El padre de Winston Churchill, Lord Randolph Churchill (a la derecha), posando en casa de uno de sus mejores amigos, Nathan Meyer Rothschild (izquierda), Primer Barón de Rothschild
Cualquier persona bien informada a estas alturas sabe que Winston Churchill, por encima de la leyenda que lo ha consagrado como un campeón de la libertad y un adalid de la democracia frente a la barbarie totalitaria, fue un fanático imperialista, un racista compulsivo y un belicista empedernido. No es ningún secreto, aunque los productos de divulgación masiva lo suelen ocultar, que Churchill consideraba la democracia como un privilegio destinado a los pueblos de raza blanca, que sentía un orgullo totalmente acrítico por el Imperio Británico y que, según se desprende de los relatos de todos sus biógrafos y de muchas de sus propias palabras y gestos, amaba la guerra y disfrutaba con ella y en ella. También es conocido por todos aquellos que van más allá de los tópicos destinados al consumo de masas, que Churchill simpatizaba con los judíos y apoyaba las aspiraciones sionistas. Sin embargo, casi nadie realmente sabe hasta qué punto la relación de este pendenciero político inglés con judíos y sionistas fue algo más que un mero asunto de simpatía.
Lord Randolph Churchill, el padre de Winston, un prominente masón que había sido miembro de la Cámara de los Comunes y presidente de la misma, Secretario de Estado para la India y Chancellor of the Exchequer (algo así como ministro de hacienda), tenía entre algunas de sus amistades más valiosas a prominentes judíos, como Nathaniel Rothschild, la cabeza visible de la rama británica de esta famosa familia de banqueros, o los también banqueros Sir Ernest Cassel o el Barón Maurice de Hirsch. Winston Churchill “heredó” estas amistades, las cultivó con mimo y las amplió.
Lord Randolph Churchill falleció joven en 1895 cuando contaba 45 años y su vástago tenía 20 recién cumplidos. Los acaudalados “filántropos” judíos amigos del difunto Lord, tomarían bajo su protección a Winston casi como si se tratase de padrinos que cuidan de un ahijado huérfano y económicamente desvalido. Naturalmente, detrás de esta solícita actitud se escondía algo más que un noble sentimiento. Lord Randolph Churchill era, sin lugar a dudas, entre los políticos más influyentes el que mantenía las más numerosas y más altas conexiones con la judería británica. No en vano, hacia 1886 se encontraba en la cima de su carrera política y muchos lo veían como primer Ministro. Sin embargo, el rápido deterioro de su salud a causa de la sífilis frustró cualquier expectativa. Y los acaudalados amigos de Lord Churchill decidirían apostar por su hijo de cara al futuro.
El joven Winston Churchill fue un pésimo estudiante. Incapaz, como parecía, de estudiar una carrera universitaria, decidió - de acuerdo con los “consejos” de su padre - ingresar en el Ejército. Lo hizo como oficial de caballería, arma que requería una nota mucho más baja que la que se exigía en infantería. Ingresó como segundo teniente en el 4º Regimiento de Húsares de la Reina y, como muchos otros jóvenes patricios victorianos sirvió en las colonias, en la India y en el Sudán más tarde, en el 21º de Lanceros.
Churchill pronto se acostumbró a un estilo de vida tan excesivo como su personalidad. La paga de segundo teniente no le llegaba desde luego para mantener este nivel. Cuando partió para la India, buscó la forma de conseguir unos ingresos adicionales y pensó en escribir como corresponsal para algún prestigioso diario británico, algo que consiguió gracias al viejo amigo de su padre, Lord Rothschild. También fue este “ilustre” banquero quien, al regreso de Churchill de la India, en el transcurso de una cena de “notables” en su lujosa residencia de Londres, presentó a su joven invitado al Primer Lord del Tesoro, Arthur J. Balfour, que en breve se convertiría en Primer Ministro del Reino Unido. En gran medida fue gracias a sus amigos judíos que la agenda de contactos de Churchill se incrementase rápidamente con nombres a los que difícilmente podía acceder alguien de su edad.
