domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS BAJAS SOVIÉTICAS EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. El mito propagandístico frente a la realidad. Jorge Álvarez

Civiles (II y último)



Después de hacer algunas consideraciones acerca de los militares soviéticos muertos durante la Segunda Guerra Mundial, haremos alguna que otra reflexión acerca de los civiles.
Ya vimos que actualmente se suele dar por sentado que más de 18 millones de civiles soviéticos perecieron durante la guerra, dato que se emplea sin más y de forma sistemática para mostrar la brutalidad nazi y legitimar la alianza anglosajona con Stalin[1].  Desde luego se trata de muchos millones, por ejemplo, el equivalente a unos dos tercios de la población de España en aquellas fechas.

Así que, igual que hicimos con la cifra de militares, analizaremos ahora esta estremecedora cifra de civiles.

Cuando se produjo el ataque alemán, en Junio de 1941, la población de la Unión Soviética rondaba los 170 millones de habitantes. La primera cuestión interesante que un historiador debería hacerse es ¿cuántos de estos civiles soviéticos quedaron en el territorio ocupado por los nazis y, en consecuencia, bajo su dominio? Alemania sólo llegó a ocupar una pequeña parte de la Unión Soviética. Incluso hacia el otoño de 1942, momento del máximo avance de la Wehrmacht, Alemania ocupaba menos de un diez por ciento del territorio soviético. Y una parte del mismo, el conquistado en 1942 en el Cáucaso, apenas pudo ser retenido por los alemanes más que unos pocos meses.

Realmente la ocupación alemana en la URSS afectó principalmente a Ucrania, Bielorrusia, los estados bálticos y una pequeñísima porción del territorio de la parte más occidental de Rusia. Y, aunque la Segunda Guerra Mundial duró seis años, debemos tener en cuenta que los alemanes sólo pudieron retener estos territorios unos tres años, entre el verano de 1941 y el verano de 1944. ¿Cuántos ciudadanos soviéticos permanecieron durante estos tres años en esta exigua porción de la Unión Soviética que los nazis llegaron a ocupar? Si bien es cierto que estos territorios de la parte europea de la URSS eran los que contaban con la mayor densidad de población, tampoco debemos olvidar que muchos civiles huían hacia el Este ante el avance de las tropas nazis. El monumental caos que se produjo en la Unión Soviética durante los primeros meses de arrollador avance alemán hace imposible saber a ciencia cierta el número de civiles que consiguió escapar. Y por lo tanto, resulta también  muy difícil saber de forma mínimamente fiable cuántos ciudadanos soviéticos quedaron atrapados en el territorio conquistado por los nazis. Por ejemplo, recientemente, dos de los más exitosos historiadores británicos actuales, Richard Overy y Max Hastings[2], ambos expertos consumados en la Segunda Guerra Mundial, han aportado cifras, muy alejadas, de la población que permaneció bajo la ocupación nazi. Overy dice que fueron 40 millones y Hastings afirma que fueron 90. Y un estudio oficial del Ministerio de la Guerra de la Federación Rusa de 1995 concluye que fueron 70 millones. Seguramente, la cifra más cercana a la realidad se sitúe  entre los 45 y los 55 millones, y que de este total, la inmensa mayoría, unos 32 millones, fueron ucranianos, 5 millones lituanos, estonios y letones, 6 millones bielorrusos y tan sólo 5 millones fueron los rusos que quedaron bajo control alemán. En cualquier caso, creo que estos datos ilustran a la perfección la dificultad que entraña hacer estimaciones fiables cuando se habla de la Unión Soviética.

Si no se dan más explicaciones, y se insiste en que perecieron 18 millones de civiles durante la contienda, algo que ocurre con mucha frecuencia, el receptor de la información tiende a pensar que los alemanes fueron los causantes de tal matanza. Sin embargo, la cosa no está tan clara.

Antes de la guerra Stalin masacró a su propia población de forma despiadada. Varios millones de ciudadanos soviéticos fueron aniquilados por diferentes motivos (enemigos de clase, traidores, trotskistas…). Sólo la hambruna deliberadamente provocada por la colectivización total del campo en 1933 acabó con la vida de entre 6 y 8 millones de campesinos, la mayoría ucranianos. Las purgas de 1936-38 se saldaron con otro millón más de asesinados. Y, un número difícil de precisar pero que no baja de los cinco millones, pereció en el Gulag. Antes de que Hitler ordenara la invasión de la URSS entre doce y quince millones de ciudadanos soviéticos ya habían sido liquidados por orden de Stalin.

