martes, 15 de noviembre de 2011

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (XVII). Jorge Álvarez

La Guerra del Yom Kippur (II)


6 de Octubre de 1973. Las fuerzas egipcias cruzan el Canal de Suez y se lanzan al asalto de la Línea Bar Lev.En la ilustración se aprecia cómo los zapadores, con cañones de agua, derrumban los taludes de arena levantados por los israelíes en la orilla oriental como paso previo para levantar los puentes y ante la sorpresa de los defensores

A las 14 horas del 6 de Octubre de 1973, en plena celebración de la festividad judía del Yom Kippur, miles de piezas de artillería egipcias y sirias  abrieron fuego en el Canal de Suez y en los Altos del Golán sobre las líneas defensivas israelíes.

Las fuerzas egipcias sorprendieron a los defensores judíos de la Línea Bar Lev cruzando el Canal de Suez con audacia y profesionalidad, dando muestras de un adiestramiento militar muy superior al que los israelíes esperaban. Los ingenieros, protegidos por la artillería, los blindados y las baterías de modernos misiles soviéticos, se lanzaron en barcazas a través del Canal y levantaron puentes con rapidez y pericia. Las fuerzas aéreas, al mando del general Hosni Mubarak, atacaron por sorpresa los aeródromos, las baterías de misiles y las estaciones de radar israelíes, tal y como les habían hecho a ellos en 1967, aunque, desde luego, no de forma tan concluyente. Las instalaciones en la península del Sinaí sufrieron graves daños, pero las que se hallaban más en el interior de Israel, apenas se vieron afectadas.

La primera reacción de los judíos consistió en un ataque aéreo masivo contra los puentes sobre el Canal, por los que miles de soldados egipcios cruzaban hacia el interior del Sinaí. Si las tropas de tierra egipcias ya habían sorprendido a los defensores israelíes de la Línea Bar Lev por su arrojo y su destreza,  la Fuerza Aérea Israelí, acostumbrada a disponer de una superioridad abrumadora sobre los árabes, se encontró con la segunda desagradable sorpresa. Cuando los pilotos israelíes se lanzaron confiados sobre los puentes, se encontraron con una lluvia ascendente de todo tipo de misiles que serpenteaban en el aire buscando con tenacidad y precisión sus aparatos. Las fuerzas antiaéreas egipcias del general Mohamed Ali Fami, habían desplegado sesenta baterías de misiles SAM en sus variantes 2, 3 y 6, miles SAM 7 de uso personal y miles de emplazamientos múltiples de cañones antiaéreos. Por primera vez en los enfrentamientos con fuerzas árabes, los israelíes asistían consternados al derribo masivo de sus aviones. La mayoría de estos aparatos eran modernos cazabombarderos F-4 Phantom y A-4 Skyhawk. A las pérdidas totales por los aparatos derribados se sumó la enorme cantidad de aviones que regresaban tan dañados que requerían reparación antes de poder volver al combate. La amenaza de la escasez de repuestos comenzó a hacerse evidente ya el día 7, segundo del conflicto.

Vehículos egipcios cruzando el Canal de Suez por uno de los puentes levantados unas horas antes

Pero las pérdidas y daños de aviones no eran más que una parte importante de las que estaban sufriendo las fuerzas israelíes.  El día 8 el Estado Mayor ordenó al general Bren Adan lanzar un contraataque masivo con medios blindados para expulsar a los egipcios al otro lado del Canal de Suez. Dos brigadas acorazadas israelíes fueron lanzadas contra las cabezas de puente egipcias al Este del Canal en la confianza de que, como había ocurrido en ocasiones anteriores, serían arrolladas por los carros judíos y acabarían en desbandada. En lugar de eso las tripulaciones de los tanques israelíes se toparon con las fuerzas egipcias esperando su ataque fuertemente atrincheradas y erizadas de misiles anticarro. A las cinco de la tarde el general Adan ordenó la retirada después de haber perdido más de cien de los ciento setenta carros de combate con los que había comenzado la ofensiva. Por si todo esto fuese poco, el día anterior, en un dantesco combate nocturno en el frente del Golán, los carros sirios destruyeron a una brigada acorazada israelí y se situaron a menos de diez kilómetros de la orilla del Jordán, es decir, a punto de penetrar en Galilea. Moshé Dayán, ministro de Defensa, ordenó minar todos los puentes sobre el Jordán.

Si bien es cierto que tanto los egipcios como los sirios durante los primeros días de combates habían ocupado poco terreno a los israelíes, en cambio les habían forzado a entablar durísimos combates desesperados en circunstancias muy desfavorables.

Por primera vez en toda su historia militar, Israel estaba sufriendo durísimos reveses en los campos de batalla, encajando terribles pérdidas de aviones y carros de combate y consumiendo ingentes cantidades de municiones y repuestos. Y además, también por primera vez, las pérdidas eran de tal magnitud y se producían a tal velocidad, que el arsenal israelí no daba abasto para compensarlas. Israel estaba acostumbrado a las victorias rápidas y concluyentes frente a los árabes. Sus fuerzas armadas estaban diseñadas para la ofensiva al más puro estilo de la “Guerra Relámpago”. En los enfrentamientos precedentes los judíos habían conseguido victorias “limpias”, es decir, con bajísimos costes humanos y materiales. Sin embargo, ahora emergía ante los sionistas la amenazante sombra de una guerra de desgaste, un tipo de conflicto que si se alargaba, por razones demográficas y geoestratégicas, Israel no podría ganar.

