miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CONFLICTO CON EL MUNDO ÁRABE (XIII). Jorge Álvarez

La Guerra de los Seis Días, la segunda catástrofe


Después de la crisis de Suez y de la intervención anglosajona en Jordania y Líbano, los dirigentes nacionalistas árabes comprendieron que si querían convertir a sus naciones en entes realmente independientes y fuertes, no podían contar con el apoyo de los Estados Unidos, firmemente comprometidos con la defensa de los intereses israelíes.

Como no podía ser de otra forma en el absurdo tablero geoestratégico de la Guerra Fría, las nuevas repúblicas árabes comenzaron a ser cortejadas por los soviéticos.

Los dirigentes de los regímenes de corte nasserista eran nacionalistas y atiimperialistas, sin embargo no eran en absoluto comunistas. En 1948, con motivo de la primera guerra árabe-israelí, los partidos comunistas árabes, siguiendo fielmente las consignas de la Unión Soviética, se habían alineado a favor de Israel y se habían negado a participar en la lucha contra los sionistas. Los líderes del partido nacionalista árabe Baaz y los militares patriotas de Irak, Egipto y Siria que participaron en los combates comprendieron que el comunismo era una ideología incompatible con lo que debía ser la futura revolución árabe.

Sin embargo, a finales de la década de los años 50, los Estados Unidos, por cálculos meramente electoralistas de sus presidentes, conocedores de la abrumadora influencia política y económica del lobby judío americano, habían elegido apoyar a Israel asumiendo el riesgo de enfrentarse a millones de árabes y musulmanes. Y el enfrentamiento llegó.

La obtusa política exterior norteamericana, fanática e incondicionalmente projudía, fue la causa de la aproximación de las repúblicas árabes a la Unión Soviética. Ésta, que, como vimos, había prestado un apoyo diplomático y militar incondicional a Israel en 1948, había dado un giro a su política exterior en Oriente Medio. Al principio los soviéticos habían pensado, no sin fundamento, que la creación de una república judía de inspiración sionista favorecería sus intereses en esa estratégica región. No debemos olvidar que el sionismo fue en su origen un movimiento de orientación mayoritariamente socialista y que muchos de sus principales representantes eran marxistas. Sin embargo, estas expectativas pronto se revelaron infundadas. Israel y los Estados Unidos establecieron una estrechísima y peculiar relación y fueron curiosamente los árabes quienes acabaron abrazando con entusiasmo la causa antiimperialista. A mediados de los 50, ya en la era Kruschev, los soviéticos entendieron que debían aprovechar en su beneficio la fractura creciente entre el mundo árabe y occidente.

En este escenario, las repúblicas árabes comenzaron a establecer contactos con la Unión Soviética que fructificaron en acuerdos de cooperación tecnológica y militar. A partir de la década de 1960 comenzaron a llegar a la RAU armas y asesores soviéticos.

Por su parte, Israel había encontrado en Francia un suministrador de armamento y tecnología que iba más allá de lo convencional[1]. Desde principios de la década de los cincuenta los franceses colaboraron secretamente con los israelíes para el desarrollo de armamento nuclear. En el complejo de Dimona, al Norte del Neguev, se instaló un reactor nuclear cedido por Francia e Israel comenzó inmediatamente la fabricación de bombas atómicas. En 1958 aviones espía estadounidenses U-2 fotografiaron las instalaciones de Dimona. Cuando Eisenhower se dirigió al gobierno de Israel para que aclarase qué tipo de investigaciones se estaban llevando a cabo allí, los judíos aseguraron taxativamente que bajo ningún concepto estaban desarrollando un proyecto nuclear con fines militares. A pesar de que todas las evidencias, incluidos los informes concluyentes de la CIA, apuntaban en sentido contrario, Eisenhower y todos los inquilinos de la Casa Blanca posteriores prefirieron creer la mentira israelí[2]. No sólo decidieron abstenerse de presionar con sanciones a Israel para que abandonase sus planes sino que comenzaron a facilitarle armamento y tecnología en abundancia.

La carrera de armamento de árabes y judíos iba acompañada de un aumento de la tensión en las fronteras. En la Primavera de 1967 los incidentes, que se sucedían cada vez con más frecuencia, también se tornaban cada vez más graves. Los árabes no se resignaban a aceptar el estatu quo resultante de los acontecimientos de 1948 e Israel no se mostraba deseoso de efectuar concesiones. Es más, el alto mando israelí decidió asestar un golpe definitivo a sus vecinos árabes antes de que los asesores soviéticos tuviesen tiempo de convertir a sus anárquicas fuerzas armadas en una máquina de guerra eficaz. De esta forma comenzaron a planear un ataque preventivo destinado a destrozar el poderío militar principalmente de Egipto y Siria y a conseguir el viejo sueño de un Eretz Israel que ocupase toda Palestina y contase con lo que los líderes sionistas llamaban “fronteras seguras”.

