LXX aniversario del fracaso
angloamericano en Anzio.
En Septiembre de 1943, después
concluir la conquista de Sicilia, el 15º Grupo de Ejércitos aliado al mando del
mariscal británico Harold Alexander dio el salto a la península italiana.
Aunque finalmente habían conseguido derrotar a los defensores de la isla, la
inmensa mayoría de las tropas del Eje consiguió evacuar Sicilia a través del
Estrecho de Messina con la práctica totalidad de sus vehículos y armamento pesado
a pesar de la abrumadora superioridad aeronaval aliada. Los anglosajones iban a
tener que volver a enfrentarse en la península italiana a estos soldados que
tantos quebraderos de cabeza les habían causado en Sicilia.
El Octavo Ejército británico (Montgomery) desembarcó el día 3 en la punta sur de la bota italiana, en Calabria y el Quinto Ejército americano (Clark) hizo lo propio al sur de Nápoles, en Salerno, cuatro días después. Un tercer asalto británico tendría lugar el día 9 en Tarento.
El Octavo Ejército británico (Montgomery) desembarcó el día 3 en la punta sur de la bota italiana, en Calabria y el Quinto Ejército americano (Clark) hizo lo propio al sur de Nápoles, en Salerno, cuatro días después. Un tercer asalto británico tendría lugar el día 9 en Tarento.
La estrategia era sencilla. Los
británicos avanzarían hacia el Norte por el Este de los Apeninos y los
norteamericanos lo harían por la vertiente occidental de la cordillera. Esta
estrategia Mediterránea era fruto de la obstinación de Winston Churchill. El
Primer Ministro británico sentía una profunda aversión hacia cualquier aventura
anfibia a través del Canal de La Mancha y más aún después de la catastrófica
incursión efectuada en Dieppe en el verano de 1942 y era un firme partidario de estrategias
“periféricas”. Los americanos, en cambio, se mostraban decididos a lanzar la
invasión de Francia, el “segundo frente” que tanto demandaba Stalin, en 1943.
La inexperiencia bélica de los estadounidenses les hacía menospreciar los
peligros inherentes a afrontar un enfrentamiento con las fuerzas de tierra
alemanas. En cambio Churchill, que se había pasado tres años encajando
durísimas derrotas a manos de los alemanes en todos los frentes en los que se
habían encontrado, era consciente de que lanzar una operación anfibia por el
Canal de La Mancha con medios limitados y tropas inexpertas equivalía a un
suicidio. Él apostaba por la estrategia mediterránea. Las fuerzas del Eje en
África apenas recibían la tercera parte de los suministros que necesitaban,
porque la Royal Navy había barrido a la Regia Marina del Mediterráneo.
Enfrentarse primero a estas tropas germano-italianas que estaban confinadas en
el Norte de África, en un escenario que Hitler no consideraba prioritario, le
parecía mucho más prudente que lanzarse a por las fuerzas germanas en el Norte
de Europa. Había otra razón que impulsaba a Churchill a inclinarse por esta estrategia,
una razón que apenas podía exponer en público, porque no la suscribía ninguno
de sus aliados. El viejo Premier británico era consciente de que con su socio
Stalin solo compartía el objetivo militar de destruir a la Alemania nazi y que,
una vez conseguido éste, los intereses soviéticos chocarían con los de las
democracias anglosajonas. Sin embargo, Franklin D. Roosevelt y la mayoría de
sus colaboradores consideraban a Stalin un dirigente honesto que cumplía sus
compromisos y no desconfiaban en absoluto de las supuestas intenciones
hegemónicas soviéticas de cara al fin de la guerra. Churchill prefería entrar
en Europa a través de Italia o de los Balcanes para evitar el temido asalto
anfibio al Norte de Francia y para intentar que las tropas anglosajonas se
adentrasen en Europa central y oriental antes de que lo hicieran los
soviéticos, impidiendo así a éstos imponer regímenes comunistas en la zona.
