La conferencia de Potsdam II
Niños alemanes expulsados de sus hogares en virtud de los acuerdos de Potsdam
Aunque la perspectiva actual nos permite contemplar a Roosevelt como uno de los mayores cantamañanas que ha transitado por la Historia de la humanidad, en el verano de 1945 los americanos, guiados por los medios de comunicación, lo veían como un gigante político. Para Truman los primeros días en la Casa Blanca debieron ser algo muy parecido a lo que le ocurría a Joan Fontaine, la protagonista de la película Rebeca, a su llegada a Manderley. Igual que la sombra de Rebeca perseguía a la pobre Joan Fontaine a través del siniestro personaje del ama de llaves, Truman debía cargar con los permanentes consejos acerca de “lo que habría hecho Roosevelt”, “lo que pensaba Roosevelt”, “lo que le hubiese gustado a Roosevelt”… Cuando Truman llegó a comprender la realidad de la situación y pudo comenzar a tomar decisiones en base a su propia experiencia, ya era demasiado tarde para Polonia y las desdichadas naciones del Este de Europa.
Las sesiones de la conferencia de Potsdam abarcaron bastantes asuntos que habrían de resultar decisivos para millones de seres humanos durante las décadas posteriores. Se habló mucho acerca de cómo organizar la ocupación de Alemania y de la coordinación de las políticas de ocupación entre los aliados victoriosos, así como del reparto definitivo de las diferentes zonas que ocuparía cada uno de ellos, incluida la ciudad de Berlín. Polonia, como no podía ser menos, ocupó un lugar destacado en el orden del día en muchos momentos de la cumbre.
Se aceptó formalmente la consumación de la mutilación de Polonia por el Este en beneficio de la Unión Soviética que había sido acordada en Teherán y se ratificaron como definitivas las fronteras orientales polacas en la Línea Curzon. Se habló en términos más imprecisos de una compensación a Polonia por el Oeste a costa de Alemania tal y como se había mencionado en Yalta, pero el asunto se dejaría pendiente de una ratificación definitiva en la conferencia de paz que aún no tenía fecha. En alguna de las sesiones en las que se abordaron estos temas, estuvo presente una delegación del gobierno polaco de Unidad Nacional para dar a los acuerdos, ante la prensa mundial congregada en Potsdam, la apariencia de conformidad de los representantes legítimos del pueblo polaco.
Los anglosajones habían llegado a Potsdam con la intención de que las fronteras occidentales de Polonia quedasen establecidas en la línea Oder-Neisse Oriental. Sabían que Stalin pretendía fijarlas en el Neisse Occidental y se habían conjurado para impedirlo. La línea que proponían británicos y estadounidenses sustraía al control de los polacos una considerable porción de Alemania. La línea que defendían los soviéticos entregaba a Polonia un bocado sustancialmente mayor de Alemania, básicamente la Baja Silesia. Detrás de este tira y afloja con las fronteras occidentales polacas yacía el temor de los aliados occidentales a que la amputación de un trozo mayor de Alemania en beneficio de Polonia pudiese suponer un éxodo masivo de alemanes hacia las zonas de ocupación británica y americana, con el consiguiente problema humanitario que ello supondría para sus administraciones de ocupación. Los anglosajones habían arrasado el Reich alemán desde el aire convirtiendo el país en un páramo de ruina y escombros. Cuando contemplaron desde abajo la destrucción que habían causado desde arriba y constataron que Alemania se hallaba económicamente colapsada, comenzaron a ser conscientes de los muchos problemas que les iba a causar la administración de sus zonas de ocupación si querían evitar una hambruna generalizada. Además, millones de alemanes se habían quedado sin techo y las condiciones sanitarias de la población eran lamentables. Y a la vuelta de la esquina asomaba el invierno de 1945-46 con terribles perspectivas. Y a todo ello había que añadir que las zonas orientales de Alemania que se iban a entregar a Polonia (casi toda Pomerania, Prusia Oriental, gran parte de Silesia…), eran predominante agrícolas y ganaderas, mientras que las zonas de ocupación angloamericanas eran básicamente industriales… pero con unas industrias arrasadas por los bombardeos. Los británicos y los estadounidenses querían evitar a toda costa tener que alimentar, además de a los hambrientos alemanes del Oeste, a millones de alemanes de las provincias orientales que estaban siendo expulsados de sus tierras por los polacos y los soviéticos, agravando de esta forma los problemas logísticos, administrativos y económicos de sus zonas de ocupación[1].
