La Segunda Guerra
Mundial generó cantidad de acontecimientos cuyos aniversarios se conmemoran
regularmente y de forma fastuosa, según se dice, para que no caigan en el
olvido. En cambio, otros, curiosamente, pasan prácticamente desapercibidos.
Hace ahora setenta
años, en la primavera de 1943, el hambre comenzó a cebarse con los habitantes
de Bengala, región situada en el Noreste de la India controlada por los
británicos. En los siguientes 12 meses más de tres millones habían perecido. La
ocupación japonesa de Birmania cortó una vía de suministro de arroz a Bengala y
la política de tierra quemada de la administración británica empeoró la
situación al destruir medios de transporte, infraestructuras, barcas de pesca,
privando de esta forma a los bengalíes de casi todos los medios para proveerse
de alimentos. La absoluta falta de interés de los británicos a la hora de
adoptar medidas para evitar el caos, fue la responsable directa de que la
llegada de la guerra a las puertas de la India generase esta dantesca hambruna.
Durante meses, las autoridades del British
Raj no hicieron absolutamente nada para evitar o paliar los efectos de esta
catástrofe que habían provocado. El virrey, general Wavell, calificó la actitud
del gobierno de Churchill hacia la India como “negligente, hostil y desdeñosa.” Y llegó a manifestar:
“Es escandaloso que no hayamos realizado ningún progreso con respecto a
las importaciones de alimentos tras seis meses de discusión.”
Seis meses de
discusión… y de obstruccionismo deliberado por parte del Gabinete de Guerra liderado
por Winston Churchill. Seis meses que se llevaron por delante la vida de varios
millones de indios. Cuando la magnitud del desastre se hizo evidente y los
administradores británicos de la India acudieron a solicitar auxilio al
gobierno de Londres, se encontraron con la fría y tenaz oposición de Winston
Churchill a facilitar cualquier tipo de ayuda humanitaria a la población
bengalí. En respuesta a un telegrama desde Delhi solicitando ayuda, Churchill
respondió, con ese particular ingenio que tanto gusta a sus admiradores:
“Si están muriendo tantos indios de hambre ¿cómo es que Gandhi no se ha
muerto todavía?”
En una reunión del
Gabinete de Guerra en la que se habló de este asunto, Churchill dijo a sus
colaboradores que la hambruna era responsabilidad de los bengalíes “porque procreaban como conejos.”
En su reciente y
exitosa obra “La guerra de Churchill”, el historiador británico Max Hastings
escribió:
“Más tarde, la negativa de Churchill a desprenderse de una pequeña
parte de alimentos para aliviar la hambruna de Bengala, que provocó la muerte
de unos tres millones de personas, horrorizó tanto al virrey como a Amery,
Secretario de Estado para la India.”[1]
Uno de los principales
impulsores de esta política criminal hacia la India fue Lord Cherwell, el
asesor de máxima confianza de Churchill. El mismo individuo que le aconsejó
lanzar la campaña de bombardeos terroristas contra objetivos civiles sobre
Alemania y el mismo que en la conferencia de Quebec de Septiembre de 1944, en
connivencia con su correligionario Henry Morgenthau, convenció al Primer
Ministro de la necesidad de aplicar al Reich derrotado el siniestro y criminal
Plan Morgenthau.[2]
El Imperio Británico
disponía de enormes reservas de alimentos almacenados en diferentes lugares, desde
Canadá a Australia, pasando por Oriente Medio. Pero Churchill se negó
rotundamente a que parte de estas reservas fueran enviadas a Bengala. El Primer
Ministro quería que todos los recursos disponibles fuesen destinados
permanentemente a mantener el esfuerzo bélico y no estaba dispuesto a destinar
ni un solo barco a transportar alimentos que según él, hacían mucha más falta
en otros lugares.
Según el historiador
escocés Donny Gluckstein,
“El registro oficial señala que el primer ministro canadiense tenía
100.000 toneladas de cereal cargadas en un barco con destino a la India, pero
“una llamada personal de Winston le disuadió” de enviarlo.
…tampoco llegaría ayuda alguna de Gran Bretaña porque, en palabras de
Churchill, desviar barcos a la India podría afectar “las importaciones de
alimentos a este país.”[3]
La prioridad era alimentar
a los soldados desplegados en la India, después a los indios que trabajaban en
las industrias puestas al servicio de la maquinaria bélica aliada y ni se podía
considerar seriamente emplear barcos necesarios para el transporte de material
de guerra y de tropas para alimentar bocas inútiles.
La actitud del gobierno
británico resulta aún más repugnante teniendo en cuenta que la India estaba
siendo salvajemente explotada en beneficio del esfuerzo bélico aliado. Su
economía se puso al servicio de los intereses bélicos de “las Naciones Unidas”.
El que fuera director del programa de “Préstamo y Arriendo” desarrollado por el
gobierno de Roosevelt, Edward Stettinius y que poco después llegaría a ser
Secretario de Estado, escribió durante la guerra un curioso libro explicando la
enorme contribución a la victoria que estaba aportando este programa económico.
Entre otras cosas, dejó escrito:
“Se pedía a la industria índica que auxiliase a América y a la Gran
Bretaña en el envío de municiones y la India era un país mucho más industrial
de lo que la mayoría de americanos suponía.”
“Pequeños talleres, esparcidos por toda la India, habían sido adaptados
a la producción de material de guerra.”
“La India poseía la mano de obra, las materias primas y las fábricas.”[4]
La economía de la India
había sido puesta de rodillas al servicio de sus amos británicos y sus empresas
reconvertidas para producir armamento y municiones, aunque el pueblo indio
necesitase esas fábricas para producir otro tipo de bienes de uso civil y de en
muchos casos de primera necesidad. Como consecuencia de todo ello, sobrevino la
hambruna.
Que la India estuviese pagando
tan alto precio exprimida para mayor gloria del esfuerzo bélico aliado no
conmovía en absoluto a Churchill. Para un imperialista como él, las penalidades
de los indios no significaban nada. Si para que el Imperio Británico ganase la
guerra, tenían que morir de hambre por millones, ese y no otro era su destino.
Sus vidas no importaban, la supervivencia del Imperio, sí.
Es habitual leer y escuchar
a los historiadores y propagandistas de la versión única de la Segunda Guerra
Mundial denunciando estremecidos la brutal utilización de mano de obra esclava por
parte del Tercer Reich. Pero se suele ignorar que sólo en la India los
británicos explotaban a 400 millones de personas, muchas más de las que cayeron
bajo la ocupación alemana en el momento de mayor expansión del Tercer Reich. La
única diferencia consistía en que los nazis utilizaban como esclavos a europeos
de países enemigos ocupados y los aliados a súbditos indios, negros y árabes de
sus colonias. No obstante, los racistas eran los nazis.
Aunque en la hambruna
de Bengala de 1943 murieron más de tres millones de indios y padecieron hambre
extrema más de doce, este terrible episodio de la Segunda Guerra Mundial sigue
sin importarle a nadie. Y (salvo en la citada obra de Hastings), es prácticamente imposible encontrar una sola línea
que lo mencione en cualquiera de las múltiples biografías de Winston Churchill.
[1] Max
Hastings, La guerra de Churchill, Crítica,
2010, p. 303.
[2] Madhusree
Mukerjee, Churchill’s secret war, The British Empire and the Ravaging of India
during World War II, Basic Books, 2010, p. 194.
[3] Donny
Gluckstein, La otra Historia de la
Segunda Guerra Mundial. Resistencia contra imperio, Ariel, 2013, p. 193.
[4] Edward
Stettinius, El arma de la victoria, Ariel,
1945, p. 182.
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