lunes, 1 de agosto de 2011

LITTLE BIGHORN, ISANDLWANA, ADUA... LOS DESASTRES COLONIALES (VI y último). Jorge Álvarez.

Conclusiones

Una compañía del 24º Regimiento desplegada en Isandlwana frente al ejército zulú.
Fotograma de la película "Amanecer Zulú", de Douglas Hickox, 1979

Desde un punto de vista estrictamente militar, es interesante comparar la forma en que, una vez enfrentados al desastre, respondieron los hombres derrotados.
Para poder comparar los resultados de unos y otros es necesario considerar el grado de desventaja numérica en cada caso y el número de armas de fuego de las fuerzas nativas enfrentadas.

Los italianos, en número aproximado de 14.000, hicieron frente a unas fuerzas enemigas de unos 120.000 hombres de los cuales unos 90.000 portaban fusiles. La proporción de armamento moderno entre los etíopes - tres cuartas partes de su ejército disponían de él - era pues, la más alta de los tres casos contemplados. La relación de desventaja numérica italiana suponía un 1 contra 8.


Los italianos hicieron frente a sus enemigos durante más de 8 horas y perdieron casi 7.000 hombres, algo más de un 40% del total.  También fueron unos 7.000 los etíopes que murieron en la batalla.

Los 1.000 británicos que lucharon en Insandlwana se enfrentaron a 25.000 zulues, en una evidente desventaja numérica de 1 contra 25. Los zulúes carecían por completo de armas de fuego y sólo eran peligrosos en el cuerpo a cuerpo.

Las tropas británicas combatieron durante unas tres horas y media antes de ser arrolladas y le causaron al enemigo casi 3.000 muertos.

Los soldados de Custer eran, como vimos, unos 600. Se enfrentaron a unos 3.000 indios, en una proporción de 1 contra 5. Cuatro quintas partes de los indios combatían con lanzas, hachas y flechas. Y más de la mitad de las escasas armas de fuego que utilizaban eran viejos fusiles de avancarga. Además, en la batalla contra la columna de Custer, los indios cargaron a caballo contra los sorprendidos soldados, los persiguieron, los descabalgaron de sus monturas y los remataron cuerpo a cuerpo, en muchos casos saltando sobre ellos desde sus ponis profiriendo sus clásicos y estremecedores gritos de guerra. Los guerreros Sioux y Cheyennes apenas hicieron, pues, uso de sus escasas armas de fuego. 

La triste realidad es que los 221 soldados de Custer no ofrecieron casi en ningún momento una resistencia digna de tal nombre. Intentaron ponerse a salvo, y durante la media hora que duró la matanza fueron siendo perseguidos, rodeados y aniquilados.  Prueba de ello es que apenas fueron capaces abatir a un solo indio.

La melodramática lucha de un puñado de soldados desmontados, formando un círculo y luchando hasta el final después de agotar sus municiones matando indios, sólo existió en la mente de los guionistas de Hollywood y de los periodistas de la costa Este, que hicieron de Custer y de sus desgraciados hombres un mito.

Los guerreros hostiles no perdieron en la batalla más de 40 hombres, y la mayoría fueron abatidos por las descargas pie en tierra de los hombres de Reno, en los escasos minutos en los que fueron capaces de conservar la cohesión táctica. Éste, por su parte, perdió unos 70 soldados en el curso de la batalla, lo que eleva a unos 300 los caídos del 7º regimiento de caballería, casi un 50% del total.

Diga lo que diga Hollywood, ciertamente, el 25 de Junio de 1876 no fue un día glorioso para la caballería norteamericana.

Lord Chelmsford consiguió acabar con la amenaza zulú derrotando a Cetiwayo en Ulundi seis meses después. Que pudiese acabar con éxito la campaña se debió únicamente a que contaba con el favor de la reina emperatriz Victoria. Si por el primer ministro Disraeli, hubiese sido, lord Chelmsford habría sido cesado fulminantemente después del desastre de Isandlwana. A pesar de gozar de los favores de la reina, después de la victoria en Ulundi, Chelmsford nunca volvió a participar en ninguna campaña. Ejerció cargos honoríficos y burocráticos en Inglaterra y su nombre no ha pasado a la historia del Reino Unido como el de un héroe.

La derrota de Adua provocó la caída del primer ministro Crispi. Baratieri tuvo que comparecer ante una corte marcial, y sólo su brillante historial militar previo le salvó de una sentencia deshonrosa.

Los americanos, durante décadas, llegaron a convertir en un héroe y un ejemplo para los escolares a un canalla megalómano. Si George Armstrong Custer hubiese sobrevivido a la masacre del Little Bighorn, debería haber sido llevado ante una corte marcial y fusilado por desobedecer deliberadamente órdenes de sus superiores y por conducir a sus hombres a la muerte por un desmedido exceso de ambición personal. Sin embargo, las investigaciones subsiguientes a la batalla efectuadas por el ejército americano, se centraron, por increíble que parezca, en intentar averiguar cual de los dos subordinados principales de Custer, Reno o Benteen, fue culpable de su muerte.

