Ayer fue Victoria Prego en su
columna de “El Mundo”, hace unas semanas Luis María Anson en la suya de “ABC”. Ambos
coincidían en que España se hunde y en que la causa de esta situación ha sido
la claudicante actitud de los gobiernos de España frente al separatismo desde
el advenimiento de la democracia. Cada vez son más los “sesudos” intelectuales
del sistema que, ahora, cuando ya resulta evidente y no existe salida, admiten que
algo se hizo mal desde 1975.
Lo que ocurre ahora es
consecuencia de la política cobarde y claudicante con que la derecha
proveniente del franquismo afrontó la transición del régimen del 18 de Julio al
régimen democrático. Todo, absolutamente todo lo malo que ahora aflora, es
consecuencia directa de la renuncia que se hizo desde el primer momento a mantener
vivo el patriotismo español. Desde el momento mismo en que a los españoles se
les convenció de que el bien supremo era la democracia y no la Patria, todo se
acabó. Porque, al mismo tiempo, los nacionalistas hacían exactamente lo
contrario, fomentaban como valor supremo el patriotismo local y el sentimiento
antiespañol.
Tras casi 40 años de democracia,
los únicos patriotas que pisan nuestro suelo, son los separatistas. Y ya no
quedan españoles, convertidos todos en demócratas, dispuestos a luchar contra el
separatismo. Por la sencilla razón de que nadie en España ha estado jamás
dispuesto a luchar, matar y morir por la democracia, ni tan siquiera durante
nuestra Guerra Civil; tal vez con la excepción de Azaña – el político preferido
de Aznar – que era un líder sin seguidores, partidario de una democracia,
masónica, izquierdista, anticatólica y sectaria… pero democracia (es decir, exactamente lo que hoy tenemos). En
los años treinta unos luchaban por España, otros por la Revolución bolchevique
o anarquista y otros por la independencia de su terruño. Pero nadie luchaba por
la democracia.
No estaría mal que esos sesudos
analistas demócratas que ahora se lamentan de lo mal que se gestionó durante
las tres últimas décadas la “cuestión territorial” tuviesen la vergüenza torera
de reconocer que ya en 1977 la catástrofe actual se veía venir y que solo los “agoreros”
del denostado “búnker” lo denunciábamos sin parar. Ahora se lamentan de que la
Constitución incluyese el concepto de “nacionalidades” para referirse a algunos
territorios. Ahora se lamentan de haber concedido tanto crédito político y
económico a los nacionalistas.
Todas las experiencias políticas
del pasado en las que los gobiernos de España quisieron ser comprensivos con
los nacionalistas y se empeñaron en integrarlos en la gobernabilidad de España
a cambio de reconocer sus “hechos diferenciales” y de otorgarles ámbitos
propios de administración y gobierno, han acabado igual. En el desastre.
Quienes formábamos parte del “búnker”
en los años 70 nunca fuimos agoreros, pero tal vez éramos los únicos que
sabíamos algo de Historia o quizá los únicos que éramos capaces de extraer de
la Historia de España las consecuencias reales y no las deseadas.
España se encuentra al borde mismo de la desaparición.
Después de cinco siglos de Historia repleta de aventuras, gestas y heroísmo,
esta vieja nación europea se disolverá sin cobrarse el más mínimo tributo de
sangre. Y plácida y democráticamente, dejará de existir.
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