jueves, 6 de diciembre de 2012

LA BANDA DEL TESORO (XIII). Jorge Álvarez

El Plan Morgenthau: el plan de Harry Dexter White (VIII)



 
La ciudadela de Quebec

Antes de dar por finalizada su conversación con Morgenthau,  Roosevelt tranquilizó a su ansioso Secretario del Tesoro con una misteriosa aseveración:
“No te preocupes por Churchill, el también va a ser duro.”[1]
¿Por qué estaba el presidente tan seguro de que Churchill iba a aceptar el Plan Morgenthau? Porque, a buen seguro, había hablado a sus espaldas con Lord Cherwell y habían diseñado una estrategia para hacer pasar por el aro al viejo primer ministro.
El mismo día 13 por la noche tuvo lugar una cena en el comedor de la Ciudadela a la que asistieron, junto a los dos líderes anglosajones, Lord Cherwell y Morgenthau entre otros asesores de menor protagonismo[2]. Según relató White más adelante,
“La cuestión marítima (según lo previsto en el orden del día oficial) debería haber sido el argumento de discusión, pero no fue mencionada en toda la noche. […] La conversación se orientó inmediatamente hacia el tema de Alemania.”

Nada más comenzar las conversaciones Roosevelt comentó a Churchill, como de pasada, que  había invitado a la conferencia a Morgenthau para hablar sobre Alemania y que el Secretario del Tesoro tenía programada una entrevista con Lord Cherwell al día siguiente para tratar este asunto. Churchill, visiblemente molesto, al descubrir que se estaban debatiendo asuntos trascendentes a sus espaldas, preguntó con tono escasamente diplomático:
“¿Por qué algunos miembros de mi gobierno han estado discutiendo acerca del futuro de Alemania sin haber hablado antes conmigo?”
Y, con una mezcla de resentimiento, ironía y resignación, añadió:
“¿Por qué no hablamos de Alemania ahora?”
Inmediatamente, a una indicación de Roosevelt, Morgenthau comenzó a describir su plan, insistiendo en las enormes ventajas que tendría para el sector siderúrgico británico el cierre y desmantelamiento de todas las industrias alemanas del Ruhr. Al poco de comenzar su preparada disertación Churchill le interrumpió bruscamente y preguntó a Roosevelt con evidente desprecio:
“¿Es para discutir “esto” por lo que me has hecho venir hasta aquí.”
Inmediatamente se giró hacia Morgenthau y con ira más bien poco contenida, le abroncó de forma inmisericorde. Le dijo que su plan equivalía a encadenarle a él a un alemán muerto, que no tenía ninguna intención de privar al pueblo alemán de una existencia digna, que no podía condenar a una nación entera, que la bancarrota de Alemania y la muerte por hambre de su población no favorecían los intereses británicos y que, en definitiva, las medidas que estaba proponiendo eran antinaturales, innecesarias y anticristianas. El propio Morgenthau describió así este momento:
“Apenas había arrancado con mi disertación cuando los bajos murmullos y las miradas funestas del Primer Ministro me indicaron que no era precisamente el miembro más entusiasta del auditorio. Estaba desplomado en su silla, su lengua mordaz, su flujo incesante, sus maneras despiadadas, nunca había padecido una flagelación verbal como ésta en mi vida.
La reacción de Churchill es harto significativa si, a diferencia de lo que han hecho hasta ahora la mayoría de los historiadores, se analiza con detenimiento y en su contexto. No era habitual en el veterano líder británico comportarse de esta forma con los más altos representantes de sus aliados transatlánticos, a los que su gobierno les debía ingentes cantidades de favores y sobre todo de dinero y a quienes iba a rogar, en el curso de esa misma conferencia, que ampliasen a una segunda fase el programa de “Préstamo y Arriendo”, ante la absoluta bancarrota en la que se encontraba el Reino Unido. Resulta indudable y así se desprende de los comentarios de todas las personas presentes en la cena, que Churchill perdió los papeles. Y la pregunta obligada es ¿qué le hizo comportarse así?