Sin embargo, su cuerpo fue desenterrado del campo de batalla y enterrado de nuevo con todos los honores en West Point, la academia en la que se graduó siendo el último de su promoción. No obstante, en los últimos años la figura de Custer ha sido objeto de estudios más rigurosos y críticos.


Ninguna de las masacres que hemos visto se debió a condiciones que las hicieran inevitables. Tanto Custer como Chelmsford y Baratieri eligieron, de entre muchas opciones posibles, la peor para sus tropas.

Los tres penetraron en territorios hostiles ignorando casi todo acerca del enemigo. Custer ya había combatido a los indios de las llanuras y sabía que habitualmente rehuían el combate abierto contra los soldados. Sin embargo, en esta ocasión ignoraba dos hechos de suma gravedad que una buena labor de inteligencia le habrían revelado. El primero era que se habían reunido más indios hostiles que nunca antes en la historia y el segundo era que en esta ocasión estaban decididos a luchar hasta el final. No iban a rehuir el combate, al contrario, estaban ansiosos por lanzarse contra los “cuchillos largos”. Ignorante de todo esto, Custer rechazó el ofrecimiento de Terry de añadir a su 7º regimiento cuatro escuadrones del 2º de caballería.

Lord Chelmsford apenas se había interesado por las tácticas de los zulúes, a los que consideraba lisa y llanamente una horda de salvajes indisciplinados. Al igual que Custer estaba convencido de que huirían a la vista de su ejército antes de aceptar un combate en campo abierto. Ignoraba que luchaban cohesionados, en unidades y con oficiales al mando. También ignoraba que se había de enfrentar a más de 25.000 guerreros.

A Baratieri le ocurrió algo parecido. Pensaba que el ejército de Menelik lo componían menos de la mitad de los hombres que realmente tenía e igualmente creía que su armamento consistía principalmente en lanzas, espadas y flechas.

Los tres ejércitos se adentraron además en territorios que desconocían y sin labor previa de reconocimiento. Apenas disponían de mapas del terreno sobre el que debían avanzar y los que tenían estaban repletos de errores.

En condiciones tan desfavorables, antes o después, todos optaron por dividir temerariamente sus fuerzas, reduciendo de esta forma las posibilidades de hacer un uso ventajoso de la superioridad táctica y de la potencia de fuego.

Custer y Baratieri ordenaron a sus hombres efectuar sendas marchas nocturnas en las vísperas del decisivo encuentro con el enemigo. Chelmsford puso en pie a todo el campamento de Isandlwana la noche previa a la batalla cuando partió con algo más de la mitad de sus efectivos a las 4 de la madrugada.

Finalmente, la ambición personal de los comandantes jugó un papel fatal en el desenlace de las campañas. Custer, que había tenido problemas políticos con sus superiores en Washington deseaba una gran victoria como trampolín para su carrera hacia la nominación presidencial. Sería su reivindicación y su venganza sobre los generales y los burócratas que tanto le habían presionado. Por su parte Chelmsford había fabricado él solo el conflicto (con la imprescindible colaboración del alto comisario británico en África del Sur, Sir Bartle Frere). Para él, la campaña era casi una cuestión de prestigio personal. Finalmente, Baratieri se decidió a arriesgarse al temerario ataque después de que el primer ministro Crispi le amenazase con relevarle del mando por falta de acometividad.
En definitiva, en los tres casos, abundan las decisiones equivocadas y precipitadas. Fruto, sin lugar a dudas, del exceso de ambición personal y de la total subestimación de la capacidad combativa de las fuerzas enemigas.

Es difícil saber qué habría ocurrido en otras circunstancias, pero hay pocas dudas acerca de la tremenda irresponsabilidad en la que incurrieron los comandantes al mando en Little Bighorn, en Isandlwana y en Adua.

Sin embargo, como el hombre, según dicen, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, este tipo de desastres habrían de continuar en pleno siglo XX… Pero eso, ya es otra historia.


Bibliografía

Evans S. Conell, Custer. La masacre del 7º de caballería. La batalla de Little Bighorn. Ariel, 2003.

Stephen E. Ambrose, Caballo Loco y Custer. Vidas paralelas de dos guerreros americanos. Turner, 2004.

Meter F. Panzeri, Little Bighorn 1876. La última batalla de Custer. Ediciones del Prado, 1996.

Philip Katcher,
- US cavalry on the plains 1850-90. Reed International Books - Osprey Military, 1995.
-  The American Indian wars 1860 - 1890. Reed International Books - Osprey Military, 1996.

Carlos Roca,
- Zulú. La batalla de Isandlwana. Inédita Editores, 2004.
- Isandlawana. Amarga victoria zulú. Quirón Ediciones, 2006.

Angus McBride, The Zulu war. Osprey Publishing, 1976.

No existe bibliografía en español acerca de la batalla de Adua. Y resulta poco menos que imposible encontrarla en italiano en España. Sin embargo existen diferentes estudios (en italiano) a los que se puede acceder desde Internet.

Para quien haya tenido la suerte de haber estudiado el bachillerato franquista y, en consecuencia, algo de latín, la lectura de estos textos no entrañará mayor dificultad.

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