LA ERA DEL MERCANTILISMO.
La Guerra de los Treinta Años
“Con todo, el
mercantilismo, unido a la política de la razón de Estado y a los nuevos
estudios, contribuyó poderosamente a cambiar las ideas sobre los judíos. Por lo
general, la corriente antisemita del mercantilismo fue minoritaria.”[1]
Jonathan I. Israel
“Los judíos de Polonia
empleaban el crédito de los judíos alemanes, y éstos a su vez recibían
suministros de sus hermanos de Polonia.”[2]
Shmuel Ettinger
Así como la
división del mundo gentil en dos bloques, el cristiano y el musulmán, favoreció
la expansión económica de los judíos y el crecimiento de sus comunidades, la
nueva división del bloque cristiano provocada por la herejía protestante, como
ya vimos, volvió a favorecer a los judíos.
A comienzos
del siglo XVII la inmensa mayoría de la población judía europea se concentraba
en el gigantesco reino de Polonia. Ya vimos cómo los judíos se pusieron al
servicio de los nobles polacos para administrar los territorios conquistados y
recaudar impuestos. Y también vimos cómo Polonia prosperó mucho en aquella
época en la que el resto de Europa, sobre todo Centroeuropa, se desangraba en
la Guerra de los Treinta Años. Que Polonia y sus judíos prosperasen con una
gran guerra en Occidente que respetó sus fronteras, entra dentro de la lógica
de los estados neutrales que se benefician de las guerras de sus vecinos
suministrando mercancías a los contendientes. Sin embargo, lo que no es tan
habitual, es que en el epicentro de una guerra larguísima y devastadora en la
que todas las poblaciones afectadas padecen sufrimientos espantosos, una
comunidad minoritaria prospere de forma escandalosa.
Las
comunidades judías de Europa central durante la Guerra de los Treinta Años
conocieron, en medio de un infierno devastador para los cristianos que se
asesinaban con saña, un espléndido período de crecimiento demográfico y riqueza
extraordinarios. Una vez más, supieron aprovechar las divisiones del mundo
gentil para obtener beneficios mediante la intermediación y la especulación.
Como señala Paul Johnson,
“Así, asistimos al hecho
extraño de que durante la guerra de los Treinta Años por primera vez en su
historia los judíos fueron tratados mejor, y no peor que el resto de la
población. Mientras Alemania sufría el peor tormento de su historia, los judíos
sobrevivían e incluso prosperaban.”[3]
“…la primera fase de las
finanzas judías en gran escala fue un producto de la guerra de los Treinta Años.”[4]
Los judíos,
efectivamente, gracias a la guerra, desarrollaron aún más sus habilidades
financieras y fueron perfeccionando los
mecanismos que finalmente darían lugar al capitalismo global moderno. Jonathan
I. Israel lo resume como sigue:
“Lo cierto es que no
existe la más mínima evidencia de que la judería centroeuropea disminuyera durante
los años de la guerra, ni mucho menos de que lo hiciera en un grado ligeramente
inferior al del total de la población.