Mientras esa primavera de 1967 a los dirigentes de la RAU se les iba la fuerza por la boca amenazando a Israel en violentos discursos públicos destinados a aplacar la inmensa frustración de las masas árabes, los judíos, secretamente preparaban la ofensiva militar devastadora que iba a convulsionar una vez más Oriente Medio. Mientras unos hablaban, los otros callaban… y aguardaban.

El 13 de Mayo los servicios secretos soviéticos hicieron llegar a Nasser informes según los cuales los israelíes preparaban un ataque contra Siria. El día 16 el primer ministro israelí Leví Eskhol anunció la movilización parcial de reservistas. La RAU hizo lo propio en las horas siguientes y exigió a las tropas de interposición de las Naciones Unidas que abandonasen inmediatamente el Sinaí. El día 20 el gobierno israelí decretó la movilización general. Nasser, convencido de que debía mover ficha para demostrar a los judíos que no estaba dispuesto a permitir una agresión a Siria, decidió dar un golpe de autoridad público al estilo del que había dado con la nacionalización del Canal de Suez años atrás. El 21 de Mayo decretó el bloqueo del estrecho de Tirán a los buques de bandera israelí y a los que aprovisionasen militarmente a Israel. El anuncio consiguió atraer la atención mundial hacia el escenario cada vez más caldeado de Oriente Próximo. Nasser, evidentemente, quería llamar la atención de la ONU y de las dos grandes potencias para que entendiesen que los árabes no se iban a quedar de brazos ante una agresión israelí. Sin embargo, esta acción proporcionó a Israel el casus belli para legitimar su meditado ataque preventivo. El 30 de Mayo, el rey Hussein, a desgana, pero presionado por el clamor popular, firmó un acuerdo defensivo conjunto con la RAU en El Cairo.

El 5 de Junio las fuerzas aéreas israelíes, integradas básicamente por aparatos franceses tipo Mystere y Mirage, atacaron por sorpresa los aeródromos egipcios destruyendo en tierra a la práctica totalidad de los aviones soviéticos de Nasser. Los aparatos judíos atacaron a primera hora de la mañana. Se aproximaron a sus objetivos en vuelos rasantes para evitar la detección de los radares egipcios. Justo antes de atacar se elevaron para ser detectados de forma tal que la alerta sirviese para que a los pilotos egipcios les diese el tiempo justo de llegar a las pistas, subir a sus aviones e intentar hacerlos despegar. En ese preciso instante aparecieron los aparatos israelíes y la jugada salió redonda. No sólo los aviones egipcios fueron destruidos antes de despegar, también muchos pilotos fueron “cazados” en ellos mientras intentaban hacerlos volar. Y a Egipto le era mucho más difícil reponer pilotos capaces de volar los modernos MIG’s que reponer éstos.

En las primeras horas de la guerra la RAU se quedó sin cobertura aérea y por lo tanto ya estaba técnicamente derrotada. En los cinco días siguientes las fuerzas terrestres israelíes, con el dominio absoluto del aire aplastaron a placer a los vulnerables ejércitos de Egipto, Siria y Jordania.

La agresión por sorpresa israelí había sido un éxito rotundo en el plano militar. Israel amplió su territorio de forma impresionante. Cayeron bajo su dominio Gaza y la península del Sinaí, arrebatadas a Egipto, Cisjordania y Jerusalén a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Una vez más, cerca de cuatrocientos mil árabes palestinos perdieron sus hogares. Entre ellos, muchos de los que ya habían sido expulsados en 1948.

El 22 de Noviembre, seis meses después de la guerra, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 242 que exigía a Israel abandonar los territorios ocupados por la fuerza en el recién finalizado conflicto. Durante décadas Israel ignoró esta resolución. Y aunque finalmente se retiró del Sinaí después de las negociaciones bilaterales con Egipto en 1982, en la actualidad sigue ocupando ilegalmente los Altos del Golán, Jerusalén y diferentes enclaves en Cisjordania sin que nadie le haya conminado a cumplir la resolución.

Los palestinos, después de esta nueva catástrofe, asumieron que la recuperación de sus tierras y hogares perdidos no llegaría de la mano de los ejércitos de las naciones árabes hermanas. Israel había ganado la guerra fácilmente, pero Al-Fatah no le iba a dejar disfrutar plácidamente de la paz ni de la victoria.


[1] Truman otorgó a Israel un importante apoyo diplomático pero, al igual que Eisenhower, no militar. Fue Kennedy el primer presidente que comenzó a suministrar armamento a Israel. En 1963 autorizó la venta de misiles Hawk y en 1964, su sucesor Lyndon B. Johnson, la de 200 carros de combate M-48. Aún así, la era de la plena colaboración militar con Israel no llegó hasta después de la Guerra de los Seis Días. (N del A).
[2] “Y cuando el director de la CIA Richard Helms fue a la Casa Blanca en 1968 a informar a Johnson de que la inteligencia estadounidense había concluido que Israel de hecho había adquirido capacidad nuclear, Johnson le dijo que se asegurara de que no se enseñaran las pruebas a nadie más, incluyendo al secretario de Estado Dean Rusk y al secretario de Defensa Robert McNamara.” (John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt, op. cit., p. 69).

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