Frederick, A. Lindemann, Primer Vizconde de Cherwell
Roosevelt abandonaba Washington rumbo a la cumbre de Quebeq sin haber aprobado oficialmente ningún plan relativo al futuro de Alemania. Stimson después de la reunión se mostró bastante pesimista. Los comentarios que el presidente había hecho sobre el Ruhr revelaban su intención de apoyar las propuestas de Morgenthau. Y, efectivamente, así era. Roosevelt pensaba aprovechar la reunión de Quebeq para, sin reparar en los medios, convencer a Churchill de que se debía castigar con dureza no sólo a los nazis, sino al pueblo alemán. De forma torticera y cobarde comunicó a los miembros de su gabinete Hull y Stimson que no iba a ser precisa su presencia en la cumbre canadiense, por cuanto en la misma sólo se iban a tratar aspectos estrictamente bélicos y los protagonistas, en consecuencia, serían los altos mandos militares de las dos naciones aliadas. Esto era totalmente falso. Roosevelt sabía que el principal acuerdo que debía salir de la conferencia y sobre el que iban a girar casi todos los debates era el de la política de ocupación de Alemania. Y por esa razón había decidido casi clandestinamente incluir a Morgenthau en la delegación norteamericana que participaría en las sesiones. Para no tener que dar explicaciones a los demás miembros del gabinete, decidió astutamente que Morgenthau no formase parte de la delegación inicial, pero que tal vez acudiría más tarde si se hiciese necesario tratar algún tema económico. Al respecto, se limitó a comentar a sus ministros:
“Pienso que en Quebec habrá dos asuntos que tratar. Uno es el militar y otro el monetario, porque Churchill sigue diciendo que está en bancarrota. Si él finalmente saca la cuestión financiera, yo querré que Henry venga a Quebec.”
La vileza de Roosevelt en la gestión de un asunto tan delicado y trascendente apenas ha sido considerada por los historiadores. Y resulta incuestionable que la forma en la que apartó de la conferencia de Quebeq a dos miembros de su gabinete, paradójicamente los que estaban al frente de los dos Departamentos más competentes para debatir sobre la política de ocupación de Alemania, resulta bochornosa.
Al final del día, Roosevelt y Morgenthau, a bordo del tren presidencial, abandonaron Washington con destino a sus posesiones rurales en el valle del Hudson, Hyde Park y East Fishkill, a las que llegaron el domingo día 10 por la mañana. Durante ese largo viaje juntos ¿no hablaron de la conferencia, de Alemania, de la asistencia de Morgenthau? ¿No planificaron una estrategia conjunta para convencer a Churchill de que debía apoyar el Plan Morgenthau? No lo sabemos con certeza, pero, como inmediatamente veremos, el desarrollo de la conferencia de Quebec despeja estas cuestiones.
Roosevelt se tomó un breve descanso en su mansión campestre antes de partir para Canadá. Como señala Michael Beschloss, “el presidente esperaba aprender de los errores que había cometido al final de la Primera Guerra Mundial su antiguo jefe, y cada vez tenía más en su cabeza a Woodrow Wilson”.
El lunes 11 de Septiembre de 1944 Churchill y Roosevelt se encontraban en Quebec. Después de un encuentro protocolario, con una comida en la vieja ciudadela, los dos líderes se retiraron a descansar. La conferencia empezaría al día siguiente.
El martes 12 por la mañana Roosevelt recibió, nada más levantarse, un mensaje de Churchill de enorme trascendencia. El Primer Ministro se dirigía al presidente de los Estados Unidos con la coloquial fórmula de “Mi querido amigo”, para a continuación sincerarse de forma un tanto extraña en las relaciones entre grandes líderes, afirmando que resultaba “dolorosamente evidente” que una de las cuestiones más importantes que tenía que discutir con Roosevelt era el futuro de la ayuda americana a Gran Bretaña mediante el programa de Préstamo y Arriendo. El mensaje textual decía así:
“Uno de los asuntos más importantes que tengo que discutir con usted es la Segunda Fase (del Préstamo y Arriendo). ¿Qué tal hacerlo el jueves 14? En cuyo caso espero que usted pueda organizar la asistencia de Morgenthau. Para el gobierno británico este asunto es de vital importancia por razones que son también dolorosamente evidentes.”
Las razones “dolorosamente evidentes” a que se refería Churchill eran la total bancarrota en que se hallaba Gran Bretaña después de cinco años de guerra y su absoluta dependencia del crédito norteamericano para subsistir.
En este punto se abren bastantes incógnitas que la lógica suscita, pero que la mayoría de los historiadores han pasado por alto. Volveremos sobre ello en su momento.
