lunes, 1 de abril de 2013

HISTORIA DE LOS JUDÍOS, ESOS TIPOS TAN ENTRAÑABLES (XIX). Jorge Álvarez.

LA ERA DEL MERCANTILISMO
Los judíos y los calvinistas, el capitalismo y el fin del mundo antiguo


Max Weber y Werner Sombart
 
En  1903 el intelectual alemán Max Weber en su emblemática obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”[1] atribuyó a la ética emanada del calvinismo el origen de la mentalidad que generó el modelo económico capitalista. Este ensayo, que a pocos dejó indiferentes, generó debates y polémicas que llegan a la actualidad. Para Weber, la actitud ante la vida que generó la teología calvinista forjó sociedades alejadas del pensamiento generado por el catolicismo, y fue en estas sociedades de individuos reconciliados con el dinero, la riqueza y el beneficio, en las que se destruyó la economía tradicional asociada a los estamentos y a los gremios y se sustituyó por un nuevo modelo, basado en una concepción del trabajo como una actividad central de la vida y orientada, no a obtener lo razonable para vivir, sino a conseguir lucro y riqueza sin límite.
 
En 1911, el ilustre sociólogo Werner Sombart publicó un ensayo como respuesta a la teoría de Weber (del que era amigo), titulado “Los judíos y el capitalismo moderno”[2]. Para Sombart, no había sido la ética calvinista la enterradora de las formas económicas tradicionales y la impulsora del nuevo modelo capitalista. Los impulsores de esta revolución habían sido los judíos. Tradicionalmente excluidos del sistema económico gremial, según Sombart, fueron ellos los que introdujeron las nuevas formas y relaciones económicas que darían lugar al capitalismo moderno.
 
En 2002, el economista judío-francés Jacques Attali escribió la obra a la que me he referido varias veces a lo largo de este ensayo, “Los judíos, el mundo y el dinero”. Para Attali, los judíos contribuyeron de forma decisiva a lo largo de la Historia al desarrollo de prácticas y relaciones comerciales y financieras  que desembocaron en la economía del mundo moderno occidental. Curiosamente a Attali no le gusta la tesis de Weber, para quien los judíos apenas contribuyeron al desarrollo del capitalismo moderno, pues sus innovaciones nunca pasaron de constituir una especie de “capitalismo paria e irracional”. Pero, tampoco le convence la teoría de Sombart, que atribuye a los judíos la responsabilidad exclusiva de la destrucción del modelo económico tradicional católico y su sustitución por el modelo capitalista moderno.
 
“El debate, rápidamente lanzado alrededor de su imponente obra, hace reconocer a Max Weber como el mayor sociólogo de su época. Y todavía hoy muchos citan con respeto esa suma de ignorancia e ingenuidad, sin ver que – con Marx, a quien detestaba – es una de las principales fuentes del antisemitismo alemán.
 
En 1911, otro universitario alemán, mucho más marginal, el historiador y economista Werner Sombart, le responde con “Los judíos y la vida económica”, donde pretende rehabilitar el papel de estos últimos en el nacimiento del capitalismo: de hecho se trata de otra caricatura, más desmesurada todavía que la de Weber o la de Marx. Para Sombart – en ello coincide con Marx y discrepa con Weber – los judíos inventaron el capitalismo; pero para Sombart, como para Weber, la moral judía no constituye el fundamento sino de uno de los capitalismos: el propio de la especulación financiera.
 
Sombart habla de los judíos sin decir casi nada acerca de su estatus de prestamistas forzados, de la expoliación multisecular de su ahorro, de la obligación en que se vieron de disimular todo su patrimonio, de la obsesión antijudaica de la Iglesia y de los príncipes, de la ética solidaria y exigente del Talmud, de su papel en la innovación industrial.”[3]
 
