martes, 9 de agosto de 2011

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XXIII). Jorge Álvarez.

El judaísmo en Europa oriental después de la Edad Media

Monumento a Bogdan Khmelnitsky en la actual Kiev. Al fondo, las cúpulas de San Miguel.

“A fines del siglo XV, alrededor de tres millones de judíos, o sea, menos que en el año 1000, están dispersos en la superficie del planeta. Otros desaparecieron con las epidemias y las matanzas. Muchos, por último, se convirtieron.
Cuando despunta el capitalismo, sobre todo en Europa Occidental, tres cuartas partes del pueblo judío se encuentran relegadas en tierras del Islam, debido a la expulsión de España, y en Polonia, por las matanzas germánicas”.[1]
Jacques Attali

“En el período 1500-1795, uno de los más cargados de superstición en la historia del judaísmo, la comunidad judía polaca era la más supersticiosa y fanática de todas las comunidades judías.”[2]

Israel Shahak


Al final de la Edad Media la mayor parte de la población judía vivía fuera de Europa occidental. La expulsión de España en 1492 había culminado, como vimos, una serie de expulsiones de muchos reinos y principados durante los siglos XIII y XIV. Los cruzados, camino de Tierra Santa, acabaron de empujar a los judíos alemanes, establecidos mayoritariamente en el Valle del Rin hacia el Este. Tan sólo unos pocos hebreos, camuflados como “cristianos nuevos”, procedentes de Portugal, se establecieron en Amberes primero, y posteriormente en Amsterdam y Hamburgo.

De esta forma, a comienzos del siglo XVI, la mayoría de los judíos vivían en territorios del Imperio Otomano o en el Este de Europa. Los judíos desplazados desde Alemania y Centroeuropa (askenaz)[3] se fueron concentrando en Polonia, Lituania y en las márgenes más occidentales de Rusia. Estos judíos, llevaron consigo el yiddish, una extraña lengua, basada en el alemán pero con influencias hebreas, arameas, romances y posteriormente eslavas y que se escribía con caracteres hebreos.

Esta migración hacia el Este creó importantísimos asentamientos y comunidades en Polonia y la costa báltica. A diferencia del occidente europeo, los territorios orientales se hallaban en un inferior estado de desarrollo y en gran medida aislados de la cristiandad occidental. El cristianismo había llegado a estos territorios en fechas más tardías y la cristianización de las masas campesinas era bastante superficial. Poco sabían de cristología e ignoraban prácticamente todo acerca de los judíos, lo que jugaba en su favor. Los inocentes gentiles de Polonia, Lituania y Ucrania eran territorio abonado para las prácticas mercantiles y usurarias de los enigmáticos recién llegados. Se repetía la historia de la primera Diáspora, cuando los gentiles paganos de la Europa romana acogieron a los primeros judíos con una mezcla de curiosidad e indiferencia… hasta que los conocieron bien.

Una vez más y nada más llegar a las nuevas tierras que los acogían, los errantes hebreos se emplearon en sus oficios favoritos y una vez más, bajo la protección de los nobles. Howard Fast describe con admiración el fulgurante ascenso de los judíos en Polonia: 

“En la Polonia del siglo XVI, los judíos llegaron a ser, hasta cierto punto, la fuerza subyacente a la estructura política y social de la Corona. Fueron los recaudadores de impuestos y los magistrados locales; también banqueros, financieros y comerciantes que controlaban el comercio de cueros, pieles, seda, algodón y perfumes”.[4]


Y el inefable Werner Keller no le anda a la zaga:

“Los judíos ricos actuaban como recaudadores de los censos reales y de los impuestos del Estado; los soberanos tomaban su consejo en cuestiones importantes como eran las finanzas del Estado o las relacionadas con la dinastía. Otros tenían arrendadas o bien administradas las tierras de los nobles o de la Corona. En todo el país podían encontrarse judíos que actuaban de administradores de los grandes latifundios. Explotaban las salinas y tenían el beneficio de grandes bosques.”[5]

El esquema se repite una vez más. Y una vez más, la historia se cuenta sin el menor interés en abordar las cuestiones más elementales. Por ejemplo, ¿cómo es posible que unos refugiados que huyen penosamente abandonando todo cuanto tienen, y que llegan a un territorio nuevo y desconocido, al poco tiempo ya son banqueros, recaudadores de impuestos o ricos comerciantes? ¿Volvieron a obligar a los desdichados judíos a ejercer estas profesiones contra su voluntad?

