miércoles, 7 de septiembre de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XIV). Jorge Álvarez

LOS JUDÍOS EN EUROPA OCCIDENTAL,
EN LAS COLONIAS Y EN EL IMPERIO OTOMANO.
LA VENGANZA CONTRA ESPAÑA (I)


“Con sus tres decisivas cabezas de puente en Amsterdam, Londres y Nueva York, los judíos de Amsterdam, en buena parte descendientes de los expulsados de España por los Reyes Católicos, meditaron y planificaron durante décadas su venganza contra España. Éste es un importantísimo acto del drama estratégico mundial en la Edad Moderna…”[1]

Ricardo de la Cierva


Sello del Estado de Israel en homenaje a Gracia Mendes (o Gracia Nasi)


Durante el siglo XVI y parte del XVII, en los Países Bajos y en el norte de Alemania, cuando alguien se presentaba como portugués, todo el mundo entendía que se trataba de un judío. En Amberes primero y en Amsterdam después, por aquellas fechas, portugués y judío eran prácticamente sinónimos.

Como ya vimos, Portugal se había convertido a finales del siglo XV en el principal refugio de los judíos expulsados de España, que eran los más irreductibles, puesto que habían preferido el exilio a la conversión. Como consecuencia de las conversiones forzosas que decretó Manuel I en 1497, muchos de estos judíos pasaron a ser “cristianos nuevos” portugueses, casi setenta mil[2], y la mayoría de ellos, siguieron practicando el judaísmo en la clandestinidad. Mientras en España, en parte por la acción de la Inquisición y en parte por los matrimonios mixtos, la mayoría de los judíos conversos fueron asimilados a la población española de forma que hacia 1550  la asimilación era ya casi total,  en Portugal los judíos convertidos forzosamente siguieron, en la intimidad, fieles a su credo. El hecho de que la Inquisición no actuase con eficacia en Portugal hasta finales del siglo XVI contribuyó en gran medida a que, a diferencia de lo ocurrido en España, los cristianos nuevos portugueses no fuesen asimilados.

Muchos de estos portugueses, oficialmente cristianos, pero verdaderamente judíos, se instalaron en los Países Bajos, lugar que comenzaba a adquirir una gran importancia como centro comercial y que, aunque formaba parte de las posesiones de Carlos V, quedaba al margen de la autoridad de la Inquisición . En concreto fue Amberes la ciudad que atrajo a la “flor y nata” de los critojudíos “portugueses”. ¿Por qué? Dejemos que Jacques Attali nos lo explique,

“Después de Brujas, y antes de Amsterdam y Londres, en Flandes, y ante todo en Amberes, se concentra el dinero del mundo.”[3]

¡El dinero del mundo! Cuatro palabras mágicas para los oídos de cualquier judío. Y en Amberes se fueron instalando las primeras familias de “portugueses”. Gran parte del comercio con las colonias portuguesas, y en parte españolas[4], de América se efectuaba a través de este puerto flamenco. Muchos comerciantes de Lisboa criptojudíos se instalaron también en Brasil y establecieron redes comerciales con sus hermanos de Amberes. Como ejemplo de alguna de estas acaudaladas familias de falsos conversos, comerciantes y banqueros, tenemos a los Pereira, da Costa, Cardozo, Mendes…

“El hecho de encontrarse dispersos por todo el mundo, a lo que se añadían sus conocimientos lingüísticos y su alto nivel de alfabetización, les facilitó todo tipo de contactos, de modo que llegaron a crear grandes redes comerciales, basadas en los lazos de parentesco. Por ejemplo, la familia Rodrigues, de Évora, descendiente de Abraham Senior, financiero de Fernando el Católico, y bautizado en 1492, creó una organización familiar de comerciantes a escala mundial. Cuatro hermanos suyos se establecieron respectivamente en Évora, en Amberes y en Lisboa, y controlaban los arrendamientos más importantes de la pimienta, al tiempo que se hacían cargo de los diamantes que venían de Oriente y del azúcar del Brasil.”[5]

Cuando estalló la rebelión de los Países Bajos, Amberes fue controlada por los rebeldes protestantes de las Provincias Unidas, pero en 1585 los Tercios españoles la reconquistaron bajo la magistral dirección de Alejandro Farnesio. Los rebeldes respondieron bloqueando el acceso al puerto a través del Escalda y la guerra acabó con la prosperidad de Amberes. El tráfico comercial empezó a desviarse hacia Amsterdam y la mayoría de los criptojudíos portugueses de Amberes se establecieron allí. Siguiendo al historiador israelí Yosef Kaplan,