A Attali y a los judíos en general, les gusta que los autores gentiles reconozcan todo lo mucho bueno que (según ellos) los judíos han aportado al desarrollo y al progreso de la humanidad. Sin embargo, se rasgan las vestiduras cuando se atribuye a los judíos más importancia de la que ellos consideran que se les debe atribuir o cuando se achaca a los judíos la responsabilidad de algún acontecimiento negativo. Entonces se incurre de lleno en el terrible pecado del antisemitismo, que tanto puede consistir en decir que los judíos no aportan gran cosa a una determinada actividad en un determinado período o, paradójicamente, en decir lo contrario, es decir, que resultan decisivos. Weber incurrió en el primer pecado, Sombart en el segundo. De forma, que dos de los más grandes intelectuales en el campo de la Historia y el de la Sociología, unánimemente reconocidos por la comunidad académica de su época y por la actual, se convierten para los judíos como Attali, un autor de infinita menos talla intelectual que cualquiera de ellos, en “ignorante e ingenuo” el primero,  en “marginal” el segundo… y en antisemitas ambos.
 
El hecho de que Weber y Sombart coincidiesen en reconocer a los judíos cierto protagonismo en el capitalismo especulativo y aventurero y se lo negasen en el capitalismo industrial, por mucho que moleste a Attali y a sus hermanos, no es más que la constatación de una realidad absolutamente incuestionable. La diferencia entre ambos radica en que para Weber, el auténtico capitalismo debe su desarrollo a la ética calvinista, siendo el papel de los judíos marginal, mientras que para Sombart, son los judíos los auténticos padres de la criatura.
 
La realidad es que el sistema económico tradicional-gremial-estamental llevaba conviviendo desde la Edad Media con las prácticas capitalistas de los judíos sin que éstas hubiesen podido mellar en lo sustancial sus fundamentos. Las prácticas judías, toleradas y fomentadas casi exclusivamente por reyes, príncipes y grandes señores en su exclusivo beneficio (y en el de los judíos que tomaban como consejeros, financieros y recaudadores), eran absolutamente despreciadas por las masas cristiano-católicas,  los campesinos, los artesanos, los comerciantes, los concejos de pueblos, villas y ciudades, el bajo clero… Estas prácticas judaicas y las de la economía general del mundo cristiano eran en gran medida compartimentos estancos. Los judíos despreciaban la forma de actuar de los cristianos tanto como éstos despreciaban la de aquellos. El andamiaje sobre el que se sustentaba el modelo económico cristiano apenas resultaba contaminado por las prácticas de los judíos que eran visceralmente mal vistas por la inmensa mayoría de la sociedad. Los judíos se situaban al margen de la vida económica cristiana y la escasa influencia que ejercían sobre ella era, además, considerada como negativa. Los judíos no eran más que minorías de individuos infieles, tolerados en mayor o menor medida según el momento y el lugar, pero rechazados por la sociedad y en general despreciados.  Y por lo tanto, su capacidad para cambiar las reglas del sistema desde esta posición exógena y marginal era mínima. Recurrir a la usura de los prestamistas judíos no era algo de lo que un cristiano se sentía orgulloso. Nadie acudía al préstamo a interés de buena gana y con la conciencia limpia. Las prácticas económicas judías, netamente capitalistas, constituían un universo aparte respecto al cual existía un consenso en considerarlas nocivas. Pero, con la herejía protestante y su expansión por media Europa, este consenso se quebró y la división de la cristiandad fue la cuña a través de la cual las prácticas económicas judaicas comenzarían de verdad a contaminar al mundo cristiano, hasta que, en un lento proceso que llega hasta hoy, éste acabó asumiéndolas como propias.
 