Los judíos que emigraban de Europa occidental hacia el Este, como ya vimos, eran mayoritariamente ricos mercaderes que además practicaban el préstamo a interés y recaudaban impuestos para los nobles. En la inmensa mayoría de los casos, no abandonaron sus  hogares de forma traumática ni hubieron de lanzarse a los polvorientos caminos después de haber perdido todo cuanto tenían. Esto era la excepción. Los judíos, como pueblo unido por una religión y una raza pero a la vez diseminado por extensos territorios y acostumbrado a vivir en minoría rodeado de gentiles, como práctica habitual de supervivencia, tenía por costumbre que se transmitía de generación en generación, amasar grandes cantidades de bienes valiosos, fáciles de ocultar y de transportar, como joyas o monedas de oro y plata. Jacques Attali lo deja bien claro:

“La fortuna (de los judíos) no debe constar esencialmente de bienes raíces, porque entonces es demasiado visible, creadora de envidias, difícil de ceder para aquel que puede que tener que partir con rapidez. Por eso debe ser fluida: el metal precioso es su mejor forma, la tierra la peor.”[6]

También solían depositar parte de sus riquezas en manos de algunos judíos que vivían en territorios muy lejanos y con los que les unían lazos familiares o societarios. La mayoría de los hebreos que se trasladaron hacia la Europa Oriental al final de la Edad Media habían salido de sus hogares en el valle del Rin de forma preventiva. Si bien es cierto que perdían sus casas - casi siempre las más suntuosas de las ciudades y que pasaban a manos de los nobles cristianos - no es menos cierto que conservaban grandes cantidades de monedas y joyas así como documentos de depósito y de crédito otorgados por otros correligionarios suyos de Alejandría, Lisboa, Salónica… De esta forma, cuando se instalaban en los nuevos territorios del Este, no llegaban precisamente con una mano delante y otra detrás. Además, las riquezas que portaban con ellos, en las tierras de Polonia, Lituania o Ucrania, mucho menos desarrolladas que las de Europa occidental, constituían auténticas fortunas.

Nada más llegar a sus nuevos hogares, los emigrantes hebreos solicitaban ser recibidos por el señor del lugar. Y se ofrecían para ponerse a su servicio consiguiéndole, gracias a sus buenos oficios y a sus extensos contactos, objetos de lujo de Europa occidental o del oriente musulmán, grandes cantidades de dinero en préstamo que ellos mismo le podían otorgar o que, si excedía de sus capacidades, podían conseguir como mediadores con otros prestamistas judíos de cualquier lugar del mundo conocido. Igualmente se ofrecían, presentando sus credenciales de expertos hombres de negocios, como administradores de sus propiedades, asesores financieros y recaudadores de impuestos. Y al cabo de de pocos años, muchas veces meses, como escribía Howard Fast, los judíos llegaron a ser, hasta cierto punto, la fuerza subyacente a la estructura política y social. Veamos con más detalle el funcionamiento de esta simbiosis entre nobles y judíos en su versión polaca.

En el último tercio del siglo XVI el Gran Ducado de Lituania unió su destino a Polonia en la Mancomunidad de Polonia-Lituania. La enorme extensión que esta entidad política llegó a controlar incluía Bielorrusia y gran parte de Ucrania. Fue sobre todo en las fértiles llanuras ucranianas donde la presencia judía aumentó de forma desorbitante. Los nobles polacos accedieron gustosamente al ofrecimiento de los judíos de convertirse en los administradores de sus gigantescas fincas en las que se incluían ciudades, pueblos y aldeas con todos sus moradores: pequeños nobles locales, artesanos y una gran masa de siervos campesinos.

El sistema mediante el cual los judíos tomaron las riendas de estos territorios fue la “arenda”. Mediante esta figura jurídica, los nobles polacos propietarios de las tierras, las arrendaban a algún judío por un período de tres o cinco años y por una cantidad fija en “slotis” de oro. El noble perceptor de esta cantidad se consideraba satisfecho con ella y confiaba al judío junto con la administración del territorio, la plena explotación de todos sus recursos y el control sobre los habitantes, ya fuesen nobles ucranianos o campesinos. El judío recibía los beneficios de la comercialización de las cosechas y del ganado, de los estanques de peces, de los molinos, regentaba además destilerías, posadas y tabernas y monopolizaba la producción y venta de licores, actividad esta última muy lucrativa por la tremenda adicción de los siervos ucranianos al alcohol, como medio de evadirse de la miserable condición en la que vivían. El judío titular de la “arenda” o de la “subarenda” ejercía, además, la justicia sobre los habitantes de las tierras, pudiendo imponer sanciones económicas y penales, incluso condenas de muerte. También podía, y de hecho lo hacía frecuentemente, efectuar registros armados en las casas y graneros de los lugareños ucranianos en busca de destilerías clandestinas. Y, por si todo esto fuese poco, también explotaba los derechos de aduana.