Y la guerra no cambió la situación. Durante ella Stalin continuó masacrando a su pueblo sin piedad. Si el régimen comunista ya era paranoico y brutal en la paz, en la guerra lo fue aún más. Las medidas adoptadas para evitar el desmoronamiento de la moral consistieron básicamente en conseguir que el pueblo tuviese más miedo a su propio gobierno que a los invasores alemanes. Se decretó que las familias de los soldados que se rindiesen serían represaliadas con extrema dureza y que los trabajadores de las fábricas que no rindiesen lo que se esperaba de ellos también serían castigados.

Ante el avance alemán, muchas grandes fábricas fueron apresuradamente desmontadas y trasladadas al Este, junto con los obreros. En pleno invierno y con temperaturas de más de 20 grados bajo cero estas fábricas fueron reinstaladas en páramos helados y en condiciones de trabajo inhumanas. Los primeros meses, en muchas secciones de estas siniestras factorías, los obreros trabajaban al aire libre. Y durante toda la guerra la falta de las más mínimas y esenciales medidas de seguridad en el trabajo y la carencia total de cualquier comodidad convirtieron a estos centros industriales en lugares de pesadilla, en auténticos infiernos semejantes al Mordor que imaginó Tolkien. Los obreros trabajaban en la mayoría de los casos sin las prendas adecuadas para desempeñar sus funciones, debían manejar maquinaria peligrosa sin apenas elementos de protección y, al no existir sistemas adecuados de extracción, inhalaban permanentemente humos y gases nocivos. Productos altamente inflamables se almacenaban en cualquier lugar y de cualquier forma, al igual que los residuos tóxicos resultantes de los procesos industriales. Las raciones con las que estos trabajadores - muchos de ellos mujeres y menores de edad -  se alimentaban eran de mera subsistencia en el mejor de los casos y en tales condiciones debían afrontar extenuantes jornadas laborales de 14 y hasta 16  horas. Un obrero soviético recibía de media una ración cinco veces menor que uno británico. Como no podía ser de otra forma, estos obreros eran víctimas de terribles y habituales accidentes laborales y caían enfermos por millares, lo que en muchos casos no les eximía de continuar trabajando hasta que literalmente reventaban. Y, por si todo esto fuera poco, vivían con la insoportable tensión de saber que si cometían cualquier fallo podían ser acusados de traición o sabotaje por los omnipresentes agentes del NKVD que vigilaban la productividad en las fábricas como auténticos capataces de esclavos. Ni los trabajadores británicos o norteamericanos, ni los sindicatos de estas democracias que tanto admiraban por entonces a su tenaz aliado soviético, habrían aceptado trabajar en tales condiciones. Resultaba infinitamente más peligroso trabajar en una fábrica soviética situada al Este de los Urales fuera del alcance de la aviación nazi que en una fábrica de Alemania sometida a los bombardeos constantes del Bomber Command aliado.

En el campo la situación no era mejor. Los campesinos debían producir como fuera los alimentos necesarios para mantener el esfuerzo bélico y el industrial. Al comienzo de la contienda a muchos de ellos les requisaron los animales de tiro y los tractores para entregárselos al ejército y en muchos casos llegaron a tener que tirar del arado ellos mismos. Las raciones que el gobierno les asignaba eran literalmente de hambre. Según Richard Overy, 20 gramos de pan y un par de patatas al día.

Si a todo lo expuesto unimos que la asistencia médica, tanto en las fábricas como en el campo o era insuficiente o literalmente no existía, dado que la mayoría de los médicos y personal sanitario había sido destinado al ejército, podremos hacernos una idea del sombrío panorama en el que vivían los ciudadanos soviéticos en las zonas no ocupadas por el invasor alemán. Sin caer en la más mínima exageración se puede afirmar que, si bien la Unión Soviética siempre había sido el país con menos libertad del mundo, durante la guerra se convirtió en un gigantesco presidio, en un inmenso campo de trabajo esclavo en condiciones infrahumanas. Nunca antes ni después para un ciudadano soviético existió tan poca diferencia entre estar fuera o dentro del Gulag.

¿Cuántos civiles pudieron morir en la zona no ocupada por causas asociadas a las pésimas condiciones de vida a las que el régimen bolchevique sometió a sus súbditos? Imposible de saber porque las estadísticas soviéticas nunca reconocían estas carnicerías. En la hambruna de Ucrania de 1932-33 Stalin dio orden de falsificar los censos de población a efectos de maquillar el tremendo agujero demográfico que había provocado su política criminal entre el campesinado.

Sin ningún género de dudas, Stalin trató a la población soviética que retuvo bajo su control con más crueldad que el invasor alemán.

Pero, aún hay más reflexiones que hacer acerca de los supuestos 18 millones de civiles soviéticos caídos en la guerra.