“Mientras, con el bloqueo económico impuesto por las autoridades de la República, a aquel puerto (Amberes) se le daba el golpe de gracia. Un alto porcentaje de “hombres de negocios” portugueses - en Portugal la expresión era sinónima de judaizantes - decidió abandonar la ciudad”.[6]

La tregua firmada entre España y los rebeldes holandeses en 1609, que se conoce hoy como Tregua de los Doce Años, contribuyó decisivamente a la expansión de Amsterdam como gran centro del comercio mundial. Siguiendo de nuevo a Kaplan,

“Entre 1609 y 1621, mientras duró el cese del fuego entre España y las Siete Provincias, Amsterdam conoció una fabulosa expansión económica de la que se aprovecharon los habitantes judíos, y la ciudad se convirtió en el gran centro comercial de la diáspora sefardí.”[7]

 Los cristianos nuevos de ascendencia portuguesa que llegaron a Amsterdam procedentes de Amberes tardaron poco en “salir del armario” y declararse abiertamente judíos. Las autoridades de Amsterdam, constituidas por fanáticos protestantes calvinistas no toleraban el catolicismo ni a los católicos, pero, tan pronto como comprobaron que los judíos odiaban a España y a la religión “papista” tanto o más que ellos, decidieron acogerlos, y aprovechar sus contactos comerciales y financieros para socavar el poder de España. Fue éste el primer momento en el que se forjó una estrecha relación simbiótica entre judíos y calvinistas que habría de influir decisivamente en muchos acontecimientos posteriores de gran trascendencia y que aún hoy perdura.

Directamente desde España y Portugal o a través de Amberes y Amsterdam, algunas influyentes familias de judíos sefarditas se exiliaron en los dominios del sultán turco. Judíos procedentes de una rama de los Mendes, de Lisboa y Amsterdam, ejercieron una notable influencia como consejeros de los sultanes Suleimán I y Selim II. En concreto, Gracia Mendes y sobre todo su sobrino y yerno, Joao Míguez, que recuperaría su nombre judío, Joseph Nasi y al que Selim II recompensaría por los valiosos servicios prestados nombrándole Duque de Naxos. Ya tendremos ocasión de ver en qué consistieron esos “servicios”.

Desde las bases de Amsterdam y Estambul primero y también desde la de Londres más tarde, los banqueros y comerciantes judíos, conectados a través de sus redes de confianza, se vengarían de España, durante generaciones, empleando para ello medios y recursos generosos al servicio de los enemigos de la corona católica española. Este episodio histórico documentalmente probado por multitud de fuentes, ha sido sistemáticamente sustraído al conocimiento del gran público. Esto se hizo particularmente evidente cuando tuvieron lugar los actos en recuerdo del V centenario de la expulsión de España en 1992 y los grandes medios de comunicación, incluidas las televisiones (fuente casi única de información para una gran parte de la población actual), no pararon de hablar de la tremenda injusticia que supuso la expulsión y, mintiendo descaradamente, repitieron hasta la saciedad la falsa y lacrimógena historia de que los judíos exiliados siempre llevaron a España en su corazón y siempre amaron a su añorada Sefarad con una lealtad no correspondida.

Sin embargo, la realidad es bien distinta. Tanto los judíos de España primero y Portugal después que escogieron el exilio antes que la conversión, como los que aceptaron ésta por pura conveniencia sin renunciar realmente a su fe, y se quedaron en la península Ibérica como “cristianos nuevos” ocupando altos cargos administrativos y financieros, albergaban un inextinguible odio a la España católica e Imperial y conspiraron contra ella con tenaz saña. Este odio enfermizo de los judíos no se debió al mero hecho de la expulsión, sino a la profunda rabia que les causó ver cómo muchos de sus hermanos prefirieron renunciar a la fe mosaica y abrazar la católica. Fueron decenas de miles los judíos que se integraron de buena fe en la sociedad española como católicos y que, en condición de tales, colaboraron abiertamente con la Inquisición para desenmascarar a sus antiguos hermanos que seguían judaizando bajo el disfraz de cristianos nuevos. Muchos judíos de los que acabaron abrazando el cristianismo de forma sincera llegarían a ocupar altos cargos en el seno de la Iglesia y de la propia Inquisición. Mucho más que la expulsión, fue la apostasía masiva la que generó en la mentalidad colectiva del judaísmo el odio a España que se transmitió con frío rencor de generación en generación hasta nuestros días.

La dispersión de los judíos por el mundo, como ya vimos, siempre les facilitó establecer exitosas redes comerciales y financieras basadas en la confianza sectaria inherente a su particular idiosincrasia religiosa y étnica. Esta dispersión también les brindaría muchas oportunidades para ejercer su venganza contra España y su Imperio.

