La conferencia de Potsdam (I)
La conferencia de Potsdam comenzó sin Roosevelt... y finalizó sin Churchill
Desde el 17 de Julio al 2 de Agosto de 1945 tuvo lugar la última conferencia de los tres dirigentes de la Gran Alianza. En representación de los Estados Unidos de América acudió el nuevo presidente, Harry S. Truman, que había alcanzado la presidencia como consecuencia del repentino fallecimiento de Roosevelt el 12 de Abril.
En las elecciones de 1944 que, como ya vimos, se presentaban muy ajustadas, el Partido Demócrata había considerado incluir como vicepresidente en la candidatura de Roosevelt a un senador del ala sureña del partido, la más conservadora, con la intención de evitar que un amplio sector de electores de los estados del Sur que se mostraba cada vez más desafecto del progresismo del New Deal se inclinase por el candidato republicano Thomas Dewey.
Con el fallecimiento de Roosevelt, Harry S. Truman se convirtió automáticamente en presidente el 12 de Abril, apenas dos semanas antes de la caída de Berlín y del suicidio de Hitler. Truman accedió a la presidencia con la guerra ganada, pero sobre él iba a recaer la tremenda responsabilidad de ordenar el mundo de la posguerra de acuerdo con sus aliados británicos y soviéticos.
Truman no había sido, ni de lejos, una persona del círculo de confianza de Roosevelt. Había sido nombrado vicepresidente por el aparato del Partido Demócrata en una decisión basada en cálculos estrictamente electorales, no por voluntad de Roosevelt. Durante los ochenta y dos días que Truman ocupó la vicepresidencia de los Estados Unidos Roosevelt no se dignó a informarle acerca de ninguna de las grandes cuestiones sobre política internacional. Nunca se sentó con él para explicarle, al menos brevemente, las líneas maestras de su política en la conducción de la guerra, de los acuerdos suscritos con los aliados, de los planes para la posguerra o de la existencia de un programa atómico secreto que podía dar al país una supremacía militar total. Truman no había tenido acceso a ninguna de las actas de las conferencias de Teherán o Yalta y apenas sabía una palabra acerca de las concesiones que su predecesor había hecho a Stalin en lo referente a Polonia o a cualquiera de las restantes naciones del Este de Europa.
Roosevelt ejerció la presidencia más personalista de la historia de Norteamérica. Incluso ocultaba información trascendental a muchos de los ministros de su gabinete, aunque estuviese directamente relacionada con su ministerio. Sólo un reducido grupo de sus más íntimos colaboradores, de su corte de favoritos, podía saber qué pasaba por la cabeza del presidente y qué línea pensaba seguir en éste o aquél asunto en cada momento[1]. Tal y como explicó el historiador americano Robert Ferrell, el más famoso biógrafo de Truman y uno de los mayores expertos en la política presidencial de los Estados Unidos, Roosevelt había creado una máquina similar a la de los inventos del TBO y cuando se murió no dejó a su sucesor un manual de instrucciones de manejo[2].
La irresponsable actitud de Roosevelt adquiere aún mayores proporciones considerando que cuando decidió presentarse a un cuarto mandato la fragilidad de su salud era evidente y todo el mundo en los círculos políticos de Washington sabía que el presidente requería permanente atención médica. El larguísimo viaje a la cumbre de Teherán influyó de manera notable en un rápido deterioro de su salud del que ya nunca se llegó a recuperar del todo. En la primavera de 1944, muy débil y agotado, hubo de retirarse a descansar un mes entero en la fastuosa finca rural, Hobcaw Barony, de su mentor Bernard Baruch. El viaje a Yalta, una vez más para evitar a Stalin la molestia de un largo desplazamiento, supuso un definitivo empeoramiento de su estado que no pasó inadvertido para los miembros de la delegación británica. Roosevelt regresó a los Estados Unidos el 28 de Febrero de 1945 completamente agotado. Durante casi un mes tuvo que despachar bastantes asuntos urgentes que se habían ido acumulando durante su ausencia. Cuatro semanas más tarde sus fuerzas no daban más de sí y decidió retirarse a descansar a la residencia campestre de Warm Springs, en Georgia. Su última reunión en la Casa Blanca fue para entrevistar al general Lucius D. Clay, que había sido propuesto para desempeñar el cargo de gobernador de Alemania, una vez ésta fuera derrotada y ocupada. Cuando acabó la entrevista, el general Clay comentó a James Byrnes, que estaba presente en la reunión, que había quedado impresionado por el aspecto del presidente. “Hemos estado hablando con un moribundo”, le dijo.
Al día siguiente, 30 de Marzo, Roosevelt llegaba a Warm Springs, lugar en el que fallecería doce días más tarde.
A pesar de que el deterioro de su salud fue gradual y evidente, y de que él era consciente de ello, ni tan siquiera en los últimos días de su vida durante el retiro en Georgia tuvo Roosevelt la ocurrencia de llamar al hombre que podía ocupar su lugar y ponerle en conocimiento del estado en el que se encontraban muchos asuntos de enorme trascendencia para el futuro, no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo entero.
Cuando Truman tuvo la primera reunión en la Casa Blanca con algunos de sus ministros y con altos responsables militares, era consciente de que todos esos hombres que eran sus subordinados directos, sabían mucho más que él acerca de todos los asuntos de gobierno.
Para Truman la cumbre de Potsdam fue prematura. En sólo tres meses había tenido que leer ingentes cantidades de documentos, mantener entrevistas con los ministros y funcionarios de Roosevelt que habían elaborado tales documentos, escuchar distintas versiones acerca de la política que se debía seguir con respecto a Alemania, Europa Oriental, Japón y Asia, versiones muchas veces contradictorias porque los propios ministros de Roosevelt tenían puntos de vista divergentes en muchos asuntos pendientes y todos intentaban convencer a Truman de que su enfoque era el que apoyaba Roosevelt. Además, a Truman le faltaba la experiencia del trato personal con los líderes aliados y sus colaboradores íntimos. No conocía a Churchill ni a Eden, ni a Stalin ni a Molotov.
Cuando embarcó con destino a la cumbre de Potsdam era el líder de la nación más rica y poderosa de la Tierra que además poseía el arma secreta más destructiva de la Historia, y sin embargo se sentía tremendamente inseguro.
[1] El historiador norteamericano Michael Beschloss se refiere a esta caprichosa forma de gobernar citando a alguien tan próximo a Roosevelt como Henry L. Stimson, que fuera entre 1940 y 1945 su Secretario de Guerra: “En su diario Stimson fulminó a Roosevelt por su indecisión acerca del futuro de Alemania: “Nunca en los últimos cuatro años he asistido a un ejemplo tan significativo del mal resultado de nuestra caótica administración y de su fracaso a la hora de tratar asuntos de forma bien organizada.” Él fustigó a Roosevelt por la “laxitud” con que gestionaba su gobierno y por la “ansiedad” con la que firmaba cualquier papel que algún consejero le presentaba “sin esperar a la opinión y el consejo de otros.”
Michael Beschloss, The conquerors: Roosevelt, Truman and the destruction of Hitler’s Germany, Simon & Schuster, 2002, p. 200.
[2]Citado en Michael Beschloss, Op. Cit., p. 217.
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