El mariscal Alexander, comandante del 15º Grupo de Ejércitos aliado en Italia
Churchill había conseguido
convencer a Roosevelt a mediados de 1942 para que desoyese a sus colaboradores
militares, empezando por el general Marshall, y diese luz verde al desembarco
en África. La rendición de las fuerzas del Eje en Túnez en Mayo de 1943 volvió
a relanzar la discusión acerca de la estrategia a seguir. Los americanos no
querían ni oír hablar de más desembarcos mediterráneos y exigían que todos los
recursos y medios disponibles se trasladasen a Inglaterra para la apertura del
Segundo Frente en Francia a través del Canal. A pesar de todo, Churchill se
volvió a salir con la suya y el siguiente paso de los aliados fue la campaña de
Sicilia, entre Julio y Agosto de 1943. Sin embargo, al concluir ésta, de nuevo surgieron
las desavenencias entre británicos y americanos. Churchill insistía en
continuar avanzando por la península italiana hacia el norte, atacar el “bajo
vientre blando” de Europa, como le gustaba decir, e irrumpir en Austria y los
Balcanes… antes de que llegase su aliado soviético. Esta vez, la decisión fue
salomónica. Ante la ingente llegada de fuerzas y material norteamericano,
Roosevelt decidió que era posible hacer caso a Churchill, más que nada, para
que dejase de incordiar y al mismo tiempo ir concentrando de forma preferente
los recursos disponibles en las islas británicas para el asalto a través del
canal de La Mancha.
Desde el primer momento los
aliados pudieron comprobar para su desgracia, que los alemanes habían decidido
pelear por cada palmo de terreno en Italia, incluso después de que sus aliados
italianos los traicionasen. Las esperanzas de que se retirasen precipitadamente
hacia el norte se desvanecieron rápido. El feroz contraataque contra las
fuerzas desembarcadas en Salerno, que estuvo muy cerca de devolverlas al mar, y
la tenaz resistencia alemana bloqueando todas las rutas de acceso hacia Roma
anunciaban una campaña más dura y más larga de lo que Churchill había previsto.
El mariscal Albert Kesselring,
uno de los comandantes más capaces que tuvo Alemania durante la guerra, en
contra de la opinión de Rommel y de gran parte del OKW, estaba convencido de
que no era necesario retirarse de la mayor parte de Italia para luchar al
norte, en el valle del Po. Él aseguraba que podía contener a los aliados al sur
de Roma y obligarles a librar una guerra de desgaste en la que solo cedería
terreno cuando se hiciese inevitable, para continuar luchando en otra línea
defensiva establecida con anterioridad. Naturalmente, este era el tipo de actitudes
que le gustaban al Führer y Kesselring finalmente obtuvo carta blanca para
dirigir las operaciones en Italia a su manera. La estrategia de Kesselring
pasaba por establecer unas líneas defensivas escalonadas, destinadas a dar
tiempo a los ingenieros para levantar la línea principal.
El mariscal Kesselring, comandante de las tropas alemanas en Italia
Durante el final del verano, los
dos ejércitos aliados, el Quinto desembarcado en Anzio y el Octavo desembarcado en
Calabria, se fueron encontrando con una resistencia alemana creciente según
intentaban progresar hacia al norte. Si bien el Octavo Ejército británico había
avanzado a buen ritmo por el extremo meridional de la bota italiana durante las
primeras semanas, el avance se fue ralentizando de forma evidente con el fin
del verano. Kesselring, después del fracaso – por muy poco – de su contraataque
contra la cabeza de playa de Salerno, concentró sus esfuerzos en levantar una
formidable línea defensiva que atravesaría la península de costa a costa en el
punto más estrecho, desde el golfo de Gaeta en el Tirreno hasta algo al sur de
Ortona en el Adriático y con Cassino en medio. Esta línea, bautizada como
“Línea Gustav” cerraba todas las
posibles rutas de acceso a Roma desde el Sur, apoyándose en el control de las
alturas que las dominaban.
Mientras se levantaban las
defensas de la Línea Gustav,
Kesselring había ido enviando refuerzos a frenar el avance de los aliados con
la intención de ganar tiempo. Los alemanes hostigaban a las vanguardias aliadas
y cuando la posición se hacía insostenible se retiraban escalonada y ordenadamente
destruyendo puentes, volando desfiladeros para bloquear las angostas
carreteras, sembrando minas y trampas explosivas…
El alto mando aliado había
calculado tomar Roma en Octubre y estar combatiendo en Florencia para Navidad. Sin
embargo, en Octubre, el Octavo Ejército, que había avanzado a mayor velocidad
que el Quinto, pero partiendo desde mucho más abajo, había alcanzado Termoli,
en la costa adriática y por su parte, el Quinto Ejército había tardado más de
un mes en llegar al río Volturno, es decir, en recorrer poco más de 80
kilómetros, por lo que aún se hallaba a más de 150 kilómetros de Roma. Era
evidente que las expectativas aliadas habían sido demasiado optimistas. Y, aún
no había llegado el invierno, que suele favorecer al defensor y castigar al atacante,
algo que los alemanes ya habían aprendido en Rusia.
