Los judíos y los calvinistas, el capitalismo y el fin del mundo antiguo
Max Weber y Werner Sombart
En 1903 el intelectual alemán Max Weber en su
emblemática obra “La ética protestante y
el espíritu del capitalismo”[1]
atribuyó a la ética emanada del calvinismo el origen de la mentalidad que generó
el modelo económico capitalista. Este ensayo, que a pocos dejó indiferentes,
generó debates y polémicas que llegan a la actualidad. Para Weber, la actitud ante
la vida que generó la teología calvinista forjó sociedades alejadas del
pensamiento generado por el catolicismo, y fue en estas sociedades de
individuos reconciliados con el dinero, la riqueza y el beneficio, en las que
se destruyó la economía tradicional asociada a los estamentos y a los gremios y
se sustituyó por un nuevo modelo, basado en una concepción del trabajo como una
actividad central de la vida y orientada, no a obtener lo razonable para vivir,
sino a conseguir lucro y riqueza sin límite.
En 1911, el ilustre
sociólogo Werner Sombart publicó un ensayo como respuesta a la teoría de Weber
(del que era amigo), titulado “Los judíos
y el capitalismo moderno”[2].
Para Sombart, no había sido la ética calvinista la enterradora de las formas
económicas tradicionales y la impulsora del nuevo modelo capitalista. Los
impulsores de esta revolución habían sido los judíos. Tradicionalmente
excluidos del sistema económico gremial, según Sombart, fueron ellos los que
introdujeron las nuevas formas y relaciones económicas que darían lugar al
capitalismo moderno.
En 2002, el economista
judío-francés Jacques Attali escribió la obra a la que me he referido varias
veces a lo largo de este ensayo, “Los
judíos, el mundo y el dinero”. Para Attali, los judíos contribuyeron de
forma decisiva a lo largo de la Historia al desarrollo de prácticas y
relaciones comerciales y financieras que
desembocaron en la economía del mundo moderno occidental. Curiosamente a Attali
no le gusta la tesis de Weber, para quien los judíos apenas contribuyeron al
desarrollo del capitalismo moderno, pues sus innovaciones nunca pasaron de
constituir una especie de “capitalismo paria e irracional”. Pero, tampoco le
convence la teoría de Sombart, que atribuye a los judíos la responsabilidad
exclusiva de la destrucción del modelo económico tradicional católico y su
sustitución por el modelo capitalista moderno.
“El debate, rápidamente
lanzado alrededor de su imponente obra, hace reconocer a Max Weber como el
mayor sociólogo de su época. Y todavía hoy muchos citan con respeto esa suma de
ignorancia e ingenuidad, sin ver que – con Marx, a quien detestaba – es una de
las principales fuentes del antisemitismo alemán.
En 1911, otro universitario
alemán, mucho más marginal, el historiador y economista Werner Sombart, le
responde con “Los judíos y la vida económica”, donde pretende rehabilitar el
papel de estos últimos en el nacimiento del capitalismo: de hecho se trata de
otra caricatura, más desmesurada todavía que la de Weber o la de Marx. Para
Sombart – en ello coincide con Marx y discrepa con Weber – los judíos
inventaron el capitalismo; pero para Sombart, como para Weber, la moral judía
no constituye el fundamento sino de uno de los capitalismos: el propio de la
especulación financiera.
Sombart habla de los
judíos sin decir casi nada acerca de su estatus de prestamistas forzados, de la
expoliación multisecular de su ahorro, de la obligación en que se vieron de
disimular todo su patrimonio, de la obsesión antijudaica de la Iglesia y de los
príncipes, de la ética solidaria y exigente del Talmud, de su papel en la
innovación industrial.”[3]
A Attali y a
los judíos en general, les gusta que los autores gentiles reconozcan todo lo
mucho bueno que (según ellos) los judíos han aportado al desarrollo y al
progreso de la humanidad. Sin embargo, se rasgan las vestiduras cuando se
atribuye a los judíos más importancia de la que ellos consideran que se les
debe atribuir o cuando se achaca a los judíos la responsabilidad de algún
acontecimiento negativo. Entonces se incurre de lleno en el terrible pecado del
antisemitismo, que tanto puede consistir en decir que los judíos no aportan
gran cosa a una determinada actividad en un determinado período o,
paradójicamente, en decir lo contrario, es decir, que resultan decisivos. Weber
incurrió en el primer pecado, Sombart en el segundo. De forma, que dos de los
más grandes intelectuales en el campo de la Historia y el de la Sociología,
unánimemente reconocidos por la comunidad académica de su época y por la
actual, se convierten para los judíos como Attali, un autor de infinita menos
talla intelectual que cualquiera de ellos, en “ignorante e ingenuo” el
primero, en “marginal” el segundo… y en
antisemitas ambos.