Las cifras oficiales de judíos muertos en el holocausto - cifras absolutamente inamovibles, a menos que uno quiera arriesgarse a ir a la cárcel -  especifican que dos millones y medio de judíos soviéticos perecieron durante este luctuoso episodio. Pues, como en general, los estudios soviéticos de bajas no distinguen entre judíos y gentiles, debemos precisar que entre los 18 millones largos de ciudadanos soviéticos caídos en la guerra hay que incluir a dos millones y medio de judíos. El tema tiene su importancia porque en todos los listados de bajas de la Segunda Guerra Mundial se habla de 18 millones de civiles soviéticos y de seis millones de judíos. Esta suma daría 24 millones de personas asesinadas, supuestamente, por la criminal política nazi. Sin embargo, al desglosar los seis millones de judíos muertos según su procedencia, se comprueba que en todas las listas están incluidos los dos millones y medio de judíos soviéticos, con lo cual nos encontramos ante un caso, por llamarlo de alguna forma, de doble contabilidad. Los mismos muertos figuran dos veces en dos listados. De forma que, si alguien quisiese sumar bien los muertos soviéticos y los judíos, debería sumar 18 y 4 ó 16 y 6, según entienda que debe considerar a los judíos soviéticos sólo judíos o sólo soviéticos, pero nunca 18 y 6.

Algo parecido ocurre con los polacos. El día 17 de Septiembre de 1939 los soviéticos, aprovechando que la práctica totalidad del ejército polaco se había desangrado luchando desde el día 1 en el Oeste contra la Wehrmacht, invadieron Polonia desde el Este, en base a los acuerdos secretos del pacto Ribbentrop-Molotov. La Unión Soviética se anexiono la mitad oriental del país. Es bien conocida la historia de los veinte mil oficiales del ejército asesinados en Katyn. Sin embargo, varios centenares de miles de civiles polacos - algunas fuentes hablan de más de un millón - también fueron deportados al Gulag y un número indeterminado de ellos nunca regresó. Como resulta que el 16 de Enero de 1943 las autoridades soviéticas habían comunicado al embajador del gobierno polaco de Londres que todos los habitantes de la Polonia oriental que había sido anexionada por la URSS en 1939 serían considerados a partir de ese momento como ciudadanos soviéticos, nos encontramos con que las estadísticas rusas de bajas civiles incluyen como soviéticos a los ciudadanos de la Polonia anexionada. Y una vez más no tenemos datos que nos permitan saber cuántos polacos sovietizados a la fuerza murieron en el Gulag. Las cifras, una vez más, oscilan de forma desconcertante: desde ciento cincuenta mil a cerca del millón. Pero, en cualquier caso, es seguro que varios cientos de miles de los supuestos 18 millones de soviéticos muertos en la guerra eran realmente polacos asesinados en el Gulag.

Y lo mismo podemos decir de los civiles de las repúblicas bálticas que la URSS se anexionó antes de la invasión nazi y que murieron durante la guerra, pero a manos de los soviéticos. También ellos están incluidos en los 18 millones. Y una vez más resulta poco menos que imposible precisar cuántos fueron.

Algunos estudios recientes rusos reconocen parcialmente estos hechos y aceptan que cerca de cuatro millones de civiles soviéticos murieron de hambre y enfermedades asociadas a la desnutrición en el territorio no ocupado por los nazis. En cualquier caso, no refleja otras muertes debidas a causas “más directas” que el hambre.

Por ejemplo, estos estudios rusos consideran civiles a todos los ciudadanos soviéticos que al morir no eran formalmente miembros del Ejército Rojo. Importante detalle porque significa que todos los partisanos que murieron enfrentándose a los nazis en la retaguardia están incluidos en los 18 millones como si se tratase de civiles. Una vez más, debemos preguntarnos ¿cuántos partisanos murieron en estos crueles enfrentamientos? Y una vez más tenemos que decir que nadie lo sabe. Los alemanes fusilaban o ahorcaban a los partisanos que apresaban (práctica absolutamente legal según la legislación internacional aplicable en el momento). Las fuentes soviéticas han tendido a considerar, sin embargo, que la mayoría de estas víctimas no eran partisanos, sino civiles asesinados en represalias brutales. ¿Cómo se puede saber? Sencillamente, no hay manera.

No obstante la lucha antipartisana en las zonas ocupadas por los nazis fue en gran medida una guerra civil. Por ejemplo, en Ucrania, a pesar de la torpeza del Comisario del Reich Erich Koch, centenares de miles de ucranianos sirvieron como voluntarios en las unidades de policía formadas por los alemanes para combatir a los partisanos comunistas. Algo parecido ocurrió en las repúblicas bálticas. Y, a la hora de contabilizar las numerosísimas víctimas de esta lucha antipartisana, se da la circunstancia de que eran ciudadanos soviéticos tanto los partisanos comunistas como una gran parte de las fuerzas que los combatían. Y muchos de los muertos contabilizados como civiles no lo eran en absoluto.