El martes por la mañana, en su residencia de East Fishkill, Morgenthau recibía de manos de un agente del servicio secreto un mensaje de Roosevelt ordenándole estar en Quebec el jueves a mediodía. Como dice Beschloss, Morgenthau, “encantado”, y con unas cuantas copias de su plan subió a un avión del ejército para encontrarse con su jefe. Lo que Beschloss olvida es que el “agente” Harry Dexter White también tomó ese vuelo con destino a Quebec.
¿Debemos creer que realmente Morgenthau no sabía que iba a ser requerida su presencia en Quebec? ¿Debemos aceptar que Roosevelt decidió convocarlo después de llegar a la conferencia como consecuencia del mensaje de Churchill? Existen demasiadas circunstancias que apuntan en la dirección contraria.
Por ejemplo, Roosevelt ya sabía, tal y como dijo a Stimson y Hull en Washington, que Churchill tenía en su agenda subrayado en rojo el tema de la ampliación del programa de Préstamo y Arriendo a un Reino Unido cuyas arcas estaban exhaustas. Parece bastante obvio que pensaba incluir a Morgenthau y que utilizaba a Churchill como excusa para que finalmente el Secretario del Tesoro asistiese, como estaba realmente previsto, a Quebec. El papel sorprendente que jugó en la conferencia un personaje tan siniestro como estrafalario, Lord Cherwell, demuestra que la aprobación del Plan Morgenthau estaba en la agenda desde el principio, y no que surgió casi de forma espontánea por sugerencia de Churchill. Veamos todo esto con la atención que merece.
Antes de continuar con los avatares del Plan Morgenthau y de la conferencia de Quebec se hace preciso detenerse brevemente en la figura Lord Cherwell, es decir, Frederick Lindemann, porque este sujeto, de forma un tanto extraña, alcanzó un protagonismo más que notable en este episodio.
Este individuo, judío inglés nacido “accidentalmente” en Alemania, se había ganado la confianza de Churchill allá por los años 20 mucho antes de que éste llegase a ser Primer Ministro, aunque su particular relación se consumó después de un viaje que ambos efectuaron por Alemania en 1932, poco antes de la llegada de Hitler al poder. Lindemann, había estudiado física en la Universidad de Berlín y posteriormente ejerció de profesor en la de Oxford. La principal conclusión que los dos turistas extrajeron de su viaje por Alemania fue la necesidad de dar a conocer a la opinión pública el peligroso rearme alemán e intentar frenarlo formando un frente destinado a tal fin. Al poco tiempo de la finalización de este viaje, en la primavera de 1933, muy poco después de que Hitler hubiese sido nombrado canciller, Churchill, acompañado de su fiel consejero Lord Cherwell-Lindemann, recibió en su fastuosa residencia de Chartwell al reputado físico judío-alemán Albert Einstein, bien conocido no sólo por sus audaces teorías científicas sino también por sus firmes convicciones filocomunistas y, naturalmente, antifascistas. Einstein había acudido a Chartwell porque sabía perfectamente la enorme hostilidad que Churchill sentía hacia Alemania y la excelente relación que mantenía con la comunidad judía británica y con los círculos sionistas, lo que hacía de él la persona idónea para una curiosa propuesta: viajar a Alemania, localizar a científicos judíos y ofrecerles plazas en universidades británicas. Churchill aceptó y encomendó la ejecución material de la misión a Lindemann.
Ya durante la guerra, en todos los círculos políticos era sabido que el profesor Lindemann, al que ya se conocía como “The prof”, se había convertido en la persona de máxima confianza de Churchill, su consejero más próximo y seguramente uno de los poquísimos seres humanos con alguna capacidad de influencia en el viejo y terco Primer Ministro. Se había convertido en algo así como el Harry Hopkins de Churchill. Una de sus más famosas y polémicas contribuciones a la conducción de la guerra fue su apuesta total por los bombardeos terroristas de las ciudades alemanas. Lindemann encargó a uno de sus hombres de confianza, el también judío David Bensusan-Butt un informe sobre los bombardeos aéreos sobre Alemania con la intención de demostrar el fracaso de la táctica de bombardeo de precisión. El informe causó enorme revuelo y Lindemann lo aprovechó para imponer su punto vista, el bombardeo de área o de zona, es decir, el bombardeo de ciudades consideradas en su totalidad como objetivo de destrucción.
Así pues, éste fue el individuo que acompañó a Quebec a Churchill con la misión de convencer al Primer Ministro de las enormes ventajas que supondría para Gran Bretaña la aprobación del Plan Morgenthau por parte de las dos potencias anglosajonas. Aunque Churchill aún no lo sabía.