El 8 de octubre, el lunes negro para Israel, Moshé Dayán, consternado después de asistir al fracaso de la contraofensiva en el Sinaí comentó a sus consejeros que en ese momento no quedaba ni un solo carro de combate operativo entre Tel Aviv y el frente del Sinaí. Probablemente exageraba, pero el panorama, en cualquier caso, empezaba a resultar sobrecogedor para Israel. Tanto que, a continuación, Dayán afirmó con solemnidad: “el destino del Tercer Templo está en peligro.”[1] El ministro de Defensa percibía en aquel momento que el estado de Israel se hallaba en una encrucijada decisiva que podía sellar su continuidad o su extinción y en su cabeza empezaba a dar vueltas la idea de utilizar contra los árabes el armamento nuclear que Israel había ido acumulando en secreto durante la última década.[2]

El 9 de Octubre, ante las proporciones del desastre, Dayán se vio obligado a presentar su dimisión a la Primera Ministra, Golda Meir, aunque suponía que no le sería aceptada. Y efectivamente, así fue. Dayán, ratificado en el cargo, acto seguido propuso la utilización de armas nucleares contra egipcios y sirios. Meir estaba de acuerdo en acudir a las armas atómicas, pero sólo si la situación seguía deteriorándose y como último recurso. La veterana política sionista había concebido una forma más inteligente de emplear el arsenal nuclear. Hizo saber a Dayán que emprendería de inmediato un viaje a los Estados Unidos para hablar directamente con el presidente Richard Nixon. Su objetivo era chantajear a la primera potencia mundial con el recurso a las armas atómicas. Los Estados Unidos debían saber de primera mano la firme resolución del gobierno de Israel de lanzar un ataque nuclear contra los árabes si sus fuerzas convencionales llegasen a ser finalmente desbordadas, y la única forma de evitarlo en aquel momento era el envío urgente y masivo por parte del gobierno estadounidense de armas, suministros y repuestos a las fuerzas israelíes. El chantaje era evidente. Los Estados Unidos debían elegir entre evitar la derrota de Israel o que éste diese comienzo a una guerra nuclear que a buen seguro acabaría arrastrando a las grandes potencias y provocando la devastación total del planeta.

La madrugada del 9 de Octubre el embajador israelí en Washington, Simcha Dinitz, a instancias de Golda Meir, llamó al secretario de Estado, Henry Kissinger y le comunicó que Israel necesitaba con extrema urgencia suministros para compensar las gigantescas pérdidas que les estaba causando la ofensiva árabe. Literalmente le confesó que se hallaban al borde de la derrota. A primera hora de la mañana Kissinger citó a Dinitz en la Casa Blanca y éste aprovechó la ocasión para comunicar al secretario de Estado americano la intención de su gobierno de recurrir a las armas nucleares si no recibían de forma urgente la ayuda que necesitaban para ganar la guerra de forma convencional.

Esa misma tarde tuvo lugar una reunión en la Casa Blanca con la presencia del presidente Nixon, asistido por Kissinger, el general Haig y otros asesores presidenciales. El presidente, una vez al corriente de la delicada situación en la que se hallaba Israel, decidió ordenar el apoyo inmediato a las fuerzas israelíes mediante el envío urgente por vía aérea de cuanto necesitasen para reponer sus elevadas pérdidas. E insistió en que no se enviasen a Israel suministros obsoletos procedentes de excedentes, sino las armas más modernas del arsenal norteamericano. Pero hizo algo más, ordenó igualmente que se comunicase a Israel esta decisión de forma que pudiera emplear inmediatamente todas sus reservas sin cautela, sabiendo que el gobierno de los Estados Unidos se las repondría con creces.

De esta forma, incluso antes de que un solo avión norteamericano despegase con la ayuda prometida, los israelíes pudieron echar mano de todo su arsenal disponible sin necesidad de administrarlo prudentemente en previsión de un conflicto largo que agotase todas sus reservas.

La pregunta que creo obligada al llegar a este punto, y, a la vista de los acontecimientos posteriores, es ¿Era ésta la política que mejor servía a los intereses de los Estados Unidos y del mundo occidental?  ¿O más bien se trataba de la política que Nixon creía más útil para sus intereses personales?



[1] Ricardo de la Cierva, El Tercer Templo. Qué es el sionismo en la historia de Israel, Planeta, 1992, p. 10.
[2] El historiador y coronel retirado de la fuerza aérea norteamericana Walter J. Boyne, estima que Israel, durante la Guerra del Yom Kipur, ya poseía 25 cabezas atómicas, trece de las cuales tenían la misma potencia destructiva que la de Iroshima.

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