Los
judíos, como hacen tan a menudo, utilizan un doble lenguaje a la hora de hablar
del espinoso asunto del cristianismo y de su fundador. En su discurso público
hacia el mundo exterior hablan de Cristo como un judío que se apartó de la
ortodoxia yahvista, pero al que respetan como hombre piadoso y
bienintencionado. Sin embargo, en su sagrado Talmud vierten todo tipo de
improperios hacia Jesús, hacia la Virgen
María y en general hacia los cristianos. Y sus rabinos
enseñan a los niños a despreciar a Cristo y a los cristianos en las escuelas
talmúdicas[1]. El enorme poder mediático
de estos sujetos ha conseguido que casi todos los cristianos se crean el primer
discurso, que es el falaz y que ignoren el segundo, que es el sincero.
La
doctrina oficial de la Iglesia
durante siglos afirmó, desde el punto de vista histórico y sin ningún tipo de
reparo, la responsabilidad de los judíos en la pasión y muerte de Cristo. Sin
embargo, por uno de esos estúpidos complejos de corrección política emanados
del lamentable Concilio Vaticano II, a partir de los años sesenta ha dado un
giro total y ahora define a estos individuos tan hostiles y sectarios, como los
hermanos mayores de los cristianos.
En
concreto, los historiadores judíos y los gentiles filosemitas, achacan la
responsabilidad de la muerte y pasión de Cristo a las autoridades romanas y
aseguran que los relatos de los evangelistas en este punto son falsos. Sus
argumentos son a la vez tendenciosos y fútiles. Los analizamos con cierto detenimiento.
Los
Evangelios dicen que Jesús fue condenado durante la pascua judía, Pesaj, y que
fue llevado ante el sanedrín de noche. Los judíos aducen que esto es imposible
puesto que el sanedrín nunca se reunía en las festividades hebreas y tampoco de
noche. En consecuencia, según ellos, los evangelistas mintieron. Por otra
parte, le dan gran importancia a la famosa inscripción de INRI que fue colocada
en la parte superior de la cruz. Según ellos demuestra que realmente fueron los
romanos quienes ejecutaron a Cristo por haberse proclamado rey de los judíos
desafiando así la autoridad del César. No deja de resultar paradójico que el
relato de los Evangelios les parezca tan falso para un caso y tan fiable para
el otro. También aseguran, como ya hemos comentado, que el sanedrín, en esa
época, no podía condenar a muerte pues solo el procurador romano podía hacerlo.
Y rematan la faena señalando que la crucifixión era un castigo típicamente
romano.
Todo
este razonamiento es, si se me permite la expresión, una trampa saducea. La
historia de cuándo puede y no puede reunirse el sanedrín fue codificada en la Misná por los rabinos
fariseos casi dos siglos después de estos hechos. Cuando Cristo fue condenado
el sanedrín se regía por la Torá ,
según la doctrina saducea y no aplicaba los preceptos de un código entonces
inexistente y que redactaron sus rivales los fariseos. Por otra parte, lo único
que sabemos con certeza acerca de la competencia del sanedrín para condenar a
muerte en aquella época, es que sí la tenía. Lo que es realmente dudoso es si
la tuvo de forma permanente o discontinua, si la tuvo para unos casos sí y para
otros no o si la tuvo pero bajo la supervisión de los romanos para cada caso…
No existen datos históricos concretos que permitan precisar estos extremos pero
sí los hay que confirman que el sanedrín ordenó ejecuciones y que éstas se
produjeron[2]. En la obra ya citada de
Historia del Pueblo Judío, Menahem Stern hace una descripción muy seria de este
polémico asunto:
“No obstante,
a veces, tenemos la impresión de que los judíos solían juzgar delitos de pena
capital. Un estudio comparativo de las fuentes permite sacar las siguientes
conclusiones; 1) en principio, la jurisdicción de lo criminal fue efectivamente
transferida de las instituciones judías a la administración romana; 2) en los
casos que se relacionaban directamente con la profanación del Templo el
sanedrín tenía derecho a dictar sentencia de muerte, aunque incluso ahí había
una cierta supervisión a cargo de representantes de la administración romana;
3) el grado de supervisión variaba de acuerdo con las circunstancias: con un
gobernador como Pilatos era más estricto que con gobernadores menos agresivos,
y en situaciones más favorables los judíos podían dar un interpretación más
amplia a sus atribuciones residuales con respecto a la pena capital e incluir
las infracciones religiosas relacionadas sólo indirectamente con el Templo; 4)
a veces las autoridades romanas autorizaban voluntariamente al sanedrín y al
sumo sacerdote a juzgar delitos de pena capital incluso en cuestiones que no
tenían relación alguna con el Templo y el culto.”[3]
Resulta muy interesante el
cuadro que este profesor israelí nos dibuja. El sanedrín dictaba sentencias de
muerte, pero no siempre se cumplían porque los romanos podían vetarlas. Con
procuradores laxos, el sanedrín podía ejecutar con más libertad. Con
procuradores más estrictos, como Pilatos, la conveniencia de las ejecuciones
era supervisada. La responsabilidad de los romanos se limitaba a impedir los
excesos del sanedrín y a evitar que las ejecuciones pudiesen alterar el orden
público. Y, como hemos visto, uno de los asuntos en los que el sanedrín
intentaba siempre conservar el ius gladii era el de la profanación del templo.