Resulta sorprendente que Lindemann, formando parte de la delegación británica en la cumbre de Quebec, actuase de hecho como si realmente fuese miembro de la delegación americana.
A mediodía del 13 de Octubre Morgenthau y White llegaban a la histórica ciudad canadiense. A las cuatro de la tarde Roosevelt recibió a su Secretario del Tesoro en su alojamiento, la impresionante suite de la Ciudadela. El presidente recibió a Morgenthau ordenando a su perro, un terrier escocés llamado Fala, que saludase al “tío Henry”. Inmediatamente Roosevelt fue al grano:
“Te he hecho venir aquí para que puedas hablar con “the Prof.”
Entonces Morgenthau, con la confianza que le otorgaba su especial relación con el presidente, le preguntó hasta qué punto podía hablar con libertad a Lindemann. Roosevelt le aseguró que podía hablar con total libertad acerca de cualquier asunto, una manera evidente de decirle a Morgenthau algo así como, tranquilo, este tío está de nuestro lado. Aún así, el Secretario del Tesoro, con la mente puesta en su plan, insistió y preguntó de nuevo si realmente podía tratar con Lindemann en confianza cualquier asunto. Roosevelt le dijo que, a excepción del reparto de las zonas de ocupación de Alemania, podía tratar con el asesor de Churchill cualquier tema, y en particular todo lo relativo al futuro de las principales zonas industriales de Alemania.
Más sorprendente aún es un comentario que Roosevelt hizo a Morgenthau acerca de la asistencia de Hull y Eden a la cumbre de Quebec. El presidente confió a su Secretario del Tesoro algo muy curioso. Churchill no había llevado a la conferencia al Secretario del Foreign Office, Anthony Eden, porque, según el Primer Ministro, como Roosevelt no había llevado a Cordell Hull, él consideró inapropiado que acudiese Eden. Lo sorprendente del asunto es que entonces Roosevelt pidió a Churchill que convocase urgentemente a Eden a Quebec, aunque él no tenía intención de hacer lo propio con Hull. Y, no debemos olvidar, que antes de la partida de Roosevelt a Quebec, el presidente había asegurado a Hull y a otros responsables del Departamento de Estado que en la conferencia se iban a tratar sólo asuntos militares, pero que si, por cualquier causa, se llegasen a tratar asuntos políticos, él convocaría inmediatamente al Secretario de Estado Hull. Esto queda manifiestamente claro en un documento oficial, el memorándum redactado por el Subsecretario de Estado Edward R. Stettinius el 6 de Septiembre de 1944:
“Entonces planteé al presidente la importancia de hacerse acompañar por asesores políticos en conferencias tales como la próxima que tendría lugar en Quebec, en caso de que se llegasen a discutir cuestiones políticas. El presidente coincidió en que la observación le parecía importante pero también afirmó que la próxima conferencia sería de índole militar. No obstante, dijo que prometía llamar a Hull si las discusiones tomaban un cariz político. Después pregunté al señor Hull si tal vez pensaba que había hablado más de la cuenta, pero él me dijo que no, que había estado fenomenal.”[1]
De forma que Roosevelt había dejado en Washington a su Secretario de Estado con la promesa de hacerle llamar si se discutían cuestiones políticas y, una vez en Quebec, convocó a su Secretario del Tesoro para que impusiese su plan para Alemania a los británicos, un asunto de alta política internacional, pidió a Churchill que convocase al efecto urgentemente al Secretario del Foreign Office y, al mismo tiempo, incumplió su promesa de convocar a su Secretario de Estado para debatir las cuestiones políticas que iban a surgir.
El 14 de septiembre llegaron a Quebec Anthony Eden y su segundo, el Subsecretario del Foriegn Office Alexander Cadogan. Paradójicamente, en la delegación estadounidense seguía sin haber ni un solo funcionario del Departamento de Estado. Pero no anticipemos acontecimientos. ¿Por qué Roosevelt, cuando comprobó que Eden no formaba parte de la delegación británica pidió a Churchill que lo convocase a tod prisa? Para comprenderlo hay que remontarse al 14 de Agosto cuando Morgenthau visitó a Eden en Whitehall y salió de allí convencido de que el Secretario del Foreign Office deseaba tan como él mismo castigar a Alemania con extrema severidad e impedir que volviese a levantar cabeza. El propio Morgenthau lo reconoció en sus diarios. Sin embargo este tiro les habría de salir por la culata.
[1] United States Department of State. Foreign relations of the United States. Conference at Quebec, 1944, pp. 37-38. (El subrayado es mío).
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