“Lo que demuestra la
evidencia es que en ese momento los judíos se expandieron en todas direcciones
desde las localidades donde habitaban en 1618 y accedieron, además, a sectores
económicos total o parcialmente vedados hasta entonces.”[5]
Y Paul
Johnson, en la misma línea, escribió:
“Este terrible conflicto,
que arruinó Alemania, impulsó a los judíos hacia el centro mismo de la economía
europea.”[6]
Así fue, en
efecto. Alemania, además de sufrir la destrucción de la mitad de sus ciudades y
villas y la devastación de sus campos y de sus talleres, perdió más de un
tercio de su población. Sin embargo, la población judía, lejos de disminuir,
aumentó y su prosperidad se disparó. Durante décadas, este molesto hecho, fue
negado tozudamente por los historiadores judíos y los gentiles judiófilos, que
insistían en que los judíos habían sufrido las consecuencias de la guerra en la
misma medida que los cristianos. Sin embargo, los estudios actuales no dejan
lugar a dudas. El profesor Jonathan I. Israel, seguramente la mayor autoridad
entre los expertos en la época de la Ilustración en general y en este período
de la historia de los judíos, lo explica como sigue:
“Que suecos e imperiales
trataron en general a los judíos mucho mejor que al resto de la población es
algo sobradamente probado por los anales de la época. Como también es cierto
que la sola mención de esta realidad inquietó en el pasado vivamente a los
historiadores judeoalemanes, habituados a despachar la cuestión asegurando una
vez tras otra que durante la Guerra de los Treinta Años los judíos no fueron
tratados “ni peor ni mejor que sus vecinos cristianos.”[7]
La realidad es
que los judíos fueron no sólo respetados, sino también favorecidos por las
tropas católicas imperiales primero y posteriormente por los ejércitos
protestantes suecos. La población católica y la protestante, padeció hambre,
enfermedades, saqueos y asesinatos a manos de los ejércitos que ocupaban sus
tierras, sobre todo por parte de las tropas mercenarias que ambos bandos
utilizaban con profusión. Sin embargo, las mismas tropas que perpetraban
atrocidades inimaginables contra la población cristiana, recibían órdenes concluyentes
de no tocar a los judíos del lugar. Ni tan siquiera eran reclutados a la
fuerza, como se hacía a menudo con los campesinos cristianos, para servir en
los ejércitos ¿Por qué?
Este
descomunal enfrentamiento que afectó a todas las grandes potencias europeas y
que se desarrolló básicamente sobre suelo alemán durante un período de tiempo
tan largo, obligó a los contendientes a consumir enormes cantidades de recursos
de forma prolongada. Las principales extensiones agrícolas y ganaderas del
Este, controladas entonces por la boyante mancomunidad Polaco-Lituana, estaban,
como ya vimos, administradas y gestionadas por judíos al servicio de los nobles
polacos. Y los judíos de Centroeuropa mantenían estrechos lazos comerciales con
sus correligionarios de Polonia y Ucrania. Como consecuencia de la guerra por
toda Alemania, las incautaciones, los saqueos y la destrucción, originaron una
escasez creciente de alimentos, animales y materiales y al mismo tiempo, de
dinero para adquirirlos. Pero los judíos alemanes se encontraban en el momento
y en el lugar adecuados para suministrar a los ejércitos todo lo que
necesitaban y a los príncipes la financiación para pagarlo. Tanto a los
católicos, como a los protestantes. Como señala Paul Johnson,
“Los judíos, con su extraordinaria
capacidad para echar mano de los suministros escasos y obtener dinero líquido
en un mundo sombrío y hostil, pronto llegaron a ser indispensables para todos
los bandos. Cuando los suecos hicieron retroceder la marea católica, y la
mayoría de los judíos alemanes se vio sometida al dominio luterano, al
principio se castigó a los judíos con préstamos forzosos, pero al cabo de un
año los judíos estaban trabajando como contratistas principales del ejército
sueco.”
“Con el correr del tiempo,
a medida que más y más potencias europeas intervinieron en la lucha, los judíos
de Renania y Alsacia, de Bohemia y Viena, abastecían a todos.”[8]
¿Cómo pudieron
los judíos convertirse en los principales beneficiarios de esta espantosa y
larga guerra? En general los historiadores judíos (y sus admiradores gentiles),
si bien reconocen el hecho, apenas se detienen a explicar el “modus operandi”
que los judíos ponían en práctica para lucrarse de forma tan grosera en medio
de una situación de caos, miseria y violencia extrema. Como suelen insistir en
que los judíos, desde antiguo, se dedicaban al préstamo a interés por
imposición de los cristianos, encuentran muy difícil explicar cómo, atrapados
en el centro de una guerra devastadora, pudieron prosperar espectacularmente ¿Acaso
los ejércitos luteranos e imperiales también les obligaban a venderles
suministros a precios desorbitados? Porque no deja de resultar curiosa la manía
que según los judíos, tenemos los gentiles de obligarles, contra su voluntad, a
hacerse inmensamente ricos. La realidad es que las comunidades judías
centroeuropeas, que como ya vimos habían prosperado enormemente gracias al
comercio y por supuesto también a la práctica regular de la usura, tenían
dinero en efectivo y contactos estrechos con los judíos de Polonia, que, a
sueldo de los nobles, regentaban y explotaban las gigantescas extensiones
agrícolas y ganaderas de Polonia y Ucrania, zonas que por entonces, permanecían
al margen de la guerra y a salvo de la destrucción. Cuando los ejércitos pedían
caballos, alimentos, forraje… los judíos eran casi los únicos que, en medio del
caos, mantenían abiertas sus redes comerciales. Y, a medida que obtenían
mayores beneficios, podían comprar también los escasos bienes disponibles en
los mercados de Centroeuropa, pagando por ellos más que nadie, en la seguridad
de que, a su vez, ellos se los podrían vender aún más caros a los ejércitos.