Para rematar la faena, durante la conferencia, en concreto el 26 de Julio, se conocieron los resultados de las elecciones británicas del día 5. Churchill fue sonoramente derrotado y hubo de ceder su puesto en la conferencia al victorioso nuevo Primer Ministro, el laborista Clement Attlee. Stalin, de esta forma, se convirtió en el único de los representantes de las tres grandes potencias aliadas en Potsdam que había estado presente en todas las conferencias y negociaciones previas. Y, en frente, tenía a dos políticos recién llegados, inseguros e inexpertos.
Esta caótica situación generada por la cadena de claudicaciones de la diplomacia angloamericana ante Stalin durante los cuatro años anteriores estaba generando, como cualquier persona lúcida podía haber previsto, una catástrofe de proporciones dantescas. Las frívolas y arbitrarias decisiones adoptadas por los “Tres Grandes” para mover fronteras y desplazar países como quien trasplanta geranios de tiesto, estaban condenadas a llevar parejas unas masivas transferencias de población, que sin embargo, ninguno de los líderes aliados había sido capaz de prever, ni en Teherán, ni en Quebeq ni en Yalta. De forma que, al acabar la guerra, en una Europa asolada, no por los ejércitos nazis, como mucha gente piensa, sino por los bombardeos angloamericanos y la devastación y el saqueo del Ejército Rojo, millones de personas, sobre todo alemanes, fueron expulsadas en condiciones inhumanas de sus tierras y de sus hogares. Muchos de estos alemanes, la inmensa mayoría de ellos ancianos, mujeres y niños, pues los hombres jóvenes habían sido alistados y o bien habían caído en combate o se hallaban prisioneros, morirían a causa del brutal trato que recibieron por parte de los vencedores[2].
Este asunto de las expulsiones de alemanes llevó a una situación paradójica en Potsdam. Los soviéticos, como ya vimos, defendían la línea Oder-Neisse Occidental que favorecía a Polonia, al entregarle el mayor bocado posible de Alemania y que comprendía extensas tierras fértiles, y en cambio los anglosajones comenzaron la conferencia intentando convencer a los soviéticos de que había que entregar a Polonia una porción menor de territorio alemán, temerosos de la avalancha de refugiados alemanes que les podía caer encima en los meses siguientes. El espectáculo en Potsdam era surrealista. Después de haber invadido Polonia dos veces en cinco años, después de haberle arrebatado más de un treinta por ciento del territorio que tenía antes de comenzar la guerra, después de haber asesinado a más de veinte mil oficiales de su ejército en Katyn y a centenares de miles de civiles en el gulag, de repente, y gracias a la soberana falta de previsión de los líderes anglosajones y a su mayúscula torpeza, Stalin aparecía en Potsdam como el máximo defensor de los intereses polacos. Y, para rematar la faena, los angloamericanos acabaron la conferencia, como de costumbre, cediendo ante los soviéticos en todo. De forma que, después de representar el papel de enemigos de los intereses polacos, no evitaron el aluvión de refugiados que les llegaría a la vuelta de la esquina, y además le facilitaron a Stalin un triunfo propagandístico.
[1] Al final, esto fue lo que ocurrió. De los siete millones de alemanes del Este que fueron expulsados de sus tierras y hogares y que sobrevivieron a las brutales condiciones en que éstas se efectuaron, cinco huyeron hacia el Oeste y recalaron en las zonas ocupadas por los angloamericanos.
[2]Acerca del número de civiles alemanes que murieron a causa de las deplorables condiciones en las que fueron obligados a abandonar sus hogares y a los malos tratos recibidos antes, durante y después de la expulsión, no existe un consenso entre los historiadores, a diferencia de la unanimidad casi absoluta que hay respecto a la cifra de judíos muertos en el holocausto. Para el caso alemán se barajan cifras ampliamente discordantes que van desde los más de tres millones hasta los setecientos mil.
Se debe transferir esta valiosa e importante información, al mayor numero de gente para que este enterada, pues casi el 100 % no saben de estas verdades que son sistemáticamente ocultadas. Pues solo las encuentra quien deliberadamente las busca, como su servidor. Pero la mayoría de la gente no tienen manera de que les llegue esta información, pues entre el trabajo, falta de tiempo y su deliberada ignorancia impuesta por el sistema, jamas se enterarán de lo que verdaderamente ocurrió y quienes son los verdaderos criminales de guerra.
ResponderEliminarMuchas gracias por su amable comentario. Me anima a seguir en la brecha. Un saludo cordial.
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