Y éste fue el motivo principal por el que Cristo fue asesinado. Por otra parte,
sabemos por Flavio Josefo que el rey judío Alejandro Janeo, más de un siglo
antes, había crucificado a ochocientos fariseos durante la guerra civil de
Judea. Luego la crucifixión no era, evidentemente, un castigo exclusivamente
romano.
También
resulta paradójico que mientras los historiadores judíos que escriben para los
gentiles se esfuercen en estas piruetas historiográficas falsas y
contradictorias, los judíos piadosos se recreen en sus textos sagrados en el
insulto a Jesús y a sus seguidores y en la reivindicación de su muerte. En el
tratado talmúdico “sanedrín” se afirma que Jesús era un hechicero que seducía a
Israel y lo llevaba a la perdición y que por esa razón fue colgado la víspera
de Pascua. En este texto sagrado yahvista, recordemos, plenamente vigente en la
actualidad para los judíos, hay una evidente justificación de la crucifixión de
Cristo.
“La víspera de Pascua
colgaron a Jesús y el heraldo estuvo ante él cuarenta días, diciendo: va a ser
lapidado, porque practicó la brujería y la seducción y conducía a Israel por el
mal camino. Todo el que pueda decir algo en su defensa, que venga y lo
defienda. Pero no hubo nada que pudiera esgrimirse en defensa suya, y lo
colgaron la víspera de Pascua.”[4]
Dejando de lado
las evidentes diferencias entre el relato evangélico y el talmúdico, lo
importante de éste es que reivindica para los judíos con orgullo la
responsabilidad de la muerte de Jesús de Nazaret. Responsabilidad que, en
cambio, intentan trasladar a los romanos cuando hablan o escriben para el
público gentil.
A la
vista de todo lo expuesto, podemos aventurar una recreación histórica de los
acontecimientos que llevaron a la condena de Jesús.
Ya
hemos visto la importancia que tenía para la aristocracia yahvista el tinglado
del Templo de Jerusalén y cómo el control del mismo había provocado terribles
enfrentamientos durante siglos. Jesucristo llevaba tiempo predicando por las
tierras de los judíos sin que las autoridades religiosas se preocupasen mucho
por él. Sin embargo, su llegada a Jerusalén en vísperas de la pascua creó gran
expectación y una cierta tensión en las calles. Por la Historia sabemos que casi
todos los estallidos de violencia en Judea se originaban en Jerusalén y casi
siempre por cuestiones relacionadas con el templo. Los procuradores romanos ya
habían comprobado que la efervescencia religiosa de la ciudad la convertía en
un volcán que podía entrar en erupción en cualquier momento. La irrupción de
Jesús en el templo expulsando enérgicamente a los mercaderes, prestamistas y
cambistas selló su suerte. Él, obviamente lo sabía. Por eso había acudido a
Jerusalén. La aristocracia yahvista se alarmó. ¿Quién era ese impertinente
galileo recién llegado que osaba desafiar así el estatus de la casta dirigente?