De la misma forma que la división del mundo en dos bloques, el musulmán y el cristiano, benefició a los judíos al permitirles servir de puente entre un mundo y otro, en el siglo XVI otra escisión vendría a favorecer aún más su creciente posición hegemónica en el mundo del comercio y de las finanzas.

En 1517, Martín Lutero, un fraile agustino alemán, redactó sus famosas 95 tesis y las clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. A partir de este momento se inició el proceso de la Reforma Protestante, en puridad una rebelión tan herética como innecesaria que dividió a la cristiandad de forma irreconciliable para regocijo de todos sus enemigos.

“(con la Reforma) Desapareció, por consiguiente, con ello la unidad ideológica y práctica de la cristiandad occidental que hasta entonces sofocaba la existencia judía dentro de sus límites.”[8]

Como era previsible, las tesis heréticas de Lutero pronto se vieron superadas por las de sucesivos imitadores que radicalizaban los planteamientos teológicos, haciendo cada vez más profundo el foso que separaba a los protestantes de la doctrina de la Iglesia de Roma. Individuos como Ulrico Zwinglio, John Knox o Juan Calvino, absolutamente fanatizados, auténticos maníacos religiosos obsesionados por debates estériles basados en reinterpretar literalmente y de forma obsesiva cada versículo de las Sagradas Escrituras, dieron lugar a sectas fundamentalistas que se esparcieron con bastante éxito entre los pobladores de ciertas  regiones de la Europa septentrional, curiosamente aquellas en las que menos huella había dejado la romanización.

En gran medida, y sobre todo entre las sectas calvinistas, la rebelión contra la Iglesia Católica supuso realmente una involución. La Iglesia, durante sus primeros XV siglos de existencia, había evolucionado muchísimo. En los inicios fue una secta minoritaria del judaísmo rabínico que éste persiguió con saña e intento exterminar. La conversión de San Pablo abrió esta secta a los gentiles y pronto se expandió por todos los territorios del mundo romano. Con el Edicto de Tesalónica en el año 380, el emperador Teodosio convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio. En aquel momento, se había convertido ya en una religión básicamente greco-latina y culturalmente europea. El trabajo de los padres de la Iglesia, de cultura helénica o romana, incorporando y adaptando viejas tradiciones paganas de Europa al culto y a la liturgia de la Iglesia, romanizó de forma casi total a la religión cristiana, que acabaría denominándose Católica y Romana. La caída del Imperio bajo el peso de las invasiones de bárbaros germánicos, a diferencia de lo que habría cabido suponer, no llevó aparejada la caída de la Iglesia de Roma. Muy al contrario, los pueblos germánicos - visigodos, ostrogodos, francos, burgundios… - aportaron savia nueva. La religión cristiana pudo afrontar, gracias a la aportación germánica, vitalista, mística y guerrera, el desafío del pujante Islam. La Edad Media había alumbrado la esencia del cristianismo europeo, alejado ya de su origen semita y convertido en la religión romano-germánica de los Santos y los Héroes, de los caballeros cruzados, de los frailes mendicantes que se acercaban al pueblo para reforzar su Fe, de los misioneros y los guerreros que cristianizarían los páramos salvajes del Este bajo la cruz de la Orden Teutónica y las selvas de América bajo la enseña de los reyes Católicos.

La estilizada espiritualidad de las catedrales góticas, hoy día sigue dando testimonio de aquella Fe que dio lugar a la religión de Europa.


[1] Ricardo de la Cierva, op. cit., p. 103.
[2] Jonathan I. Israel, op. cit., p. 42.
[3] Jacques Attali, op.cit., p. 257.
[4] El comercio de España con sus colonias en América estaba rígidamente regulado por la corona desde tiempos de los Reyes Católicos. Sin embargo, los marranos portugueses, actuando oficialmente como cristianos en el comercio con las colonias, se dedicaban al contrabando,
“… pues era notorio que los “portugueses” intervenían en la exportación ilegal de plata española hacia el norte de Europa y eludían las numerosas restricciones comerciales con las Indias españolas.”( Jonathan I. Israel, op. cit., p. 83).
[5] Anita Novinsky, Los judíos de España. Historia de una Diáspora. 1492-1992. Judíos y cristianos nuevos de Portugal, Trotta, 1993, p.103. (Anita Novinsky, historiadora judeo-brasileña, profesora en la Universidad de Sao Paulo) La obra está escrita por varios autores.
[6] Yosef  Kaplan, Los judíos de España. Historia de una Diáspora. 1492-1992. La Jerusalén del Norte: la comunidad sefardí de Amsterdam en el siglo XVII, Trotta, 1993, p.202. (Yosef Kaplan  es profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén).
[7] Yosef  Kaplan, op. cit., Trotta, 1993, p.202.
[8] H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 759.

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