El Octavo Ejército planeaba
llegar a Pescara antes del invierno y desde allí, girar hacia el oeste
aprovechando una de las escasas carreteras practicables que unían la costa del
Adriático con la del Tirreno para caer sobre Roma apoyando al Quinto Ejército.
Kesselring había establecido
sucesivas líneas aprovechando la dificultad del terreno con la única intención
de ganar tiempo para levantar la línea principal y desgastar al enemigo en la
aproximación. Esta línea, la línea Gustav,
solo fue sobrepasada en la costa adriática por el Octavo Ejército en Ortona, en
Enero y solo para avanzar 15 kilómetros más al norte, bastante lejos de
Pescara.
El Quinto Ejército, por su parte,
rompió la línea del Volturno a mediados de Octubre. Y en tres meses solo
consiguió avanzar 30 kilómetros más, hasta la línea del Rapido-Garellano.
En la Navidad de 1943-1944, los
aliados se encontraban a algo más de 100 kilómetros de Roma y a 300 de
Florencia. Digamos que llevaban un “ligero” retraso sobre el plan previsto. Se
habían topado de lleno con la línea Gustav
de Kesselring. Ante la imposibilidad del Octavo Ejército por alcanzar Pescara y
la carretera hacia Roma y la misma imposibilidad del Quinto Ejército por
traspasar las defensas alemanas a lo largo de los ríos Garellano y Rapido, el
alto mando aliado decidió lanzar un asalto anfibio al norte de la línea Gustav. La operación Shingle.
La lentitud de las tropas aliadas
para progresar por el “bajo vientre blando” de Europa, había vuelto a abrir el
debate estratégico entre británicos y norteamericanos. A finales de 1943 los
yanquis ya no eran los “recién llegados” a la guerra en Europa que a
regañadientes acababan aceptando los consejos de los “expertos” británicos. Y además,
a diferencia de lo que ocurría a finales de 1942, aportaban la mayoría de los
medios materiales y humanos del bando aliado occidental. La campaña de Italia
debía seguir, pero la preparación del asalto a Europa a través del Canal de La
Mancha se convertía en la estrategia prioritaria de los aliados anglosajones.
Mientras Churchill seguía insistiendo en la importancia de avanzar a lo largo
de Italia para irrumpir por Trieste y el pasillo de Liubliana hacia Viena antes
de que llegasen sus aliados soviéticos, Eisenhower ya había conseguido que
Roosevelt se comprometiese a dar prioridad absoluta a la invasión de Francia
desde Inglaterra. Aun así, los aliados iban a acometer un intento de
desbloquear la campaña italiana con una gran operación anfibia.
La operación pasaba por efectuar
un desembarco en la costa occidental, en Anzio, a unos 50 kilómetros al sur de
Roma y por detrás de la Línea Gustav. Las fuerzas desembarcadas debían ocupar
los Montes Albanos, entre la costa y Roma y cortar las dos únicas carreteras,
la 6 y la 7, que discurrían
respectivamente al este y al oeste de estas alturas, rutas por las que los
alemanes hacían llegar suministros y refuerzos a las tropas de la Línea Gustav.
El desembarco sería precedido por una ofensiva del Quinto Ejército que debía
cruzar la línea del Garellano-Rapido. Las fuerzas alemanas quedarían atrapadas
entre el Quinto Ejército por el sur y las tropas desembarcadas en Anzio por el
norte, en su retaguardia. Se esperaba
que esta pinza desmoronaría la línea defensiva de la Wehrmacht y dejaría abierto de par en par el camino hacia Roma.