El hecho de que
Weber y Sombart coincidiesen en reconocer a los judíos cierto protagonismo en
el capitalismo especulativo y aventurero y se lo negasen en el capitalismo
industrial, por mucho que moleste a Attali y a sus hermanos, no es más que la
constatación de una realidad absolutamente incuestionable. La diferencia entre
ambos radica en que para Weber, el auténtico capitalismo debe su desarrollo a
la ética calvinista, siendo el papel de los judíos marginal, mientras que para
Sombart, son los judíos los auténticos padres de la criatura.
La realidad es
que el sistema económico tradicional-gremial-estamental llevaba conviviendo
desde la Edad Media con las prácticas capitalistas de los judíos sin que éstas
hubiesen podido mellar en lo sustancial sus fundamentos. Las prácticas judías,
toleradas y fomentadas casi exclusivamente por reyes, príncipes y grandes
señores en su exclusivo beneficio (y en el de los judíos que tomaban como
consejeros, financieros y recaudadores), eran absolutamente despreciadas por
las masas cristiano-católicas, los
campesinos, los artesanos, los comerciantes, los concejos de pueblos, villas y
ciudades, el bajo clero… Estas prácticas judaicas y las de la economía general
del mundo cristiano eran en gran medida compartimentos estancos. Los judíos
despreciaban la forma de actuar de los cristianos tanto como éstos despreciaban
la de aquellos. El andamiaje sobre el que se sustentaba el modelo económico
cristiano apenas resultaba contaminado por las prácticas de los judíos que eran
visceralmente mal vistas por la inmensa mayoría de la sociedad. Los judíos se
situaban al margen de la vida económica cristiana y la escasa influencia que
ejercían sobre ella era, además, considerada como negativa. Los judíos no eran
más que minorías de individuos infieles, tolerados en mayor o menor medida
según el momento y el lugar, pero rechazados por la sociedad y en general
despreciados. Y por lo tanto, su
capacidad para cambiar las reglas del sistema desde esta posición exógena y
marginal era mínima. Recurrir a la usura de los prestamistas judíos no era algo
de lo que un cristiano se sentía orgulloso. Nadie acudía al préstamo a interés
de buena gana y con la conciencia limpia. Las prácticas económicas judías,
netamente capitalistas, constituían un universo aparte respecto al cual existía
un consenso en considerarlas nocivas. Pero, con la herejía protestante y su
expansión por media Europa, este consenso se quebró y la división de la
cristiandad fue la cuña a través de la cual las prácticas económicas judaicas
comenzarían de verdad a contaminar al mundo cristiano, hasta que, en un lento
proceso que llega hasta hoy, éste acabó asumiéndolas como propias.
