzos y suministros. Casi desde el día siguiente de su acceso al poder, Hitler intentó un acercamiento a Polonia. Necesitaba ganarse a los polacos para su plan antisoviético. Pero, éstos, envalentonados por el apoyo diplomático anglofrancés, no aceptaron entrar en el juego que Hitler les proponía.

La inamovible decisión de Hitler de conquistar un imperio a costa de la Unión Soviética condenaba a Polonia, por su situación estratégica decisiva, a ser destruida si se negaba a colaborar.

En el verano de 1939 Hitler ya había decidido aplastar a Polonia. Y, paradójicamente, estaba dispuesto a firmar una alianza de circunstancias absolutamente insincera con la Unión Soviética en un vano intento de que Gran Bretaña y Francia no metiesen sus narices en los asuntos de Alemania en el Este de Europa. La jugada de Hitler con la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov sólo tenía un único objetivo, convencer a franceses y británicos de que la suerte de Polonia ya estaba echada y alejar así de sus cabezas la idea de ir a la guerra contra Alemania.

Cuando el 3 de Septiembre en la Wilhemstrasse se recibieron las declaraciones de guerra de Gran Bretaña y Francia, Hitler quedó desconcertado y abatido. En sus planes no figuraba una guerra en el Oeste. De repente Hitler se encontró con que tenía una guerra, pero no la que él quería y que, paradójicamente, era aliado de la nación con la que sí quería la guerra.

El conflicto con Gran Bretaña y Francia había trastocado por completo todos los planes de Hitler. Su plan de ir preparando el camino para atacar a la URSS sin implicar a las potencias occidentales había fracasado. Ahora tenía la guerra en el momento equivocado, en el lugar equivocado y contra el enemigo no deseado. ¿Qué hacer?

No hay comentarios:

Publicar un comentario