La operación le fue encomendada
al general norteamericano John P. Lucas, al frente del VI Cuerpo de Ejército
(integrado en Quinto Ejército). Como la prioridad del esfuerzo bélico anglosajón
se había inclinado definitivamente por la invasión de Francia desde el sur de
Inglaterra, los elementos navales disponibles para la operación Shingle en Anzio no eran ilimitados.
Esto no quiere decir que no fuesen suficientes ni abrumadoramente superiores a
los del enemigo, pero significaba que los transportes y las lanchas de
desembarco disponibles para la operación “solo” podrían dejar en las playas, en
la primera oleada, a dos divisiones del VI Cuerpo. Teniendo en cuenta que en
las proximidades de Anzio no había ni tan siquiera un batallón alemán, dos
divisiones aliadas con medios acorazados y el apoyo de la aviación y de la
artillería naval constituían una fuerza impresionante para poder explotar el
éxito en las primeras horas.
El General Lucas, comandante del VI Cuerpo de Ejército que desembarcó en Anzio
Según palabras textuales del comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Italia, Harold Alexander, la misión encomendada al VI Cuerpo era:
“Cortar las principales líneas de
comunicación del enemigo en el área de los Montes Albanos al sureste de Roma y
amenazar la retaguardia del XIV Cuerpo de Ejército alemán” (que bloqueaba el
avance del Quinto Ejército aliado en la línea Gustav).
Pero Alexander le dio estas
instrucciones al general Mark Clark, comandante del Quinto Ejército y éste se las
transmitió al general Lucas con algún cambio: “lanzará ataques en el área de
Anzio para: a) Tomar y asegurar una cabeza de playa. b) Avanzar sobre las los
Montes Albanos.”
De forma que la misión original
que había concebido el mariscal Alexander de acuerdo con Churchill, que tenía
como principal objetivo tomar los Montes Albanos para cortar las comunicaciones
entre Roma y el frente alemán de la línea Gustav, se había convertido en una
misión con un doble objetivo escalonado. Primero asegurar la cabeza de playa y
después avanzar hacia los Montes Albanos. El objetivo de “tomar”, no avanzar,
sobre estas colinas y cortar las comunicaciones del enemigo al sur de Roma, había
desaparecido.
Para sembrar aún más confusión en
la cabeza del general Lucas, Clark le dijo, momentos antes del desembarco: “No
arriesgue el pescuezo, Johnny. Yo lo hice en Salerno y me fue mal.”
El general Clark, comandante del Quinto Ejército aliado en Italia
Detrás de todo este fenomenal lío no hay más que el pánico que envolvía a los americanos. Efectivamente, en Salerno habían estado a un paso de ser devueltos al mar y solo la enorme potencia de fuego, principalmente de la artillería naval, había frenado el contraataque alemán cuando estaba a punto de arrojar al mar a las fuerzas desembarcadas. De esta forma, el general Lucas afrontó el desembarco del VI Cuerpo en Anzio obsesionado con la idea de que debía consolidar a conciencia la cabeza de playa antes de avanzar hacia el interior, convencido de que los alemanes lanzarían rápidamente un feroz contraataque, como había ocurrido en Salerno. Sus tropas no avanzarían hasta recibir todos los refuerzos y equipos necesarios y mientras tanto, se dedicarían a fortificar el perímetro de la cabeza de playa y rechazar los previsibles contraataques alemanes.
El amanecer del 22 de Enero los
anglosajones que asaltaron las playas de Anzio-Nettuno se encontraron con poco
menos de una compañía de sorprendidos alemanes que fueron hechos prisioneros
mientras dormían. La mayoría fueron capturados en ropa interior.
Un teniente de una unidad de
reconocimiento abandonó la cabeza de playa en su “jeep” nada más desembarcar y
se dirigió hacia Roma. Sin encontrar un solo soldado alemán, llegó en cuestión
de minutos hasta las afueras mismas de la Ciudad Eterna. Allí sí pudo ver a
cierta distancia algunos vehículos enemigos. Regresó a Anzio e informó de que
los alemanes habían sido tomados totalmente por sorpresa y que no disponían de
ninguna unidad desplegada entre la cabeza de playa, los Montes Albanos y Roma.
El camino estaba despejado. Sin embargo, Lucas solo prestó atención al hecho de
que el desembarco había cogido al enemigo por sorpresa. Lo demás, no le pareció
importante. La sorpresa le daba tiempo para reforzar la cabeza de playa, pero
no tenía intención de explotarla avanzando de inmediato fuera del perímetro de
Anzio.