Naturalmente, para administrar todas estas tierras y explotar sus recursos, el judío arrendatario contrataba a otros judíos, familiares o conocidos, a los que empleaba como colaboradores o a los que subarrendaba partes del negocio. De esta forma, en enormes territorios de Ucrania, los pobladores vivían bajo el poder teórico de los nobles polacos, pero en la práctica, bajo el poder efectivo de judíos, a los que debían vender sus cosechas o la carne y lana de sus rebaños, o los peces de los estanques, a quienes debían comprar el licor en las tabernas y a quienes debían pagar los impuestos.

“En los casos de los grandes arriendos no era infrecuente el subarriendo de molinos y tabernas a parientes o allegados.”[7]

 Como es fácil de entender, los judíos intentaban extraer de las tierras concedidas en “arenda” el máximo beneficio posible por encima de la suma fija que habían pagado al propietario polaco. Y a su vez, los judíos colaboradores del judío arrendatario, intentaban conseguir el máximo beneficio de la explotación concreta que tenían a su cargo. De esta forma, el judío que regentaba una taberna intentaba extraer los máximos beneficios de la venta de licores, razón por la que a menudo los adulteraba. Los que compraban cosechas, lana o carne, pagaban los precios más bajos posibles a los vendedores ucranianos, para obtener un mayor beneficio para ellos cuando entregasen al judío arrendatario el dinero pactado. En esta cadena de intermediarios hebreos en la que se iba delegando la explotación de los negocios, el campesino ucraniano siempre era el último y no podía aspirar más que a sobrevivir a duras penas. El profesor israelí Ben-Sasson describe el escenario,

“Lógicamente el judío que vivía en una aldea (ucraniana) no se limitaba a vender bebidas alcohólicas y artículos de uso o consumo a los campesinos; les compraba además su producción agrícola. El procedimiento de la “arenda” introducirá a los judíos en el campo de la agricultura, pero no en el plano del cultivo de la tierra, sino en el de la administración y comercialización de sus productos. Los judíos establecidos en las aldeas gozaban por entonces de grandes ventajas materiales, aunque su presencia habría de ocasionar en algunos momentos múltiples problemas de carácter social y religioso”[8]

El problema era que el judío en cuestión, les vendía caro y les compraba barato. Y dada la situación de servidumbre del campesino, éste no tenía opción de comprar a otro proveedor ni de vender a otro comprador. Resulta francamente graciosa la versión de estos hechos que dan Howard Fast y Werner Keller,

“…los judíos dieron muestras de ser una gran fuerza ejecutiva aún en medio de un entorno hostil, puesto que consintieron que los belicosos duques polacos los utilizaran como administradores y gobernadores durante la conquista de Bielorrusia y Ucrania.”[9]

“Los nobles les habían arrendado, posadas, molinos y vaquerías, les habían otorgado el derecho de mantener destilerías de aguardiente y tabernas y muchos también tenían el cargo de cobrar las contribuciones. Los arrendamientos elevadísimos, con los cuales fueron cargados, obligaron a los judíos a sacar los máximos beneficios. Oprimidos ellos mismos, fueron involuntariamente instrumentos de explotación, atrayendo más y más la antipatía de los nativos.”[10]

Ciertamente es difícil decir más insensateces en tan pocas líneas. Pero, en general, esta es la forma en la que muchos divulgadores judíos justifican todo lo que hacían sus correligionarios sin el más mínimo espíritu crítico. Y la insistencia en intentar convencernos a los gentiles de que los judíos se veían obligados a explotar a los gentiles y a obtener desorbitantes beneficios a su costa de manera involuntaria, constituye un insulto a la inteligencia.  Ya expusimos en capítulos anteriores la absoluta falta de empatía del judaísmo talmúdico hacia los gentiles en general, cómo disimulaban su desprecio hacia los gentiles poderosos y cómo liberaban todos sus prejuicios al tratar con los gentiles menesterosos y en particular con los campesinos cristianos. Si en algún lugar se hizo patente el desprecio del judaísmo hacia este colectivo, sin lugar a dudas fue en Ucrania.