Después de todas estas consideraciones, creo que resulta evidente que
·         una enorme cantidad de los supuestos 18 millones y medio de civiles muertos no fue responsabilidad directa de la actuación de los alemanes
·         a buen seguro, el régimen comunista sí fue responsable directo de muchas más de la mitad de estas defunciones
Baste cerrar esta reflexión con un dato más, el que da Max Hastings en su reciente obra ya citada. Según este exitoso escritor británico, los nazis “mataron o dejaron morir” a “cinco millones de ciudadanos soviéticos no judíos”[3]. Considerando que él es uno de los historiadores que da por buena la cifra de más de 18 millones de civiles soviéticos muertos durante la guerra, está reconociendo, sin decirlo abiertamente en ningún momento, que, al restar los cinco millones mencionados más los dos millones y medio de judíos soviéticos que se dan por muertos en el holocausto, al menos, a 11 millones de estos civiles no los mataron ni los dejaron morir los alemanes. ¿Quién los mató o los dejó morir, pues? Naturalmente, reconocer que las beatíficas democracias anglosajonas fueron aliadas de un régimen que masacró a su propio pueblo sin la más mínima consideración humanitaria para conseguir la victoria, sigue siendo un asunto molesto setenta años después.
No obstante, así fue.






[1] Existen algunas excepciones, en las que se reconoce que no todos los muertos lo fueron por causa de la ocupación nazi. Por ejemplo, el historiador norteamericano William Taubman escribió:
“En el conflicto al que llamaron la “Gran Guerra Patriótica” murieron, entre soldados y civiles 27.000.000 de ciudadanos soviéticos, cifra inconcebible. Los supervivientes se enfrentaron a horrores inimaginables, no sólo por parte de los invasores nazis, sino también de la policía secreta soviética, que desde el comienzo de la guerra arrestó a mandos militares muy capacitados, desarraigó y exterminó a pueblos enteros por suscitar desconfianza a Stalin y encarceló y exterminó a soldados soviéticos que habían sido prisioneros de guerra y cuyo único “delito” fue que les capturaran los alemanes.” William Tabman, Kruschev, el hombre y su época, La Esfera de los Libros, 2005, p. 195.
[2] Richard Overy, Por qué ganaron los aliados, Tusquets, 2011, p. 246.
Max Hastings, Se desataron todos los infiernos. Historia de la Segunda Guerra Mundial, Crítica, 2011, p. 187.
[3] Max Hastings, Op. Cit., Crítica, 2011, p. 741.

9 comentarios:

  1. Magnífico artículo, como el anterior sobre el mismo tema. Ya dije entonces y repito aquí, qué el enorme número de bajas civiles y militares ¡26 millones de personas!, más que ser un reproche o una muestra de la barbarie Nazi, es una de las piedras que se deben arrojar sobre la tumba del horrible régimen soviético: ¡cómo puede un sistema político permitir la desaparición de tal número de sus ciudadanos!.
    Y la "divine gauche" mirando hacia otro lado. ME permito recordar que las purgas de la URSS no fueron únciamente las famosas de 1937-1938. Todo el periodo 1918-1953 fue una continua purga, recrudecido, eso sí, en momentos concretos: años 20, contra los Kulaks, con episodios de canibalismo entre los campesinos rusos; principios de loa años 20 contra los técnicos prerevolucionarios. Las conocidas purgas del 37 y 38 tuvieron su origen en procesos iniciados durante años anteriores. Los iniciados durante toda la 2ª Guerra Mundial y los que continuaron hasta el 47 y 48. ¿Para qué se invento el archifamoso artículo 58 del Código Penal Soviético?. Leed Archipélago Gulag y quedaréis sorprendidos. No me quiero alargar más, pero la historia de la URSS es la historia de un gran matadero de opositores reales, presuntos, posibles, previsibles o a lo mejor. Y no sólo fue Stalin. Castro al lado de los Zares rojos (todos), un aprendiz, la Madre Teresa.

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  2. Muchas gracias amigo por tu opinión. En efecto, el régimen soviético, sobre todo entre 1917 y 1953, fue una auténtica picadora de carne humana (al que después superó en brutalidad el de la China roja de Mao,que algo más tarde sería a su vez, en cifras relativas aunque no absolutas,superado en salvajismo por el régimen de Pol Pot y sus Jemeres Rojos camboyanos). Lo más importante de todo esto, no es que Stalin fuera un asesino de masas paranoico, lo realmente importante es averiguar por qué las democracias anglosajonas decidieron aliarse con este psicópata que de ninguna forma era mejor que Hitler (porque, digan lo que digan, los números cantan).

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