El desembarco había sido
precedido por una ofensiva del Quinto Ejército en la línea Gustav. El día 17 el X
Cuerpo británico atacó a través del Garellano, por el flanco izquierdo del
dispositivo aliado, al oeste de la ruta 6. El día 20 atacaría la 36 división de
infantería americana (Texas) a través del Rapido, en el flanco derecho. Clark no
solo intentaba debilitar las defensas de la Línea Gustav para abrir el camino
de la ruta 6 por el valle del Liri hacia Roma, también pretendía que Kesselring
enviase a la zona a algunas de las divisiones que tenía en reserva en las
cercanías de la capital italiana, alejándolas así de Anzio unas horas antes del
desembarco del VI Cuerpo. La ofensiva fracasó. Los británicos apenas hicieron
progresos y los americanos de la 36ª división fueron prácticamente aniquilados
por la 15ª división de granaderos panzer
al intentar cruzar el Rapido. Sin embargo, la ofensiva consiguió un éxito
parcial en uno de sus objetivos. El comandante alemán al frente del XIV Cuerpo Panzer, Von Senger, alarmado por la
magnitud de la ofensiva del X Cuerpo británico, solicitó el envío de refuerzos.
Kesselring accedió y dos divisiones de granaderos panzer, la 29ª y la 90ª, situadas en las afueras de Roma como
fuerzas de reserva, fueron enviadas a
toda prisa al frente, entrando en línea a partir del día 20 de Enero.
El general Von Senger, comandante del XIV Cuerpo Panzer
El día 22, cuando el VI Cuerpo de
Lucas asaltó Anzio, Kesselring no tenía nada que oponerle. En Roma no había más
de 1.500 alemanes, casi todos oficinistas y miembros de la policía militar. No
había unidades de combate. El mariscal iba a necesitar por lo menos entre dos y
tres días para poder hacer llegar a la cabeza de playa a algunas unidades que,
bastante alejadas, se dirigían a reforzar el frente de la Línea Gustav. Cuando
recibió la noticia del desembarco aliado en la madrugada del día 22, Kesselring
estuvo a punto del colapso. Ni remotamente imaginaba que el general Lucas le
iba conceder generosamente los dos o tres días que necesitaba para organizar
una oposición a las fuerzas desembarcadas. Si Lucas avanzaba hacia los Montes
Albanos y los ocupaba, cortaría todas las comunicaciones entre Roma y la Línea Gustav. Todo el Décimo Ejército de Von
Vietinghoff que defendía el frente al sur de Roma podía quedar aislado entre
las fuerzas desembarcadas en Anzio y las que intentaban romper la Línea Gustav desde el sur. Kesselring
contemplaba con angustia la posibilidad de un Stalingrado en Italia.
Afortunadamente para él, ni Lucas era Zukov ni las tropas anglosajonas tenían
la determinación de los soldados soviéticos.
El general Von Vietinghoff, comandante del Décimo Ejército alemán en Italia
Cuando el día 23 de Enero
Kesselring recibió la noticia de que el VII Cuerpo apenas había avanzado diez
kilómetros hacia el interior desde las playas y que se dedicaba a fortificarse
en lugar de avanzar, no dio crédito. La suerte le sonreía y, a diferencia de
Lucas, Kesselring no era uno de esos tipos que deja pasar una oportunidad
cuando se le presenta.
Al finalizar el día 24, mientras
Lucas seguía recibiendo vehículos, pertrechos y más soldados, Kesselring ya había
reunido 30.000 hombres y suficiente artillería y los había dispuesto, en las
zonas altas, cerrando sólidamente a los aliados cualquier salida de las playas.
A finales de mes, el VI Cuerpo
había desembarcado más de 60.000 hombres y casi 20.000 vehículos, entre carros
de combate, camiones, Jeeps, semiorugas… Los aliados encerrados en su cabeza de
playa en Anzio no avanzaban un metro, pero disponían ya de un vehículo para
cada tres soldados. Con su habitual sarcasmo, y profundamente indignado,
Churchill comentó: “Debemos tener una enorme superioridad en choferes… Pero el
enemigo tiene más fusileros que nosotros.”