En primer lugar, una sensación de estar haciendo el ridículo, al percibir que estaba asistiendo a una especie de encerrona en la que todos se habían confabulado a sus espaldas para actuar de una forma concreta, en un asunto delicado, con la intención de hacerle tragar algo que todos sabían que no le gustaba. Si alguna virtud adornaba a Churchill, ésta era su descomunal experiencia en amaños políticos que le aportaba una tremenda intuición que hacía que fuese difícil intentar enredarle de forma torticera en algún asunto. Cualquier persona con orgullo se hubiese sentido ofendida en una situación similar. Sin embargo, su reacción, sin ninguna duda, no habría sido tan vehemente de no haber tenido lugar durante una cena. A menudo, por un absurdo respeto a su inmerecido prestigio, se ignora deliberadamente, que Churchill era un alcohólico y que sus reacciones a las 11 de la mañana no eran las mismas que las que podía tener a las 11 de la noche, y más aún después de una cena copiosa. Churchill ya había dado muestras públicas de este comportamiento en otras ocasiones, siempre a última hora del día y durante o después de suntuosas cenas regadas con profusión de vino y licores. El 14 de Agosto de 1942 Churchill se encontraba en el tercer día de su cumbre en Moscú con Stalin, cumbre organizada a instancias de él mismo para estrechar las relaciones con el nuevo aliado soviético. Esa noche, después de una cena en su honor, Churchill regresó a su alojamiento en la embajada con una auténtica pataleta por el trato displicente que había recibido en la cena a manos de su anfitrión. Aseguró entre exabruptos y maldiciones que al día siguiente abandonaría Moscú y que dejaría a los rusos pelear solos sus batallas. Su médico Charles Wilson y el embajador Clark Kerr, pacientemente, le hicieron cambiar de opinión.  El 29 de Noviembre de 1943, en el transcurso de una cena durante la Conferencia de Teherán, el Primer Ministro respondió de forma airada a unos comentarios que Stalin y Roosevelt profirieron con la intención deliberada de sacarle de sus casillas riéndose de él. Se levantó iracundo y abandonó el comedor. Al poco, después de ser convenientemente adulado, regresó. En Quebec se comportó de la misma manera y a la mañana siguiente, más despejado, vería las cosas de otra forma. Con menos orgullo y más “realismo”.
Al acabar la tensa reunión, Morgenthau advirtió a Roosevelt de que su plan era ahora más conveniente que nunca porque hasta su Departamento habían llegado noticias que indicaban que los rusos comenzaban a ralentizar su plena cooperación con los aliados anglosajones por temor a que éstos pudiesen firmar una paz suave con Alemania y utilizarla inmediatamente como un contrapeso para minar la posición de Rusia. Por supuesto, la mejor forma de acabar con cualquier desconfianza de los soviéticos hacia las intenciones de sus aliados occidentales era la aprobación del durísimo plan del Tesoro. El presidente, naturalmente, se mostró conforme. No parece nada descabellado que este tipo de argumentos, ideales para asustar a Roosevelt y empujarle a seguir apoyando el Plan Morgenthau, hubiesen salido de la cabeza del agente soviético Harry Dexter White.
Según el mismo Morgenthau contó, dolido por la fenomenal y sorprendente bronca que le había soltado Churchill, apenas pudo pegar ojo en su fastuosa suite situada en una de las torres del majestuoso hotel Chateau Frontenac. 
Al día siguiente, 14 de Septiembre, en esa misma suite Morgenthau, escoltado por White, recibía a Lord Cherwell. Comenzaba un nuevo acto del siniestro drama destinado a dar vía libre al Plan Morgenthau.


[1] La principal fuente de información de esta reunión entre Morgenthau y Roosevelt procede de un memorándum redactado poco después, el 25 de Septiembre, por Harry Dexter White.
[2] Lord Moran, Lord Leathers y los almirantes Leahy, McIntire y Land.

2 comentarios:

  1. Te deseo una feliz Navidad y te mando un saludo madrileño

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  2. Muchas gracias. Lo mismo te deseo, unas felices Navidades y un buen año 2013.

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