Otro amigo de su padre, el banquero Sir Ernest Cassel, se ofreció a llevar personalmente y sin cobrar por ello, las finanzas del joven Churchill, invirtiendo oportunamente los ingresos que éste percibía como corresponsal de prensa. Cuando el joven Winston se embarcó con destino a una nueva aventura colonial en la Guerra de los Boers, sus “padrinos”, Rothschild y Cassel le dieron 150 y 100 libras respectivamente, el equivalente a los ingresos anuales de una familia de clase media de la época, según el biógrafo judío de Churchill, Martin Gilbert. Y cuando poco después contrajo matrimonio con Clementine Hozier, Cassel regaló a la pareja 500 libras, es decir, unas 25 mil libras de hoy o lo que es lo mismo, más de 30 mil euros.
Llegados a este punto, más de uno podría pensar que lo expuesto no son más que anécdotas intrascendentes que sólo reflejan una amistad sincera de algunos magnates judíos hacia la familia Churchill. Enseguida veremos que no es así.
En 1900 comenzó la carrera política de Winston Churchill en el Partido Conservador, al que había pertenecido su padre, cuando fue elegido miembro del Parlamento por el distrito electoral de Oldham después de un intento fallido el año anterior. Entremedias había vivido una electrizante aventura en la Guerra de los Boers, al evadirse de un campo de prisioneros, atravesar gran parte de territorio enemigo sin ser descubierto y regresar a Gran Bretaña convertido por la prensa en un héroe popular.
Tres años más tarde en la Cámara de los Comunes surgió un agrio debate político. El Partido Conservador se adhirió casi en bloque a las medidas proteccionistas que propuso Joseph Chamberlain. Sin embargo, Churchill, se opuso frontalmente a esta política que pretendía subir los aranceles a la importación de productos extranjeros y de forma vehemente defendió el libre comercio. Churchill consiguió, en los debates que suscitó esta propuesta, un protagonismo notable para un miembro del Parlamento tan joven e inexperto como era él. Pero midió mal sus fuerzas. En 1903 la dirección del Partido Conservador de Oldham decidió retirarle la confianza. En 1904 la ruptura con los Tories se oficializó cundo Churchill se pasó a las filas del Partido Liberal. Aún quedaban dos años para las próximas elecciones pero pocos vieron con buenos ojos esta traición a su partido y a sus electores. Muchos pensaron que la carrera política del ambicioso Winston había acabado casi antes de comenzar… Pero entonces, sus amigos judíos acudieron raudos al rescate.
Por esas fechas, el debate proteccionista también comenzaba a alcanzar a la inmigración. El nuevo gobierno Liberal quería sacar adelante el Alliens Bill, que no era otra cosa que una legislación que restringía notablemente la entrada de inmigrantes en el Reino Unido. Para los judíos británicos, en las circunstancias del momento, torpedear el Alliens Bill se había convertido en una prioridad. Entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, en la Rusia de los Romanov, los judíos no pasaban por su mejor momento. Muchos de ellos se habían alineado abiertamente con los movimientos socialistas y anarquistas que utilizaban un terrorismo salvaje e indiscriminado para derrocar a la monarquía zarista. El activismo violento de estos grupos en los que los judíos estaban desorbitadamente sobrerrepresentados salpicó a las comunidades judías de las zonas de asentamiento. Es cierto que muchos judíos que no tenían nada que ver con el movimiento revolucionario pagaron por culpas ajenas y también es cierto que en los principales ataques contra los judíos en la Ucrania, la Bielorrusia y la Polonia que entonces formaban parte de Rusia, fueron los campesinos pobres más que las autoridades zaristas quienes alentaron y encabezaron los pogromos. El gobierno ruso, harto de los problemas que generaban los judíos bolchevizados y de los disturbios que provocaban, vio con muy buenos ojos su salida del país. Entre finales del siglo XIX y principios del XX se produjo una nueva “diáspora” de judíos rusos. Más de dos millones salieron de Rusia, casi todos con destino a los Estados Unidos. No obstante, el Reino Unido era también para los judíos emigrados de Rusia un destino tentador. En 1880 había en Gran Bretaña unos 45 mil judíos, pero en 1904, el momento del Alliens Bill, ya había más de 150 mil, y muchos más llamando a la puerta. Evidentemente, los acaudalados judíos británicos, igual que hicieron en esas fechas sus correligionarios de los Estados Unidos, hicieron todo cuanto estuvo a su alcance para evitar que se limitasen los cupos de inmigración. No pensaban en los inmigrantes en general, por supuesto, pero tampoco podían decir abiertamente que se permitiese entrar a los inmigrantes judíos y se cerrase la puerta a los demás.