El 29 de Enero Lucas disponía ya
de 70.000 hombres repartidos entre cuatro divisiones, una de ellas acorazada y
pensó que podía intentar avanzar fuera de la cabeza de playa. El problema es
que Kesselring, superada la crisis de las primeras horas, ya había conseguido
disponer en torno a la cabeza de playa a otros 70.000 hombres, sin retirar ni
uno solo de la Línea Gustav. Se trataba del Decimocuarto Ejército a las órdenes
de Eberhard Von Mackensen. El día 30 los británicos, la 1ª división de
infantería, avanzaron hacia Campoleone y los Montes Albanos y los norteamericanos,
tres batallones de rangers y un
regimiento de infantería, hacia Cisterna. Ninguno consiguió alcanzar su
objetivo y los norteamericanos sufrieron una estrepitosa derrota a manos de
elementos de la división panzer
Herman Göring. El batallón de rangers
que iba en cabeza cayó en una emboscada y más de 800 fueron muertos o
prisioneros en pocas horas. Tan solo seis consiguieron regresar a la cabeza de playa.
El general Von Mackensen, comandante del Decimocuarto Ejército alemán en Italia
Churchill permaneció indignado
con la conducción de las operaciones en Anzio desde el primer momento. En
cuanto se hizo evidente que la operación se había convertido en un estrepitoso
fracaso pronunció un ácido comentario ante su estado mayor: “Confiaba en lanzar
sobre la costa un gato montés y todo lo que tenemos ahora es una ballena
varada”. El 22 de Febrero el vacilante Lucas fue destituido del mando del VI
Cuerpo y reemplazado por su subordinado, el general Lucian K. Truscott.
Lucas pagó los platos rotos de un
pecado que por aquel entonces era muy común en la práctica totalidad de los
comandantes aliados: el miedo a la superioridad militar de los alemanes. Todos
sabían que para doblegar a sus formidables enemigos necesitaban una
superioridad abrumadora en hombres y material, además de un dominio absoluto
del aire. Ninguno ignoraba que enfrentarse a los combativos, eficientes y muy
profesionales soldados alemanes sin este tipo de superioridad equivalía a un
suicidio. Las experiencias de Sicilia, Salerno y la Línea Gustav habían
convencido a los generales angloamericanos de que la cautela era bastante aconsejable a la hora de
enfrentarse a los germanos. En los momentos previos a la puesta en marcha de la
operación Shingle en Anzio, Lucas
escribió en su diario: “Todo este asunto tiene el extraño olor de Gallipoli y
parece ser que el mismo aficionado continúa sentado en el banquillo del
entrenador.” Esta evocación del fracasado desembarco en los Dardanelos en 1915,
operación que había sido promovida por Churchill, igual que la de Anzio,
demuestra que Lucas pensaba que la cosa iba a acabar igual de mal. Resulta
evidente, pues, que Lucas no tenía ninguna fe en la misión que se le había
encomendado. La cuestión es ¿tenía razón Lucas al pensar que no disponía de
fuerzas suficientes para alcanzar y mantener los objetivos que se le exigían?
¿Estaba justificada su excesiva cautela?
La polémica entre los
historiadores aún hoy sigue viva. Algunos dan la razón a Lucas y admiten que
su prudencia era lógica. Sus fuerzas, efectivamente, podrían haber avanzado el primer día,
sin oposición, hacia los Montes Albanos, tomarlos y cortar las carreteras de
Roma hacia el Sur. Pero, con las fuerzas a su disposición en ese momento, muy
probablemente, un contraataque alemán en pinza sobre sus dos flancos, demasiado
débiles, habría embolsado al VI Cuerpo en el interior, le habría cortado el
contacto con las playas, única vía de suministro de refuerzos y provisiones y
finalmente aislado y cercado, lo habría triturado sin remisión, fuera del
protector alcance de la artillería naval. Ciertamente, conociendo la
determinación de los alemanes y la brillantez de Kesselring, no es descabellado
pensar que, de haber optado por avanzar de inmediato fuera de las playas, el VI
Cuerpo de Lucas se hubiese convertido en un gato montés… devorado por una
manada de lobos. No obstante, desde mi punto de vista, lo fundamental no es si
Lucas acertó al no arriesgar. La cuestión es que, si no pensaba arriesgar, la
operación entera carecía de sentido. Si Lucas hubiese expuesto claramente a
Alexander y a Churchill que no pensaba lanzarse sobre los objetivos asignados
hasta consolidar la cabeza de playa y recibir refuerzos, es decir, hasta
pasados cuatro o cinco días del desembarco, a buen seguro habría sido relevado
inmediatamente del mando y se habría situado en su lugar a alguien más
resuelto. Porque desembarcar a más de 70.000 hombres y 20.000 vehículos en una
playa para tenerlos encerrados en ella durante 5 meses, carece del más
elemental sentido táctico y estratégico. Cualquier operación anfibia debe ser
contemplada por sus planificadores, por su carácter de asalto frontal, como una
operación militar de riesgo extremo. Obviamente, la operación tendrá como
primer objetivo establecer a las tropas en las playas y consolidar estas posiciones.
