domingo, 2 de marzo de 2014

CONTRA LA ÉTICA DEL TRABAJO. Jorge Álvarez.

 
Me acabo de encontrar con una noticia en "El Mundo" en su versión digital. Se titula "Hacia el mundo feliz de los robots" y entre otras cosas, dice.

"Muy pronto habrá máquinas capaces de llevar a cabo tareas que hoy por hoy sólo están al alcance de los seres humanos."


La lectura de esta noticia me llevó a desempolvar un viejo libro muy subrayado, que leí hace catorce años y que me había hecho reflexionar sobre cosas que antes nunca había pensado. Siempre tuve la intención de escribir algo al respecto, pero nunca encontraba la ocasión. La noticia cuyo enlace abre este artículo, fue el detonante.

Se trata de un ensayo titulado “El Progreso Decadente. Repaso al siglo XX”.  
Este ensayo publicado en el año 2000, ganó el Premio Espasa de Ensayo de ese año. El autor es Luis Racionero, un personaje por el que, ideológicamente, no siento ningún aprecio.

Me llamó la atención según lo leía, el optimismo racionalista que irradiaba el libro que tenía entre mis manos.

Pero, algunas de las optimistas reflexiones que Racionero plasmaba, tenían bastante lógica.




“La revolución cultural de los sesenta fue resultado de las contradicciones culturales del capitalismo: la ética laboralista puritana de la producción se contradice con la estética hedonista despilfarradora del consumo; por un lado hay que ser austeros cuando trabajadores y, por el otro, voluptuosos como consumidores. El capitalismo nace de los hábitos laborales puritanos y calvinistas del protestantismo austero, pero luego se convierte en sociedades de consumo que necesita compradores hedonistas. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero los grandes almacenes tienen la planta baja llena de desodorantes y perfumes. Esta contradicción socava el equilibrio de la ahorrativa burguesía tradicional, a la que se incita a vivir a crédito.”

Más adelante, habla de la “civilización del ocio” y  arranca con lo siguiente:

“¿A qué hemos venido, a trabajar o a pasarlo bien, a sufrir o a ser felices?; ¿quién quiere mortificarse si puede disfrutar? Esa es la contradicción cultural del capitalismo.”

Buena pregunta, porque, cuando el mundo progresa y todos tenemos más puertas abiertas para disfrutar de nuestros ratos de ocio (libros al alcance de todos, televisión y cine en pantallas enormes, música para oír en casa como si estuviésemos en el auditorio, vehículos para desplazarnos y visitar lugares que no conocíamos…), el propio progreso nos esclaviza haciéndonos tener cada vez menos tiempo para disfrutar del ocio.

El ocio, palabra maldita… para algunos. Siempre he dicho que lo que menos me importa de una persona es lo que hace cuando trabaja. Me interesa sobremanera qué es lo que hace cuando está “ocioso”. Si es un eminente cirujano que dedica su ocio a ver telebasura, solo querré tratar con él si algún día necesito que me operen. Pero nunca perdería un segundo de mi ocio compartiéndolo con él.

Luego, desde la tradición católica, no calvinista, el hombre trabaja para vivir, pero, por supuesto no debe vivir para trabajar. El ocio define al hombre. “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”, dice un viejo refrán. Y en el ocio.

La felicidad no consiste en trabajar, ni en trabajar para mayor gloria de Dios, como afirman los calvinistas y su franquicia católica de nombre irreverente. La felicidad consiste en trabajar porque es honesto, en hacer el trabajo bien y en no dedicarle al trabajo ni un minuto más que le puedas robar a tu ocio. Porque ese ocio es el que te deja libre el trabajo y de él sacas tu tiempo para tu familia y para tus aficiones.

Racionero decía en su ensayo,

“Evitar el paro por medio del aumento de la producción es una idea perfectamente coherente con la mentalidad del puritanismo nórdico, pero por completo incoherente con la noción de medida y equilibrio que debe presidir cualquier sociedad civilizada.”

Y seguía,

“El paro de los años ochenta es un problema estructural, es decir, de largo plazo, y proviene de una contradicción interna del sistema industrial: pretender, a la vez automatizar y mantener el empleo a cuarenta horas semanales.

La solución estructural pasa por la comprensión del hecho dialéctico de que es el propio éxito del sistema lo que provoca la crisis, que el trabajo llevado a un nivel de intensidad excesivo se torna en su antítesis, el ocio; como toda fuerza, beneficiosa en un momento, se vuelve perjudicial si se continúa aplicando indefinidamente.”

Leyendo esto y prescindiendo de las bobadas hegelianas, sentía que en lo básico, estaba de acuerdo con lo que Racionero exponía.

“La ética cristiana nos dice que el ser humano está en este mundo para desarrollar sus capacidades mentales y espirituales; la constitución democrática nos dice que la libertad personal es un fin en sí mismo. Entonces, ¿por qué ese empeño en no dejar a las máquinas lo que es de las máquinas y al hombre el tiempo libre?”

La idea de Racionero, lógica, es que cuando las máquinas cada vez más hacen el trabajo de los hombres, es el momento en el que éstos, los creadores de las máquinas, puedan descansar, dejar que éstas hagan gran parte del trabajo y el resto, se lo puedan repartir entre ellos disfrutando de más tiempo de ocio. Misma riqueza, con un trabajo compartido. En jornadas de seis horas o puede que incluso menos.

“El reparto del trabajo es una revolución cultural para la sociedad puritano-calvinista que implantó el capitalismo y la Revolución Industrial; es algo que va contra los valores de idolatría del trabajo que le son consustanciales.”

“La solución americana al problema del paro es reducir el Estado del Bienestar y el coste de contratar obreros poco cualificados.”

Catorce años después de este ensayo, tenemos más parados que nunca y para remediarlo, nos dicen que hay que recortar el Estado del Bienestar y que debemos dejar entrar a inmigrantes, es decir  a “obreros poco cualificados.”

Cuando nos dicen que somos más “ricos” que nunca, cuando tenemos más comodidades materiales que nunca, en cambio, carecemos cada vez más de algo que los católicos del Sur de Europa siempre hemos apreciado: tiempo para el bendito ocio. Tiempo para la familia, tiempo para la conversación, tiempo para la buena mesa… tiempo.

Nos lo han robado, pero somos muy libres… dicen.

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