¿Qué podía ocurrir si sus prédicas contra la corrupción de las autoridades
calaban en el pueblo y si su ejemplo llegaba a cundir? Dice un viejo aforismo
castellano que con las cosas de comer no se juega, y esto es exactamente lo que
pensaron los miembros del sanedrín. Prendieron Cristo, le hicieron comparecer
de noche ante ellos y le acusaron de blasfemo pero, conscientes de que esto
pudiera no bastar para que los romanos autorizaran una ejecución, decidieron
acusarle de conspirar para provocar un levantamiento contra Roma con la
intención de proclamarse rey de los judíos. Los tres evangelios sinópticos, que
no siempre coinciden en la narración de los hechos, en cambio no dejan lugar a
dudas en lo referente a este episodio. Como ejemplo, podemos leer en Lucas lo
que sigue:
“Entrando en el templo,
comenzó a echar a los vendedores, diciéndoles: Escrito está: Y será mi casa
casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.
Enseñaba cada día en el templo; pero los príncipes de los sacerdotes y los
escribas, así como los primates del pueblo, buscaban perderle, y no sabían qué
hacer porque el pueblo todo estaba pendiente de Él escuchándole.”[5]
Mateo
y Marcos lo relatan de forma muy parecida. Los acontecimientos posteriores
dejan bien claro que los romanos decidieron autorizar la ejecución, no por
miedo a que Cristo promoviese un levantamiento, sino por miedo a que lo hiciese
el sanedrín si la ejecución no se efectuaba.
Por
si alguien pudiese aún albergar dudas acerca de la responsabilidad de las
autoridades yahvistas, conviene recordar unos hechos que los historiadores
judíos sistemáticamente olvidan. El sanedrín no se conformó con la muerte de
Jesús y en los años siguientes continuó asesinando a sus seguidores como
demuestran las ejecuciones de Esteban, y las de los dos Santiagos[6], en las que no
intervinieron en absoluto las autoridades romanas. Conviene repasar las
circunstancias concretas de estos hechos puesto que los historiadores judíos
que niegan la responsabilidad del sanedrín en la muerte de Cristo siempre pasan
por alto estas otras muertes. Como si no hubiesen existido. Un ejemplo extraído
de entre muchos otros posibles es el somero y mendaz relato que el erudito
judeo-francés Jacques Attali ofrece en su obra ya mencionada:
“Las sectas se
multiplican. La espera del Mesías se hace cada vez más ferviente. Entre muchos
otros, Joshúa, Jesús de Nazaret, rabí, predica el amor al prójimo y la vanidad
de las riquezas. Retomando lo que se dice en la Torá, del sermón de la montaña
al “Shabat hecho para el hombre”, de la apología de la no violencia al precepto
de “amar al prójimo como a sí mismo”, deja entender que recibe su autoridad de
Dios, echa a los comerciantes del atrio del Templo, cuya próxima destrucción
anuncia. Las autoridades romanas y el Sanedrín quieren hacerlo callar, como a
todos aquellos que hablan alto. Jesús de Nazaret es ejecutado por los romanos
un día de Pascua, Su muerte pasa más o menos inadvertida hasta que sus
compañeros anuncian su resurrección, tres días más tarde.”[7]
Este
pasaje es absolutamente típico del doble lenguaje de los judíos. Por un lado
insiste en que las enseñanzas de Jesús no son más que repeticiones de preceptos
de la ley judía, de la Torá, tratando de restarles originalidad y de que el
lector poco avezado se crea que eso de “amar al prójimo como uno mismo” está en
las bases del judaísmo. La realidad es que Jesús universalizó ese precepto, que
para los judíos sólo regía – y sigue rigiendo – entre ellos, lo que resulta un
“detalle” fundamental para comprender hasta qué punto Cristo funda una nueva
religión que se aparta de la Alianza exclusiva de Yahvé con un único pueblo
para extenderla a toda la humanidad. Algo que a los integrantes del “pueblo
elegido” ni les gustó entonces ni les gusta hoy. También resulta pintoresca la
idea que desliza de que tanto el sanedrín como los romanos querían hacer callar
a Jesús, pero fueron estos últimos quienes lo ejecutaron. Y finalmente, deja
caer como quien no quiere la cosa, que su muerte pasó inadvertida y que si
finalmente su predicación se convirtió en una nueva religión fue porque sus
seguidores hicieron correr el bulo de que había resucitado. Y, a partir de ahí,
ni una sola palabra acerca de las persecuciones posteriores de cristianos a
manos de los judíos. Párrafos de este tipo, se encuentran en casi la totalidad
de los ensayos sobre Historia escritos por profesores judíos.
