domingo, 17 de julio de 2011

LA BANDA DEL TESORO (IX). Jorge Álvarez

El Plan Morgenthau: el plan de Harry Dexter White (IV)


El Secretario de Guerra Henry L. Stimson junto al general Marshall

Morgenthau no tuvo que esperar mucho. A la mañana del día siguiente, sábado 19 de Agosto, consiguió que Roosevelt lo recibiera en la Casa Blanca, aunque sólo podría concederle unos minutos. Teniendo en cuenta que esa misma tarde ambos iban a compartir un viaje en tren desde Washington hasta sus respectivas residencias campestres al Norte de Nueva York, y que por lo tanto Morgenthau iba a disponer de varias horas de tren a solas con su amigo el presidente para poder hablar con él largo y tendido, resulta bastante significativa la insistencia en verle urgentemente esa misma mañana en la Casa Blanca. Parece evidente que el Secretario del Tesoro estaba cada vez más obsesionado con lo que había asumido como una misión cuasi mesiánica, conseguir que el gobierno de los Estados Unidos tratase a la Alemania derrotada de la forma más cruel posible, aunque ello pudiese acarrear la muerte de decenas de millones de civiles alemanes y aunque este asunto no tuviese apenas nada que ver con el Departamento del Tesoro y sí en cambio con los Departamentos de Estado y de Guerra. Morgenthau había decidido que, dado que, a excepción de su fiel Harry D. White, nadie en la administración parecía mostrar el más mínimo interés en imponer a los alemanes una paz punitiva, debía de ser él quien asumiese la responsabilidad de guiar al gobierno en esa dirección. Y durante la práctica totalidad del tiempo que siguió en el cargo prácticamente dedicó la totalidad de su tiempo y de sus energías a culminar con éxito su misión. Conseguir que su Plan para la Alemania derrotada saliese adelante se estaba convirtiendo para Morgenthau en una obsesión.

La reunión con Roosevelt en la Casa Blanca duró poco más de media hora. El propio Morgenthau reconoció en sus memorias que, sabiendo que el presidente le iba a conceder tan sólo unos minutos, intentó contarle demasiadas cosas en poco tiempo y que, como se hallaba bajo presión, habló atropelladamente. En concreto le habló del borrador del Manual Militar para Alemania que el coronel Bernstein le había entregado en Gran Bretaña y le aseguró que el propio Eisenhower se había mostrado en desacuerdo con esa línea y que, en cambio, apostaba, como él y sus chicos del Tesoro, por tratar a Alemania con mucha más dureza. También reveló que Eden le había mostrado las actas de la conferencia de Teherán y que había podido comprobar cómo en esa reunión los tres grandes líderes se habían mostrado favorables a desmembrar y a desindustrializar Alemania sin contemplaciones y considerando que desde entonces habían transcurrido casi nueve meses y que las tropas angloamericanas se encontraban en ese momento a un paso de entrar en territorio alemán, se hacía preciso definir de forma urgente las líneas maestras de la política de ocupación. Y le advirtió de que el embajador Winant, el propio Churchill y una parte del Ejército americano se mostraban más partidarios de tratar a Alemania con cierta consideración. De forma bastante maliciosa dijo al presidente que las aproximaciones que habían hecho algunos planificadores del Departamento de Estado al tema de la política de ocupación de Alemania carecían por completo de validez por cuanto el máximo responsable, el Secretario de Estado Hull, no había tenido acceso a las actas de la conferencia de Teherán y por lo tanto, no había podido orientar en la línea correcta a sus colaboradores.

De vuelta al Departamento del Tesoro Morgenthau reunió a sus más fieles colaboradores y les confió que el presidente estaba de su parte y que debían ponerse a trabajar inmediatamente en el memorándum que había que entregar a Roosevelt con todos los detalles de su Plan. Para elaborar este documento se creó una comisión integrada por John Pehle, Ansel Luxford y Harry Dexter White como director. Bastante exultante confesó a White que ahora estaba convencido de que, con respecto a la política de ocupación de Alemania, Roosevelt estaba dispuesto a actuar rápido y a darle por completo la vuelta al asunto (“is going to turn the whole thing upside down”).

Esa misma tarde Morgenthau y Roosevelt con sus respectivas señoras abordaron el tren privado que los llevaría a sus posesiones rurales del valle del río Hudson, al Norte de Nueva York.

El 21 de Agosto el Secretario de Guerra Henry Stimson recibió una llamada de Harry Hopkins desde la Casa Blanca. El intrigante asistente de Roosevelt le comunicó que el presidente quería que hablase con Henry Morgenthau acerca del futuro de la Alemania vencida y ocupada.

Dos días después Roosevelt invitó a Stimson a la Casa Blanca. El veterano Secretario de Guerra llevaba cerca de tres meses, desde Junio, sin haber tenido ocasión de hablar con el presidente, algo no muy normal considerando que el país se hallaba inmerso en la mayor guerra de la Historia. Pero, ésta era la particular forma de gobernar de Roosevelt. En cualquier caso, a cuenta del fenomenal lío que se estaba a punto de montar por cuenta del Plan Morgenthau, Stimson habría de ver más veces al presidente en las próximas seis semanas que en los seis años anteriores.

Al mediodía tuvo lugar en el pentágono la reunión entre Stimson y Morgenthau. Éste, repitiendo la fórmula que tanto éxito había tenido con Hull, volvió a contar la historia de su acceso a las actas de la conferencia de Teherán y de la orientación que allí se había dado al asunto de Alemania con la aquiescencia de Roosevelt. Sin embargo, Stimson, para desgracia de Morgenthau, resultó mucho menos impresionable que el Secretario de Estado. La lectura que hacía Stimson de las conversaciones de Teherán era bastante distinta de la de Morgenthau. El Secretario de Guerra hizo ver a su insistente colega que lo que hablaron los tres grandes en Teherán acerca de Alemania tenía un carácter de conversación informal y que, en general, los Jefes de Estado Mayor de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, a los que conocía bien y trataba asiduamente en su calidad de responsable de la política militar, tampoco estarían dispuestos a considerar eso como un “fait accompli”.

Morgenthau salió del Pentágono convencido de que iba a tener en Stimson un duro oponente a su siniestro plan para Alemania... Pero no podía imaginar hasta qué punto podía llegar esa oposición. Muy pronto lo comprobaría.

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