“La administración de las propiedades habría de producir un estado de tensión entre los administradores judíos por una parte y la población de siervos de las aldeas por otra.”[11]

Poco les importó a los nobles polacos que a sus súbditos ucranianos les desagradase profundamente quedar sometidos al poder económico, administrativo y judicial de personas no cristianas. Como señala Jonathan I. Israel,

“Por esta razón las grandes familias como los Radziwitt, los Ostrogski, los Zamojski, y otros adoptaron una política projudía;
[…] Los Ostrogski, dueños de decenas de ciudades pequeñas y de cientos de aldeas en la parte occidental de Ucrania, asignaron a los judíos la misión de mediar entre ellos y la mano de obra campesina, haciendo caso omiso de la oposición de sus ciudadanos cristianos.”[12]

Las comunidades judías de la Mancomunidad de Polonia-Lituania comenzaron a vivir una nueva edad de oro, parecida a la que habían disfrutado en la diáspora durante la Roma pagana, en la primera etapa en la España musulmana o en la segunda etapa en la España cristiana. Su actividad en el Este enlazaba con un creciente tráfico mercantil con el Oeste y que ellos, como de costumbre, canalizaban a través de sus redes comerciales de confianza.

“Aunque deseosos de beneficiarse de la creciente demanda occidental de productos polacos, los nobles sentían escasa inclinación a gestionar sus negocios y propiedades; así, desde mediados del siglo XVI, decidieron recurrir cada vez con mayor frecuencia al arriendo de sus posesiones a los judíos, quienes tomaron a su cargo haciendas, molinos y destilerías, y gestionaron la venta de productos y su transporte por vía fluvial hasta Danzig y otros puertos del Báltico. Con ello, se convertían en los gestores de la fase final (situada al Este) de un inmenso tráfico comercial que abarcaba toda Europa, dominado en sus fases intermedias por los burgueses luteranos de los puertos bálticos y por los holandeses, quienes poseían el 70 por ciento de los barcos destinados al transporte del trigo y el centeno al Occidente. La gestión judía de este patrimonio estaba íntimamente ligada a los ritmos del comercio internacional.”[13]

La historiografía judía y afín, suele insistir en la gran aportación de los judíos al desarrollo y al progreso de estas vastas extensiones en Ucrania y Bielorrusia. Y una vez más, miente. Los arrendatarios judíos sólo contribuyeron a una sobreexplotación de estas tierras que sirvió principalmente para su propio enriquecimiento, una vez más de forma desproporcionada y grosera, y para satisfacer a los aristócratas propietarios polacos, y todo ello a costa de exprimir al campesinado local hasta límites tan brutales que repugnan a cualquier conciencia civilizada. El campesinado ucraniano no percibió ni la más mínima contraprestación a este negocio que explotaba su esfuerzo y su tierra generando unos ingentes beneficios que volaban hacia los bolsillos de los judíos, de los nobles polacos y de los comerciantes occidentales. Naturalmente, la indignación de los campesinos, los artesanos y los pequeños nobles de Ucrania iba en aumento y era cuestión de tiempo que se produjese un estallido de indignación popular. Y a mediados del siglo XVII apareció en escena un caudillo cosaco llamado Bogdan Khmelnitsky.

En la memoria colectiva del judaísmo, el levantamiento campesino que se extendió por Ucrania en 1648 y 1649[14] y el nombre de su líder, Bogdan Khmelnitsky, están considerados como uno de los episodios más negros de su historia, una desgracia sólo comparable a la expulsión de España y al holocausto. Los historiadores hebreos suelen presentar esta rebelión como un movimiento básica o exclusivamente antisemita que intentó exterminar a los judíos de Ucrania. Y a su líder como un salvaje y sádico carnicero de judíos. Sin embargo, en Ucrania, Bogdan Khmelnitsky es contemplado como un héroe nacional y la rebelión de 1648 como un hito histórico.

 La realidad es que tanto los nobles polacos como sus administradores y gobernadores judíos habían tensado tanto la cuerda que el estallido de cólera popular era cuestión de tiempo. Y no lo ignoraban. Simplemente estaban convencidos de que cuando tuviese lugar, lo aplastarían por la fuerza sin problemas. Que polacos y judíos eran conscientes de que estaban explotando sin miramientos a la población local lo prueba el hecho de las medidas que adoptaban. Por ejemplo, resulta interesante lo que apuntan Paul Johnson y Luis Suárez,

“Tanto los judíos como los polacos fortificaban las ciudades; las sinagogas tenían troneras y cañones emplazados sobre el techo.”[15]

“En consecuencia, los judíos fueron autorizados en Polonia para crear aldeas y fortificarlas, incluso usando artillería…”[16]

Bogdan Khmelnitsky, un oficial cosaco perteneciente a la pequeña nobleza ucraniana levantó en armas un ejército contra la dominación polaca. Pronto los tártaros de Crimea se unieron a la revuelta. El objetivo no era otro que reconquistar Ucrania expulsando a los polacos y a sus esbirros judíos.