Pero
sigamos con lo que aconteció en Judea después de la ejecución de Jesucristo,
aunque ni a Jacques Attali ni a los historiadores hebreos les merezca un mínimo
de atención.
Esteban,
un cristiano de cultura helénica, como Pablo de Tarso, es considerado el
protomártir de la Iglesia. Sus
predicaciones cristianas provocaron que fuese llevado ante el sanedrín, acusado
de blasfemia y lapidado a las afueras de Jerusalén. Esta ejecución no está
datada con exactitud pero la presencia entre la turba asesina de Pablo de Tarso
nos permite asegurar que debió acontecer en torno al año 35 pues la conversión
de éste al cristianismo tuvo lugar en el 36. Esta ejecución fue el principio de
una sañuda persecución de seguidores de Cristo a manos de los yahvistas. César
Vidal, historiador rabiosamente favorable a los judíos, describe a la
perfección de qué se trataba:
“A partir de ahí (Hch 8,
1 ss.) se desencadenaría una persecución contra los judeo-cristianos de la que
no estuvo ausente una violencia a la que no cabe atribuir otra finalidad que el
puro y simple exterminio de un movimiento que estaba demostrando una capacidad
de resistencia considerablemente mayor de lo esperado.”[8]
Muchos primeros
cristianos corrieron la misma suerte que San Esteban. San Pablo, antes de su
conversión, se dirigía a Siria con un mandamiento del sumo sacerdote para
detener a los cristianos y llevarlos al patíbulo en Jerusalén. Muchos se
exiliaron, particularmente los judeo-cristianos de cultura helenística. Sí
sabemos que Santiago el Mayor fue asesinado en el 44 por las autoridades judías[9] y que lo mismo le ocurrió
a Santiago el Menor hacia el año 62. Si el martirio del primero aparece
recogido en los Hechos de los Apóstoles[10], el del segundo lo
conocemos por la obra de Flavio Josefo Antigüedades
Judías. Como parece lógico que San Lucas habría relatado este suceso en los
Hechos de los Apóstoles de haberlo
conocido, resulta fácil suponer que los escribió antes del 62.
Flavio Josefo
explica las circunstancias de la condena y ejecución de Santiago el Menor, que
era a la sazón, la cabeza de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 62
el procurador Festo falleció. El sanedrín aprovechó el vacío de poder que se
produjo hasta la llegada del nuevo procurador para asesinar a Santiago.
“Ananías
era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento
propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no
había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús,
quien era llamado Cristo,
y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para
que fueran apedreados.”[11]
De
todo lo expuesto resulta evidente que los judíos no sólo instigaron a los
romanos a ejecutar la condena que ellos habían pronunciado contra Cristo, sino
que, siempre que pudieron, de espaldas a los romanos, acogiéndose a sus
prerrogativas para asuntos religiosos o con cualquier otro subterfugio,
aprovecharon la más mínima oportunidad para exterminar a los seguidores de
Jesucristo.
Si este exterminio finalmente no se consumó,
se debió, paradójicamente a la autoridad de Roma. Los judíos no podían
desencadenar una matanza abierta y masiva sin que los romanos interviniesen. En
definitiva, el sanedrín asesinó a todos los cristianos que pudo, pero no a
todos los que quiso. La presencia romana en Judea evitó el exterminio de la
incipiente comunidad de seguidores de Cristo.
Esta
parte de la Historia
tiene su importancia, porque los judíos siempre se han quejado de la
intolerancia de los cristianos cuando éstos se convirtieron en la religión
mayoritaria del Imperio. Con su victimismo habitual siempre han intentado que
los cristianos de espíritu débil o memoria frágil, se compadeciesen de ellos.