¿Cómo era el sistema económico cristiano-católico que los judíos contribuyeron decisivamente a destruir? Era un sistema basado en reglas tradicionales emanadas de la ética católica. Los artesanos y comerciantes trabajaban para vivir decorosamente, pero no hacían del trabajo un fin en sí mismo ni concebían su actividad profesional como un medio para obtener riquezas y beneficios ilimitados. Las prácticas económicas se basaban en relaciones fundamentadas en la tradición y en la costumbre, según eran percibidas por los estamentos y las instituciones de la sociedad, los gremios y los concejos. Artesanos y comerciantes trabajaban las horas justas para obtener lo necesario para vivir dignamente. En su mentalidad no cabía la idea de sustraer tiempo al ocio habitual ni a los días festivos, para aumentar la producción o cerrar más operaciones comerciales de las necesarias. Ni tampoco la idea de competir con otros artesanos o comerciantes de los alrededores. Cada uno tenía sus clientes habituales y no aspiraba a conseguir más a costa de sustraérselos a otro. Y cada uno debía circunscribir su actividad profesional a su localidad y no intentar salir de ella ampliando su negocio a las localidades vecinas. Tampoco se consideraba ético salir a la “caza” del cliente. El comerciante debía permanecer en su establecimiento y vender al cliente que entraba en él. Las prácticas agresivas de captación de clientes saliendo en su busca para ofrecerles productos en las calles o visitándolos en sus domicilios era algo absolutamente fuera de lugar. La competencia era una práctica considerada desleal. Y lo mismo cabe decir de utilizar los precios como reclamo para vender más. Las mercancías valían lo que valían y los precios eran los que tanto los vendedores como los compradores consideraban justos según la tradición y la costumbre del lugar. Bajar los precios para vender más y captar clientes de otros vendedores era igualmente una práctica deshonrosa. La estabilidad de precios era un valor que había que respetar y conservar. La norma central era contentarse con unas ganancias justas, las necesarias para mantener el nivel de vida digno que correspondía al estatus de la persona según la tradición y las costumbres locales, emanadas de la ética católica. El trabajo no era más que un medio al que había que dedicar el tiempo estrictamente necesario para alcanzar este fin. Trabajar más y competir mejor para ampliar la cartera de clientes a expensas de otros colegas y expandir el negocio fuera de sus límites habituales para obtener cada vez más beneficios, sólo podía conducir a romper el equilibrio sobre el que se sustentaba la sociedad y a generar desigualdades y conflictos permanentes. El mayor valor no era la acumulación de riqueza a cambio de esfuerzo y riesgo, sino la existencia tranquila en un entorno de seguridad.  Según Sombart,
 
“Éste fue el mundo que los judíos asaltaron. En cada etapa actuaron contra los principios del orden económico. Esto resulta bastante evidente a la luz de las quejas unánimes de los comerciantes cristianos en todas partes.”[4]
 
No obstante, ni Weber ni Sombart aciertan en su análisis. Y mucho menos aún Attali. Las prácticas económicas de los judíos eran capitalistas cuando el capitalismo era algo despreciado por el mundo cristiano-católico. Pero, para imponerse, necesitaban un cambio de paradigma en la cristiandad, y la herejía protestante se lo dio. El calvinismo fue el terreno abonado sobre el que germinó el capitalismo judío. Ocurre que tanto Weber como Sombart eran alemanes luteranos y en consecuencia, ambos sentían poco respeto por el judaísmo. Para Weber, el capitalismo fue algo positivo, para Sombart, no tanto. Por lo tanto, el primero restó protagonismo a los judíos y el segundo se  lo otorgó en exceso.
 
La realidad es que la respuesta a la pregunta por el origen del fin del mundo antiguo es evidente: la simbiosis calvinismo-judaísmo.



[1] Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Alianza Editorial 2004.
[2] Werner Sombart, The Jews and Modern Capitalism, Transaction Books, 2009.
[3] Jacques Attali, op.  cit., pp. 338-340.
[4] Werner Sombart, Op. Cit., p.127.

 
 
 

1 comentario:

  1. Llevo bastante tiempo buscando una historia completa del pueblo judío desde los tiempos de Abraham, y me alegra haber encontrado tu recopilación sobre este pueblo. Creo que es bastante objetiva y llena de datos históricos, lo que exactamente buscaba. Hecho en falta la historia judía desde el siglo XVI hasta la actualidad, pues he estado buscando en tu blog y el último que he encontrado ha sido el capítulo XXIII. Espero que tengas previsto poner más información sobre la historia de este apasionante pueblo. Debo decir que estoy recopilando datos sobre ellos para un libro de historia-ficción, en el que los judíos son unos de los principales protagonistas. El primer libro que escribí, que no era exclusivamente sobre ellos, pero sí que me sirvieron de hilo conductor pra mi historia, se llama "Las Putas del Holandés", el cual publiqué en Ámazon en Octubre del 2012.
    Un saludo y gracias por tu inestimable obra.
    Pablo F. Campos.

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