Pero este no es más que un objetivo obligado y previo al objetivo principal.
Convertir a la consolidación de la cabeza de playa en un objetivo en sí mismo y
supeditar a éste la consecución de los objetivos operacionales, es un absurdo. Hay
quien dice que la operación, pura cabezonería de Churchill, debido a la
limitación de recursos disponibles, estaba condenada al fracaso de cualquier
forma. Pero, una vez que se puso en marcha, Lucas debió aceptar el riesgo
inherente. Tal vez, efectivamente, sus tropas hubiesen acabado cercadas al Sur
de Roma, pero tampoco es descartable que su avance hacia el interior hubiese
obligado a algunas divisiones del Décimo Ejército alemán de Vietinghoff a
abandonar la Línea Gustav, lo que hubiese favorecido una posible ruptura de
esta línea por el Quinto Ejército, objetivo principal de la operación. Sin
ninguna duda, si en lugar de los aliados anglosajones, los asaltantes en Anzio
hubieran sido los alemanes, cualquier general alemán en lugar de Lucas, hubiese
avanzado hacia el interior inmediatamente, a riesgo de exponer sus flancos.
Pero, como ya vimos, no era solo Lucas quien pecaba de exceso de cautela frente
a la Wermacht. En general, toda la
campaña de Italia y la del Norte de Europa estuvieron presididas por esta
filosofía. Los alemanes resistían con muchos menos medios hasta que se quedaban
sin reservas. En ese momento, cuando los aliados conseguían alguna ruptura,
emprendían los alemanes la retirada y prácticamente en ningún momento los
angloamericanos fueron capaces de embolsar y aniquilar a las fuerzas alemanas
en retirada, que en cuestión de semanas volvían a levantar una nueva línea defensiva
y a estabilizar el frente.
Los aliados solo pudieron romper
el frente de Cassino después de cuatro batallas libradas entre finales de 1943
y mayo de 1944. Cuando las tropas de Kesselring no pudieron aguantar más, y los
alemanes comenzaron a retirarse hacia una nueva línea defensiva al norte de
Roma (la Línea Gótica), el VI Cuerpo pudo romper el frente de Anzio y avanzar
hacia los Montes Albanos. Cinco meses después del desembarco, se veían por fin
capaces de alcanzar su objetivo. Al final, habían sido las tropas aliadas
atascadas en la Línea Gustav las que habían conseguido sacar de su atasco a las
desembarcadas en Anzio, exactamente al revés de lo que se había previsto al
lanzar la Operación Shingle. Sin
embargo, para desesperación de Churchill y de Alexander, el general Clark
volvió estropearlo todo. Hasta un aficionado a la estrategia militar entendería
obvio que, con el Décimo Ejército alemán huyendo hacia el norte a través de la ruta 6,
el VI Cuerpo de Anzio debía tomar Campoleone y Valmontone, dominar las alturas
de los Montes Albanos, cortar la retirada a las tropas de Von Vietinghoff que
eran perseguidas por el Quinto Ejército y destruirlas.