Pero no conviene olvidar que, si en el siglo I no hubiese existido un poder por
encima del sanedrín, éste habría exterminado físicamente y con saña a todos los
seguidores de ese hechicero hereje y blasfemo que para ellos fue y sigue siendo
Jesús de Nazaret.
[1] En
distintos pasajes del Talmud se habla de la virgen María como una prostituta
que prestaba sus servicios a los romanos, de Cristo como un hechicero malvado
que llevaba a los judíos a la perdición y como un pecador que ha terminado en
el infierno entre excrementos en ebullición. Otros textos y preceptos
talmúdicos obligan a los judíos a maldecir a los cristianos cuando pasan cerca
de una iglesia, a engañarles en los negocios, a no prestarles auxilio de ningún
tipo en sábado incluso si se hallasen en peligro de muerte, a no comer
alimentos contaminados por el contacto de algún gentil, etc. La lista es
interminable.
[2] Como
veremos más adelante, varios destacados dirigentes de la primera comunidad
cristiana de Jerusalén y un número indeterminado de cristianos anónimos fueron
ejecutados por el sanedrín después de la muerte de Cristo. Sabemos que los
romanos no intervinieron en estas ejecuciones. Por lo tanto resulta obvio que,
al menos en algunos casos o circunstancias concretas, el sanedrín sí podía
condenar a muerte. O bien podía hacerlo a espaldas de los romanos. No existen,
sin embargo, documentos históricos que aclaren suficientemente estos extremos.
[3] Menahem Stern, Op Cit, Vol.I, p. 295.
[4] Talmud, tratado Sanh 43ª,
baraita.
[5] Lc 19, 45-48
El negocio de la venta de
animales para el sacrificio era uno de los muchos privilegios de la casta
aristocrática del templo. La Torá y posteriormente el Talmud prohibían
sacrificar animales defectuosos a Yahvé. (En los primeros capítulos del
Levítico – Vaikra para los judíos - se insiste en que los animales para el
sacrificio sean “inmaculados” y el precepto positivo número 61 lo confirma).
Los judíos que querían ofrendar animales en el templo podían llevarlos de sus
granjas, pero los funcionarios del templo debían examinarlos para asegurarse de
que no eran defectuosos, y por lo tanto desagradables a Yahvé. Cualquier
pretexto servía para rechazar el animal por defectuoso. Pero entonces, al
desdichado judío cuyo animal había sido rechazado, se le ofrecía la oportunidad
de comprar a un precio elevadísimo alguno de los que, casualmente, vendían a la
entrada unos mercaderes que a su vez pagaban a la aristocracia del templo por
este derecho. Como la Torá también prohíbe el culto a las imágenes, las monedas
acuñadas con efigies de personas estaban prohibidas, así que había que
cambiarlas. Por eso, también muy oportunamente, unos cambistas, cobrando una
sustanciosa comisión, se ocupaban del cambio. Todo estaba organizado de una
manera muy lucrativa. Y Cristo, arrasó este tinglado con santa indignación y
con las consecuencias que ya sabemos.
[6] Como
hubo dos Santiagos entre los primeros discípulos de Cristo, se suele hablar de
Santiago el Mayor o Santiago el de Zebedeo para el que se convirtió en Santo
Patrón de España y que fue asesinado en el 44 y de Santiago el Menor o Santiago
el de Alfeo para el que dirigió la comunidad cristiana jerosolimitana hasta su
martirio hacia el año 60.
[7] Jacques Attali, op. cit., p. 72.
[8] César
Vidal Manzanares, El judeo-cristianismo
palestino en el siglo I. De Pentecostés a Jamnia. Trotta, 1995, p. 134.
[9] Hubo
en Palestina una breve vuelta a la monarquía tutelada por Roma. En el año 41
Claudio fue nombrado emperador a la muerte de Calígula. Agripa, un nieto de
Herodes el Grande residente en Roma era un partidario de Claudio y éste decidió
recompensarle nombrándole rey de Judea. Pero este paréntesis fue breve, pues
tres años después, en el 44, Agripa murió y Judea volvió a quedar bajo el
control directo de los procuradores romanos. Bajo el breve mandato de Agripa
fue ejecutado Santiago el Mayor.
[10] Hch 12, 2.
[11] Flavio Josefo, Antigüedades judías.
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