Por ejemplo, en Suiza, que se encontraba al margen de la guerra, los judíos se
concentraron en las poblaciones fronterizas para vender caballos, ganado y
forraje a las guarniciones de Alemania colindantes. Como señala Jonathan I.
Israel (casi de pasada, y sin extraer ninguna conclusión del hecho), en 1637
los judíos fueron expulsados de Basilea, después de haber acaparado, comprando
a precios altos, enormes cantidades de grano y forraje, de forma que provocaron
un aumento brutal - y artificial - de los precios de los principales alimentos
de primera necesidad. Esta actividad especulativa les hizo ricos, pero en
muchos casos, su capacidad para acaparar productos y manipular precios, perjudicó
aún más a muchos gentiles pobres que ya vivían en condiciones penosas por culpa
de la guerra.
Estas actividades
abrieron las puertas de las cortes de los príncipes alemanes a muchos de estos judíos,
que acabarían siendo conocidos como “hofjuden” o judíos de corte durante el siglo XVIII y a su
vez darían lugar a las famosas sagas de banqueros judíos a partir del XIX. Como
apunta Jonathan I. Israel, se anuncia un cambio de ciclo,
“la década de los 40 del
siglo XVII marcó el comienzo de una mayor participación de los judíos en la
artesanía, las finanzas de Estado y el aprovisionamiento a gran escala de marial
bélico, que iban a constituir el núcleo de sus actividades en Europa hasta mediado
el siglo XVIII.”[9]
Algo que tampoco
se le escapa a Jacques Attali,
“En 1648, al salir de la guerra
de los Treinta Años, en Europa central, el sistema de las corporaciones ha muerto;
la Hansa perdió su importancia; las asociaciones se esfumaron. Los judíos hacen
irrupción entonces en el artesanado y la industria.”
“Otro mito que se destruye:
los judíos no se atrincheran voluntariamente en el comercio y la banca; en cuanto
desaparecen las corporaciones, en cuanto se borran las coerciones religiosas,
también vienen a trabajar en lo que todavía no se llama industria.”[10]
Si bien es cierto,
como estamos viendo, que la Guerra de los Treinta Años favoreció el ascenso de
los judíos a un nivel de integración en la vida económica europea mucho más alto
del que habían tenido hasta entonces, no es tan cierto que se dedicasen a la actividad
industrial de forma generalizada. Sí ocurrió en cambio, que el fin del gremialismo
cristiano, arrasado en gran medida por la actividad económica de los judíos en
esa época convulsa, facilitó el triunfo de un modelo económico nuevo en el que
los judíos eran protagonistas y al que se sumaron con éxito los cristianos calvinistas:
el capitalismo.
[1] Jonathan I. Israel, op.cit., p. 79.
[2] Shmuel Ettinger - H.H. Ben Sasson, op. cit., p. 876.
[3] Paul Johnson, op.
cit., p. 261.
[4] Paul Johnson, op. cit., p. 321.
[5] Jonathan I. Israel, op.cit., p. 123.
[6] Paul Johnson, op.
cit., p. 260.
[7] Jonathan I. Israel, op.cit., p. 122.
[8] Paul Johnson, op.
cit., pp. 260-261.
[9] Jonathan I. Israel, op.cit., pp. 135-136.
[10] Attali, op. cit., p. 248.
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