En este particular momento, Churchill, expulsado del Partido Conservador, si no quería quedar fuera de la carrera política que tanto le gustaba, necesitaba un escaño, es decir una circunscripción electoral con posibilidades de éxito. El viejo amigo de su padre, Lord Rothschlid, tenía una propuesta para el joven Winston, difícil de rechazar. Debería liderar en el Parlamento la oposición al Alliens Bill. Es decir, debía encabezar una enérgica oposición contra un proyecto de ley, siendo un diputado del mismo partido que lo proponía y que además acababa de ingresar en él. A cambio, en las elecciones de 1906 le invitaban a presentarse por el distrito electoral del Noroeste de Manchester, una circunscripción en la que más del treinta por ciento de los electores eran judíos. Con este porcentaje asegurado, cualquier candidato podía ganar el escaño, pues le bastaba con arañar unos cuantos votos más de “gentiles” para obtener la mayoría. Y los judíos solían votar en bloque por el candidato al que los jefes de sus comunidades apoyaban.
La hemeroteca demuestra que nada de lo que digo es fruto de teorías “conspiranoicas”. En 1904 el diario The Sun acusó a Churchill de oponerse al Alliens Bill siguiendo órdenes directas de Lord Rothschild. Pero la fuente del sensacionalista The Sun no era sospechosa de antisemitismo. Unos días antes, el Jewish Chronicle - que sigue siendo en la actualidad uno de los diarios judíos en lengua inglesa más influyentes - había publicado que Nathan Laski, el líder de la comunidad judía de Manchester y miembro del Partido Liberal, por recomendación de Lord Rothschild, había mantenido un encuentro con Winston Churchill, con el que Rothschild ya había hablado del Alliens Bill. Obviamente, lo que ocurrió fue que Churchill, con la carta de recomendación del antiguo amigo de su padre, se presentó a pedir la candidatura Liberal por el distrito “judío” del Noroeste de Manchester a Nathan Laski, a cambio de su firme compromiso para oponerse al Alliens Bill en el Gran Comité, una comisión del Parlamento a la que se había remitido el proyecto y a la cual Churchill pertenecía junto a otros tres miembros del Partido Liberal.
Churchill cumplió su parte del compromiso, y la firme oposición que él lideró en el Gran Comité al Alliens Bill, hizo que el gobierno abandonase el proyecto. En Diciembre de 1905, cumpliendo sus compromisos y asegurándose el voto del Noroeste de Manchester en la elecciones venideras, Churchill lideró una gran manifestación pública en esta ciudad, organizada por la influyente y próspera comunidad hebrea, en protesta contra el pogromo de Kishinev, ciudad moldava que en aquella época pertenecía a la Rusia zarista, y en la que una explosión de ira popular había acabado con la vida de 19 judíos. Nada impidió a Churchill condenar la barbarie antisemita de la Rusia zarista. Ni tan siquiera el hecho de que él acababa de ser nombrado Subsecretario de Estado para las Colonias, uno de los puestos más importantes en el Imperio Británico, que sojuzgaba y asesinaba sin miramientos cualquier conato de rebelión de negros, árabes, hindúes o chinos y que, como hijo de una norteamericana, sentía una gran simpatía por los Estados Unidos de América, en los que en ese mismo año, 1905, habían sido linchados 57 negros. Pero, los judíos de Manchester eran ricos y votaban y en cambio ni los hindúes, ni los árabes del Imperio Británico ni los negros del Sur de los Estados Unidos podían hacerlo. En consecuencia, para un demócrata convencido como era Churchill, no importaban.
Hola, te mando un saludo desde Madrid
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