martes, 13 de septiembre de 2011

POLONIA TRAICIONADA. CÓMO CHURCHILL Y ROOSEVELT ENTREGARON POLONIA A STALIN (XV). Jorge Álvarez

Polonia comienza una nueva era

Mikolajczyk finalmente comprendió la naturaleza del régimen que los soviéticos querían implantar en Polonia y en 1948 escribió un libro denunciando la situación. Pero ya era tarde

Absolutamente todo lo que el gobierno polaco de Londres había anunciado que ocurriría en su patria después de las repugnantes claudicaciones de los británicos y los norteamericanos, efectivamente ocurrió. Y las advertencias que Anders hizo a Mikolajczyk justo antes de que éste decidiese quebrar la unidad de los polacos de Londres para colaborar con los de Lublin, fueron igual de certeras.

En los meses siguientes al fin de las hostilidades, las autoridades polacas sometidas a la disciplina de Moscú pusieron en marcha, de acuerdo con el compromiso adquirido por Stalin ante sus ingenuos aliados anglosajones, el proceso que debía conducir a unas elecciones democráticas. Pero, como cualquiera que no fuese rematadamente imbécil podía haber previsto, este proceso, sin una supervisión internacional adecuada, dirigido y controlado en exclusiva por los soviéticos a través de sus dóciles títeres polacos, estaba condenado a convertirse en una cruel farsa.

A la vez que los auténticos representantes del pueblo polaco eran perseguidos y amedrentados, mientras se practicaban detenciones arbitrarias bajo acusaciones falsas, palizas y asesinatos selectivos, los polacos de Lublin creaban partidos políticos y organizaciones sindicales totalmente sumisos a los designios de Moscú a los que denominaban con siglas engañosas de forma que, de cara al exterior, se aparentase un pluralismo político inexistente en la realidad.

Y, desgraciadamente, Mikolajczyk se prestó a este juego liderando la única formación política independiente de Moscú, el Partido Popular Polaco (también conocido como Partido Campesino) y entrando a formar parte del Gobierno Provisional de Unidad Nacional como vicepresidente.

Decir que Polonia probablemente era en 1945 el país más anticomunista del mundo no supone ninguna exageración. Como ya vimos al principio de esta obra, los polacos habían recuperado su independencia derrotando al Ejército Rojo soviético a las puertas mismas de Varsovia. La sociedad polaca era en su conjunto un colectivo en que el arraigaba de forma mayoritaria un credo que se nutría de principios patrióticos, tradicionales y católicos, es decir, lo más alejado de las ideas revolucionarias marxistas. La minoría comunista de Polonia estaba formada en gran medida por individuos étnicamente no polacos: judíos, bielorrusos… como se pudo apreciar en el contingente de voluntarios polacos que se alistaron en las Brigadas Internacionales para luchar en la Guerra Civil Española. Los comunistas que se hicieron con el poder en 1945 gracias a Stalin, y la mezcla de cobardía y estupidez de los aliados anglosajones, eran perfectamente conscientes de que la inmensa mayoría de los polacos no les apoyaba y de que su autoridad residía exclusivamente en las bayonetas de las tropas del Ejército Rojo soviético. Por ello, se resistían a convocar unas elecciones mientras no controlasen por completo todos los resortes y mecanismos del poder, desde los niveles administrativos más bajos hasta los más altos. Ello requería tiempo, el necesario para situar a individuos leales a la causa en todos los niveles y al frente de todas las administraciones, desde los ministerios hasta los ayuntamientos de las más remotas aldeas, desde la cúpula militar hasta la comisaría rural más insignificante. También era preciso tiempo para amedrentar a los líderes naturales del pueblo polaco y para reprimir a los que no se dejasen amedrentar. En definitiva, los comunistas polacos no estaban dispuestos a convocar unas elecciones hasta que no estuviesen absolutamente seguros de que podían amañar el resultado a su favor. Incluso Stalin, que pretendía mantener engañados acerca de sus intenciones a los aliados occidentales, presionaba a sus fieles comunistas polacos para que convocasen las elecciones y aparentar así que era un hombre que cumplía sus compromisos y en el que, en consecuencia, se podía confiar.

Finalmente las elecciones tuvieron lugar en Enero de 1947. Los comunistas presentaron una candidatura llamada Bloque Democrático formada por cuatro partidos de ciega obediencia soviética con la intención de aparentar un pluralismo realmente inexistente. Otros cuatro partidos independientes, no comunistas, concurrieron a las elecciones con la vana esperanza de que se desarrollasen limpiamente. El más fuerte de ellos, el Partido Popular Polaco de Mikolajczyk, constituía la principal preocupación de los comunistas. Nadie, ni fuera ni dentro de Polonia, tenía la más mínima duda de que si las elecciones no resultaban amañadas, la formación conservadora del exprimer ministro conseguiría una victoria arrolladora. Pero, naturalmente, los soviéticos no estaban dispuestos de ninguna manera a conceder la más mínima posibilidad a sus adversarios.

Tan sólo en el mes anterior a las elecciones cerca de cien mil candidatos, cargos, afiliados y simpatizantes del partido de Mikolajczyk fueron detenidos y más de un centenar asesinados por la Urząd Bezpieczeństwa, la policía secreta controlada por los comunistas. Muchos candidatos fueron inhabilitados y listas enteras fueron invalidadas con las excusas más peregrinas.

En este ambiente de terror se celebraron las elecciones. Unas elecciones cuya celebración Roosevelt y Churchill habían implorado a Stalin con el propósito de mostrar a la opinión pública que Polonia había recobrado su libertad y que la guerra no se había librado en vano. Y las reiteradas protestas del general Anders y de los polacos de Londres denunciando el carácter fraudulento que sin lugar a dudas tendrían las elecciones no fueron escuchadas.

Los resultados constituyeron un fraude sin precedentes, una cruel burla. El Bloque Democrático obtuvo el 80 por ciento de los votos y, lógicamente, una mayoría absoluta total. Con el poder firmemente en sus manos y legitimado por las elecciones que habían surgido de los acuerdos de Yalta, los comunistas se lanzaron a la ofensiva final para desarticular todas las organizaciones que pudiesen mantener alguna capacidad de respuesta en defensa de la sociedad polaca.

Tres meses después del triunfo comunista, en Abril, Mikolajczyk consiguió huir de Polonia poco antes de ser arrestado. Recaló de nuevo en Gran Bretaña. Churchill consideró un deber moral saludar al hombre que había aceptado seguir sus consejos, traicionar a los suyos y servir de fachada legitimadora de la dictadura comunista polaca durante dos años. Con bastante cinismo le dijo: “Me sorprende que lograra usted salir de allí con vida”. Los polacos exiliados de Inglaterra nunca perdonarían la traición de Mikolajczyk. Le hicieron el vacío más absoluto y acabó emigrando a los Estados Unidos.

Churchill, en cambio, pasaría a la Historia como un gran hombre.

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