¿Cómo era el
sistema económico cristiano-católico que los judíos contribuyeron decisivamente
a destruir? Era un sistema basado en reglas tradicionales emanadas de la ética
católica. Los artesanos y comerciantes trabajaban para vivir decorosamente,
pero no hacían del trabajo un fin en sí mismo ni concebían su actividad
profesional como un medio para obtener riquezas y beneficios ilimitados. Las
prácticas económicas se basaban en relaciones fundamentadas en la tradición y
en la costumbre, según eran percibidas por los estamentos y las instituciones
de la sociedad, los gremios y los concejos. Artesanos y comerciantes trabajaban
las horas justas para obtener lo necesario para vivir dignamente. En su
mentalidad no cabía la idea de sustraer tiempo al ocio habitual ni a los días
festivos, para aumentar la producción o cerrar más operaciones comerciales de
las necesarias. Ni tampoco la idea de competir con otros artesanos o
comerciantes de los alrededores. Cada uno tenía sus clientes habituales y no
aspiraba a conseguir más a costa de sustraérselos a otro. Y cada uno debía
circunscribir su actividad profesional a su localidad y no intentar salir de
ella ampliando su negocio a las localidades vecinas. Tampoco se consideraba
ético salir a la “caza” del cliente. El comerciante debía permanecer en su
establecimiento y vender al cliente que entraba en él. Las prácticas agresivas
de captación de clientes saliendo en su busca para ofrecerles productos en las
calles o visitándolos en sus domicilios era algo absolutamente fuera de lugar. La
competencia era una práctica considerada desleal. Y lo mismo cabe decir de
utilizar los precios como reclamo para vender más. Las mercancías valían lo que
valían y los precios eran los que tanto los vendedores como los compradores
consideraban justos según la tradición y la costumbre del lugar. Bajar los
precios para vender más y captar clientes de otros vendedores era igualmente
una práctica deshonrosa. La estabilidad de precios era un valor que había que
respetar y conservar. La norma central era contentarse con unas ganancias
justas, las necesarias para mantener el nivel de vida digno que correspondía al
estatus de la persona según la tradición y las costumbres locales, emanadas de
la ética católica. El trabajo no era más que un medio al que había que dedicar
el tiempo estrictamente necesario para alcanzar este fin. Trabajar más y
competir mejor para ampliar la cartera de clientes a expensas de otros colegas
y expandir el negocio fuera de sus límites habituales para obtener cada vez más
beneficios, sólo podía conducir a romper el equilibrio sobre el que se
sustentaba la sociedad y a generar desigualdades y conflictos permanentes. El
mayor valor no era la acumulación de riqueza a cambio de esfuerzo y riesgo,
sino la existencia tranquila en un entorno de seguridad. Según Sombart,
“Éste fue el mundo que los judíos asaltaron. En
cada etapa actuaron contra los principios del orden económico. Esto resulta
bastante evidente a la luz de las quejas unánimes de los comerciantes
cristianos en todas partes.”[4]
No obstante,
ni Weber ni Sombart aciertan en su análisis. Y mucho menos aún Attali. Las prácticas
económicas de los judíos eran capitalistas cuando el capitalismo era algo
despreciado por el mundo cristiano-católico. Pero, para imponerse, necesitaban
un cambio de paradigma en la cristiandad, y la herejía protestante se lo dio.
El calvinismo fue el terreno abonado sobre el que germinó el capitalismo judío.
Ocurre que tanto Weber como Sombart eran alemanes luteranos y en consecuencia,
ambos sentían poco respeto por el judaísmo. Para Weber, el capitalismo fue algo
positivo, para Sombart, no tanto. Por lo tanto, el primero restó protagonismo a
los judíos y el segundo se lo otorgó en
exceso.
La realidad es
que la respuesta a la pregunta por el origen del fin del mundo antiguo es
evidente: la simbiosis calvinismo-judaísmo.
Llevo bastante tiempo buscando una historia completa del pueblo judío desde los tiempos de Abraham, y me alegra haber encontrado tu recopilación sobre este pueblo. Creo que es bastante objetiva y llena de datos históricos, lo que exactamente buscaba. Hecho en falta la historia judía desde el siglo XVI hasta la actualidad, pues he estado buscando en tu blog y el último que he encontrado ha sido el capítulo XXIII. Espero que tengas previsto poner más información sobre la historia de este apasionante pueblo. Debo decir que estoy recopilando datos sobre ellos para un libro de historia-ficción, en el que los judíos son unos de los principales protagonistas. El primer libro que escribí, que no era exclusivamente sobre ellos, pero sí que me sirvieron de hilo conductor pra mi historia, se llama "Las Putas del Holandés", el cual publiqué en Ámazon en Octubre del 2012.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por tu inestimable obra.
Pablo F. Campos.