Las masas de campesinos secundaron la rebelión con entusiasmo. Para ellos era la oportunidad de liberarse de la opresión. El levantamiento adquirió carácter de revuelta campesina, se extendió con rapidez y toda Ucrania se vio envuelta en una guerra de liberación. En los combates y en las matanzas, a diferencia de lo que da a entender la historiografía judía, no sólo murieron judíos, y tampoco murieron por serlo, sino por ser aliados y agentes del ocupante polaco. La violencia, por supuesto, se llevó por delante a millares de polacos, tártaros, cosacos y campesinos ucranianos.

La mayoría de los historiadores judíos, con su victimismo habitual,  ha exagerado las cifras de judíos muertos en este convulso episodio. Por ejemplo, Werner Keller

“Se calcula que fueron asesinados de trescientos mil a quinientos mil judíos.”[17]

Dejando de lado que ni de lejos se alcanzaron esas cifras de judíos muertos, resulta curiosa la utilización de la palabra “asesinados”. El autor pretende transmitir la idea que todos los judíos fueron víctimas de matanzas y ejecuciones. Sin embargo, muchos de ellos cayeron luchando con las armas en la mano junto a los ejércitos de los nobles polacos. Y, además, muchos ucranianos murieron igualmente a manos de judíos. Pero, estos “detalles”, en general, a los historiadores hebreos les traen sin cuidado.

Pero, veamos las cifras que dan otros historiadores.

“…una inmensa matanza, la más importante hasta entonces en toda la historia judía europea: más de 100 mil muertos en algunos meses. De los 350 mil sobrevivientes en la región, más de 125 mil refluyen hacia la Polonia central, Moravia, Alemania, Austria e Italia.”[18]

Si damos por buena la cifra máxima que da Keller, de quinientos mil muertos, y la comparamos con las cifras de Attali, que habla de cien mil muertos y trescientos cincuenta mil sobrevivientes, nos encontramos con que, según Keller, en la rebelión campesina de 1648 murieron cincuenta mil judíos más de los que realmente habitaban esas tierras.

Paul Johnson, que no es judío (aunque a veces lo parezca), escribió,

“No sabemos exactamente cuántos judíos murieron. Las crónicas judías hablan de cien mil muertos y trescientas comunidades destruidas. Un historiador moderno cree que la mayoría de los judíos escapó, y que las matanzas fueron “no tanto un momento de decisivo cambio en la historia de la comunidad judía polaca, sino más bien una interrupción brutal pero relativamente breve de su crecimiento y expansión permanentes.” Las cifras de los cronistas ciertamente exageran, pero los relatos de los refugiados provocaron un profundo efecto emocional, no sólo en los judíos polacos, sino en las comunidades judías del resto del mundo.”[19]

Y Luis Suárez no da cifras de muertos en la revuelta, pero sí da una cifra de pobladores judíos que hace imposible las cifras que suele dar la historiografía judía clásica. Según el profesor Suárez, hacia 1648 vivían en Ucrania poco más de cincuenta mil judíos[20]. De forma que difícilmente los rebeldes pudieron “asesinar” a cien mil y mucho menos a quinientos mil.



[1] Jacques Attali, op. cit., p. 223.
[2] Israel Shahak, op. cit., p. 167.
[3] Los judíos centroeuropeos que se establecieron en el Este y que hablaban yiddish son los llamados asquenazíes. Los procedentes de España y Portugal, que se establecieron en el Mediterráneo, son los sefardíes.
[4] Howard Fast, op. cit., p.253.
[5] Werner Keller, op. cit. p. 340.
[6] Jacques Attali, op.cit., p. 108.
[7] Jonathan I. Israel, op. cit., p. 48.
[8] H.H. Ben-Sasson, op.cit., p. 754.
[9] Howard Fast, op. cit., p.254.
[10] Werner Keller, op. cit.,p. 374. (La negrita es mía).
[11] H.H. Ben-Sasson, op. cit., p. 754.
[12] Jonathan I. Israel, op. cit., pp. 46-47.
[13] Jonathan I. Israel, op. cit., p. 48.
[14] La historiografía judía suele referirse a este hecho como gezirot tah ve-tat, que viene a significar de alguna forma, las persecuciones de 5407-08. Tah ve-tat son acrónimos de estas fechas (según el calendario judío).
[15] Paul Johnson, op.cit., p. 265.
[16] Luis Suárez, op. cit., p. 468.
[17] Werner Keller, op.cit. ,p. 381.
[18] Jacques Attali, op.cit., p. 238.
[19] Paul Johnson, op.cit., p. 265.
[20] Luis Suárez, op. cit., p. 468.

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