Pero Clark, un general con un ego
solo equiparable a su incompetencia, tenía prisa por entrar en Roma. Llevaba
muchos meses de frustración, sabía que el desembarco en Normandía era inminente
y que en el momento en el que se produjese, eclipsaría por completo cualquier
noticia de la campaña de Italia. Estaba obsesionado por entrar en Roma al
frente de su Quinto Ejército y alcanzar la gloria de ser, como no se cansaba de
repetir a la prensa, “el primer general de la Historia en conquistar Roma desde
el Sur”. Así pues, ordenó a Truscott que girase su VI Cuerpo desde Anzio hacia
el norte, hacia Roma, y que solo enviase hacia Valmontone, para cortar las vías
de comunicación entre Roma y el Décimo Ejército alemán en retirada, a una
división, la 3ª norteamericana. Truscott no daba crédito. Tenía muy claro que
la prioridad del plan consistía en que su VI Cuerpo al completo se lanzase
sobre los Montes Albanos por Valmontone y cortase la retirada a los hombres de
Vietinghoff. Con una sola división no lo conseguiría, porque Kesselring era
consciente de la importancia de mantener abiertas las rutas 6 y 7 hasta que el Décimo
Ejército saliese del valle del Liri a través de Roma y había concentrado
importantes fuerzas para impedir a las tropas aliadas salidas de Anzio echar el
cerrojo. Sin embargo, Clark se mantuvo firme y desoyó las protestas de
Truscott. El objetivo prioritario era Roma. El mariscal Alexander también
estaba furioso con Clark, pero no consiguió que cumpliese las órdenes y
bloquease con el VI Cuerpo la retirada alemana. Clark, desquiciado por su ego,
estaba convencido de que lo que Alexander realmente se proponía era enzarzar a
su Quinto Ejército en la lucha por los Montes Albanos para que fuese el Octavo
Ejército británico de Oliver Leese el que entrase primero en Roma. Clark llegó
a decir que mandaría disparar a sus hombres contra cualquier unidad del Octavo
Ejército que intentase dirigirse hacia Roma.
El general Clark (izquierda), posando en su aproximación a Roma
La 3ª división americana, la única a la que se confío atacar hacia Valmontone, fracasó, como Truscott había previsto. Los alemanes se aferraban con uñas y dientes a las alturas para mantener abierta su vía de escape. Finalmente, cuando Clark entró por fin en Roma rodeado de un auténtico ejército de fotógrafos de prensa para los que posaba sin descanso en cada plaza y ante cada monumento, el Décimo Ejército de Vietinghoff había ya dejado atrás la Ciudad Eterna y se retiraba hacia el norte, donde Kesselring ya tenía preparada la siguiente línea defensiva, la Línea Gótica, que volvió a detener el avance aliado durante meses.
Al final, la campaña por “el bajo
vientre blando de Europa” se convirtió en una penosa y lenta marcha. El sueño
de Churchill de efectuar un rápido avance hacia Trieste, luego Liubliana y
finalmente Viena, se esfumó ante la tenaz y brillante defensa de la península
italiana que efectuó Kesselring.
¿Podía haber llegado a funcionar
la estrategia italiana de Churchill? ¿O se trataba de una idea descabellada?
Los alemanes podrían haber sido derrotados en Italia de forma concluyente si
los aliados en 1943, al saltar de Sicilia a la península, no hubiesen
desembarcado sus tropas tan al sur. Kesselring tenía pesadillas con la idea de
un fuerte desembarco muy al norte de Roma, que podía facilitar un rápido avance
aliado hacia el valle del Po, dejando aisladas a las fuerzas alemanas del sur.
Lo más lógico hubiese sido efectuar un desembarco masivo de tropas al norte de
la costa adriática, en la zona de Rimini, para avanzar rápidamente hacia
Trieste. Pero los aliados anglosajones, como ya vimos, tenían mucho miedo a los
alemanes. Los aeródromos desde los que la aviación podía apoyar a las fuerzas
desembarcadas estaban en Sicilia y no podían prestar cobertura tan al norte.
Por eso, y no por otra razón, los desembarcos se efectuaron muy al sur dejando
a los alemanes la ventaja táctica de poder efectuar una defensa en profundidad
en un territorio tan montañoso y estrecho como es la península italiana.
Diez años después de acabar la
guerra, el general Von Senger mantuvo un debate público con el prestigioso
historiador militar Michael Howard, que había combatido como oficial en la
campaña italiana. Como colofón al debate, Von Senger le dijo a Howard:
“Le voy a dar un consejo, la próxima que tengan que
invadir Italia, no empiecen por abajo.”
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